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miércoles, 5 de enero de 2022

EL BALCÓN DE LUNA

1.

 

«EL BALCÓN DE LUNA», UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

Me llegó ayer este relato de León Cohen lleno de añoranza. Es uno de sus textos más delicados y emotivos. Tiene un ritmo pausado que le confiere ese toque de apacible fluir que tanto me reconcilia con una narración bien escrita. Y con él, nos lleva hasta ese balcón tan especial de Larache. Lo comparto rápidamente en mi blog antes de que León se arrepienta de haberlo enviado, para que todos podáis disfrutarlo.

Sergio Barce, junio 2020

El Balcón de Luna

Más tarde o más temprano, el tiempo nos devuelve al jardín de la infancia, al jardín de los recuerdos, que para mí siempre será el Balcón de Luna”

Cuando uno recorre los habitáculos de su memoria, la memoria de su vida, uno se topa con escenas, instantes, lugares y personas que dejaron una huella perenne e imborrable. Algunos de esos lugares son paradigmáticos y es inevitable referirse a ellos por lo que significaron en su momento y con el transcurrir del tiempo. Uno de esos lugares fue y sigue siendo el balcón de   mi abuela Luna.

El balcón de Luna es bastante más complejo que un voladizo de unos seis metros de longitud por uno de ancho, rodeado por una barandilla de hierro. Bajo esa forma común y sencilla subyacen otros muchos significados  que lo convierten en un referente de mis recuerdos y en mucho más. Ese balcón no es solo lo que parece, sino lo que representa para el adulto que recuerda y  para el escritor que transforma en palabras los recuerdos. Es el balcón de mi primera infancia, y más tarde el de mi memoria. Es también el balcón de la nostalgia. Es una atalaya desde donde contemplar mi pasado y el de mi familia, pero también el pasado de  mi pueblo natal. Es el lugar desde donde el niño extendía su mirada soñadora hacía todo lo que ocurría enfrente, al lado y debajo. Donde la vida se le presentaba en todo su esplendor y su bullicio, llena de voces, de ruidos y de colores. Pero también es el balcón de la alegría y de las emociones. Y es además uno de los pasadizos a través del cual la memoria del adulto se reencuentra con su  pasado. Es un balcón que hace parte de una casa  pero también de un sueño, el  sueño del niño que fue feliz. Ese balcón  convertido ya en un símbolo es parte de mi memoria vital, pero también de mis ensoñaciones, de manera que siempre que puedo, vuelvo a él para recuperar ese tiempo perdido que fue el de mi infancia, en una suerte de diálogo diacrónico conmigo mismo.

En esta especie de análisis introspectivo he llegado incluso a preguntarme: ¿Acaso el balcón de Luna no podría ser también una excusa, una argucia, un invento o una vuelta de tuerca al Tiempo, de las que el escritor se sirve  como motivo o argumento,  para sumergirse en su pasado y relatar  lo acontecido junto a lo imaginado? ¿Y por qué no? ¿Acaso nuestra memoria cuenta solo la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad? ¿Acaso nuestra memoria no confunde sin proponérselo o a propósito, ficción y realidad?

Ese balcón tiene además su trastienda, que no es sino la vida de la familia de mi abuela, compuesta por mis dos tías Raquel y Mery, mi prima Flora, mi tío Elías y nosotros, sobre todo mi hermano, mis dos hermanas y yo.

En todas las casas hay un alma mater y en esta es sin lugar a dudas Luna, mi abuela, la que cocina, la que cose, la que va  al mercado y la que aporta equilibrio y sosiego a las discrepancias  familiares. Y a la que extrañamente no recuerdo durmiendo. 

El balcón por la mañana era un mirador desde donde se podían apreciar todos los  movimientos rutinarios de los comerciantes de enfrente, desde su llegada, la apertura de los locales, el posterior deambular de los clientes y de los transeúntes y la hora del cierre de las tiendas bien entrada la noche. Era un balcón rebosante de vida. A él nos asomábamos, en él posábamos para hacernos fotos, y desde él presenciábamos el discurrir de la vida desde la calle Italia hacia el Zoco Chico o hacia la calle Real y viceversa. Desde ahí veíamos y oíamos pasar las bodas musulmanas por la noche o los entierros con sus cánticos característicos de día. La vida y la muerte, tan opuestas y tan cercanas.

Pasados los años, volví en muchas ocasiones al balcón de Luna, no sé si en sueños o  con la imaginación, me detuve  y me asomé para recordar mi primera infancia y desde él la repasé, la recorrí  y la recreé. También recobré los olores y los sabores de aquellos años. Olor y sabor del pan amasado en casa que se desprendía del horno cercano en el Zoco Chico, sabor a buñuelos y té, olor a especias de la tienda de Kassem, olor y sabor a dafina…Mientras viva, el balcón de Luna seguirá ahí firme y evocador, habitándome, iluminándome y guiándome por los caminos del recuerdo, como una pequeña luz o un faro a los que poder siempre recurrir y seguir.   Junio de 2020

 

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