Blog de León Cohen Mesonero

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miércoles, 11 de noviembre de 2020

Carta de un ciudadano corriente

 "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra, y las alondras levantan su vuelo sobre los sembrados."  Pío Baroja



Carta de un ciudadano corriente

 

Soy nada más y nada menos que un ciudadano corriente, de clase media, mi mayor virtud es la discreción, así que fíjense, apenas existo, soy como una sombra apenas esbozada. No salgo en televisión ni en los periódicos, ni siquiera me conocen la mayoría de mis conciudadanos. Sin embargo, puedo ser profesor universitario, gustarme y practicar la literatura y el ensayo, ser políglota y soñador y sobre todas las cosas puedo y quiero tener opinión, mi opinión, que nadie se moleste.  Me gusta decir o escribir lo que pienso cuando la ocasión y el interlocutor se prestan. Cosas como éstas:

·         En nombre de la tradición, la gente permanece anclada en unas formas  pasadas que poco o nada ayudan al progreso del hombre.

·         El camino de los nacionalismos acaba casi siempre en Auschwitz.

·         La autoestima y el respeto a uno mismo conducen  a la estima y al respeto hacía nuestros semejantes.

·         Si Dios existe,  como si no existe, tenemos la responsabilidad de no permitir que todo esté permitido.

·         Ningún hombre, ninguna idea, ninguna institución está por encima de nosotros.

Heredero de la cultura sefardita por parte paterna y de la sobriedad castellana por parte materna, hijo, por formación,  de la escuela republicana francesa y andaluz por vocación y sentimiento,  desprecio la incultura y la mala educación y me aburren la trivialidad y la vulgaridad. Odio la prepotencia y la  impunidad  con la que un gran número de personajillos mal versados y sin escrúpulos se pasean por la vida. Adoro la poesía y las canciones de autor, me gustan entre otros muchos y por razones distintas Salinas,  Machado,  Prévert,  Benedetti y Baudelaire. Sigo siendo fiel a Camus, a Voltaire y a Dostoievsky.  Aborrezco esta sociedad mercantilista y utilitaria donde el dinero y el consumo son los patrones de medida. Me aburre la ineficacia de los políticos  que con su verborrea ampulosa e inútil se extienden en palabras hueras desde tribunas de cartón, repitiendo sus tópicos a un auditorio mudo y sobre todo sordo. Cómo si quedara todavía alguna razón para creer. Admiro la humildad  y la naturalidad, aprecio por encima de todo la honradez, la sinceridad,  la educación y la tolerancia (en el mejor sentido de la palabra). Todos estos vocablos tienen para mí un significado singular donde no caben las medias tintas (que tampoco me gustan).  Los mentirosos, los interesados, los corruptos, es decir, la inmensa mayoría,  no me interesa. No soy un moralista, pero considero que debemos  esforzarnos en hacer de la vida algo útil para nosotros mismos y para los demás, al menos, el esfuerzo y la lucha me producen satisfacción y me justifican. Con lo aprendido y lo heredado me he construido una ética y una estética, así he podido dibujar mis límites y configurar mis principios, algunos casi (sólo casi) inamovibles que me permiten vivir en paz conmigo mismo. Por ejemplo,  una amigo o una amiga no es un trapo que uno se pone un día y otro día deja colgado en el armario, un respeto, eso, pues un respeto, es lo principal y lo secundario con los amigos. No quiero parecer fundamentalista porque no lo soy, aunque sí severo conmigo y con los demás. No tengo casi nada claro, únicamente el casi.  Aunque, repito,  hay cosas que están mal porque sí, como la pena de muerte, las dictaduras duras y las blandas, el coartar la libertad de los demás, la falta de generosidad, el no comprometerse, la falta de respeto o de coherencia.

Lo que he perdido en espontaneidad,  lo he ganado en prudencia. El proverbio árabe dice: “La primera vez que tú me engañes, la culpa es tuya, la segunda vez,  la culpa es mía “, yo estoy en la tercera, aquella en la que ya nadie va a engañarme ni nadie va ser culpable de nada. En el camino se han quedado algunos de mis seres queridos, algunos amores hechos de humo  y  algunas  amistades  de papel (mojado). Permanecen  los recuerdos y las heridas de la memoria. Ahora soy  dueño de mis miserias y conocedor de las ajenas. Ahora camino en paz, sobrevolando un pasado ingenuo  y desafiando un futuro sin sorpresas. Por fin, me reconozco como un hombre que lleva en su mochila una pequeña dosis de sabiduría.

Sé que ninguna verdad es absoluta,  creo haber alcanzado el cinismo absoluto de los pensadores griegos. Ya no soy capaz de imaginar a Sísifo feliz. Por principios y por educación he aprendido a arrastrar mi piedra hasta arriba, a sabiendas de que nada ni nadie me esperan. Ni aplausos, ni sollozos, ni solidaridad. Mi soledad y algún que otro cariño   incondicional me acompañan (que no es poco). Las aspiraciones de alguien ambicioso, entiéndaseme, con la simple y llana ambición de ser, nada más y nada menos, siempre quedan a medio camino, inacabadas. Extranjero en un mundo hostil, incomprendido, uno se siente solo, incluso mejor solo. Baudelaire manifestaba su desdicha y parecía lanzar una plegaria al Gran Ausente: “Seigneur mon Dieu, laissez moi faire quelques beaux vers qui me prouvent  à moi même que je ne suis pas le dernier des mortels,  que je ne suis pas inférieur à ceux que je méprise(“ Señor, Dios mío, permíteme hacer algunos bellos versos que me demuestren que no soy el último de los mortales, que no soy inferior a aquellos que desprecio”). Prefiero mi soledad infinita,  como Cioran o Musset: “Si le ciel nous laissa como un monde avorté, le juste opposera le dédain à l’absence et ne répondra que par un froid silence au silence éternel de la divinité (“Si el cielo nos dejó como un mundo abortado, el justo opondrá su desdén a la ausencia y sólo responderá por un silencio frío al silencio eterno de la divinidad”).  

Ahora por fin, vivo en el “escepticismo global”, pocas cosas  me entusiasman (mi nieto, por fin un cariño sin reglas y sin condiciones, aquél que tiene lugar desde la distancia que une una vida nueva con otra en declive), pero ya  nada ni nadie  me desilusiona. Me hallo en la misma orilla que Voltaire o La Rochefoucault. Por último, quiero creer que quizás todavía hay una puerta abierta  que conduce hacía África, hacia los sin tierra, donde aún debe quedar algún resto de dignidad y de inocencia”.

                         De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011                         

 

1 comentario:

  1. Excelente presentación.Sincera,profunda y clara.
    Aconsejo su lectura para una mejor comprensión de la obra de León Cohen.

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