"Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra, y las alondras levantan su vuelo sobre los sembrados." Pío Baroja
Carta
de un ciudadano corriente
Soy nada más y nada menos
que un ciudadano corriente, de clase media, mi mayor virtud es la discreción,
así que fíjense, apenas existo, soy como una sombra apenas esbozada. No salgo
en televisión ni en los periódicos, ni siquiera me conocen la mayoría de mis
conciudadanos. Sin embargo, puedo ser profesor universitario, gustarme y
practicar la literatura y el ensayo, ser políglota y soñador y sobre todas las
cosas puedo y quiero tener opinión, mi opinión, que nadie se moleste. Me gusta decir o escribir lo que pienso
cuando la ocasión y el interlocutor se prestan. Cosas como éstas:
· En nombre de la tradición, la gente permanece anclada en unas formas pasadas que poco o nada ayudan al progreso del hombre.
·
El camino de los nacionalismos acaba casi siempre
en Auschwitz.
· La autoestima y el respeto a uno mismo conducen a la estima y al respeto hacía nuestros semejantes.
· Si Dios existe, como si no existe, tenemos la responsabilidad de no permitir que todo esté permitido.
· Ningún hombre, ninguna idea, ninguna institución está por encima de nosotros.
Heredero de la cultura sefardita por parte paterna y de la sobriedad
castellana por parte materna, hijo, por formación, de la escuela republicana francesa y andaluz
por vocación y sentimiento, desprecio la
incultura y la mala educación y me aburren la trivialidad y la vulgaridad. Odio
la prepotencia y la impunidad con la que un gran número de personajillos
mal versados y sin escrúpulos se pasean por la vida. Adoro la poesía y las canciones
de autor, me gustan entre otros muchos y por razones distintas Salinas, Machado,
Prévert, Benedetti y Baudelaire.
Sigo siendo fiel a Camus, a Voltaire y a Dostoievsky. Aborrezco esta sociedad mercantilista y
utilitaria donde el dinero y el consumo son los patrones de medida. Me aburre
la ineficacia de los políticos que con
su verborrea ampulosa e inútil se extienden en palabras hueras desde tribunas
de cartón, repitiendo sus tópicos a un auditorio mudo y sobre todo sordo. Cómo
si quedara todavía alguna razón para creer. Admiro la humildad y la naturalidad, aprecio por encima de todo
la honradez, la sinceridad, la educación
y la tolerancia (en el mejor sentido de la palabra). Todos estos vocablos
tienen para mí un significado singular donde no caben las medias tintas (que
tampoco me gustan). Los mentirosos, los
interesados, los corruptos, es decir, la inmensa mayoría, no me interesa. No soy un moralista, pero
considero que debemos esforzarnos en
hacer de la vida algo útil para nosotros mismos y para los demás, al menos, el
esfuerzo y la lucha me producen satisfacción y me justifican. Con lo aprendido
y lo heredado me he construido una ética y una estética, así he podido dibujar
mis límites y configurar mis principios, algunos casi (sólo casi) inamovibles que me permiten vivir en
paz conmigo mismo. Por ejemplo, una
amigo o una amiga no es un trapo que uno se pone un día y otro día deja colgado
en el armario, un respeto, eso, pues un respeto, es lo principal y lo
secundario con los amigos. No quiero parecer fundamentalista porque no lo soy,
aunque sí severo conmigo y con los demás. No tengo casi nada claro, únicamente
el casi. Aunque, repito, hay cosas que están mal porque sí, como la
pena de muerte, las dictaduras duras y las blandas, el coartar la libertad de
los demás, la falta de generosidad, el no comprometerse, la falta de respeto o
de coherencia.
Lo que he perdido en espontaneidad,
lo he ganado en prudencia. El proverbio árabe dice: “La primera vez que
tú me engañes, la culpa es tuya, la segunda vez, la culpa es mía “, yo estoy en la tercera,
aquella en la que ya nadie va a engañarme ni nadie va ser culpable de nada. En
el camino se han quedado algunos de mis seres queridos, algunos amores hechos de
humo y
algunas amistades de papel (mojado). Permanecen los recuerdos y las heridas de la memoria.
Ahora soy dueño de mis miserias y
conocedor de las ajenas. Ahora camino en paz, sobrevolando un pasado ingenuo y desafiando un futuro sin sorpresas. Por
fin, me reconozco como un hombre que lleva en su mochila una pequeña dosis de
sabiduría.
Sé que
ninguna verdad es absoluta, creo haber
alcanzado el cinismo absoluto de los pensadores griegos. Ya no soy capaz de
imaginar a Sísifo feliz. Por principios y por educación he aprendido a arrastrar
mi piedra hasta arriba, a sabiendas de que nada ni nadie me esperan. Ni
aplausos, ni sollozos, ni solidaridad. Mi soledad y algún que otro cariño incondicional me acompañan (que no es poco).
Las aspiraciones de alguien ambicioso, entiéndaseme, con la simple y llana
ambición de ser, nada más y nada menos, siempre quedan a medio camino,
inacabadas. Extranjero en un mundo hostil, incomprendido, uno se siente solo,
incluso mejor solo. Baudelaire manifestaba su desdicha y parecía lanzar una
plegaria al Gran Ausente: “Seigneur
mon Dieu, laissez moi faire quelques beaux vers qui me prouvent à moi même que je ne suis pas le dernier des
mortels, que je ne suis pas inférieur à
ceux que je méprise” (“ Señor, Dios mío, permíteme hacer
algunos bellos versos que me demuestren que no soy el último de los mortales,
que no soy inferior a aquellos que desprecio”).
Prefiero mi soledad infinita, como
Cioran o Musset: “Si le ciel nous laissa como un monde avorté, le juste
opposera le dédain à l’absence et ne répondra que par un froid silence au
silence éternel de la divinité “ (“Si el cielo nos
dejó como un mundo abortado, el justo opondrá su desdén a la ausencia y sólo
responderá por un silencio frío al silencio eterno de la divinidad”).
Ahora
por fin, vivo en el “escepticismo global”, pocas cosas me entusiasman (mi nieto, por fin un cariño
sin reglas y sin condiciones, aquél que tiene lugar desde la distancia que une
una vida nueva con otra en declive), pero ya
nada ni nadie me desilusiona. Me
hallo en la misma orilla que Voltaire o La Rochefoucault. Por último, quiero
creer que quizás todavía hay una puerta abierta
que conduce hacía África, hacia los sin tierra, donde aún debe quedar
algún resto de dignidad y de inocencia”.
De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011
Excelente presentación.Sincera,profunda y clara.
ResponderEliminarAconsejo su lectura para una mejor comprensión de la obra de León Cohen.