Excelente trabajo del profesor Amrani. Después de varias lecturas, su artículo me ha parecido un minucioso y profundo análisis de mis textos tangerinos y de sus derivadas, algunas de ellas implícitas. Bajo mi punto de vista, este trabajo literario y yo añadiría que casi psicoanalítico, aporta claridad y luz a mis escritos tangerinos. Considero que además de su perspicacia y experiencia como crítico literario, ha sido sobre todo su condición de tangerino, la que le ha permitido obtener un resultado tan brillante, He de decir que nunca antes, me había sentido tan bien representado como escritor a través de unas reflexiones tan certeras como sorprendentes y bien elaboradas. León Cohen. Enero de 2022.
VOCACION
TANGERINA DE UN LARACHENSE
Hassan
Amrani Meizi Universidad Ibn Zohr, Agadir, Marruecos.
La Frontera Líquida. Estudios sobre
Literatura Hispanomagrebí .
Tirant Humanidades 2019. Editores José Sarria y Manuel Gahete
Pag. 381-392
"Antes de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la visita y entregándole un ejemplar de libro La Memoria Blanqueada, cuyo autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger y siempre se consideró tangerino de vocación. " León Cohen, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.
Rara vez un hombre mereció llevar el
gentilicio de una ciudad por residir en ella un lapso de tiempo bastante corto
de su vida, sobre todo cuando se trata de una ciudad de mucha historia. Ese
hombre se llama León Cohen Mesonero; la ciudad, Tánger. Sin embargo, hay
lugares que hacen que la vida de los
hombres tenga más historia. Los hechos vividos con intensidad transcurren con tal
celeridad que acaban desbordando el tiempo. Entonces, la historia de una vida,
o sea, la edad de un hombre, deja de medirse por el largo paso del tiempo y
lo hace por la densidad de lo acontecido en un tiempo récord.
Los
que nos interesamos por el estudio la literatura de autores españoles o
hispanoamericanos originarios de nuestro país topamos con apellidos sefardíes que
nos recuerdan una época que terminó para siempre: Chocrón, Garzón, Bendahan, Cohen, etc. Excepto el fallecido Isaac Chocrón, estos
autores siguen evocando en sus obras sus
vivencias marroquíes. Entre ellos, destaca el nombre de Cohen: no sólo por ser
de Larache y por escribir sobre esta ciudad, sino también por ser tangerino de
vocación, en una ciudad cuyos habitantes
“se creían elegidos, especiales, como si un dios mitológico les hubiera
otorgado el don de ser precisamente eso, tangerinos y no otra cosa”. (Cohen, Carta
a Juanita Narboni, Memoria Blanqueada:
2006: 54).
Desde
el principio, llama la atención este dato de la autobiografía de este autor: ser
por propia elección, pertenecer por voluntad propia a Tánger, donde “la
identidad” se vislumbra como hecho predeterminado por el destino divino. Parece que el larachense Cohen rompe esta
atadura de nacimiento y forja otro lazo de pertenencia a esta ciudad: una
especie de adopción. La tradición
popular tangerina le es favorable y habla del emblemático Santo y Patrón de la ciudad, Bouarraquía, que recompensa a
los forasteros por haber aceptado su primera y modesta donación hecha de pan a
secas: Mohamed Choukri también fue hijo
adoptivo de la ciudad.
Como todos los mortales, Cohen tiene conciencia de que es
más auténtico ser por elección que por predeterminación ajena, aunque esta
ajenidad sea divina. Poco importa si se trata del Dios Innombrable del
monoteísmo más ancestral o de una pluralidad de dioses protagonistas de
tragedias griegas.
Además, ser de o por vocación, puede remitir a un doble sentido: una vocación
entendida como inclinación personal por un estado o como inspiración con que Dios llama a un
estado. (Cfr. https://dle.rae.es/?id=bzINevX). En
este caso, se descarta de antemano la posibilidad de que este estado sea cuestión de una fe religiosa. Para Cohen, hombre que descarta la injerencia de lo divino
en los asuntos de los mortales[1],
“Tánger es algo más que una manera de
ser, un estado de ánimo o un sentimiento, nos pertenece y le pertenecemos, y
siempre seremos parte el uno del otro”
(Retrouvailles à Tanger,
2018: 75).
Recuerdo
otros argumentos de Cohen acerca del
destino de nacer en un lugar determinado y determinante, Larache, y,
consecuentemente, el razonamiento que acabo de adelantar se me revela como
todavía portador de la semilla de su contradicción originaria. No acaba de
cuajar sólidamente en su aparente elocuencia:
"Hace
muy poco tiempo empecé a escribir un relato del que extraigo el comienzo.
Aliocha soy evidentemente yo, y lo que cuento es exactamente lo que me parecía
mi vida en esos primeros años en Larache, mi pueblo. Nadie elige el lugar de su
nacimiento, ni donde transcurrirá su primera infancia, pero puede ser que el lugar de nacimiento
determine su manera de ser y percibir el mundo"(Introducción a Tributo a dos ciudades:
Larache y Tánger: 2018: 18)
El nacimiento larachense, un loable destino, fragua la visión del mundo del niño Cohen. Sería muy
largo pasear por los senderos trazados por Cohen en sus libros de memoria
larachense para buscar una respuesta a su inclinación adulta por el estado de ánimo
que fue Tánger. Basta con realizar una atenta lectura de un fragmento de su
relato inédito Aliocha, nombre del protagonista
y a la vez alter ego del niño
Cohen. Importa citar la gran fascinación
de León por los parajes naturales deslumbrantes;
parajes larachenses que en el fondo son preámbulos geográficos de los todavía más
fascinantes paisajes tangerinos de la posterior adolescencia y primera juventud
del autor. Dicho nacimiento fue un destino geográfico fantástico por su fatal
cercanía a la vieja dama, Tánger.
Otra cosa distinta es el paisaje cultural y humano del
lugar de nacimiento y primera infancia. Si bien el autor subraya en la
introducción de Tributo a dos ciudades; Larache y Tánger (17) la difícil situación y las privaciones de las
que sufrían todos aquellos niños larachenses de los últimos años del protectorado
español y principios de la independencia
de Marruecos, en el fragmento del relato citado no escatima esfuerzos en
describir la felicidad inocente del niño en este mundo multicultural y étnicamente plural; otro preámbulo larachense
al Tánger de aquellos años cincuenta y sesenta:
“Ha
aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar majestuoso. Le
sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la bravura de la
mar. Aliocha ama la vida y sus encantos.
Sus amigos van a la Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga (…) en el fondo le
da igual entrar en un templo o en otro, con tal de acompañar a un amigo. (Ibid: 19). “
De
modo que la pregunta de por qué la elección de Tánger-y no otras ciudades de su
vida-, que el autor ya de adulto pone en
boca de su otro alter ego, Sol Bensusan en su Encuentro en Tánger (2018: 107),
se convierte en casi retórica. Digamos que el destino de su nacimiento y su primera
niñez favoreció su elección de joven y sobre todo de adulto. No hay
contradicción en el hecho de nacer predestinado a una elección, al contrario es lo sumamente
armónico, incluso en la más
monoteísta de todas las religiones.
Al elegir escribir sobre la ciudad, sobre sus vivencias tangerinas, desde su madurez algecireña, decide crear en
una noche de vigilia un alter ego, Sol Bensusan, una especie de nacimiento
literario y público de León Cohen Tangerino. Las dualidades del Cohen
autor/ personaje invaden la literatura coheniana sobre Tánger, y a veces portan
el signo de algún antagonismo que siempre busca y, de algún modo, consigue
reconciliarse. He adelantado uno, pero hay más[2].
Es el Tánger de autores
que, de una manera u otra, son autobiógrafos: así es Cohen y así son sus
inspiradores y maestros tangerinos, sobre todo Vázquez y su personaje símbolo
del Tánger de aquellos años: Juanita Narboni.
De
modo que Tánger sigue siendo hoy una referencia esencial y significativa en la vida de Cohen, y este hecho remonta a la niñez y se afianza en
la primera juventud del mismo, de tal manera que ya de mayor se muestra capaz
de distinguir a los auténticos tangerinos de los que no lo son. Él mismo se convierte en unos de
los genuinos y auténticos tangerinos, de esos que saben sentir la ciudad, interiorizarla, vivir el estado de ánimo tangerino, la
sensación de vivir entre el sueño y la realidad
de una ciudad en una época mítica
y mitificada. Por eso mismo, convoca la voz de Eduaro Haro Teclen:
“Muchas
veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que probablemente se instala
en esa parte un poco fantasmal de la memoria, en la que algunas personas no
sabemos distinguir lo que fue verdad de lo que fue mentira” (citado por Cohen,
Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger, 2018: 20).
Su
caracterización de su propia vocación no
puede ser más tangerina. Estoy
ante una de las definiciones, genuinamente, más tangerinas que he escuchado en
todo el tiempo que he estado fuera de esta ciudad: el verdadero tangerino no es
el que habita la ciudad, sino es aquel que es habitado por la misma aun – y
sobre todo- cuando vive fuera de ella: si bien el autor se pregunta “qué
es uno sin su paisaje”, acaba reafirmando que “mientras viva Tánger seguirá
habitándome” (Tánger: 2006: 55- 56). Creo que esta definición es muy aplicable a
este tangerino por vocación que hoy sueña con su querida ciudad desde la otra
orilla del estrecho de Gibraltar, desde Algeciras:
“El
viento del Levante arrastra los recuerdos, los empuja desde la otra orilla, esa
orilla tan nuestra tan próxima y tan lejana, la orilla africana. Son voces,
jolgorios e imágenes inventadas por una memoria ya vieja y alejada en el tiempo
y en el espacio. Son los ruidos de la infancia y de la primera juventud.” (Retrouvailles à Tanger, 2018: 75). (La cursiva es del
autor).
La
idealización de Tánger en Cohen encuentra su origen en los años cincuenta del
siglo pasado, en unas visitas familiares a una tía suya que vivía en esta
ciudad. Cada quincena aproximadamente, acompañado de otras tías suyas, el niño
León Cohen Mesonero visitaba a su tía
paterna Simy. Recuerda sus labios pintados de carmín, de donde le saca el
apodo:
“Quizá
por el cariño y la sonrisa sempiterna de
aquella tía a la que bauticé con el nombre de “Carmín” (por la intensidad del
rojo de sus labios), la ciudad me
resultó agradable, pues en mi inocencia, como todos los niños suelen hacer,
asociaba la ciudad con la hospitalidad de mi tía. Eran los años cincuenta: los
del esplendor de Tánger.” (Tánger, 2006: 53).
Este
proceso de asociación de cualidades positivas de personas amadas y queridas por
el niño con Tánger desemboca en la idealización temprana de esta ciudad. En
este sentido, sobra recordar el lugar distinguido que ocupaba y ocupa el propio
padre en el corazón de Cohen. La imagen del próspero mercader de contrabando en
pleno apogeo económico del Tánger Internacional, del perenne don Juan y del sempiterno “bonvivant”
atraviesa muchos de sus relatos:
“Aquel
joven contrabandista que caminaba con su traje de doble pecho, triunfante por
el Boulevard Pasteur y por el Zoco Chico de la envidiada Tánger […] vivió una
vida larga, sin enfermedades ni achaques, le faltaban dos meses para cumplir
los ochenta – y parecía un hombre de setenta- cuando murió de un ataque de
corazón […]. Se llamaba Jacob Cohen Levy -casi nada, Jacobi para los amigos y
era mi padre. “ (2006: 23-24).
En la visión de León, la gallardía de Jacobi fue tal que el autor recurre a una de esas palabras o expresiones atestadas de tiempo marroquí, la sefardí de la haquitía, más expresiva y más acorde con el espíritu evocador, propio del blanqueo de la memoria: Qué gial[3]. (Memoria Blanqueada, 2006: 17). Además, el proceso del blanqueo de la propia memoria tangerina, elaborado por Cohen en su obra, tuvo un efecto visible tanto en la plasmación de la imagen de su propio padre en sus aventuras tangerinas como en la consecuente inclinación del autor por cierta imagen blanqueada de una ciudad que seguramente tenía sus encantos y sus desencantos.[4]
La
experiencia de franquear las aduanas de Asilah, las que separaban la zona internacional
del protectorado español, de la mano de su padre, es también recordada con
nostalgia. Gracias a su padre, León disfrutaba
en Tánger de los pinchitos de “Chez Elias” y las meriendas de “Café Paris”:
(Tánger: 2006: 54). Estas visitas le dejaban un buen sabor de boca en el sentido
literal de la expresión y también en el sentido de una memoria agradable del
paladar, que no requiere blanqueo en ningún sentido para surgir hoy con fuerza
embellecedora de los recuerdos del pasado.
Estos disfrutes en compañía de su admirado
padre hacen que el niño León vaya idealizando a Tánger. Tanto es así que ir a
Tánger era para él como un regalo de fin
de semana. Como muchos larachense, los
propios Cohen se sentían como pueblerinos en Tánger (Ibid). La ciudad había
alcanzado niveles de desarrollo y prosperidad inalcanzables en las ciudades del
protectorado español. A todo ello, habrá
que sumar la belleza cautivadora de sus parajes naturales.
Más tarde, en los años sesenta, por razones profesionales de su padre, su
familia se instala en Tánger entre 1964 y 1968. Afirma Cohen en su texto
denominado “Tánger”:
“En
esos cuatro o cinco años pude vivir experiencias que siempre llevo conmigo y que
dejaron en mí una huella indeleble. […] Mi estancia en Tánger coincidió con el
final de la adolescencia, allí conocí
mis primeras relaciones adultas. De los amigos de juegos infantiles pasé a los amigos de las tertulias intelectuales y
políticas” (Tánger, 2006: 54-55).
Cabe
señalar aquí, siguiendo los datos aducidos por el autor en su Memoria
blanqueada: relatos y retratos sefardíes del norte de Marruecos (2006), algunos
aspectos que marcan esta fase de evolución en la vida de Cohen. El primero se relaciona con la
situación de la ciudad como espacio propicio para el desarrollo intelectual,
filosófico y literario; el segundo tiene que ver con la toma de conciencia política, la apertura al
espíritu rebelde y revolucionario izquierdista que se respiraba en la ciudad en vísperas del
mayo francés de 1968. El joven Cohen era estudiante del Liceo Regnault y no
estaba ajeno al espíritu revolucionario juvenil y estudiantil de esa época:
“Descubrí
a Camus, a Sartre, a Kierkegard a Dostoievsky, gracias a la biblioteca francesa,
adonde acudía muchas tardes del suave otoño tangerino, y a la librairie de
Colonnes; Fue un periodo corto pero intenso, donde las cabezas se movían, algo
se fraguaba, fueron los años anteriores al mayo francés.” (Tánger, 2006: 55)
En
el relato La banda del Koah, Tánger 1965-1968, (2018: 67) habla de sus
amistades tangerinas y se refiere a sus discusiones sobre Camus y Sartre, entre
otros. Son los años del compromiso
político de esas grandes figuras de la literatura universal, citados por el
autor, y entre cultura, literatura y política las fronteras eran borrosas.
Asimismo, el mundo de las letras hispánicas bailaba al son del ritmo cubano que traducía la Revolución al castellano: El Che Guevara
fue transformado en mito y símbolo revolucionario por parte de los movimientos
juveniles estudiantiles y por sindicatos
obreros de muchos países occidentales; Tánger no estaba al abrigo de esos aires
reivindicadores.
La citada librería de Colonnes es referida por Cohen “como
templo de la cultura, que, en tiempos, fue además un círculo de reuniones de republicanos y
antifranquistas” (Librairie de Colonnes, 2018: 85-86). Ilustres de la pluma y la
política frecuentaban de modo asiduo la librería. Cohen cita a algunos como
Eduardo Haro Tecleen, Ángel Vásquez y José Marmolejo. Queda claro que los espacios
públicos tangerinos de la época remitían a Cohen al mundo de las letras, de los
ideales revolucionarios y del compromiso político de intelectuales y literatos.
En resumen, el muy joven Cohen se sintió muy a gusto en
medio de este mundo tangerino recién descubierto: diversión en fiestas
nocturnas, práctica del deporte que más le gustaba, el futbol. Además,
compaginaba armónicamente todo esto con sus estudios, y sus relaciones con sus compañeros y profesores
de colegio. Cohen recalca que:
“Sorprendentemente,
también fueron los años en que practiqué mi deporte favorito, el futbol, en el
Souani o en el Marchan (…) Todo coincidía, era un alumno brillante en clase,
era un excelente futbolista, había caído de pie. Por ende, trabé amistad con
tangerinos de pro como Picho, Poho, Marmolejo, Azkienzov, Saporta […].” (Tánger,
2006:55).
Razones suficientes tiene Cohen hoy para enorgullecerse
de haber estado en sus ayeres tangerinos en el lado correcto de la historia, no
sólo por haberse amigado con personas de
provecho sino también por haber conocido y admirado a personajes progresistas
en un mundo limítrofe con la dictadura franquista. La conciencia política de Cohen
favorable a los oprimidos, silenciados, exiliados y descamisados empezó a
forjarse precisamente en esos años en
Tánger.
Esta
satisfacción feliz que experimentó el joven Cohen en sus años tangerinos
hizo que hoy el autor, ya en plena madurez, recompensara la cuidad con muchos
tributos que son esos textos que recuerdan la grandeza de la misma en aquellos
maravillosos años sesenta del siglo veinte, aunque aquel Tánger esplendoroso iniciaba entonces su propia decadencia.
El autor, en esos mismos textos que memorizan sus
amistades en esa época de su vida, nos anticipa un tema recurrente en sus
relatos: la diáspora de los tangerinos.
Ejemplo de ello es la de la banda del Koah:
“Al final como el tiempo ha demostrado, todos
tomamos direcciones distintas, todos vivimos hoy en países y ciudades
diferentes sólo nos unen y permanecen los recuerdos imborrables de aquellos días
de vino, de juventud y de rosas Hoy no sabría decir con precisión si aquellos
años teníamos el norte perdido o si lo perdimos más tarde al abandonar Tánger.” (La
banda del Koah, 2018: 68).
Es
una imagen a pequeña escala de la dispersión de los tangerinos genuinos, “los último internacionales” de Tánger entre los que
incluso se encontraban algunos nacionales; aunque eso de nacional no cabe en la
terminología coheniana. Para Cohen, ser tangerino es descreer de las fronteras
étnicas, culturales, lingüísticas y sobre todo nacionales:
“Ni
marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni tampoco ingleses aunque nos sintamos
un poquito de todo y de todos. Poliglotas... y sobre todo mestizos culturales,
hoy estamos esparcidos por el mundo, por todas las patrias y por todas las
religiones, pero a ninguna pertenecemos porque no podemos evitar ser
fundamentalmente tangerinos y eso quería decir todo y de todo un poco (…) No me
siento de ningún lugar, soy un apátrida sin patria definida, ya que ninguna
colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.” (Calle Goya,
2018:100).
No
sé si sería adecuado hablar de sentimiento de culpabilidad por haber dejado la ciudad a su suerte, por
haberla abandonado. Expresiones de abandono y dispersión se repiten en muchos
de sus relatos. Quizá en el caso de
Cohen dicho sentimiento sea
inapreciable, desapercibido y recóndito ya que la intención del autor es crear, en un
solemne gesto de agradecimiento, una imagen alegre de Tánger, la que trasciende
el pesimismo del autor de La vida Perra de Juanita Narboni y el
resentimiento de Tiempo de los errores de Choukri ( Librairie de Colonnes:
91-94).
A pesar de ello, un sentimiento triste se deja sentir en los relatos que hablan de sus vueltas a la
ciudad, ubicadas ya en el tercer milenio. El dolor del exilio de muchos
tangerinos atraviesa casi todos los escritos analizados en este trabajo.
Recordemos la expresión usada por Sol Bensusan en su Carta a Juanita Narboni: “nuestra suma de melancolías ha traspasado
los mares y las montañas” (2006:20). Así,
al terminar una de sus visitas a Tánger y desde el barco que le lleva de regreso a
Algeciras, Cohen contempla la ciudad en su anchura costera y nos espeta:
“Es
entonces, cuando acuden a mí las palabras de mi amiga italiana. Mientras caminábamos por la Calle
Juana de Arco, después de cenar, me espetó como si la necesidad la urgiera,
como si necesitara afirmarlo y afirmarse, que Tánger era el único lugar donde
se sentía ella misma. Esa frase despertó en mí un sentimiento solidario y me
emocionó.” (Retrouvailles à Tanger: 2018: 74).
Asimismo,
este sentimiento es descrito en la segunda parte del relato Encuentro en Tánger, titulado Francesca:
“Recuerdo
sobre todo su mirada triste, vacía ausente, que parecía recorrer todo su
pasado, como si se preguntara una vez más por qué tuvo que abandonar su tierra.
Había cierta amargura y desolación en esa constatación.[…]Cuando me despedí de
ella, comprendí mucho mejor lo que Tánger significó para todos los tangerinos y
el dolor profundo e irremediable del exilio.” (109).
Es cierto que las vueltas de Cohen a la
ciudad, descritas en los relatos citados aquí, son motivadas por la búsqueda de la propia identidad que es
esa esencia tangerina, pero no menos ciertos es que dichas vueltas también
sirven para estimular el apetito escritural del autor en pos de restituir el
daño causado a su amada Tánger. Existe cierta herida sin cicatrizar, hay cierta
necesidad de reparar el agravio del abandono. Agradecerle a esa “gran dama”, la patria madre de todas la patrias en el
sentido coheniano, por su agradable
acogida durante aquellos años. De allí
que el blanqueo de la memoria tangerina sea una manera de rendir tributo a una
leyenda en todas las medidas: la de la
convivencia, la de la tolerancia, la de la diversión y de la diversificación.
En
resumen, la dispersión de los tangerinos por el mundo durante esta época de los años sesenta ha privado a la
ciudad de sus habitantes más genuinos, de esos hacedores de aquel Tánger esplendorosamente
universal y cosmopolita. Por eso, el Tánger
que conoció Cohen fue el de un esplendor decadente, incluso cuando persistían
todavía vestigios de una internacionalidad oficiosa, que se resumía en la
permanencia de nombres y familias de otras nacionalidades.
BIBLIOGRAFIA:
-BENDAHAN
COHEN, Esther: Tetuán. Antequera:
Confluencias, 2006
-COHEN MESONERO, León, Carta a Juanita Narboni en Memoria
Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos,
Madrid: Hebraica Ediciones, 2006, 17-20.
--------------- Tánger en Memoria
Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos. Madrid:
Hebraica Ediciones, 2006, 53-56.
------------
Encuentro en Tánger en Tributo a dos
ciudades: Larache y Tánger. Roquetas
del Mar:Editorial Círculo Rojo, 2018, 105- 111.
-------------
Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y
Tánger. Roquetas del Mar: Editorial
Círculo Rojo, 2018, 17-22.
-------------
La banda del Koah en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger. Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo,
2018, 67-68.
--------------
La calle Goya, en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger. Roquetas del Mar: Editorial
Círculo Rojo, 2018, 97-104.
________
La librairie des Colonnes, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger. Roquetas del Mar: Editorial
Círculo Rojo, 2018, 85-95.
---------------
Retrouvailles à Tanger, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger. Roquetas del Mar: Editorial
Círculo Rojo, 2018, 73-75.
-Diccionario
de la Real Academia Española, https://dle.rae.es/?id=bzINevX, fecha
de consulta: 20 de julio 2018.
[1] En boca de su alter ego femenino Sol Bensusan contesta a una pregunta del personaje de Ángel Vásquez, Juanita Narboni, sobre la influencia de la ciudad de Tánger en la misma: “No sé si hablar de revelación sería apropiado, por la connotación religiosa que encierra esa palabra, pero algo de eso hubo.” (Encuentro en Tánger, 2018:110).
[2] En su relato Carta a Juanita Narboni, el autor, a través de su alter ego femenino, lamenta el cambio que ha sufrido la ciudad. En otro titulado Tánger afirma que a pesar del cambio, “el Tánger de siempre surge y emerge de nuevo como el ídolo de barro que el mar no consigue engullir” (73). Luego añade en el mismo relato que “Esta ciudad que fue abandonada y dejada a su suerte por sus habitantes más genuinos, recobra hoy su esplendor nunca del todo perdido, desafía al futuro y pisa con paso firme un presente esperanzado.” (74). En el relato Calle Goya, el narrador afirma que el señor C., otro alter ego del autor, “pudo comprobar por fin, que aunque nada había cambiado, ya nada era igual”. Luego se auto responde con una pregunta retórica, de la que se sobreentiende que el cambio se registra en otras aspectos no siempre físicos o materiales: “¿No es la vida ese proceso continuo, dinámico y renovador, donde unas personas son sustituidas por otras, donde una época sucede a otra y una civilización reemplaza la anterior y así hasta el final de los tiempos? (103).
[3] “Bajo el título Palabras atestadas de tiempo” (Tetuán, 2016: 89-106), Esther Bendahan habla de las características de las expresiones y palabras de esta lengua de los sefardíes del norte de Marruecos utilizando calificaciones como cariñosa, melosa y dulcificante. Al calificarlas de atestadas del tiempo se refiere a que es un lenguaje que remite a las experiencias sefardíes marroquíes y las evoca. La autora afirma: “Jial se dice de alguien atractivo. Entre Chicas (…) cuando se acerca un joven o un hombre atractivo decimos qué jial… es inocente, no busca más que esa complicidad, casi infantil, entre quienes la decimos y que nos remite a otro tiempo y a otro lugar” (ibid, 101). Me limito a esa explicación y no aduzca las otras explicaciones basadas en el origen etimológico árabe-marroquí de la palabra: imaginación, silueta proyectada, etc. Cabe señalar, en este sentido, que la expresión pertenece a la carta que el alter ego femenino del autor Sol Bensusan. dirige a Juanita Narboni, también alter ego femenino de Ángel Vásquez.
[4] Dice Cohen que “blanquear la memoria es retocar los recuerdos para que los personajes recreados, sobre todo cuando han desaparecido, aparezcan con más virtudes que defectos.” (2006: 9). Luego añade: “Todos tenemos tendencia a sublimar y de algún modo a tergiversar nuestro pasado, es lo que yo denomino “blanquear la memoria”, sin embargo y pese a todo: ¿Cómo olvidar aquellos años mágicos, aquella ciudad encantada” (Tánger, 2006: 55-56).
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