Blog de León Cohen Mesonero

Cuentos. Relatos. Cabos Sueltos. Apuntes. Artículos de opinión. Poemas. Microrrelatos. Reflexiones. Cartas.

martes, 28 de diciembre de 2021

PENTALOGÍA TANGERINA

 

                         A propósito de la Pentalogía tangerina

Sol Bensusan nace una noche de insomnio del autor en el año 2002, cuando se atreve a firmar una carta a Juanita Narboni, que también esa misma noche sin proponérselo, pasa a convertirse en un personaje inevitable o insustituible de la literatura “coheniana”. Diría más: Aquella misma noche también tuvo lugar el primer capítulo de lo que muchos años más tarde, se convertiría en lo que he dado en llamar la Pentalogía tangerina junto a  Jacobi, la Librairie des Colonnes, la Calle Goya y Encuentro en Tánger; cuyos actores principales o protagonistas son las ya mencionadas Juanita y Sol y Jacobi. Cinco relatos-cuentos que resumen una manera de contar y de representar la realidad tangerina (si es que la hubo) a  través de una ficción muy sui generis, construida por la imaginación y los recuerdos además de los sueños del autor, donde todo lo que se cuenta es pura invención nacida como producto o resultante de una realidad vivida.  

La pentalogía sobre Tánger  es un ejemplo paradigmático de realismo mágico no buscado o al menos no previsto, donde las historias y los personajes se mueven en ese hilo delgado que separa ficción de realidad  pasando de una a otra sin interrupción. Obsérvese cómo el autor  arranca a Juanita del libro de Ángel Vazquez, la adopta  y la convierte en personaje de sus relatos, en la amiga de Sol Bensusan, dos personajes ficticios que dialogan y reflexionan en varios de los cuentos. Ambas son la  herramienta o el medio del que se vale el autor  inconscientemente al principio, para relatar el impacto y la influencia posterior que tuvo Tánger sobre él. Los cinco cuentos podrían constituir uno solo, a pesar de haber sido escritos en distinto momento, entre 2002 el primero  y 2017 el último. Por lo tanto dos personajes ficticios y un tercero (Jacobi) a medio camino entre realidad y ficción, una ciudad encantada y probablemente inventada (como los personajes) o cuando menos soñada, esos son los elementos de la pentalogía sobre la que descansa el tributo a Tánger. Una ficción multidimensional que solo es posible cuando tiene lugar el milagro de la creación literaria. El autor

 

PENTALOGÍA TANGERINA


1.- Carta a Juanita Narboni

               En homenaje a Ángel Vázquez(*) y a todos los tangerinos

 

Leí tu historia en el año 1976, la contó Ángel Vázquez como todas sabemos. Claro que el malogrado de Ángel  tardó bastante tiempo en contarnos tu vida perra,  porque como comprenderás hija mía, en el año 76 de nuestro pueblo no quedaba  más que la apariencia.  Mira mi reina, primero voy a presentarme, yo soy Sol aquella hebreita  tan mona que salía con el ferasmal de Jacobi. Qué guapo era, con ese pelo negro ondulado y abundante, qué bien puesto, y qué ojos,  pero hija  mía el tiempo no perdona a nadie, el mesquin murió hace cuatro años y lo enterramos cerca de  Málaga, en un cementerio judío que está medio escondido, no me explico porque taparon esa mehara. Todavía lo estoy viendo caminando como un rey  por el Boulevard Pasteur, con su chaqueta marrón de doble pecho, alto y erguido. Ni Robert Taylor se le acercaba en guapura, qué gial. Bueno a ti que te voy a decir que tu no sepas, si me consta que tuviste alguna aventurilla, cuando él paraba en la pensión de Mesody, sí,  la que estaba a mitad de la cuesta de la playa. Un pajarito me contó que una noche te metiste en  su cama cuando dormía., valiente pelagarta estabas hecha.  Recuerdo que me dejaba sentada  en el Ford  y se bajaba cerca de Galeries Lafayette para comprar monedas de oro mejicanas en el banco de Méjico que daba a la calle Velásquez. En esa esquina han puesto ahora una perfumería de productos baratos, creo que es de un soussi. Luego por la tarde me llevaba a comer pinchitos en cade Elías (hace poco supe que se apellidaba Benzaquen) y por la noche íbamos al Casino , le encantaba el bacarrá. Era el año 47 o 48 y como no podía ser de otra manera, Jacobi como casi todos era contrabandista y además daba muy bien el tipo.  Pero no voy a pasarme toda la carta hablando de mi gial.

Mira la razón por la que te escribo es para darte novedades de cómo ha cambiado Tánger desde nuestros tiempos. Nada que ver reina.  Cuando te bajas del barco, lo primero que te viene a la cabeza es wo,wo,  dónde caí,  ¿qué es esto? El puerto y la aduana parecen del siglo pasado, los taxis son peores que los de Nueva York. Nos fuimos andando por la Avenida de España, qué guesera es esta que hasta las palmeras están viejas y estropeadas. El hotel Rif, lo cerraron, con lo que era ese diamante de hotel. De los balnearios de la playa, esos que tanto te gustaban, la Pergola, las Tres Carabelas, se perdieron, aquel día el paseo de la playa estaba cubierto de arena, era invierno y además hacía un levante preto, así que hasta la playa, esa joya de playa me pareció fea  y desangelada. La Ibense, la heladería,  por supuesto estaba cerrada, y casi todos los bares que regentaban los ingleses, te acuerdas que nosotras comentábamos que todos eran maricones, pues bien no queda ni uno, no,  ni un maricón no,  lo que no queda es ningún bar.  Luego subimos la cuesta de la playa que lleva a la Poste, la cuesta ha cambiado poco, la verdad, llegas arriba quebrada, y entonces empiezas a recorrer el Boulevard, ¿qué boulevard es este? Ya no están ni el Comedia, ni Kent, ni Monoprix, ni la Librairie des Colonnes, sí,  están los edificios, no los van a tirar, pero todo cambiado, todos son bazares o cafetines, ni una buena cafetería, ni unos buenos almacenes, nada de nada. Me dirás que hay que comprender que Tánger ya no es internacional, es verdad, es verdad, pero hija hay un término medio. ¿ Y Porte? Estoy viendo de nuevo a monsieur Porte acercarse a nuestra mesa para dedicarnos un piropo o una sonrisa, ¡qué salón de té, mi bien!. Ahora han puesto uno que parece un desierto, como si hubieran saqueado la cafetería antigua  y los ladrones se hubieran dejado algunas cosas olvidadas, porque reina,  vaya unos escaparates.

 Pero lo peor de todo esto, es que ya no quedan tangerinos, un tangerino se nota, yo vi a mucha gente desconocida, pero no vi ningún tangerino. ¿ Qué habría pasado con ellos, se perderían,  se esfumarían  o peor aún estarían  escondidos por miedo a enfrentarse con  esa realidad que ya no era la suya?.  Juanita, en ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿ Fue acaso una mano  oculta la que nos expulsó?  ¿ No sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra su voluntad nos habíamos hecho acreedores?  ¿ O  fueron los tiempos históricos, eso que llaman el devenir y  que siempre acaba impidiendo la existencia prolongada de situaciones diferentes, impropias de la vulgaridad en que se desenvuelve la mayoría?  ¿ Qui lo sa? El hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible mezcla de fuerzas  misteriosas, abandonamos nuestra torre de Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y nuestras avenidas, nuestro Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas incomparables,  nuestra “façon d’être”, ese estilo de vida único e irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de nosotros volvió la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en montaña de sal como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy sabemos que la suma de nuestras  melancolías   ha traspasado los mares y las montañas  y  que Tánger desapareció con el último tangerino, que de ella  sólo queda una imagen hueca hecha de recuerdos y de nostalgia.

 Hoy sabemos también que Tánger fue paradigma  durante un periodo relativamente largo,  que abarca más de la mitad del siglo XX,   del florecimiento de una cultura cosmopolita  que iba  más allá del simple multilinguismo  para adentrarse en facetas más amplias  como la heterogeneidad  religiosa y social de la que surgió una sociedad  donde la regla era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi nadie prejuzgaba a nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso o nacional. En este punto los tangerinos fueron más que tolerantes,  clarividentes y solidarios. En Tánger se podía pasar sin transición del castellano al francés y viceversa, también era el único lugar en el mundo donde los no judíos hablaban haketía,  hacía parte de la cultura tangerina. Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente cerrada y aislada  por un lado por el mar y  por otro  por la frontera con el resto de Marruecos.

 ¿ Qué me pasó? No haya mal, ¿qué estoy diciendo? Se me fue la olla, como dicen ahora,  y me puse a decir tonterías  como aquella meloca que iba jarduando por la Calle Italia.  Mira Juanita, reina mía, no quiero hacer esta carta interminable, así que si dios quiere otro día te seguiré contando más cosas de nuestro querido y añorado pueblo, al que como te dije encontré tan cambiado.

                                                                                              Sol  Bensusan   

            

(*)Ángel Vázquez: LA VIDA PERRA DE JUANITA NARBONI. Seix Barral, Tercera edición 1990. Nota del autor:   Las palabras en cursiva pertenecen a la haketía o judeo-español.

 

2.- Jacobi

Juanita Narboni se metió en la cama de nuestro personaje porque allí la llevaba su instinto. Era una presa más del apuesto contrabandista. La verdadera historia no fue demasiado distinta. Ocurrió en Tetuán. Era a comienzos de la década de los  años cuarenta, Jacobi era un joven aprendiz de mecánico que por entonces podía tener veintidós o veintitrés años. Paraba en una pensión regentada por una judía cuya hija se había prendado de él. Una noche, en un intento de buscarle las cosquillas, se metió en su cama mientras éste dormía. No es que él la desdeñara, pero según la ley mosaica, de haberlos sorprendido alguien en la cama, ella podía haber exigido responsabilidades. Por esa razón, Jacobí saltó de la cama y abandonó aquella  pensión celestinesca. Pocos meses antes, en Larache,  cuando trabajaba como chofer en la conservera de atún y salazones que pertenecía al Marqués de Carranza, vivió una sorprendente y seguramente apasionada historia de amor con una hermana del potentado. Enterado el marqués, le despidió sin más. Como se puede ver, nuestro contrabandista era desde muy temprana edad, un auténtico seductor.

No se sabe muy bien si fue en el diecisiete o el dieciocho, pero en uno de esos dos años nació Jacobi en Larache. Dejó la escuela a los doce años y empezó a trabajar, suponemos que de  recadero, de niño tráeme esto o lo otro, hasta los diecisiete,  en que obtuvo el permiso de conducir añadiéndose un año. A partir de ese momento su actividad principal fue la de chofer, en la Almadraba y como taxista durante la guerra civil, luego emigró a Tetuán para aprender el oficio de mecánico de coches. Más tarde,  antes de los cincuenta, como era de esperar, tuvo sus escarceos con el contrabando precisamente en Tánger, que era como todo el mundo sabe un auténtico paraíso fiscal.

Era la década de los cuarenta, los años del estraperlo, ser contrabandista se llevaba, como se llevaban Humphrey Bogart y Casablanca, los tiempos se prestaban En esa época lo conoció supuestamente nuestra Juanita Narboni.

Debemos suponer que empezaría en Tánger con el estraperlo de tabaco y relojes. Para pasar la mercancía por la aduana que se hallaba en la frontera,  cerca de Arcila (nunca Asilah), sólo había que tener el desparpajo y la osadía que a nuestro hombre le sobraban  además y sobre todo de contar con la aquiescencia y colaboración interesada de los carabineros. Pero Tánger era mucho más que la fuente del tabaco y de otras prendas complementarias como los relojes, en la ciudad abundaban los transitarios y remitentes de las más diversas “marchandises” amén de los inefables  cambistas y  joyeros entre otros destacados comerciantes de la época. Entre éstos,  brillaban con luz propia los millonarios  Toledano Brothers ( para colmo del azar, uno de los hermanos, murió al bajarse del coche y resbalar con una maldita cáscara de plátano).

El camino era simple y lógico y nuestro personaje tuvo la habilidad y osadía  necesarias para incorporarse a él : el comerciante recibía la mercancía en sus almacenes desde el puerto franco, luego la distribuía entre sus compradores que eran los encargados de hacerla llegar al interior o fuera de país. Nuestro amigo Jacobi, con el dinero ganado entre relojes y tabaco, ascendió un escaño más en el confuso entramado comercial tangerino. Compró algunos camiones y se convirtió en un pequeño “importador-exportador” (ese  binomio mágico de palabras de la época que hizo ganar tanto dinero a muchos) de té verde, no sabremos nunca si desde el interior del país hacía Tánger o viceversa.  Tanto da,  lo importante es saber que este próspero negocio y algún otro le permitieron a nuestro joven sefardí darse la  gran vida desde el cuarenta y ocho hasta el cincuenta y cuatro. Mujeres, póquer, bacarrá, batidas interminables, tiradas de pichón, monedas de oro mejicanas etc... Su éxito entre las mujeres era merecido,  pues no en balde,  sus  amigos de correrías  le apodaban “el guapo”. Pero como suele suceder con todo este tipo de guapos rumbosos, nuestro amigo disfrutó y gastó de lo lindo hasta que se quedó sin blanca. Ya lo decía Charles Dickens : “ Si ganas diez y gastas once, miseria.”. Aquella experiencia de millonario y  bon vivant seguida de un espectacular batacazo económico, imaginamos que sumada a los años y a la responsabilidad de mujer y cuatro hijos, hicieron que nuestro personaje sentara un tanto la cabeza y se convirtiera en un comerciante trabajador y discreto hasta el final de sus días. Aunque nunca abandonó su porte distinguido y apuesto ni su afición  por las mujeres y por los juegos de azar, pero de una manera muy diferente. Galán empedernido, al estilo de Kirk Douglas o de Paco Rabal, delante de una mujer joven y guapa, siempre parecía experimentar un cambio morfológico como el palomo en celo, levantaba la ceja, erguía el pecho y se expresaba con más amabilidad de la corriente, como  preguntando ¿ Qué,  no reconoces en mí a Don Juan, ay si supieras quien fui yo en otros tiempos ?  En cuanto a su otra gran afición, siempre siguió jugando más de lo debido a la lotería y las quinielas, como esperando resarcirse de todo lo que gastó en su juventud.  Su relación con el dios  de Israel y con la religión judía fue bastante tibia, nuestro amigo  era demasiado inteligente y clarividente como para que fuera de otra manera.

Aquel joven contrabandista que caminaba con su traje de doble pecho triunfante por el Boulevard Pasteur y por el Zoco Chico de la  envidiada Tánger, que nunca tuvo ninguna historia de cama con Juanita Narboni  ni con la hija de la judía que regentaba la pensión en Tetuán, aquel joven vivió una vida larga, sin enfermedades ni achaques, le faltaban dos meses para cumplir los ochenta – y parecía un hombre de setenta – cuando murió de un ataque al corazón un catorce de Julio – qué gran fecha-  del año 1997. Se llamaba Jacob Cohen Levy – casi nada, Jacobi para los amigos- y era mi padre. Comerciante de mil artículos distintos, jefe de obra u obrero en Maracaibo en el 56, vendedor de coches nuevos y de ocasión  hasta su muerte, todo lo que hizo fue trabajar, vivir y sobrevivir que no es poco. Fue por encima de todo un seductor y un tipo carismático que poseía algo especial, algo que va mucho más allá de la formación, de la educación, de las afinidades culturales, intelectuales o políticas, algo inefable,  que tiene o debe tener relación con  la mirada, el tono de voz, la sonrisa, la caricia, determinado gesto, la presencia, el ser, la esencia,  que dijera Sartre en una palabra. Por deseo de mi madre, está enterrado en el cementerio judío que hay cerca del pueblo de  Casas Bermejas,  en Málaga. En su tumba, el epitafio que me cupo el honor de escribir, reza así :

“ Vitalista y hombre de acción, generoso con la vida y con los demás, la muerte te sorprendió viviendo. Como tenía que ser. Así, desde hoy y para siempre, tu mujer, tus seis hijos y tus nietos, te rinden tributo de su cariño y respeto más profundos. Descansa en paz, pues más allá del tiempo y del espacio, tu recuerdo imborrable pervivirá en nosotros.”      27-04-2002

                                                                      

3.- La Librairie des Colonnes

Aquel era un viaje anodino que no hacía presagiar lo que después ocurriría. No disponía de demasiado tiempo, pero aprovechó un tiempo muerto en la apretada agenda de los dos días de visita a Tánger, para acudir a aquel pequeño templo de la cultura, que en tiempos fue además un círculo de reunión de republicanos y de antifranquistas. Aquella mañana desayunó temprano en una cafetería próxima a la Librairie des Colonnes situada en el 54 del Boulevard Pasteur, estaba alojado en el Hotel Rembrandt,  todo quedaba pues muy cerca, dando la impresión de que los hados del destino se hubieran confabulado para hacer inevitable la visita. Era todavía pronto cuando terminó de desayunar, de manera que se puso a leer los diarios  para darle tiempo al tiempo, hasta que llegara la hora de apertura de la librería. Cualquier tangerino con una mínima inquietud intelectual había entrado en ella alguna vez. En los años 60 del siglo pasado, la librería conservaba esas señas de identidad que la convertían en símbolo y patrimonio de los tangerinos. Bastaba con darse una vuelta por el Boulevard Pasteur para toparse con ella. Uno desfilaba por sus estanterías o sus mesas repletas de libros, con una mezcla de curiosidad y ansiedad, esperando encontrar alguna publicación novedosa de Ruedo Ibérico, o a Eduardo Haro Tecglen en persona, o a su  amigo Ángel Vázquez, entre otros muchos ilustres de la pluma o de la política. En aquella pequeña superficie rectangular, oyó por vez primera el nombre de Jorge Semprún, alias Federico Sánchez.  Esa librería era frecuentada por el padre de su amigo, José Marmolejo, que solía aprovechar las visitas para charlar con sus amigos exiliados y comprar algún libro para regalar al hijo de algún conocido. Recordaba como en una ocasión compró algunos ejemplares de Platero y yo. Era su manera de sembrar cultura en los jóvenes e iniciarlos en lo que consideraba más que habito, el arte de la lectura.

Primero Isabelle Gerofi (de soltera Doneux) y su cuñada Yvonne, y más tarde Rachel Moyal o Muyal, (apellido que parece tener su origen en Moya de la provincia de Lugo), habían sido las gestoras y el alma de la librería, en épocas distintas. Las dos primeras, mujer y hermana respectivamente del fundador de la librería en 1949, Robert Gerofi, un profesor belga del Lycée Regnault convertido en mecenas. La tercera, Rachel, se hizo cargo hacia 1974 y se mantuvo hasta 1999. Gestionar la librería en aquellos tiempos mágicos en la historia tangerina, debió de ser emocionante y absorbente. Esas tres  mujeres, tuvieron la difícil misión de mantener vivas las inquietudes culturales de muchos tangerinos y de visitantes extranjeros que por aquellos tiempos abundaban en aquel Tánger, tierra de todos y de nadie. Frecuentada por grandes nombres de la literatura, como Beckett, Genet, Goytisolo, Tennessee Williams, Capote, Choukri, Jane y Paul Bowles, o Tahar Ben Jelloun; intelectuales como Sanz de Soto o artistas  como Francis Bacon, entre muchos otros, la librería se convirtió pronto en un referente cultural para los tangerinos. Un empleado ilustre fue Ángel Vázquez, el último y gran escritor maldito de la literatura en castellano. El inefable autor de ese imperecedero y magnífico monólogo que es La vida perra de Juanita Narboni. 

Había hecho tiempo, y tocaba subir unos veinte metros que eran los que separaban a la librería de la cafetería. Empujó la puerta de entrada suavemente como cuando uno entra en una biblioteca, para no hacer ruido, sigilosamente. El local conservaba su antigua apariencia, como si el tiempo no hubiera querido importunarlo, no obstante, la mayoría de los títulos expuestos en nada se parecía a los de su época, evidentemente. Había ordenadores, tabletas, libros electrónicos, lo normal en estos tiempos tecnológicos. Mientras se entretenía en hojear algún ejemplar elegido al azar con curiosidad y parsimonia, se le acercó un empleado que sorpresivamente se dirigió a él en estos términos:

-Sr. C., nada más verlo entrar, he sabido que era usted un tangerino exiliado, de aquellos que abandonaron la ciudad a finales de los años 60, su manera de entrar, su mirada, sus gestos dubitativos, todo en usted hacía presagiar su origen, y me permitía  identificarlo.

¿Cómo sabía mi apellido, si jamás me había visto, ni yo a él? Se preguntó nuestro protagonista. Halló la respuesta enseguida:

-Le veo sorprendido y preocupado, continuó el empleado, conozco su apellido porque me lo ha comunicado mi amigo Nordine, al  que usted puede ver al fondo y que es el recepcionista del hotel donde usted se hospeda. No hay ningún misterio como puede comprobar.

-¡Uf! No sabía qué pensar, me ha sacado usted de un apuro, exclamó C.

-Tenemos la costumbre, continuó el joven encargado, de obsequiar a nuestros clientes tangerinos, con un libro y una visita a nuestra trastienda. Acompáñeme por favor señor C.

Nuestro hombre ignoraba que la librería tuviera dependencias ocultas a primera vista. El empleado abrió una puerta muy bien disimulada  tras un enorme espejo e invitó a C. a que pasase. Él nunca lo hubiera imaginado, se trataba de una sala enorme, con mesas simétricamente distribuidas, algunas de ellas ocupadas por personas que parecían hablar muy animadamente, y a lo largo y ancho, uno podía discernir estanterías repletas de libros, todo ello formando un conjunto agradable, a medio camino entre una sala de lectura y una cafetería, una especie de club privado. Pudo observar cómo, en una de las paredes al  fondo del salón, proyectaban sobre distintas pantallas, imágenes y películas del esplendor tangerino. Pero las sorpresas no habían hecho más que empezar. C. no daba crédito a lo que estaba viendo, en unas de las mesas, apoyadas cada una en una silla, de pie, distinguió a  las Gerofi, y casi en la misma postura pero en otra mesa, estaba Rachel Muyal. Pero cómo, se preguntó, si las Gerofi  habían fallecido hacía muchos años. Su sorpresa fue en aumento cuando pudo ver cómo las tres damas se separaron de sus contertulios y se acercaron a él para recibirlo y saludarlo. Todavía anonadado por la sorpresa, pudo oír cómo las tres mujeres alternativamente tomaban la palabra y se pronunciaban en términos parecidos a estos:

-Señor C. comprendemos su asombro al vernos, pasados tantos años, pero seguimos aquí, no porque seamos inmortales, sino más bien porque alguien, cuya identidad no podemos desvelar, nos encomendó seguir nuestra labor “educadora”, desde otro lugar como es o representa esta trastienda de nuestra librería. Solo algunos clientes distinguidos como usted, son invitados a compartir con nosotras un tiempo y a ser informados sobre lo aquí ocurre. Verá, señor C., este club privado, incluye entre sus socios a artistas y clientes ilustres, ya desaparecidos y que en el pasado guardaron algún tipo de relación con la librería (condiciones sine qua non para ser admitido). Somos de alguna manera las testigos y guardianas eternas de la vida  cultural de aquella Tánger encantada,  única y variopinta, alabada y siempre añorada por aquellos que la conocieron y se enamoraron de ella. Le recuerdo la evocación que de nuestra ciudad hizo Sol Bensusan en su cariñosa Carta a Juanita Narboni :   

“Juanita, en ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿Fue acaso una mano  oculta la que nos expulsó? ¿No sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra su voluntad nos habíamos hecho acreedores?  ¿O  fueron los tiempos históricos, eso que llaman el devenir y  que siempre acaba impidiendo la existencia prolongada de situaciones diferentes, impropias de la vulgaridad en que se desenvuelve la mayoría?  ¿Chi lo sa? El hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible mezcla de fuerzas  misteriosas, abandonamos nuestra torre de Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y nuestras avenidas, nuestro Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas incomparables,  nuestra “façon d’être”, ese estilo de vida único e irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de nosotros volvió la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en montaña de sal como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy sabemos que la suma de nuestras  melancolías   ha traspasado los mares y las montañas  y  que Tánger desapareció con el último tangerino, que de ella  sólo queda una imagen hueca hecha de recuerdos y de nostalgia.

Hoy sabemos también que Tánger fue paradigma  durante un periodo relativamente largo,  que abarca más de la mitad del siglo XX,   del florecimiento de una cultura cosmopolita  que iba  más allá del simple multilingüismo para adentrarse en facetas más amplias  como la heterogeneidad  religiosa y social de la que surgió una sociedad  donde la regla era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi nadie prejuzgaba a nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso o nacional. En este punto los tangerinos fueron más que tolerantes,  clarividentes y solidarios. En Tánger se podía pasar sin transición del castellano al francés y viceversa, también era el único lugar en el mundo donde los no judíos hablaban haketía,  hacía parte de la cultura tangerina. Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente cerrada y aislada  por un lado por el mar y  por otro  por la frontera con el resto de Marruecos.”

                   -También cultivamos en este club la palabra precisa, el giro justo, la metáfora, el matiz, la claridad del concepto, la frase fluida, las dicotomías del pensamiento, la ironía, la riqueza descriptiva, la paradoja…Todos aquellos elementos del lenguaje y del pensamiento, que enriquecen la expresión literaria y la expresión a secas, y  elevan el nivel de la palabra desde  mera herramienta de comunicación  hasta convertirla en arte, añadió Isabelle Gerofi. Y lo hacemos en varios idiomas, como buenos tangerinos. Rachel Muyal tomó el relevo diciendo:   

-Como sabemos que no dispone usted como nosotras, de todo el tiempo del mundo, le proponemos elegir a dos o tres personas, de las que aquí se encuentran, y con las que usted tenga particular interés en hablar y debatir.

A pesar de sentirse algo aturdido y confuso por la experiencia que estaba viviendo, C. siguió el juego y aunque le hubiera encantado hablar con muchos de los que fueron y que ahí se encontraban, no dudó en su elección, nombrando a Ángel Vázquez y a  Mohamed Chukri. ¿Qué podía unirle a esos dos escritores malditos, borrachos más que  alcohólicos, que había elegido? Solo había leído un libro de cada uno, pero ambos, La vida perra de Juanita y Tiempo de errores, le habían impresionado y marcado, le habían hecho sentirse próximo a estos dos empedernidos pesimistas, él, que era un optimista irreconciliable. Sus vidas no habían sido un ejemplo para nadie, nada bueno que aprender de ellos, pero la innegable y terrible clarividencia de ambos como la del fascista Céline, le había atrapado. “Voir clair dans ce qui est” decía Celine con cínico sarcasmo. ¿Por qué deseaba enfrentarse a ellos? ¿Acaso echaba en falta una vida de sufrimientos y carencias que no había tenido? Nada de eso, lo que C. realmente  deseaba, era  hablar de su Tánger con dos auténticos tangerinos que conocieran la cruz y la cara de la ciudad, sus hechizos y sus secretos no siempre revelados. No le interesaba la opinión de los “extranjeros”, de esos que nunca y a su pesar, pudieron evitar establecer esa invisible distancia con el Tánger profundo, como si siempre hubieran estado de visita o de paso. Los lugares pertenecen a sus  habitantes, a aquellos que asumen, interiorizan y hacen suya la ciudad y a sus vecinos, pero nunca será de sus visitantes. Para los primeros son su vida, para los segundos son una experiencia más o menos enriquecedora.

-Mira Mohamed, yo no me puedo inventar los malos recuerdos que no tengo, ni los malos ratos que no viví. Ni tú tampoco, pero al revés, se dijo a sí mismo como si hablara con Choukry. Ya nos has contado hasta la saciedad, lo mal que lo pasaste, y bien que te vengaste de tus protectores Paul Bowles y Jean Genet, en una miserable demostración de ingratitud y de nula lealtad. Pero esos conceptos para ti, viniendo del otro lado, del lado malo de la vida, no tienen demasiado peso, ni sentido. Mas una cosa te digo, no se pasa de vivir en la miseria a escritor de éxito sin un mecenas o muchos mecenas. Tú sabrás lo que callas. Tú sabrás a qué altura situaste tu dignidad. Dicen tus paisanos que das una mala imagen de Tánger, yo sin embargo, pienso que tanto el negativo como la foto, son necesarios para completar la imagen. Nada es totalmente blanco ni negro, hay demasiados matices entre ambos colores o falta de colores. Creo encontrarme en medio, dónde la gente corriente. Ni turista, ni limpiabotas. Ni borracho, ni abstemio. Desde tu extremo, eres un escritor maldito pero necesario. Mohamed, una parte de la verdad sobre la vida y sobre Tánger es tuya, pero no puedes negar las alícuotas bien distintas que nos corresponden a Paul y a mí. Yo no barnicé con una pátina dulzona mis recuerdos, ni enmascaré mí pasado, simplemente traté de describirlo desde mi nostalgia y mi cariño. Era mi parte de una realidad más completa y compleja  que engloba e incluye a la tuya. Me fastidia tu maniqueísmo y todos los maniqueísmos, porque nacen del resentimiento y de la envidia. Echarles la culpa a los que no han tenido tu mala suerte y convertirlos en los responsables directos o indirectos de tus desdichas, no es el mejor remedio, ni tampoco la justificación para aplacar tu malestar y tu rebeldía.

            Sentado frente a él, Mohamed Choukry o su fantasma, miraba al vacío con aire indiferente, sin ningún gesto que revelara su pensamiento o su opinión. C. tuvo que imaginar su respuesta, porque del “resucitado”, no salió nada:

-Eres un pequeño cabrón, al que podría destrozar con una argumentación precisa y pasarte por encima como una  apisonadora. Pero estoy muerto, enano, y los muertos ya hemos dicho o escrito todo lo que teníamos que decir y que callar en vida. Así que jódete. Si quieres una respuesta vuelve a mis libros y piensa lo que te  apetezca.

Mientras C. se respondía por Chukry, este había desaparecido y en su lugar estaba sentado Ángel Vázquez (en realidad su primer nombre era Antonio y él se inclinó por Ángel, porque Antonio le parecía un nombre muy de torero, seguramente pensaba en Antonio Bienvenida y en Antonio Ordoñez), el tangerino que escribió la vida perra de la inefable Juanita Narboni, su alter ego.

-Estimado Ángel: Juanita se ha convertido en un arquetipo de tangerina de clase media baja, pero además, a través de sus palabras queda reflejada parte de la gloria y de la decadencia de Tánger, sobre todo de esta última. Yo leí la novela en 1981, cinco años después de su publicación. Lo extraordinario es que pasados veinte años, en una noche de insomnio y de extraña inspiración por inesperada, le escribí una carta a Juanita, en la que mi personaje, Sol Bensusan, consigue reproducir el lenguaje, la cadencia y el ritmo que empleaba Juanita, para situarse en su universo, como si el texto le hubiera sido dictado por ti mismo. Pero con todo, Sol no habla como Juanita, en sus recuerdos tangerinos, hay añoranza y cariño, como demuestra este párrafo de su segunda e inédita carta a Juanita:

Querida Juanita: Aquí estoy de nuevo, reina. Soy tu amiga Sol. Mira “habiba”, dices que Tánger es como una caracola que va recogiendo los peores ruidos del mundo, seguramente sea verdad en parte, pero te olvidas de lo bueno mi bien, porque también recogía todos los ruidos buenos, en esa “deliciosa mentira”, como dijo alguna vez tu entrañable amigo Emilio Sanz  de Soto, cabíamos todos, los buenos, los malos y los regulares. Nadie nos preguntaba por nuestras creencias religiosas ni políticas o nuestra condición sexual. Y eso, era y sigue siendo bueno. Juanita, tu estudiaste en tres escuelas, la francesa, la italiana y la inglesa, “aiwa”, te parece poco? Trabajaste con un judío húngaro al que tú solo entendías, hablabas haquetía, qué quieres que te diga reina, eso nada más que podía pasar en Tánger. ¿Tú crees que en otro lugar del mundo, tu madre, Mariquita Molina, habría encontrado una pigmalion como Monique Boissonet, la dueña de la sombrerería en la que ella empezó? ¿Por qué esa amargura entonces, de dónde te vino ese mal que “te cayó el mazal” ?  Dicen, que si no te llega a amamantar una negra de Larache, te hubieras muerto. Ya sabía yo Juanita, que algo teníamos en común tú y yo, la leche que mamamos era del mismo sitio, de mi entrañable Larache, pero a mí parece que me sentó mejor, querida.

Por el contrario, en Juanita hay ironía, un pelín de mala leche, pero también una amargura mal disimuladas. Para mí, Tánger trasciende tu pesimismo y el resentimiento de Chukry, y discurre por muchos senderos donde también caben la alegría de vivir y de ser tangerinos. Nadie puede negar su belleza paisajística, abrazada en sus extremos por dos cabos, el Espartel y el Malabata , las aguas que bañan su bahía recogen el encuentro de dos mares, el tranquilo Mediterráneo y el majestuoso Atlántico, dando lugar a extraordinarias playas a uno y otro lado de la ciudad. La época del auge tangerino, la belle époque, no solo perdura en los libros y en los recuerdos de algunos y ya escasos  supervivientes, sino que todavía su luz ilumina algunas calles y edificios, y su espíritu planea sobre la ciudad como queriendo dejar constancia  de su rico pasado. Contigo, amigo Ángel, me ocurre como con Mohamed, aprecio y admiro tu extraordinario monólogo tangerino, pero rechazo parte del pesimismo que de él se desprende.

Tampoco Vázquez pareció atender al relato de  C. y solo se permitió exhibir una sonrisa entre cómplice y socarrona, como punto final a su breve encuentro. Eso sí, demostró más educación y mayor cortesía que el tosco Choukry en su despedida. C. estaba de nuevo solo en la mesa, miró a su alrededor, recorriendo con pausa y fijándose en el detalle, toda la sala. Sintió que todo aquello (ambiente, personas y decoración) que en principio podía considerarse un loable intento (ficticio o real) de recuperación de la memoria cultural tangerina, había resultado fallido y había quedado reducido a un pequeño esperpento que le inspiraba una mezcla de sensaciones contradictorias como tristeza, decepción, pena y hastío. No habían transcurrido más de cinco minutos, cuando las tres damas se le acercaron para acompañarlo a la puerta y se manifestaron del modo siguiente: 

- Estimado amigo: Como podrá imaginar, nos hubiera gustado dedicarle más tiempo y que su entrevista, más que encuentro, con los dos escritores tangerinos, hubiera resultado más provechosa, pero las cosas son como son o como fueron, y todo ha cambiado tanto, querido amigo, que volver sobre nuestros pasos, puede resultar una pérdida irreparable de tiempo. Todos nosotros fuimos, estuvimos, y dejamos nuestro legado, cada cual según sus capacidades. Pero indudablemente, entre unos y otros ayudamos a levantar el pequeño o gran edificio de la historia de nuestra ciudad. Las últimas palabras fueron de Rachel Muyal: -  Jasrá. Tanger for ever.    

C. se preguntó cómo y por qué su visita a la librería, se había convertido en un viaje al pasado y a la nostalgia, en un nuevo reencuentro (pues no era el primero) con el Tánger mítico y eterno. Reflexionó sobre la conveniencia e incluso sobre la utilidad de volver a escribir sobre lo mismo y sobre su validez literaria. ¿Para qué y por qué se escribe? Las preguntas de siempre le acechaban de nuevo. Salió a la calle y respiró profundamente pues sintió alivio, por una doble razón, en primer lugar, por abandonar un pasado que empezaba a agobiarle y en segundo lugar, por acabar un relato que no parecía tener fin. Salió con paso ligero, recorrió apenas veinte metros, giró hacía la Calle Goya y desapareció.

Nota del autor: No sabemos hacía dónde se dirigió C. por la Calle Goya, pues es posible que este relato no haya acabado todavía.

                                                                                              2015

 

    4.-La Calle Goya

¿Adónde se dirigió C. cuando dobló la esquina del Boulevard con la calle Goya? Nunca lo sabremos. Porque si bien todo lo que le ocurrió a nuestro personaje antes de entrar en la librería fue tan real como anodino, pues es verdad que se hospedó en el hotel Rembrandt y que desayunó en una cafetería próxima a aquél,  siempre desconoceremos si lo que pasó dentro de la librería fue real o inventado y si transcurrió delante o detrás de ese fino e invisible velo que separa a la realidad de la ficción.

Antes de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la visita y entregándole un ejemplar del libro   La Memoria Blanqueada, cuyo autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger, y que siempre se consideró tangerino de vocación.

Para C., la calle Goya era una de las calles de su memoria sentimental  y aquel paseo que había emprendido, era un paseo por el tiempo y la nostalgia, un paseo por las calles de su vida. Cuando uno rememora y recrea su pasado en un deseo vano de revivirlo, lo que subyace en ese intento es contar y captar  la vida, la propia y la de los otros, la de aquellos seres que compartieron con uno, sonrisas, palabras, sonidos, olores, paisajes, lugares  y miradas;  la de aquellos seres que fueron testigos de un mismo tiempo y de unos mismos momentos.

Pero si bien es cierto que jamás podremos seguir a C. por la calle Goya, sí que podemos imaginarlo. C. tenía varias opciones y eligió seguir  el camino que llevaba. Se adentró en la calle Goya, a la que curiosamente encontró muy poco cambiada. Hasta llegar al cruce con la calle Méjico, todo seguía igual. Decidió pararse en la puerta de la Pastelería Porte, donde casualmente, Monsieur Porte y  su hijo, fumaban un pitillo en un descanso del quehacer diario. Los saludó y al hacerlo, recobró la imagen del hijo, aquel joven delgaducho, de pelo castaño, casi rubio, y  de sonrisa socarrona. C. no estaba ya  para sorpresas después de lo vivido en la librería. Monsieur Porte se dirigió a él con estas palabras:

- Nos alegra verte de nuevo por aquí en tanto que nosotros permanecemos como testigos de un mundo que ya no existe,  pero cuya luz todavía alumbra el presente. Ningún tangerino de entonces podría pasar de largo por nuestro establecimiento sin que los recuerdos le asaltaran, ya que fuimos parte integrante e importante de aquel Tánger irrepetible. Hemos visto desfilar por aquí a lo mejor y a lo peor de la sociedad tangerina y del mundo: políticos, escritores, actores, millonarios, contrabandistas, prostitutas y grandes señoras. Este salón de té a todos seducía por la atención dispensada y por la calidad de nuestros productos. Por cierto, señor C., en una de nuestras mesas, están sentadas dos damas que usted conoce muy bien: Sol Bensusan y Juanita Narboni.

C. no pudo resistirse y entró en el salón.  Se acercó a la mesa donde las dos mujeres tomaban un té a la menta. Al llegar él, las dos damas mostraron primero sorpresa y luego un cierto jubilo alumbró sus rostros al verlo aparecer tan inesperadamente. Lo invitaron a sentarse. Nuestro personaje les contó que había estado en la librería y que había vivido instantes de una intensidad inolvidable, sobre todo en la trastienda. Ellas no parecieron sorprenderse por el relato de C.

- Amigo escritor, la inmortalidad o más precisamente la perennidad de un mundo desaparecido, existe por vosotros los escritores, los contadores de la memoria. Ese mundo camina con vosotros siempre y emerge cuando vuestro pensamiento vuelve a él y lo recrea, ya sea en relatos, cuentos o novelas. Esa necesidad que sentís por traer el pasado al presente, es la que hace que nunca aquel se olvide y que siga viviendo en ustedes y en vuestros lectores, dijo Juanita. C. apostilló:

- Hay mucho de verdad en lo que dices, pero ¿Por qué  esa necesidad de volver a recrear  lo que ya tuvo lugar?   

- Porque la imaginación es libre, amigo, y además todo cuanto hemos vivido, sufrido o disfrutado, reaparece cualquier día, a la vuelta de cualquier esquina, y nos indica el camino a seguir. Algunos como tú, tenéis la “baraka” como decía mi recordado Mohamed Sibari, que os permite retratar con hermosas palabras, lo que los demás vivimos, dijo Sol. Y añadió:

- Yo por ejemplo, nací de tu pluma una noche de insomnio, cuando seguramente Tánger y mi amiga Juanita te visitaron para mostrarte la manera  de hacerlo. Entonces, con tu pluma me puse a escribirle una carta a Juanita, llena de sentimiento, de nostalgia y sobre todo de amor hacia aquel Tánger único y a aquellos años, donde todos los jóvenes tangerinos compartimos la alegría de vivir y el esplendor de la juventud. Por eso hoy, Juanita y yo, nos entendemos y nos comprendemos, porque venimos de un mismo mundo y porque el edificio de nuestro pasado está construido con los mismos materiales. Tu pluma es la que ha conseguido que estemos sentadas en esta mesa y en este magnífico salón de té, hablando contigo de nuestras vidas entrecruzadas y de nuestra memoria común. 

- A ti Sol Bensusan y a ti Juanita Narboni, a ambas os pregunto: ¿De dónde somos nosotros, acaso fuimos predestinados a nacer en tierra de nadie y a no tener ninguna identidad definida?  Ni marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni italianos, ni tampoco ingleses, aunque nos sintamos un poquito de todo y de todos. Poliglotas, como poco bi o trilingües, y sobre todo mestizos culturales, hoy estamos esparcidos por el mundo, por todas las patrias y por todas las religiones, pero a ninguna pertenecemos, porque no podemos evitar ser fundamentalmente tangerinos, y eso quería decir todo y de todo un poco. Yerra quien cree que por haber abandonado su casa, puede olvidarla y borrar sus orígenes,  sus vivencias y su manera de ser. ¿Seríais capaces de dar una respuesta definida ante una pregunta tan directa como sencilla para cualquiera, como: ¿Tú qué eres, judío, cristiano, musulmán, agnóstico, español, francés, marroquí… ? Cualquier respuesta sería reduccionista, porque apenas  abarcaría   alguna de las caras de nuestro prisma multicultural. Yo llevo toda mi vida tratando de contestar a esa pregunta y casi todos mis libros tienen una parte de mi respuesta todavía inacabada, dijo C. y añadió: No me siento de ningún lugar, soy una apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino. 

Sin esperar respuesta, C. se levantó de la mesa, abrazó a las dos mujeres y se despidió emocionado, sabiendo que su esfuerzo y su interés por recuperar el tiempo perdido, no había sido vano. Al salir, cambió de acera,  pues desviándose unos pocos metros por la siguiente calle que atravesaba la Calle Goya, no sabía muy bien si trabajaba o regentaba el negocio de reparto de butano, el hermano de su amigo Abraham Bengio.  Lo saludó con un gesto de la mano como solía en el pasado y este le devolvió el saludo. Volvió a la calle que traía desde un principio y unos metros más abajo, se detuvo para hablar un rato con Rachid el dueño de la disco 07 (eran los primeros años del super agente James Bond). Rachid era en aquel tiempo un joven alto, espigado y con el pelo dorado, muy apuesto:

- ¡Joder Rachid!  ¡Cuánto tiempo ha pasado y qué buenos ratos pasamos ahí  abajo!

Rachid sonrió y le dio un abrazo cariñoso. C. siguió su camino y unos metros más abajo, se detuvo en la puerta del Cine Goya, propiedad de la familia de  su compañero de liceo Simón Cohen. Un gran tipo al que tuvo la oportunidad de impartir clases de Física junto a su otro amigo David Mamán durante una temporada. Recordaba que el pago por las clases a ambos  eran 5 dirhams y la merienda, una merienda suculenta, que les servía la madre de David.  Contiguo al cine, a su derecha, se hallaba el Sport Hall, un local de juegos diversos que regentaba un judío polaco apellidado Hirt. Era centro de reunión de jóvenes y menos jóvenes para  jugar al billar, al futbolín o al ping-pong. Allí tuvo la oportunidad de practicar  uno de sus deportes favoritos, el tenis de mesa, en memorables partidos contra el norteamericano David Woolman o el tangerino Mustafá. Prefirió no entrar, porque la emoción del reencuentro podría embargarle y desestabilizarle en la ruta que se había trazado. De una de las cajas de música del local se podía oír a Tom Jones cantando  Delilah. Bajó unos metros por la pequeña cuesta que daba al cruce de caminos o “rond point” donde terminaba la calle. Optó por situarse en el centro del cruce, donde tenía a su frente el salón Roxy y un poco más abajo el Cine Roxy; a su izquierda el Lycée Regnault,  a su derecha el edificio donde vivió que hacía esquina entre la calle Goya y la calle Juana de Arco. ¡Cuántos recuerdos, cuántas imágenes!

En la puerta principal del “Lycée” departían amigablemente dos ilustres profesores como lo fueron Monsieur Rousseau y Monsieur Fabre, este último  quizás el mejor profesor de siempre para C., por esa manera tan aparentemente sencilla como bien elaborada de explicar las matemáticas, tanto el Álgebra como la Geometría Analítica. Sus demostraciones le dejaban boquiabierto, y todavía hoy, pasados cincuenta años, era capaz de recordar con precisión algunas de estas. Solo alguien que había dedicado mucho tiempo y trabajo a la metodología  didáctica, podía convertir una clase de matemáticas en una pequeña obra de arte. Un enunciado como: “Le trinôme du second degré a le signe de son premier coéfficient sauf por les valeurs de x comprises entre les racines” que podía parecer un axioma en el que convenía creer, lo transformaba Monsieur Fabre en la derivada lógica de un sencillo razonamiento inductivo que conducía al origen del trinomio de segundo grado y que C. era todavía capaz de repetir en los mismos términos y siguiendo los mismos pasos que su maestro.

En la pequeña terraza del salón Roxy, en una de las mesas departían  amigablemente su compañero de entonces Guessous y Tahar BenJelloun, tomando un té y fumando un pitillo, dos acompañantes esenciales para una charla sosegada. Dentro se encontraban alrededor de una mesita tratando de solucionar un problema de Física, Tajjedine Raisuni, Armando Israel y Pepe Cerralbo, en apasionada discusión, mientras  Cohen formulaba su solución al problema. 

C. salió del salón y tomó la calle del Cine Roxy, al pasar por la puerta de este, recordó una anécdota que siempre conservó en su memoria: Era noviembre y llovía tenuemente, C. caminaba junto a Chantal  que había empezado a ser algo más que su amiga, hablando de cosas propias de su edad. Llegados a la altura  del cine Roxy,  Chantal cruzó la carretera que separaba ambas aceras y se abalanzó sobre un joven que venía en dirección opuesta, fundiéndose en un abrazo más que cariñoso. C. con la palabra todavía en la boca, siguió su camino entre sorprendido y desolado.  Pensó que aquella mujer se había comportado como una estúpida y nunca más le dirigió la palabra a lo largo del curso.

C. se detuvo ante la puerta del cine y alargó la vista hacia el final de aquella calle que no le apetecía recorrer. Unos metros más abajo, en la misma acera en la que se encontraba, regentaba su academia de dactilografía Mme Bouadana, academia a  la que C. tuvo la oportunidad de asistir durante algunos meses, cuando todavía era muy útil aprender a escribir a máquina.  Al final de la calle vivía con su familia, su compañero y amigo Gerard Zaoui, hijo de un ilustre abogado condecorado con la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa por su participación en la Resistencia. A este hombre, que en lugar de hablar parecía declamar, como los grandes actores de la escena francesa, le oyó un día C. pronunciar estas palabras sin detenerse  y sin necesidad de reflexión previa, tal era su capacidad de improvisación y su dominio de la oratoria: “Un primer fracaso es siempre necesario, un segundo fracaso es a veces útil, un tercer fracaso no es jamás inútil.”

C. volvió sobre sus pasos muy  lentamente, cual un funambulista que está llegando al final de su trayecto sobre el alambre. Sintió que esta vez  caminaba en sentido inverso, desde el pasado al presente, al final de un viaje de doble sentido, donde pasado y presente se turnaban, llegando incluso a confundirse. Se sentó en una de las mesas del salón Roxy a contemplar con parsimonia y detenimiento su entorno. Pudo comprobar por fin, que aunque casi nada había cambiado,  ya nada era ni sería igual, pues: ¿No es la vida ese proceso continuo, dinámico y renovador,  donde unas personas  son sustituidas por otras, donde una época sucede a otra y una civilización reemplaza a la anterior; y así hasta el final de los tiempos? Se levantó y se dirigió a la acera de enfrente donde le esperaba fumando un cigarrillo, mientras mantenía la mano derecha en el bolsillo, en una pose muy suya, su entrañable amigo Leonardo. Se saludaron  y en silencio, ambos emprendieron el camino de la calle Juana de Arco, que para ellos también había sido en muchas ocasiones el camino de la amistad inquebrantable. Caminaron una vez más sobre sus pasos perdidos en el cemento, hasta que sus siluetas se fueron disipando a medida que se alejaban, y acabaron desapareciendo en el espacio y en el tiempo, con vocación de eternidad.  

                                               2015

                                                     

 5.- Encuentro en Tánger

1

Juanita  y Sol

Sol Bensusan era una joven tangerina como tantas otras, hasta que se le ocurrió escribirle una carta a Juanita Narboni que para su sorpresa, dio la vuelta al mundo. Cualquiera puede encontrar la carta en Google. Juanita Narboni, como todos sabréis se ha convertido con el paso de los años (la novela se publicó en 1976) en un arquetipo literario creado por el escritor también tangerino Ángel Vázquez, hasta tal punto que no sabremos nunca si Juanita fue un personaje real o ficticio. De manera que cuando en el año 2002, Sol le escribe a Juanita y le expresa su amistad y le transmite sus sentimientos, no sabemos si ambas se conocieron realmente o si Sol establece un dialogo con un personaje novelado. Al menos yo, tengo mis dudas. Tanto Sol como Juanita, poseen la impronta tangerina y eso se manifiesta  en sus expresiones, en su manera de vivir su ciudad y de contar su pasado. Pero bueno, lo que yo como narrador pretendo, es relatar el encuentro de estas dos tangerinas, esperando que del intercambio de  vivencias, de reflexiones y de opiniones surja el milagro que ilumine el esplendor de Tánger y la memoria de sus habitantes. Es indiferente que ambas sean personajes reales o inventados.

Esta mañana de verano,  Sol y Juanita se han citado en un café cercano a la playa municipal, junto al Hotel Rif.  Sol está un poco nerviosa porque lleva años sin ver a su amiga Juanita. ¿Qué aspecto tendrá, qué habrá sido de ella, al bimier baharnes? Se pregunta mientras baja por la cuesta de la playa, qué quebradera, después hay que subirla, piensa. ¿Qué se dirán al verse de nuevo?  ¿Cuánto les durará el primer silencio, ese que viene tras los besos y abrazos? Espero que poco, se dice Sol, que sea cortito por el Dio. Sol entra en el referido café y apenas dentro, exclama: Uah mírala, es ella. Ahí está Juanita  sentada en una mesa con las piernas cruzadas, lleva gafas de sol y una especie de turbante de colores llamativos que le cubre parcialmente la cabeza. Conserva su tradicional elegancia tangerina. Parece salida de una película de los años 50. Llegado el momento tan esperado como temido por Sol, ambas mujeres se abrazan, se miden, se miran, como si nunca se hubieran visto.

-        ¡Qué bien te conservas Juanita! - exclama Sol-.

-        Y tú qué joven estás Sol, nunca te hubiera imaginado así, tan lozana y hermosa, lo bueno.

Por fin se sientan.

-       Mira Juanita, te he traído un regalito de España, por una parte, no sabía qué traerte, pero por otra no quería que de nuestro encuentro, no te quedara ningún recuerdo, no es por lo material, ya me entiendes…

-       No te hubieras molestado mujer, pues sabes muy bien, que desde que me dijiste que vendrías, no he podido olvidar el detalle. Muchas gracias de todos modos. Eres un diamante Solita.

Una vez pasados los primeros minutos e intercambiados los parabienes, ambas mujeres permanecen un tiempo en silencio, que Sol se encarga de romper.

-        ¿Juanita, te has parado alguna vez a pensar sobre nosotras y nuestra realidad? ¿Somos personajes de ficción o somos más bien la representación de muchas mujeres que vivieron en nuestra época y en nuestro lugar? 

-       ¿Qué importa que hayamos existido o no? ¿Y eso qué más da? -siguió Juanita-. Yo estoy convencida de que sino idénticas a nosotras, fueron muchas las Juanitas Narboni y las Soles Bensusan, con otros nombres sí, pero con vidas e inquietudes parecidas a las nuestras, en aquel Tánger de los 50 y los 60. Fíjate que cuando recibí tu primera carta, me sentí retratada y feliz porque alguien más reflejara con tanta precisión lo que yo misma había sentido en tantas ocasiones. Experimenté una sensación extraña, como si mi historia no hubiera acabado y su continuación me permitiera seguir viva. Ahora mismo estoy aquí de nuevo como si hubiera escapado del libro, hablando contigo, reina. Es casi un milagro. Es como si Ángel le hubiera dado el testigo a León para que siguiera.  Así que ahora podremos explayarnos y hablar de nuestro pueblo y también de nosotras.

-       Han pasado cuarenta años desde que saliera tu vida perra a la luz, Juanita, yo soy algo más joven, hace solo una veintena de años que me convertí en personaje público -continuó Sol-. La pregunta que siempre me viene a la cabeza, Juanita, es: ¿Por qué Tánger?  Yo nací en Larache, donde viví hasta los diecisiete, aunque casi la mitad de ese tiempo lo pasé entre Zoco-el-Arba y  Rabat, hasta que llegué a Tánger en el 64. Lo extraordinario no es cómo era entonces aquella ciudad, sino cómo la percibí y la interioricé yo y cómo  la convertí en mía para siempre. Tánger seguía siendo un espacio de mestizaje cultural  y religioso, pero también social y político. Recordarás  Juanita, que habían bastantes centros educativos, como el Instituto español Severo Ochoa, el Liceo francés Regnault, el Instituto alemán Goethe, el italiano Dante Alighieri, la American School, el English College, además de los colegios marroquíes y de la Alianza israelita. No estaba nada mal para una ciudad que no alcanzaba los  doscientos mil habitantes.

-       Es cierto -prosiguió Juanita- que el carácter o más precisamente la idiosincrasia tangerina, se forjó entre otras cosas, a base de afinar el oído y de familiarizarse con los sonidos, las entonaciones, las gesticulaciones y hasta los ruidos de tantos idiomas diferentes, que parecían fundirse en uno solo, cuando alguien pronunciaba: Arrête de déconner mon vieux, déjame en paz por favor, a jai baraka msdar. Como si necesitara decir las cosas en varios idiomas para ser entendido. Pero lo sorprendente, es que nadie podía adivinar cuál de estas tres lenguas era la materna de ese alguien. Porque los tangerinos no hablábamos varios idiomas, los interiorizábamos y los hacíamos nuestros. Decía un famoso filósofo español, creo que era Emilio Lledó: “Los otros son otros en la medida en que son diferentes de nosotros; la otredad es entonces esa posibilidad de reconocer, respetar y convivir con la diferencia”. Sin embargo, la manera tangerina de considerar la “otredad” enriquece, profundiza y amplía  esa hermosa definición. No se trata ya solo de tolerar o de aceptar al otro, los tangerinos dimos un paso más, en el sentido de  considerar al otro como a uno mismo, de ser en definitiva  igual que el otro, de forma que el otro deja de ser otro y por tanto diferente. Y qué mejor para conseguirlo que hablar como el otro. Cuando una o uno se refería o pensaba en Gerard, Maurice, Khalid, Carmen, Alberto, Luigi o Rachida, solo veía unos rostros o más precisamente unos seres, cuyos nombres no eran más que etiquetas para distinguirlos, sin ningún otro prejuicio o componente racial, social o religioso. ¿Quién podría sentirse extranjero en aquel Tánger?

-       ¡Qué bien lo has expresado Juanita! -exclamó Sol-. Nunca olvidaré la frase de mi amiga Françoise, una italiana de origen, pero sobre todo una tangerina genuina:” -  Tánger es el único lugar donde me siento en casa”, me confesó una tarde noche durante un reencuentro de tangerinos en 2007.  ¡Cuánta verdad y cuanto amor  a su ciudad revelan sus palabras!  A mí me estremecieron. Permíteme Juanita que dedique algunos minutos a hablarte de mi amiga Francesca, porque me consta que no llegaste a conocerla.

2

Francesca

-       Francesca nació en Tánger a finales de la década de los años 40 del siglo XX. Sus padres se habían trasladado a nuestra ciudad huyendo de los bombardeos sobre Italia durante la segunda guerra mundial. Eran originarios de Aprilia, un pueblo distante solo 40 kilómetros de Roma. Francesca creció en el Tánger paradigmático de los 50. Primero en el colegio italiano donde cursó los estudios primarios y luego en el Lycée Regnault donde completó los secundarios. Fue tal su identificación con la cultura francesa que se hizo llamar Françoise, como todas sus compañeras la conocíamos. Con dieciséis años hablaba italiano, francés y español a la perfección, y como buena tangerina pasaba de una lengua a otra según le parecía y sin darse apenas cuenta. Cuando yo la conocí, debía de tener mi edad, diecisiete o dieciocho años. Chatita y pecosa, era una chica mona, sin más. Su atractivo residía en su sonrisa y en unas piernas nada desdeñables. En la década de los 70 se marchó a vivir a Paris,  cuando el gran éxodo tangerino. Volví a verla en el año 2007, cuarenta años más tarde. Conservaba el mismo aspecto y el mismo atractivo. Me contó que se había casado en Paris con un judío tangerino y que había tenido una hija con él. Acabó separándose. Él, un hombre liberal y agnóstico en su juventud, se había convertido en alguien muy religioso e integrista. Su expresión reflejaba cierta melancolía cuando relataba su historia en el exilio parisino. Como si se diera cuenta de que su vida había sido una oportunidad fallida. Recuerdo sobre todo su mirada triste, vacía, ausente, que parecía recorrer todo su pasado, como si se preguntara una vez más por qué tuvo que abandonar su tierra. Había cierta amargura y desolación en esa constatación. Sin embargo, saberse en Tánger, aunque solo fuera por pocos días, parecía devolverle parte de la alegría perdida. Cuando me despedí de ella, comprendí mucho mejor  lo que Tánger significó para todos los tangerinos y el dolor profundo e irremediable del exilio. Todas y todos nos convertimos en tangerinos errantes y vagamos por el mundo en una diáspora sin retorno. Ya sé que esta idea la he repetido en numerosas ocasiones de manera diferente, pero creo que es fiel reflejo de lo que ocurrió en nuestro interior.    

3

-       Por lo que sé de ti Sol-dijo Juanita-, tu llegada a Tánger coincidió con lo mejor de tu juventud. En esos años empezaron a desarrollarse tus inquietudes intelectuales y políticas. Y no sé hasta qué punto Tánger influyó o catalizó  esos cambios personales. 

-       No te equivocas Juanita -continuó Sol-. Conocí a tangerinos que sin proponérselo, determinaron mi devenir, abriéndome puertas y caminos que desconocía y orientándome para seguir mi ruta vital. Fueron ellos, amigos y profesores, pero también la ciudad y lo que representaba. No sé si hablar de revelación sería apropiado, por la connotación religiosa que encierra esa palabra, pero algo de eso hubo.

-       Indudablemente, una ha de estar preparada para recibir los magisterios, y ser lo suficientemente permeable y sensible para que las influencias “positivas” penetren en nosotras. Quiero con esto significar, que tú llegaste a Tánger en el momento preciso para que  en ti tuviera lugar el cambio, la evolución o el descubrimiento, como quieras llamarle. La experiencia tangerina fue de algún modo la que faltaba para sumarse a las anteriores y llegó justo cuando tenía que haberlo hecho.  Quizás por eso fue tan importante en tu vida.  

-       No esperaba, amiga Juanita, que acabáramos reflexionando sobre las razones que convirtieron mi experiencia tangerina en algo insólito y definitivo. Pero todo puede pasar cuando dos personajes que basculan entre la ficción y la realidad se encuentran a medio  camino entre ambas. Pero hablemos de ti Juanita.

-       De mí hay poco que añadir, casi todo lo dijo el malogrado de Ángel. Sigo llena de malentendidos, de contradicciones, y sigo llegando tarde a todos los sitios. Bueno, hay que decir que a nuestra cita, he acudido muy puntual. Es broma. Quiero decir que siempre anduve unos pasos por detrás de la rueda de la vida. Y por eso se me escaparon casi todas las cosas buenas. Mis trenes pasaron de largo. Como ponía  Ángel en mi boca: Dios le da pañuelos a quien no tiene mocos. A mí nunca me tocó la tómbola por muchas ferias a las que asistí. Pero sí puedo decir que vi el Gran circo Americano y a Manolita Chen. Y que tuve la suerte de vivir en el Gran Tánger. No debería quejarme reina.  Pero yo soy así, como me parió mi madre. Por favor León, mi bueno,  no sigas, porque vas a acabar escribiendo la segunda parte del libro de Vázquez. Y eso no, por favor, ya estoy harta, con una historia tuve bastante.

Las dos mujeres se abrazaron con ternura y complicidad y gritaron: ¡Viva Malabata! ¡Malabata for ever!  Luego desaparecieron, se esfumaron para siempre. Si queréis encontrarlas, buscad, buscad y no descanséis nunca, seguro que se esconden en alguna morada tangerina, lejos, muy lejos de la realidad. 

                                                                                              Enero 2017


**Esta pentalogía ha sido publicada como tal  en mi libro Crónica de un reencuentro (2019 Edit. Circulo Rojo)                                                                                             

 

 

Carta de un ciudadano corriente

  "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallo...