Carta
a Agapito
Si supieras Agapito,
porque tú te llamabas Agapito Saja. “Saja”
o “Saha” es una palabra árabe que se
utiliza para brindar y hacer buenos deseos, algo parecido a “Salud” en castellano. Mira Agapito, sin
saber por qué, a uno de repente le asalta una extraña mezcla de sensaciones que sin saber cómo, se
convierte en una carta como ésta. Nace de algún rincón del pasado aunque no parece tener demasiada razón de ser. Como de pequeño uno iba saltando de un amigo
a otro por la fuerza de las circunstancias cambiantes, como el cambio de
colegio o de ciudad, uno se cree que las personas que poblaron nuestra infancia
quedaron archivadas en un cajón de la
memoria para no volver jamás. Pero la vida nos demuestra lo contrario, porque
esas personas que de algún modo configuraron el paisaje íntimo de nuestra vida,
más tarde o más temprano escapan del cajón y vuelven en forma de recuerdos más
o menos deformados por el tiempo. Y así,
porque las cosas ocurren porque sí,
me he puesto manos a la obra y
aquí me tienes.
Recuerdo muy bien que me
comparabas con Robert Mitchun y no puedo entender por mucho que lo intento, que
un niño de trece o catorce años como era yo entonces, tan guapo como decían las
jóvenes y las no tan jóvenes, te
recordara a aquel actor tan americano, tan inexpresivo y con esa
cara de palo. El que sí que se parecía al tal era tu padre, tu padre con
su humanidad sobre la Vespa, recorriendo
Larache, de casa en casa para poner inyecciones. Tu padre tan seco y
antipático, tu padre al que tanto parecías temer y cómo me transmitías
tu miedo. A lo mejor es que el hombre llegaba a casa cansado de
dar ánimos a los enfermos y no tenía ganas de hablar, a lo mejor con los
amigos era un tipo encantador, entonces que me perdone, esté donde esté.
Además, Agapito tú eras muy travieso y el hombre estaría harto de ti. Pero a lo
que iba amigo, si supieras la de vueltas que da el mundo y nosotros con él.
Resulta que ahora hay una cosa que se llama Internet, que ni tú ni yo en
aquella época, hubiéramos imaginado por mucha imaginación que tuviéramos. El
caso es que por ese medio tan inimaginable,
puedes escribir, hablar y ver a
la gente al instante y desde cualquier
lugar. Fíjate qué cosas Agapito. Tú que vivías tan cerca del Coliseo María
Cristina (como María Cristina Agrela, nuestra compañera e hija del dueño de
aquel cine) en un descampado, en plena morería, donde los días se hacían más
cortos y las noches parecían más oscuras debido a un alumbrado casi inexistente
. Como te decía, hoy día gracias a este invento, mucha gente se ha encontrado y reencontrado como por arte de magia. Y así es que un día sin comerlo ni beberlo
contacté, estoy convencido de que no te lo vas a creer Agapito, con Carmen, que
sí amigo, que sí. Ya intuyo tu inigualable sonrisa socarrona y contagiosa,
apoyada sobre un colmillo que parecía morder tu labio inferior. Sí, Carmen, la niña aquella que a ti te parecía un
“guayabon” y que a mí me parecía una mujerona, cuando la chiquilla no tenía más de once o
doce años. Tú estabas loco por ella, a mí me gustaba Charito. Recuerdo como sacada
de una película de JA Bardem, una escena en la que Carmen bajaba por el
Callejón del Cine Ideal hacía la Calle Chinguiti, el multitudinario paseo de
todos los larachenses, flanqueada por dos tíos que a nosotros nos parecían muy
feos y muy mayores. Tú me mandaste esconderme al verla venir. Nos escondíamos para poder seguirla y
observarla mejor. Era la única ocasión que tenías para poder disfrutar de ella.
¡Pobre Agapito!
Pues fíjate como son las
cosas, amigo Agapito, que Carmen es ahora casi una amiga mía y nos carteamos por Internet y aquella niña
se ha convertido en una señorona guapetona y de fuerte personalidad y gran
sensibilidad.
Agapito Saja, siempre te tendré enmarcado en
mi memoria como aquel adolescente travieso, de risa fácil y socarrona,
enamorado de aquella flor irrepetible de doce años, llamada Carmen.