Cada uno de
nosotros construye mentiras a la medida,
sobre las que acomodarse y sobrevivir. Luego, en nombre de una supuesta
escala de valores basada en la virtud y en la honradez, presumimos y nos
afirmamos ante los otros. Nuestras mentiras, que sólo nosotros conocemos, nos
sirven sin embargo para no tomarnos en serio y para relativizar lo que nos
rodea.
Ni siquiera
la evidencia es aceptada en una sociedad que se pretende justa y democrática.
Hoy puedo
entender y tolerar mejor al prójimo porque sé que ni en mí mismo puedo confiar y que nada del hombre me es
ajeno. Lección de humildad y conocimiento de mi fragilidad, pero también de la
fuerza que me otorga ese conocimiento.
Ahora, por
fin, comprendo en toda su dimensión el precepto socrático : “ Conócete a ti
mismo “, que no es sino el aprendizaje de nuestras debilidades y miserias.
Escribir es
además de un ejercicio de aproximación al lector, una manifestación de la vanidad del que
escribe pero también es a menudo una terapia, la que resulta de hacer aflorar
todos los silencios que las contingencias del día a día no permiten sacar a la
luz.
En
ocasiones, escribir es la manera más cómoda de decir aquello que no se es
capaz de manifestar hablando porque al
escribir tenemos la ventaja inapreciable de que nuestro interlocutor no nos mira.
Cuando escribes, te hablas a ti mismo o a un lector anónimo que ni va a replicar ni tampoco a mofarse.
Cuando
escribes, nada ni nadie te presiona, nadie te aburre con sus historias, nadie
te irrita con sus opiniones, estás solo contigo.
Parece, como así lo demuestra la experiencia,
que el hombre social está constituido por tejidos diversos entre los que
destaca el miedo. Miedo al castigo físico o moral, miedo a perder su posición
económica, miedo a ser diferente de sus
colegas, ya sea en la fábrica o en el partido. Todos estos miedos evidencian
una miseria moral intrínseca y ponen de
manifiesto una herencia educacional que habría que ir desterrando de nuestra
sociedad fundamentalmente competitiva y poco o nada solidaria.
El amor, el cariño, las caricias oportunas y las inoportunas son
maltratadas por la rutina de la vida en común, unas veces por acción y otras
por omisión.
Existe una
intolerancia, diríase que inevitable, que hace que nuestros hijos nos rechacen de manera injusta y en ocasiones cruel.
La juventud es un estado egoísta, ignorante y
afortunadamente transitorio, donde se cometen torpezas irreparables por la
falta de sensatez y la seguridad que proporciona la vana creencia de que ellos
nunca serán mayores.
Nunca fueron
los jóvenes más lúdicos, materialistas y conservadores que los de ahora.
Nosotros no
quisimos cambiar el mundo para convertirlo en unos grandes almacenes donde la
masa lo compra todo y se marcha sin recordar el rostro de unas cajeras de
cartón piedra ( único atisbo de contacto humano ).
La palabra se ha desvirtuado y convertido en una prostituta que se entrega
al mejor postor.
Creada para comunicar las necesidades y los
deseos o las contrariedades del que la usa, la palabra se ha vuelto compleja y
peligrosa. Utilizada por un político es hueca y ampulosa, escrita en un
periódico es falsa. Ni siquiera los interlocutores diarios, los colegas de
trabajo, la utilizan dándole su auténtico valor y dignidad, pues en la mayoría
de los casos la palabra se tiñe de hipocresía. La palabra adopta entonces
recodos y vericuetos y viaja por callejuelas oscuras, despistándonos unas
veces, otras engañándonos. Sólo la palabra culta y precisa que utiliza el científico
trata de acercarse al origen para el que fue creada que no es sino transmitir y
comunicar.
Mientras
hayan palabras que ilustren pensamientos, que expresen sentimientos, mientras
haya palabras para unir las distancias y derribar los muros que guardan el
silencio, seremos más de uno y estaremos más cerca los unos de los otros.
Es necesario
desterrar los imperativos categóricos y las afirmaciones dogmáticas propias de
mentes adolescentes que ignoran los avatares del camino.
El deseo,
ese pájaro azul que recorría tus piernas, ese animal de fuego, ha levantado el
vuelo y se ha desvanecido para siempre en los recodos del tiempo. Te echaré de
menos mujer, otra vez.
Hay una
cierta falta de clarividencia que nos mantiene con ilusiones vanas. Esperamos
algo diferente del futuro, como si éste existiese, nos hacemos promesas de cambiar como jóvenes
adolescentes. La vida es pura acción y sólo por el camino de la acción se
avanza. El resto es poesía.
A medida que avanzamos en el tiempo, cuando somos niños grandes, la vida nos pasa
factura, son menos las ilusiones y más las desilusiones. Un cierto escepticismo
cercano al pesimismo se apodera de nosotros, y casi siempre llueve sobre
mojado.
Cumplir años
es coleccionar experiencias y recuerdos, es también haber recorrido parte del
camino que nos lleva hacia la amargura y el desencanto de saber de una vez por
todas que el mundo no es, ni será nunca,
el que soñábamos cuando teníamos veinte años. ¡ Triste consideración !
Uno se
siente bien cuando constata que equivocado o no, ha hecho lo que pretendía,
aquello que para uno suponía un reto, aquello, en fin, que a uno le produce
satisfacción.
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