Blog de León Cohen Mesonero

Cuentos. Relatos. Cabos Sueltos. Apuntes. Artículos de opinión. Poemas. Microrrelatos. Reflexiones. Cartas.

sábado, 2 de enero de 2021

CABOS SUELTOS 4

 

Ningún amor muere, sólo cambia de lugar en la memoria.

Querer es un verbo extensivo en el espacio y en el tiempo.

Mujer, hoy he empezado a desquererte, convencido de que al final del desamor es donde empieza el recuerdo. 

Pretendes castigarme con tu silencio de papel, cuando tu cuerpo y tu mirada me dicen todo lo que quiero saber.

Odiar es un verbo puntual en el espacio y en el tiem­po. 

Quisiera creer que multiplicando los rostros, que dividiendo los besos y los abrazos, que repartiendo la ter­nura, el amor se eleva sin agotarse. No quisiera engañarme, pero es en la variedad y en la dife­rencia, donde el amor afirma su unicidad.

¿ Cómo asir este tiempo lineal que cual humo se escapa, nos rehúye, este tiempo que es nuestra vida, que a lo mejor ni existe ?

Desde la aridez y la soledad  quietas que se sienten es estos campos de Castilla tan bien descritos por Machado ( yelmo, yerto, amarillo, fuente...), Andalucía se distancia y su blancura y alegría aunque lejanas, aparecen más entraña­bles si cabe.

La literatura ha de ser primero la expresión de un sentimiento, luego el renacer de la vida vivida, la toma de conciencia, por fin frases bien hechas.

Una sensibilidad maltratada por la injusticia, una sensibilidad hundida, una sensibilidad emergente y reafir­mada por la misma injusticia.

 

                              La ternura

¿ Qué es la ternura, me preguntas ?...

Yo no lo sé con certeza, pero puedo imaginarla.

Es ese pequeño rincón en penumbra, 

que se halla al final de un pasillo interminable,

construido sobre barreras tan du­ras, como son los pensamientos,  las palabras y los silen­cios.

Es ese pequeño rincón en penumbra, 

donde sólo caben un beso, una mirada furtiva y quizás algún te quiero.

Es ese pequeño rincón en penumbra, 

donde los rayos de sol sólo entran, 

para iluminar el rostro de los amantes cuando se acarician en silencio.

 

                                     La amistad

 Los mercaderes han cerrado su comercio de cosas e intereses.

Los hipócritas han abandonado la ciudad.

La palabra intercambio ha sido borrada de la semántica.

La envidia ha pasado a ser admiración y respeto.

Sopla un viento de sinceridad que ha sobrevolado montañas y llanuras.

La ciudad ha quedado desierta... 

Apenas se distinguen una paloma, un perro,  algún caballo 

y dos formas humanas caminando en silencio : son dos amigos.


Yo soy de los que sienten un profundo respeto por la hormiga.

Cuando yo ya no esté, cuando yo ya no sienta el calor de la arena sobre mi piel tostada, acaso mi mirada prestada en otros ojos quede como testigo de mis nupcias estivales con el mar. Ese sol , ese mar, esa doble pasión.

Si digo que una forma de mentir es hablar, miento, puesto que necesito hablar para decir eso mismo que estoy afirmando.

La palabra es negación y mentira cuando nace con reservas y trata de respetar el entorno. La palabra para ser cierta ha de saber ser piedra en la rebelión y terciopelo en el amor.

Siempre deseamos la fruta del árbol de enfrente.

 Nos pasamos la mitad de la vida mintiéndonos y la otra mitad desmintiéndonos.

 Amantes son aquellos que la pasión une y el odio separa.

 Sólo nos unía una cierta manera de entender el amor.

 Hay amores y amigos que acaban devorándonos, por eso es conveniente dosificar tanto la amistad como el amor.

 Incluso al escribir para nosotros mismos nos imponemos una autocensura cercana a nuestro propio pudor, que impide con frecuencia que nuestras ideas más puras y nuestros más nobles sentimientos pero también los más viles emerjan y se expresen sobre el papel.

Sobre el amor : Al cambiar buen tiempo por tormenta sacrificamos amistad y cariño.

Ocurre con frecuencia que inventamos caras que no tenemos porque el otro nos provoca y entonces le mostramos lo que queremos que vea, precisamente aquello que no somos.

Sobre los políticos : Los profetas de la palabra siguen dándonos gato por liebre. De un lado el individuo/egoísmo, de otro los demás/solidaridad. ¿ Dónde ha de situarse el hombre justo ? ¿ Debe acaso mancharse las manos junto a los truhanes que gobiernan la cosa pública y renunciar a su esencia, o ha de permanecer en el desierto de su individualismo alejado de todo y de todos ?

 El amor propio puede ser autoestima o soberbia.

 Quisiera conocer el color y el olor de mi ausencia.

 Mi corazón arrastra sentimientos olvidados en cunas de la infancia.

 Uno desearía que no hubiera moneda de cambio con que comprar al otro.

 Esta civilización se pudre en su falta de entusiasmo y en su insolidaridad. Parece llegada la hora de los visionarios.

 Cuando se pierde la confianza en el otro llegan la muerte y el desamor.

 Todos somos peligrosos porque tenemos un yo que se afirma contra el otro.

 Es hermoso lo que te digo ( me lo dicen la frescura del aire que guarda mis palabras), pero nunca comparable a lo que me callo. ¡Ay! si supieras mujer lo que no digo.

 Basta sólo una nube para ocultar el sol.

 Es el miedo a los demás el que domina nuestra relación con ellos, a veces también existe un cierto pudor a desnudarse.

Sobre la escritura : Las palabras adecuadas parecen esconderse tras la blancura del folio y como llamadas por voces misteriosas surgen de manera esporádica para dar contenido y forma a una idea o a un sentimiento.

 Todo puede ocurrir cuando una mujer y un hombre se miran desde dentro.

 Cabos por atar :

- El perfil de una idea o la silueta borrosa de un sentimiento.

- Almacenando gritos voy de rebelión contenida. Me hacen falta tristezas a raudales para   decir verdades simplemente.

- Os habéis ido así como dudando.

- Miles de versos ocultos tras la nada aguardan al poeta.

 A partir de una cierta edad que no quiero fijar, casi siempre llueve sobre mojado.

 Después  del amor siempre queda un poso de nostalgia.

 

 

viernes, 1 de enero de 2021

MIS POEMAS 3

 

A mi nieto Alejandro: 5 años

 

        Chico, te dije que no crecieras,

Que te quedaras anclado

En tu metro menos cinco,

En pasos titubeantes,

En palabras incompletas.

 

Chico, mira que yo te lo dije,

Y hoy que los años pasaron

  Y que no me has hecho caso,

Hoy me resigno de nuevo

Ante el invencible Tiempo,

Que a ti te hace crecer

Y a mí me convierte en viejo.

 

Quiero hacerte conocer

Que cuando te dije eso,

Era porque yo quería

Tenerte chico a mi lado,

    Con tu metro menos cinco

          Y hacerle una burla al Tiempo.

 

Trujillo a 28-12-2002


Ergo Sum 2

 

A los cincuenta años me siguen gustando las quinceañeras con medias de lana hasta la rodilla y con faldas plisadas.

y Sofía Loren todavía.

A los cincuenta años pienso como a los veinte, que Marx tenía razón aunque no me gusten ni Stalin ni Fidel... ni tampoco Rockefeller.

A los cincuenta años me sigue engatusando  el pliegue de tu boca amiga,

y la tertulia, sobre todo con tinto y unos amigos.

A los cincuenta sigo leyendo a Camus como a los veinte,

y adoro a Brel y su “ Plat Pays qui est le mien “.

A los cincuenta años remedo a Blas de Otero, el poeta de la inmensa mayoría,

y me llegan al alma algunos  versos de poetas anónimos como Antonio Sánchez Campos,

y Rovira... y Mario Benedetti.

A los cincuenta años creo como a los veinte, que la amistad es más espesa y valiosa que la sangre,

y que puede existir en este mundo, incluso.

A los cincuenta años me sigue seduciendo la textura  de tus caderas,

y me inclino ante la invitación que me proponen tus piernas cruzadas.

A los cincuenta años sé como a los veinte, que un charco no es un río, que el mar  no es infinito,

y también sé, por fin, que pertenezco al grupo de los mayores, que soy también los otros,

esos, que si no mueren  hoy, podría ser mañana o cualquier día.

 

                                               De mi libro Cabos Sueltos Librosenred 2004


Luna : Tres años

 

Sin las rosas de Ronsard,

     con los dioses en su Olimpo.

Sin las fuentes ni las lunas

de Machado y Federico...

 

Para llenar esta hoja,

hablaré de tu sonrisa,

  de lo negro de tus ojos,

 de tu mirada clarísima,

       de consonantes que bailan

     en tus palabras torcidas,

de tu cara de bufón

                 cuando los grandes te miran...

  Hablando de ti estaría

para llenar esta hoja,

   hablando de ti, mi hija.

 

                De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011 



¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? Luis Cernuda.

 

 ¿Qué dirán de mí cuando haya muerto?

 

¿Qué dirán de mí cuando yo haya muerto?

Que era buena persona, bueno, un poco más, algo menos.

Que era muy serio, bueno, a lo mejor o a lo peor.

Que era un tipo honesto, tengo mis dudas, al menos, no lo que hubiera querido.

Que era inteligente, quizás, también trabajé lo mío, eso nunca se sabe.

Que podría haber sido buen escritor, no sé, escritor ocasional, de momentos

felices, nada más, nada menos.

Cuando yo haya muerto, porque no estaré muerto (nadie está demasiado

tiempo muerto),

no diré nada, será lo peor.

No poder defenderme, no poder opinar, no poder escribir,

no poder ni siquiera callarme (con lo que yo amaba mis silencios).

Ellos, los otros, lo dirán todo por ti.

Incluso pensarán por ti.

Dirán lo que te gustaba y lo que no.

Pero no podrán mirar el mar con tus ojos,

a menos que te lean y te imaginen.

No podrán mirar a esa mujer desde el fondo del alma,

ni abrazar a tus nietos con tu ternura,

ni podrán estremecerse a tu manera, escuchando un tango o una bella canción

de Jacques Brel o de Bécaud,

ni podrán leer a Benedetti o a Salinas o a Prévert con la complicidad que tú lo

hacías.

Pero deja que digan, tus amigos y tus enemigos,

Que digan lo que quieran, que hablen, que adjetiven,

que maldigan (que digan mal),

No lo olvides, tú serás el muerto, es decir... ¡Nada!

 

De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011.



                Recordando a Juan Ramón

 Platero

 

Platero es como un niño feliz. Sonríe y mira fijamente, su mirada confunde y enternece a su dueño. 

Platero sueña un mundo sin límites ni fronteras, un mundo sin mentiras, ni siquiera piadosas. 

Platero es un poeta con orejas extremas.

Platero  bebe la vida a sorbos, a trocitos de tiempo.

El mundo le parece un prodigio imponente.

Los hombres se le antojan demonios  insensatos. 

Expulsado del Paraíso, Adán no ha perdonado. Se siente condenado por un dios sin piedad. 

Adán no tiene amigos, es envidioso, voluble, tramposo, avaro e ignorante, entre otras muchas cosas.

Platero se compadece de él y perdona a  este hijo de hombre perdido en su naturaleza.   

Platero se estremece, Platero llora, son lágrimas de placer. El que le produce la contemplación de un amanecer que encierra toda la belleza del mundo.

                            De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011.



ANDALUCÍA : Historia, Verbo, Arte.

 

A ndalucía, romana, cristiana, árabe, judía...¡ enorme !

N oble, por tu historia : ¡ Córdoba, Granada !

D oncella dulce : ¡ Medina Azahara !  Dinámica, dinamita :¡Casas Viejas!

A morosa, amante : ¡ Federico, Machado !

L iberal y libertaria :  ¡Cádiz, Salvoechea, Infante !

U nica y variopinta : ¡ Maimónides, Abderrahman, Velázquez !

C antora profunda ( jonda ) :  ¡ Manuel Torre, Pastora Pavón !

I  ngenua, insolente, impotente : ¡ Tus jornaleros, tus señoritos !

A ndalucía, judía, árabe, cristiana, romana... ¡ Enorme !

                                                                                               

 

 Escribiré un poema para ti únicamente

 

Escribiré un poema para ti únicamente,

Que  no hable de mi  inconmensurable amor  (libre o encadenado),

Que no hable del terror  a perderte, no por quedarme solo,

Sino por no poder compartir la vida contigo.

 

Escribiré un poema  para ti únicamente,

Que no intente afirmar cuanto te quiero,

Que no se oculte bajo  palabras huecas de contenido, 

Que no necesite  repetir mi cariño constantemente, como una letanía.

 

Escribiré un poema para ti únicamente,

Donde no quepan  la lluvia ni los astros,

Donde  no quede lugar para el recuerdo,

Donde no caminemos juntos  abrazados, por callejas sin nombre.

 

Escribiré un poema para ti únicamente,

Únicamente un poema,

Únicamente escribiré para ti. 

Únicamente … amor mío.

 

De mi libro APUNTES. Ed. Círculo Rojo 2015

                                              

 

 


miércoles, 30 de diciembre de 2020

LOS TRENES DE MI INFANCIA

 

Los trenes de mi infancia

 Siempre deseé hacer este viaje. Como sabiendo que sería un reencuentro con mi pasado, un reencuentro que siempre he considerado necesario. Los fantasmas de mi memoria renacen y emprenden el camino inverso, el camino del tiempo... Parece que de nuevo el tren va a detenerse en alguna estación de cercanías. Mi mirada se pierde en el horizonte que permite la ventanilla del vagón. Ese horizonte mutante, ya extenso y solitario, poblado de llanuras yertas; ya verde, aguantando sobre sí el peso de ese cielo gris, insoportable; ya sombrío e inmediato, poblado de árboles mudos; ya montañoso y salvaje, como queriendo imitar los paisajes de los trenes de juguete. Aquellos trenes omnipresentes de la infancia, aquellos trenes ajenos, contemplados siempre desde lejos, a través de una pared de cristal helada e infinita.

¡ Aquellos trenes de nadie o del escaparatista ! ¡ Cómo olvidar aquella cara grande con bigote ! (uno de los hermanos de Casa Martínez, en plena Plaza de España). Y el frío del otoño que moría , queriendo ser invierno : Era Navidad en Larache, todavía “protegida” por la España de Franco.

Era la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de aquellos “jerseys” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos “gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa  nos compraríamos el tren o la bicicleta que los mayores no querían o no podían regalarnos.

Pero, ¿ quienes eran estos Reyes Magos tan pobres, tan poco generosos ?. Lo habían ido dejando todo en el camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar,  todos éramos pobres.

El viaje a Madrid desde Algeciras:  corría el año 51, atravesamos media España en aquel viaje interminable, sentados sobre aquellos inevitables asientos de madera. Algunas veces, al ver las películas del Oeste se me ha ocurrido comparar; nuestros trenes eran bastante más incómodos que las diligencias y ello a pesar de los Apaches. Recuerdo aquel Madrid despoblado donde circulaban más guardias urbanos que automóviles.

Aquel Madrid olvidado por los dólares del contubernio judeo-masónico donde ya empezaba la especulación del suelo. Aquel Madrid con sus miserables y entrañables casas de comida, con sus pensiones irrepetibles. Yo tenía la memoria vacía y el sentimiento por estrenar.

 Unos años más tarde el tren aparecería de nuevo. Aquellos trenes eran por dentro como autobuses, sin reservados. Había empezado la modernidad, la funcionalidad. Las cosas empezaban a perder su encanto. Cada trimestre, durante siete años, tomaría uno de esos malditos trenes que me llevaría lejos de mi familia, al internado. Nunca podré olvidar las lagrimas y la angustia que se apoderaban de todos nosotros la primera noche, después de permanecer unos días de vacaciones en casa. Había que darse prisa en coger el sueño, porque al día siguiente, nuestros seres queridos, nuestro pueblo se alejarían en el pasado y la distancia. Al día siguiente, por razones impenetrables, la rutina de la vida de internos ( nuestra otra vida) se imponía  y todos asumíamos la situación .

En un intento vano de recortar los días, nos decíamos que a partir de aquel día quedaba uno menos para las vacaciones próximas. Era el recurso del consuelo. Con el paso de los días la primera angustia quedaba totalmente diluida.

Luego, más tarde, vendrían los trenes militares, aquellos viajes infinitos en el tiempo y las paradas. Donde uno se sentía como ganado, donde la única liberación llegaba con el alcohol y el tabaco... Pero ese es ya otro tren, otro cuento.     

                                                        Londres (Aeropuerto de Gatwick) 1986

            De mi libro Relatos robados al tiempo  Ed.Librosenred 2003

 

ROSA TEÑIDO DE GRIS O VICEVERSA

 

 Rosa teñido de gris o viceversa

             Mi abuela Luna

 

Todavía no he cumplido cinco años, mientras me lleva a la escuela, ¡ qué miedo !, será mi primer día, la abuela, mi abuela Luna debe de sentirse orgullosa de ser la garante y guardiana de la educación de su segundo nieto, el primer varón por otra parte. El Colegio Francés se halla a medio kilómetro escaso de su casa. Hay que recorrer o más bien remontar casi toda la Avenida de las Palmeras ya que existe una ligera pendiente desde la Calle Italia hasta el colegio. Pasamos por Correos, bordeamos el Jardín de las Hespérides (en la acera de enfrente está la escuela de la Alianza Israelita cuyo director es el gordito y patizambo Elías Fereres insigne componente del equipo de fútbol “Los Macabeos” que dio mucho que hablar en la década de los años treinta) y llegamos al cementerio de Lalla Menana,  luego unas cuantas casas,  que mi memoria traicionera recuerda como pequeños chalets adosados de una sola planta. Entre éstos  se encuentran la que es o será la casa del doctor Dalebrook  así como la casa del insigne maestro de la Alianza  Monsieur Medina. Finalmente llegamos a la altura de la casa del Raisuni,  tenemos que cruzar la carretera pues justo enfrente se halla  el que será durante siete años mi colegio.

Mi abuela me lleva bien agarrado. Viste falda azul oscuro por debajo de la rodilla, blusa de lunares blancos con el mismo fondo azul y una mejerma o pañuelo también azul que le cubre su larga cabellera.  Desde mi pequeñez frente a su enormidad  ( por algo la apodan Luna la Larga )  yo me siento seguro a su lado a pesar de la inquietud y la ansiedad que me embargan...

Ella, que ha tenido siete hijos, cuatro mujeres y tres hombres,  que tenía apenas quince años cuando su padre la comprometió con un hombre de más de cuarenta  venido de las montañas del Rif. Fue un trato, de los que se hacían a finales del siglo XIX. El compromisario era camalo ( cargador de sacos y bultos),  poseía un burro, algún dinero, cierta edad y era fiel observador de la tradición, pero sobre todo era un “Cohenim”, más que suficiente para desposar a aquella adolescente, que escondida tras una cortina  contemplaba con pudor y con exagerado rubor, cómo su padre la donaba a aquel desconocido tan mayor para ella. Ella que, que nunca ha conocido la voluptuosidad del amor joven y que vio marchitarse su belleza criando a unos hijos que nunca le agradecerían su sacrificio.  Hoy sin embargo,  debe de sentirse satisfecha de ser abuela de un pequeño individuo al que dirige con paso firme hacía un futuro probablemente mejor que su pasado. 

Es Octubre del año 1951, en Larache, la segunda ciudad más importante del Protectorado Español después de Tetuán y  el mundo no es de colores. Sin embargo mi abuela está y me protege, siempre lo hará. Mi rey o ferasmal ( salido del mal en castellano antiguo),  me vaya capara por ti  ( daría mi vida por ti , más o menos ),  son algunas de las expresiones de cariño con que siempre nos obsequió a mis hermanos y a mí. No ha quedado en mi memoria, ningún reproche, ningún mal trato de su parte,  ni siquiera un cachete.

Me recuerdo sentado en lo que ella llamaba su “alda” ( su falda ? ),  que en judeoespañol parecía querer indicar el hueco entre sus piernas  cuando protegida por una larga falda,  se sentaba con aquellas cruzadas sobre el suelo. Mientras me sostenía en su alda, me cantaba en francés el “ petit navire “ ... Il etait un petit navire, qui n´avait jamais, jamais  navigué....” .   Ella sabía leer, escribir y hablaba francés.  Había ido a la escuela a pesar de ser mujer, de  haber nacido en Larache y en 1893.  Contaban en mi casa que su madre era gente de dinero. A veces el destino nos condena desde el primer día,  haciéndonos  nacer en fecha  y  lugar inadecuados.        

Recuerdo cómo me gustaba acompañarla mientras guisaba, ya fuera el potaje de habichuelas con acelgas o la Dafina ( la comida que los judíos sefarditas cocinaban todos los  viernes y mantenían a fuego lento hasta el sábado a mediodía ). También me sentía importante ensartándole el hilo en el diminuto- casi inexistente-  orificio de la aguja de coser. Pero sobre todo destacaría aquella paciente espera a que mi abuela terminara de amasar los panes en forma de tortas  para que yo los llevara al horno, haciendo de “terrah” ( el niño que llevaba o traía los panes del horno sobre  una tabla descansando  en su cabeza ).

Es el año 1951 como dije y mi  abuela Luna vive de alquiler en la Calle Grisa o Guerisa, aunque el balcón de su casa del que daré buena cuenta en lo que sigue, da a la Calle Italia, quizás en aquellos años la calle más importante de la ciudad. Dicha calle empieza o termina en su margen izquierda por la Comandancia Militar, pasa por Telégrafos que pertenece a la compañía Torres Quevedo, está jalonada por  multitud de pequeños comercios , la mayoría regentados por judíos, como la casa de cambio del señor Amar (Jacobi, le dijo un día a mi padre, nunca demuestres  cariño a un hijo porque si así lo hicieres  te cogerá el pan de debajo del brazo), el almacén de mercancías de Sidi Kassem, el  zapatero remendón  Rbi David, la joyería del señor Uahnono, la tienda de “varios” del señor Berros, la del señor Emquíes y  finalmente la zapatería de Rbi Gabay que hace esquina con el    Zoco Chico justo a la entrada de la Calle Real . Esta última zona es uno de los centros neurálgicos más bulliciosos de la ciudad. Hay un continuo deambular de personas, carros y burros cargados de mercancías diversas que entran o salen del zoco o de la Calle Real. Lo mismo bajan casi corriendo hacía la Calle Real, camalos como Jai Daued con  su larga y poblada barba, llevando sobre el  hombro un pesado saco de harina,  que suben desde el puerto pesquero dos pescadores- probablemente barbateños- a toda prisa con una caja de sardinas, posiblemente  camino de los bares Central y Selva.

 

El balcón de mi abuela se halla en la margen derecha de la calle, frente a las tiendas de “varios” de los señores Emquíes y Berros. Está en  una primera planta y debe medir unos seis o siete metros. Es por lo tanto una buena atalaya para observar el ir y venir de gentes y cosas.

Desde ese balcón como desde cualquier otro que se precie, he podido presenciar unas veces solo y otras acompañado de mis tías,  muchas escenas  dignas de  ser relatadas.

En el balcón de enfrente vive un personaje que siempre anda o más bien se sienta en pijama de rayas acompañado de  dos de sus hijas que deben rondar la treintena . De este trío, él sobresale por su voluminosidad y por su apariencia. Es orondo, grande y con la cabeza totalmente rasurada, de forma que mi tía Raquel que para poner  apodos  se las pinta,  le ha bautizado como era de esperar como Mussolini. Y es verdad, que sentado  en una silla y apoyado sobre la baranda del balcón se asemeja al difunto dictador italiano. En ocasiones mis tías y yo nos distraemos mirando  por las rendijas de las persianas los movimientos y las gesticulaciones de  Mussolini.  Sin embargo,  la escena que más curiosidad despierta en mí, es contemplar al señor Berros cerrar su tienda al atardecer. Hay que decir antes que el tal señor es un hombre enjuto y alto,  vestido con un traje oscuro envejecido y ataviado con un sombreo negro que más que a un comerciante recuerda a  un sepulturero. El ritual es siempre el mismo : el señor Berros echa la cerradura  a la  puerta de su comercio,  echa uno o dos candados y se va. No han pasado ni diez segundos cuando vuelve y comprueba con parsimonia una por una las cerraduras, la escena se repite por lo menos de tres a cinco veces dependiendo del día, hasta que finalmente nuestro ínclito personaje desaparece en la oscuridad.  Pero desde el balcón de mi abuela también se divisa la casa de un rudo y grandullón comerciante árabe que vive en una planta  baja y que todas las noches se sienta en el suelo con las piernas entrecruzadas para proceder a realizar el balance contable del día que no es sino el recuento una a una de las monedas y uno a uno de los billetes. La manera en que tiene lugar esta pequeña ceremonia añadida al aspecto del personaje barbudo, siempre vestido con “zaraueles”, calzando unas babuchas amarillas y con un pañuelo blanco liado en la cabeza,  nos hace pensar a mis tías y a mí que este hombre es una avaro que antes de acostarse disfruta con la contemplación de sus ganancias. A pesar de que la mayoría de los comerciantes de la calle son judíos, resulta cuando menos sorprendente que el avaro, al menos aparentemente,  sea un árabe.

Llegados a la puerta de la clase,  en la segunda planta , mi abuela me “entrega” a Mlle Beniluz,  la maestra de primaria del Colegio Francés, que había sido su compañera de escuela y creo recordar que era prima suya. Mientras las dos mujeres conversan en la puerta de la clase, yo contemplo desamparado cómo lo hacen,  y rompo a llorar cuando mi abuela  se despide de mí por la puerta entreabierta.  Mi desde entonces inseparable amigo Mustafa Tahar al que acabo de conocer,  me acompaña en los llantos. Nuestra amistad se mantuvo hasta la adolescencia.

El niño que siempre va conmigo, nunca olvida a su abuela Luna, aquella señora mayor que siempre tenía un sitio en su alda para cobijarle y una palabra dulce para gratificarle. Las anécdotas de la vida diaria se han ido disipando de mi mente con el paso de los años,  sin embargo,  los sentimientos y las sensaciones de aquella época de mi vida junto a ella permanecen indelebles y la nostalgia de su recuerdo predomina. Nadie es indiferente al cariño de una abuela. Ese cariño desinteresado que ni exige ni establece  reglas de juego u  obligaciones, quizá porque es la última forma de amar del ser humano. 

          De mi libro La Memoria Blanqueada  Hebraica de ediciones 2006

                                                                                   

Carta de un ciudadano corriente

  "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallo...