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martes, 16 de febrero de 2021

CARTA A AGAPITO

 

Carta a Agapito

 

Si supieras Agapito, porque tú te llamabas Agapito Saja. “Saja” o “Saha” es una palabra árabe que se utiliza para brindar y hacer buenos deseos, algo parecido a “Salud” en castellano. Mira Agapito, sin saber por qué, a uno de repente le asalta una extraña  mezcla de sensaciones que sin saber cómo, se convierte en una carta como ésta. Nace de algún rincón del pasado aunque  no parece tener  demasiada razón de ser.  Como de pequeño uno iba saltando de un amigo a otro por la fuerza de las circunstancias cambiantes, como el cambio de colegio o de ciudad, uno se cree que las personas que poblaron nuestra infancia quedaron archivadas  en un cajón de la memoria para no volver jamás. Pero la vida nos demuestra lo contrario, porque esas personas que de algún modo configuraron el paisaje íntimo de nuestra vida, más tarde o más temprano escapan del cajón y vuelven en forma de recuerdos más o menos deformados por el tiempo. Y así,  porque las cosas ocurren porque sí,  me he puesto manos a la obra  y aquí me tienes.

Recuerdo muy bien que me comparabas con Robert Mitchun y no puedo entender por mucho que lo intento, que un niño de trece o catorce años como era yo entonces, tan guapo como decían las jóvenes y las no tan jóvenes, te  recordara a aquel actor tan americano, tan inexpresivo  y con esa  cara de palo. El que sí que se parecía al tal era tu padre, tu padre con su humanidad sobre la  Vespa, recorriendo Larache, de casa en casa para poner inyecciones. Tu padre tan seco y antipático, tu padre  al  que tanto parecías temer y cómo me transmitías tu miedo. A lo mejor es que el hombre llegaba a casa cansado  de   dar ánimos a los enfermos y no tenía ganas de hablar, a lo mejor con los amigos era un tipo encantador, entonces que me perdone, esté donde esté. Además, Agapito tú eras muy travieso y el hombre estaría harto de ti. Pero a lo que iba amigo, si supieras la de vueltas que da el mundo y nosotros con él. Resulta que ahora hay una cosa que se llama Internet, que ni tú ni yo en aquella época, hubiéramos imaginado por mucha imaginación que tuviéramos. El caso es que por ese medio tan inimaginable,  puedes escribir, hablar y ver  a la gente  al instante y desde cualquier lugar. Fíjate qué cosas Agapito. Tú que vivías tan cerca del Coliseo María Cristina (como María Cristina Agrela, nuestra compañera e hija del dueño de aquel cine) en un descampado, en plena morería, donde los días se hacían más cortos y las noches parecían más oscuras debido a un alumbrado casi inexistente .  Como te decía, hoy día gracias a  este invento, mucha gente se ha encontrado  y reencontrado como por arte de magia.  Y así es que un día sin comerlo ni beberlo contacté, estoy convencido de que no te lo vas a creer Agapito, con Carmen, que sí amigo, que sí. Ya intuyo tu inigualable sonrisa socarrona y contagiosa, apoyada sobre un colmillo que parecía morder tu labio inferior. Sí, Carmen,  la niña aquella que a ti te parecía un “guayabon” y que a mí me parecía una mujerona,  cuando la chiquilla no tenía más de once o doce años.  Tú estabas loco por ella,  a mí me gustaba Charito. Recuerdo como sacada de una película de JA Bardem, una escena en la que Carmen bajaba por el Callejón del Cine Ideal hacía la Calle Chinguiti, el multitudinario paseo de todos los larachenses, flanqueada por dos tíos que a nosotros nos parecían muy feos y muy mayores. Tú me mandaste esconderme al verla venir.  Nos escondíamos para poder seguirla y observarla mejor. Era la única ocasión que tenías para poder disfrutar de ella. ¡Pobre Agapito! 

Pues fíjate como son las cosas, amigo Agapito, que Carmen es ahora casi una amiga mía  y nos carteamos por Internet y aquella niña se ha convertido en una señorona guapetona y de fuerte personalidad y gran sensibilidad.

 Agapito Saja, siempre te tendré enmarcado en mi memoria como aquel adolescente travieso, de risa fácil y socarrona, enamorado de aquella flor irrepetible de doce años, llamada Carmen.  

                                                                        Enero de 2009

 

lunes, 15 de febrero de 2021

CARTA AL HIJO DE MI PROFESOR DE INGLÉS

 

Carta al hijo de mi profesor de Inglés

 

Por lo que indicas, tu padre murió relativamente joven, no habría llegado todavía a los setenta según mis cálculos.

Pero en mi recuerdo y en el de muchos de sus alumnos, vivirá eternamente. De hecho, ya está para siempre. Nunca he podido olvidar lo que me contaba cuando se plantó en Londres con toda la familia sin un duro y con pocas herramientas idiomáticas. Apostó fuerte y creo que ganó.  Al menos para mí, aquel alarde de sinceridad con su alumno y el riesgo que asumió para perfeccionar su Inglés,  fueron  una demostración de valentía y una lección que a mis ojos lo elevaron al pedestal de los valerosos e inconformistas, de aquellos que con su acción justifican su vida.

La sombra de los valientes, aquellos que arriesgaron y convirtieron su vocación en su vida, a base de trabajo y de esfuerzo, repito, la sombra de esos valientes es alargada  e indeleble. Tu padre pertenecía a ese grupo de seres carismáticos e inolvidables. Estas palabras reflejan, creo, la emoción que me ha embargado al recordarlo.

Fue mi primer profesor de Inglés, allá por el año 1955, cuando yo vivía en las Navas y tenía aproximadamente ocho años. Mi compañera de clase particular era una tal Mari.  Mr. Rivera estaba empezando y nos recibía  con un:

“ Hello Mery, Hello Laion.” Había pertenecido al Tercio y el Inglés fue su pasión. De aquella etapa en la Legión, conservaba algún detalle en el vestir, en verano siempre llevaba abierta la camisa dejando el pecho descubierto. Más tarde se lío la manta a la cabeza y se marchó a Londres con la familia, para mejorar su Inglés, las pasó canutas. A su vuelta se instaló cerca del Bar “La Marquesina” y yo seguí asistiendo a sus clases. Era un enamorado de la lengua de Shakespeare y fue con quien senté y asenté los fundamentos de un idioma, que después siempre me sirvieron para manejarme por el mundo.

Mientras te escribo, vuelvo a vivir las escenas de mi infancia en casa de Mr. Rivera y oigo de nuevo su voz profunda y veo su enorme sonrisa y mi admiración de entonces ha renacido.

Al terminar de escribir esta carta  he podido constatar lo que ya sabía: que la emoción en literatura es únicamente privativa de aquellos que  se emocionan cuando escriben y con lo que escriben. Sólo una sensibilidad encendida puede convertir un relato en un trozo de vida.  En esos momentos de emoción tan sincera y viva, todo puede ocurrir.

Valga este recuerdo para Mr. Rivera, el legionario que un día se enamoró para siempre de un bello idioma.   

                                                                                  2009

 

 

domingo, 14 de febrero de 2021

CARTA A UN AMIGO VIRTUAL

 

Carta a un amigo virtual

 

Yo también,  quizás en mayor medida de lo que sería deseable,  soy un misántropo irreconciliable, como el Alceste de Molière. Mis crisis son cortas pero demasiado frecuentes. Hay muchos días y momentos en que no soporto nada ni a nadie. En fin serán cosas de algún enzima o de alguna hormona o como solía decir mi abuela Luna será “el baque” de familia . Siempre lo decía a propósito del mal carácter de una de mis tías : hoy tiene el baque,  no hay quien le hable. Así que me he convencido que es algo inherente a los genes.

Aquí también ha entrado el frío invierno sin que nadie lo invitara. Este frío me estimula la vena poética y me convierte en más productivo. Tengo ahora mismo varios relatos a medio terminar abandonados en el ordenador, esperando a no sé qué... Al recibir su mensaje, volví sobre mis Cabos Sueltos y como ocurre en ocasiones, no me parecieron míos, realmente son  de otros muchos escritores como Montaigne, Ronsard, Racine, Corneille, Molière, La Fontaine, Rousseau, Voltaire, Mussset, Baudelaire, Hugo, Dostoievsky, Balzac,   Gide, Kafka, Machado, Lorca, Salinas, Alberti, Camus, Sartre, Céline, Brecht, Prévert,  Benedetti,  Koestler, Ben Jelloun, por citar algunas de mis lecturas apasionadas. Son aquellos autores que están en la recamara de todo libro. También,  parodiándole,  no sólo somos lectores distintos sino escritores diferentes, según el momento y la ocasión. ¿Cómo reconocernos un día cualquiera en el que podemos ser Hyde y no Jekyll ? Volviendo a los Cabos Sueltos, hoy me gustaría darle algunas pistas que seguramente usted habrá adivinado. En el año 70 yo tenía veintidós años, en el 97 casi cincuenta y sin embargo he pretendido unir con costuras seguramente torpes, al joven con el  hombre maduro. Por otra parte, algunos relatos necesitan situarse, “contextualizarse”, por ejemplo, el ministro dimisionario y utópico es el personaje que me nació en vísperas de la huelga general contra el gobierno del PSOE en el 92 0 93. Por ejemplo, el poema sobre los últimos muertos del franquismo, por ejemplo el desencanto que los distintos gobiernos socialistas, los gobiernos de los perdedores, produjeron en tantos de nosotros, por ejemplo mi amigo José María Iglesias periodista en Madrid, nacido aquí en San Roque, con su alta luz, su alta torre, criado en Tánger y muerto en Villalba de un ataque de asma a los treinta y cinco años ...   No tengo prisa, algún día escribiré lo que quiero decir exactamente,  con las palabras justas , como dijo Boileau . “ Ce qui se conçoit bien, s´énonce clairement et les mots pour le dire viennent aisément” .

                                                                                          2003