Sol
Bensusan nace una noche de insomnio del autor en el año 2002, cuando se atreve
a firmar una carta a Juanita Narboni, que también esa misma noche sin
proponérselo, pasa a convertirse en un personaje inevitable o insustituible de
la literatura “coheniana”. Diría más: Aquella misma noche también tuvo lugar el
primer capítulo de lo que muchos años más tarde, se convertiría en lo que he
dado en llamar la “Pentalogía tangerina” junto a Jacobi,
la Librairie des Colonnes, la Calle Goya y Encuentro en Tánger; cuyos actores principales o protagonistas son
las ya mencionadas Juanita y Sol y Jacobi. Cinco relatos-cuentos que resumen
una manera de contar y de representar la realidad tangerina (si es que la hubo)
a través de una ficción muy sui generis,
construida por la imaginación y los recuerdos además de los sueños del autor,
donde todo lo que se cuenta es pura invención nacida como producto o resultante
de una realidad vivida.
La
pentalogía sobre Tánger es un ejemplo
paradigmático de realismo mágico no buscado o al menos no previsto,
donde las historias y los personajes se mueven en ese hilo delgado que separa
ficción de realidad pasando de una a
otra sin interrupción. Obsérvese cómo el autor arranca a Juanita del libro de Ángel Vazquez,
la adopta y la convierte en personaje de
sus relatos, en la amiga de Sol Bensusan, dos personajes ficticios que dialogan
y reflexionan en varios de los cuentos. Ambas son la herramienta o el medio del que se vale el autor inconscientemente al principio, para relatar
el impacto y la influencia posterior que tuvo Tánger sobre él. Los cinco
cuentos podrían constituir uno solo, a pesar de haber sido escritos en distinto
momento, entre 2002 el primero y 2017 el
último. Por lo tanto dos personajes ficticios y un tercero (Jacobi) a medio
camino entre realidad y ficción, una ciudad encantada y probablemente inventada
(como los personajes) o cuando menos soñada, esos son los elementos de la pentalogía
sobre la que descansa el tributo a Tánger. Una ficción multidimensional que solo
es posible cuando tiene lugar el milagro de la creación literaria. El autor
PENTALOGÍA TANGERINA
1.- Carta a Juanita Narboni
En
homenaje a Ángel Vázquez(*) y a todos los tangerinos
Leí tu historia en el año
1976, la contó Ángel Vázquez como todas sabemos. Claro que el malogrado
de Ángel tardó bastante tiempo en
contarnos tu vida perra, porque como
comprenderás hija mía, en el año 76 de nuestro pueblo no quedaba más que la apariencia. Mira mi reina, primero voy a presentarme, yo
soy Sol aquella hebreita tan mona que
salía con el ferasmal de Jacobi. Qué guapo era, con ese pelo negro
ondulado y abundante, qué bien puesto, y qué ojos, pero hija
mía el tiempo no perdona a nadie, el mesquin murió hace cuatro
años y lo enterramos cerca de Málaga, en
un cementerio judío que está medio escondido, no me explico porque taparon esa mehara.
Todavía lo estoy viendo caminando como un rey
por el Boulevard Pasteur, con su chaqueta marrón de doble pecho, alto y
erguido. Ni Robert Taylor se le acercaba en guapura, qué gial. Bueno a
ti que te voy a decir que tu no sepas, si me consta que tuviste alguna
aventurilla, cuando él paraba en la pensión de Mesody, sí, la que estaba a mitad de la cuesta de la
playa. Un pajarito me contó que una noche te metiste en su cama cuando dormía., valiente pelagarta
estabas hecha. Recuerdo que me dejaba
sentada en el Ford y se bajaba cerca de Galeries Lafayette para
comprar monedas de oro mejicanas en el banco de Méjico que daba a la calle
Velásquez. En esa esquina han puesto ahora una perfumería de productos baratos,
creo que es de un soussi. Luego por la tarde me llevaba a comer pinchitos en
cade Elías (hace poco supe que se apellidaba Benzaquen) y por la noche
íbamos al Casino , le encantaba el bacarrá. Era el año 47 o 48 y como no podía
ser de otra manera, Jacobi como casi todos era contrabandista y además daba muy
bien el tipo. Pero no voy a pasarme toda
la carta hablando de mi gial.
Mira la razón por la que
te escribo es para darte novedades de cómo ha cambiado Tánger desde nuestros
tiempos. Nada que ver reina. Cuando te
bajas del barco, lo primero que te viene a la cabeza es wo,wo, dónde caí,
¿qué es esto? El puerto y la aduana parecen del siglo pasado, los taxis
son peores que los de Nueva York. Nos fuimos andando por la Avenida de España, qué
guesera es esta que hasta las palmeras están viejas y estropeadas.
El hotel Rif, lo cerraron, con lo que era ese diamante de hotel. De los
balnearios de la playa, esos que tanto te gustaban, la Pergola, las Tres
Carabelas, se perdieron, aquel día el paseo de la playa estaba cubierto de
arena, era invierno y además hacía un levante preto, así que hasta la
playa, esa joya de playa me pareció fea
y desangelada. La Ibense, la heladería,
por supuesto estaba cerrada, y casi todos los bares que regentaban los
ingleses, te acuerdas que nosotras comentábamos que todos eran maricones, pues
bien no queda ni uno, no, ni un maricón
no, lo que no queda es ningún bar. Luego subimos la cuesta de la playa que lleva
a la Poste, la cuesta ha cambiado poco, la verdad, llegas arriba quebrada,
y entonces empiezas a recorrer el Boulevard, ¿qué boulevard es este? Ya no
están ni el Comedia, ni Kent, ni Monoprix, ni la Librairie des Colonnes,
sí, están los edificios, no los van a
tirar, pero todo cambiado, todos son bazares o cafetines, ni una buena
cafetería, ni unos buenos almacenes, nada de nada. Me dirás que hay que
comprender que Tánger ya no es internacional, es verdad, es verdad, pero hija
hay un término medio. ¿ Y Porte? Estoy viendo de nuevo a monsieur Porte
acercarse a nuestra mesa para dedicarnos un piropo o una sonrisa, ¡qué salón de
té, mi bien!. Ahora han puesto uno que parece un desierto, como si hubieran
saqueado la cafetería antigua y los
ladrones se hubieran dejado algunas cosas olvidadas, porque reina, vaya unos escaparates.
Pero lo peor de todo esto, es que ya no quedan
tangerinos, un tangerino se nota, yo vi a mucha gente desconocida, pero no vi
ningún tangerino. ¿ Qué habría pasado con ellos, se perderían, se esfumarían
o peor aún estarían escondidos
por miedo a enfrentarse con esa realidad
que ya no era la suya?. Juanita, en
ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado
evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿ Fue acaso una
mano oculta la que nos expulsó? ¿ No sería más bien un castigo de unos dioses
atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un
paraíso al que contra su voluntad nos habíamos hecho acreedores? ¿ O
fueron los tiempos históricos, eso que llaman el devenir y que siempre acaba impidiendo la existencia
prolongada de situaciones diferentes, impropias de la vulgaridad en que se
desenvuelve la mayoría? ¿ Qui lo sa? El
hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible mezcla de fuerzas misteriosas, abandonamos nuestra torre de
Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y nuestras avenidas, nuestro
Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas incomparables, nuestra “façon d’être”, ese estilo de
vida único e irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de
nosotros volvió la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en
montaña de sal como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy
sabemos que la suma de nuestras
melancolías ha traspasado los
mares y las montañas y que Tánger desapareció con el último
tangerino, que de ella sólo queda una
imagen hueca hecha de recuerdos y de nostalgia.
Hoy sabemos también que Tánger fue
paradigma durante un periodo
relativamente largo, que abarca más de
la mitad del siglo XX, del
florecimiento de una cultura cosmopolita
que iba más allá del simple
multilinguismo para adentrarse en
facetas más amplias como la
heterogeneidad religiosa y social de la
que surgió una sociedad donde la regla
era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi
nadie prejuzgaba a nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso
o nacional. En este punto los tangerinos fueron más que tolerantes, clarividentes y solidarios. En Tánger se
podía pasar sin transición del castellano al francés y viceversa, también era
el único lugar en el mundo donde los no judíos hablaban haketía, hacía parte de la cultura tangerina.
Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente
cerrada y aislada por un lado por el mar
y por otro por la frontera con el resto de Marruecos.
¿ Qué me pasó? No haya mal, ¿qué estoy
diciendo? Se me fue la olla, como dicen ahora,
y me puse a decir tonterías como
aquella meloca que iba jarduando por la Calle Italia. Mira Juanita, reina mía, no quiero hacer esta
carta interminable, así que si dios quiere otro día te seguiré contando más
cosas de nuestro querido y añorado pueblo, al que como te dije encontré tan
cambiado.
Sol Bensusan
(*)Ángel Vázquez: LA VIDA PERRA DE JUANITA NARBONI. Seix Barral, Tercera edición 1990. Nota del autor: Las palabras en cursiva pertenecen a la haketía o judeo-español.
2.- Jacobi
Juanita
Narboni se metió en la cama de nuestro personaje porque allí la llevaba su
instinto. Era una presa más del apuesto contrabandista. La verdadera historia
no fue demasiado distinta. Ocurrió en Tetuán. Era a comienzos de la década de
los años cuarenta, Jacobi era un joven
aprendiz de mecánico que por entonces podía tener veintidós o veintitrés años.
Paraba en una pensión regentada por una judía cuya hija se había prendado de
él. Una noche, en un intento de buscarle las cosquillas, se metió en su cama
mientras éste dormía. No es que él la desdeñara, pero según la ley mosaica, de
haberlos sorprendido alguien en la cama, ella podía haber exigido
responsabilidades. Por esa razón, Jacobí saltó de la cama y abandonó
aquella pensión celestinesca. Pocos
meses antes, en Larache, cuando
trabajaba como chofer en la conservera de atún y salazones que pertenecía al
Marqués de Carranza, vivió una sorprendente y seguramente apasionada historia
de amor con una hermana del potentado. Enterado el marqués, le despidió sin
más. Como se puede ver, nuestro contrabandista era desde muy temprana edad, un
auténtico seductor.
No se sabe muy bien si fue en el
diecisiete o el dieciocho, pero en uno de esos dos años nació Jacobi en
Larache. Dejó la escuela a los doce años y empezó a trabajar, suponemos que
de recadero, de niño tráeme esto o lo
otro, hasta los diecisiete, en que
obtuvo el permiso de conducir añadiéndose un año. A partir de ese momento su
actividad principal fue la de chofer, en la Almadraba y como taxista durante la
guerra civil, luego emigró a Tetuán para aprender el oficio de mecánico de
coches. Más tarde, antes de los
cincuenta, como era de esperar, tuvo sus escarceos con el contrabando
precisamente en Tánger, que era como todo el mundo sabe un auténtico paraíso
fiscal.
Era
la década de los cuarenta, los años del estraperlo, ser contrabandista se
llevaba, como se llevaban Humphrey Bogart y Casablanca, los tiempos se
prestaban En esa época lo conoció supuestamente nuestra Juanita Narboni.
Debemos
suponer que empezaría en Tánger con el estraperlo de tabaco y relojes. Para
pasar la mercancía por la aduana que se hallaba en la frontera, cerca de Arcila (nunca Asilah), sólo había
que tener el desparpajo y la osadía que a nuestro hombre le sobraban además y sobre todo de contar con la
aquiescencia y colaboración interesada de los carabineros. Pero Tánger era
mucho más que la fuente del tabaco y de otras prendas complementarias como los
relojes, en la ciudad abundaban los transitarios y remitentes de las más
diversas “marchandises” amén de los inefables cambistas y
joyeros entre otros destacados comerciantes de la época. Entre
éstos, brillaban con luz propia los
millonarios Toledano Brothers ( para
colmo del azar, uno de los hermanos, murió al bajarse del coche y resbalar con
una maldita cáscara de plátano).
El
camino era simple y lógico y nuestro personaje tuvo la habilidad y osadía necesarias para incorporarse a él : el
comerciante recibía la mercancía en sus almacenes desde el puerto franco, luego
la distribuía entre sus compradores que eran los encargados de hacerla llegar
al interior o fuera de país. Nuestro amigo Jacobi, con el dinero ganado entre
relojes y tabaco, ascendió un escaño más en el confuso entramado comercial
tangerino. Compró algunos camiones y se convirtió en un pequeño
“importador-exportador” (ese binomio
mágico de palabras de la época que hizo ganar tanto dinero a muchos) de té
verde, no sabremos nunca si desde el interior del país hacía Tánger o
viceversa. Tanto da, lo importante es saber que este próspero
negocio y algún otro le permitieron a nuestro joven sefardí darse la gran vida desde el cuarenta y ocho hasta el
cincuenta y cuatro. Mujeres, póquer, bacarrá, batidas interminables, tiradas de
pichón, monedas de oro mejicanas etc... Su éxito entre las mujeres era
merecido, pues no en balde, sus
amigos de correrías le apodaban
“el guapo”. Pero como suele suceder con todo este tipo de guapos rumbosos,
nuestro amigo disfrutó y gastó de lo lindo hasta que se quedó sin blanca. Ya lo
decía Charles Dickens : “ Si ganas diez y gastas once, miseria.”.
Aquella experiencia de millonario y bon
vivant seguida de un espectacular batacazo económico, imaginamos que sumada
a los años y a la responsabilidad de mujer y cuatro hijos, hicieron que nuestro
personaje sentara un tanto la cabeza y se convirtiera en un comerciante
trabajador y discreto hasta el final de sus días. Aunque nunca abandonó su
porte distinguido y apuesto ni su afición
por las mujeres y por los juegos de azar, pero de una manera muy
diferente. Galán empedernido, al estilo de Kirk Douglas o de Paco Rabal,
delante de una mujer joven y guapa, siempre parecía experimentar un cambio
morfológico como el palomo en celo, levantaba la ceja, erguía el pecho y se
expresaba con más amabilidad de la corriente, como preguntando ¿ Qué, no reconoces en mí a Don Juan, ay si supieras
quien fui yo en otros tiempos ? En
cuanto a su otra gran afición, siempre siguió jugando más de lo debido a la
lotería y las quinielas, como esperando resarcirse de todo lo que gastó en su
juventud. Su relación con el dios de Israel y con la religión judía fue
bastante tibia, nuestro amigo era demasiado
inteligente y clarividente como para que fuera de otra manera.
Aquel joven contrabandista
que caminaba con su traje de doble pecho triunfante por el Boulevard Pasteur y
por el Zoco Chico de la envidiada
Tánger, que nunca tuvo ninguna historia de cama con Juanita Narboni ni con la hija de la judía que regentaba la
pensión en Tetuán, aquel joven vivió una vida larga, sin enfermedades ni
achaques, le faltaban dos meses para cumplir los ochenta – y parecía un hombre
de setenta – cuando murió de un ataque al corazón un catorce de Julio – qué
gran fecha- del año 1997. Se llamaba
Jacob Cohen Levy – casi nada, Jacobi para los amigos- y era mi padre.
Comerciante de mil artículos distintos, jefe de obra u obrero en Maracaibo en
el 56, vendedor de coches nuevos y de ocasión
hasta su muerte, todo lo que hizo fue trabajar, vivir y sobrevivir que
no es poco. Fue por encima de todo un seductor y un tipo carismático que poseía
algo especial, algo que va mucho más allá de la formación, de la educación, de
las afinidades culturales, intelectuales o políticas, algo inefable, que tiene o debe tener relación con la mirada, el tono de voz, la sonrisa, la
caricia, determinado gesto, la presencia, el ser, la esencia, que dijera Sartre en una palabra. Por deseo
de mi madre, está enterrado en el cementerio judío que hay cerca del pueblo
de Casas Bermejas, en Málaga. En su tumba, el epitafio que me
cupo el honor de escribir, reza así :
“
Vitalista y hombre de acción, generoso con la vida y con los demás, la muerte
te sorprendió viviendo. Como tenía que ser. Así, desde hoy y para siempre, tu
mujer, tus seis hijos y tus nietos, te rinden tributo de su cariño y respeto
más profundos. Descansa en paz, pues más allá del tiempo y del espacio, tu
recuerdo imborrable pervivirá en nosotros.” 27-04-2002
3.- La
Librairie des Colonnes
Aquel
era un viaje anodino que no hacía presagiar lo que después ocurriría. No
disponía de demasiado tiempo, pero aprovechó un tiempo muerto en la apretada
agenda de los dos días de visita a Tánger, para acudir a aquel pequeño templo
de la cultura, que en tiempos fue además un círculo de reunión de republicanos
y de antifranquistas. Aquella mañana desayunó temprano en una cafetería próxima
a la Librairie des Colonnes situada en el 54 del Boulevard Pasteur, estaba
alojado en el Hotel Rembrandt, todo
quedaba pues muy cerca, dando la impresión de que los hados del destino se
hubieran confabulado para hacer inevitable la visita. Era todavía pronto cuando
terminó de desayunar, de manera que se puso a leer los diarios para darle tiempo al tiempo, hasta que
llegara la hora de apertura de la librería. Cualquier tangerino con una mínima
inquietud intelectual había entrado en ella alguna vez. En los años 60 del
siglo pasado, la librería conservaba esas señas de identidad que la convertían
en símbolo y patrimonio de los tangerinos. Bastaba con darse una vuelta por el
Boulevard Pasteur para toparse con ella. Uno desfilaba por sus estanterías o
sus mesas repletas de libros, con una mezcla de curiosidad y ansiedad,
esperando encontrar alguna publicación novedosa de Ruedo Ibérico, o a Eduardo
Haro Tecglen en persona, o a su amigo
Ángel Vázquez, entre otros muchos ilustres de la pluma o de la política. En
aquella pequeña superficie rectangular, oyó por vez primera el nombre de Jorge
Semprún, alias Federico Sánchez. Esa librería era frecuentada por el padre de
su amigo, José Marmolejo, que solía aprovechar las visitas para charlar con sus
amigos exiliados y comprar algún libro para regalar al hijo de algún conocido.
Recordaba como en una ocasión compró algunos ejemplares de Platero y yo. Era su manera de sembrar cultura en los jóvenes e
iniciarlos en lo que consideraba más que habito, el arte de la lectura.
Primero
Isabelle Gerofi (de soltera Doneux) y su cuñada Yvonne, y más tarde Rachel
Moyal o Muyal, (apellido que parece tener su origen en Moya de la provincia de
Lugo), habían sido las gestoras y el alma de la librería, en épocas distintas.
Las dos primeras, mujer y hermana respectivamente del fundador de la librería
en 1949, Robert Gerofi, un profesor belga del Lycée Regnault convertido en
mecenas. La tercera, Rachel, se hizo cargo hacia 1974 y se mantuvo hasta 1999.
Gestionar la librería en aquellos tiempos mágicos en la historia tangerina,
debió de ser emocionante y absorbente. Esas tres mujeres, tuvieron la difícil misión de
mantener vivas las inquietudes culturales de muchos tangerinos y de visitantes
extranjeros que por aquellos tiempos abundaban en aquel Tánger, tierra de todos
y de nadie. Frecuentada por grandes nombres de la literatura, como Beckett,
Genet, Goytisolo, Tennessee Williams, Capote, Choukri, Jane y Paul Bowles, o
Tahar Ben Jelloun; intelectuales como Sanz de Soto o artistas como Francis Bacon, entre muchos otros, la
librería se convirtió pronto en un referente cultural para los tangerinos. Un
empleado ilustre fue Ángel Vázquez, el último y gran escritor maldito de la
literatura en castellano. El inefable autor de ese imperecedero y magnífico
monólogo que es La vida perra de Juanita
Narboni.
Había
hecho tiempo, y tocaba subir unos veinte metros que eran los que separaban a la
librería de la cafetería. Empujó la puerta de entrada suavemente como cuando
uno entra en una biblioteca, para no hacer ruido, sigilosamente. El local
conservaba su antigua apariencia, como si el tiempo no hubiera querido
importunarlo, no obstante, la mayoría de los títulos expuestos en nada se
parecía a los de su época, evidentemente. Había ordenadores, tabletas, libros
electrónicos, lo normal en estos tiempos tecnológicos. Mientras se entretenía
en hojear algún ejemplar elegido al azar con curiosidad y parsimonia, se le
acercó un empleado que sorpresivamente se dirigió a él en estos
términos:
-Sr.
C., nada más verlo entrar, he sabido que era usted un tangerino exiliado, de
aquellos que abandonaron la ciudad a finales de los años 60, su manera de
entrar, su mirada, sus gestos dubitativos, todo en usted hacía presagiar su
origen, y me permitía identificarlo.
¿Cómo
sabía mi apellido, si jamás me había visto, ni yo a él? Se preguntó nuestro
protagonista. Halló la respuesta enseguida:
-Le
veo sorprendido y preocupado, continuó el empleado, conozco su apellido porque
me lo ha comunicado mi amigo Nordine, al
que usted puede ver al fondo y que es el recepcionista del hotel donde usted
se hospeda. No hay ningún misterio como puede comprobar.
-¡Uf!
No sabía qué pensar, me ha sacado usted de un apuro, exclamó C.
-Tenemos
la costumbre, continuó el joven encargado, de obsequiar a nuestros clientes
tangerinos, con un libro y una visita a nuestra trastienda. Acompáñeme por
favor señor C.
Nuestro
hombre ignoraba que la librería tuviera dependencias ocultas a primera vista.
El empleado abrió una puerta muy bien disimulada tras un enorme espejo e invitó a C. a que
pasase. Él nunca lo hubiera imaginado, se trataba de una sala enorme, con mesas
simétricamente distribuidas, algunas de ellas ocupadas por personas que
parecían hablar muy animadamente, y a lo largo y ancho, uno podía discernir
estanterías repletas de libros, todo ello formando un conjunto agradable, a
medio camino entre una sala de lectura y una cafetería, una especie de club
privado. Pudo observar cómo, en una de las paredes al fondo del salón, proyectaban sobre distintas
pantallas, imágenes y películas del esplendor tangerino. Pero las sorpresas no
habían hecho más que empezar. C. no daba crédito a lo que estaba viendo, en
unas de las mesas, apoyadas cada una en una silla, de pie, distinguió a las Gerofi, y casi en la misma postura pero
en otra mesa, estaba Rachel Muyal. Pero cómo, se preguntó, si las Gerofi habían fallecido hacía muchos años. Su
sorpresa fue en aumento cuando pudo ver cómo las tres damas se separaron de sus
contertulios y se acercaron a él para recibirlo y saludarlo. Todavía anonadado
por la sorpresa, pudo oír cómo las tres mujeres alternativamente tomaban la
palabra y se pronunciaban en términos parecidos a estos:
-Señor
C. comprendemos su asombro al vernos, pasados tantos años, pero seguimos aquí,
no porque seamos inmortales, sino más bien porque alguien, cuya identidad no
podemos desvelar, nos encomendó seguir nuestra labor “educadora”, desde otro
lugar como es o representa esta trastienda de nuestra librería. Solo algunos
clientes distinguidos como usted, son invitados a compartir con nosotras un
tiempo y a ser informados sobre lo aquí ocurre. Verá, señor C., este club
privado, incluye entre sus socios a artistas y clientes ilustres, ya
desaparecidos y que en el pasado guardaron algún tipo de relación con la
librería (condiciones sine qua non para ser admitido). Somos de alguna manera
las testigos y guardianas eternas de la vida
cultural de aquella Tánger encantada,
única y variopinta, alabada y siempre añorada por aquellos que la
conocieron y se enamoraron de ella. Le recuerdo la evocación que de nuestra
ciudad hizo Sol Bensusan en su cariñosa Carta
a Juanita Narboni :
“Juanita,
en ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado
evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿Fue acaso una
mano oculta la que nos expulsó? ¿No
sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados
hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra su voluntad
nos habíamos hecho acreedores? ¿O fueron los tiempos históricos, eso que llaman
el devenir y que siempre acaba
impidiendo la existencia prolongada de situaciones diferentes, impropias de la
vulgaridad en que se desenvuelve la mayoría?
¿Chi lo sa? El hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible
mezcla de fuerzas misteriosas,
abandonamos nuestra torre de Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y
nuestras avenidas, nuestro Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas
incomparables, nuestra “façon d’être”, ese estilo de vida único e
irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de nosotros volvió
la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en montaña de sal
como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy sabemos que la
suma de nuestras melancolías ha traspasado los mares y las montañas y que
Tánger desapareció con el último tangerino, que de ella sólo queda una imagen hueca hecha de
recuerdos y de nostalgia.
Hoy
sabemos también que Tánger fue paradigma
durante un periodo relativamente largo,
que abarca más de la mitad del siglo XX, del florecimiento de una cultura
cosmopolita que iba más allá del simple multilingüismo para
adentrarse en facetas más amplias como
la heterogeneidad religiosa y social de
la que surgió una sociedad donde la
regla era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi nadie prejuzgaba a
nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso o nacional. En este
punto los tangerinos fueron más que tolerantes,
clarividentes y solidarios. En Tánger se podía pasar sin transición del
castellano al francés y viceversa, también era el único lugar en el mundo donde
los no judíos hablaban haketía, hacía parte de la cultura tangerina.
Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente
cerrada y aislada por un lado por el mar
y por otro por la frontera con el resto de Marruecos.”
-También cultivamos en este
club la palabra precisa, el giro justo, la metáfora, el matiz, la claridad del
concepto, la frase fluida, las dicotomías del pensamiento, la ironía, la
riqueza descriptiva, la paradoja…Todos aquellos elementos del lenguaje y del
pensamiento, que enriquecen la expresión literaria y la expresión a secas,
y elevan el nivel de la palabra desde mera herramienta de comunicación hasta convertirla en arte, añadió Isabelle
Gerofi. Y lo hacemos en varios idiomas, como buenos tangerinos. Rachel Muyal
tomó el relevo diciendo:
-Como
sabemos que no dispone usted como nosotras, de todo el tiempo del mundo, le
proponemos elegir a dos o tres personas, de las que aquí se encuentran, y con
las que usted tenga particular interés en hablar y debatir.
A
pesar de sentirse algo aturdido y confuso por la experiencia que estaba
viviendo, C. siguió el juego y aunque le hubiera encantado hablar con muchos de
los que fueron y que ahí se encontraban, no dudó en su elección, nombrando a
Ángel Vázquez y a Mohamed Chukri. ¿Qué
podía unirle a esos dos escritores malditos, borrachos más que alcohólicos, que había elegido? Solo había
leído un libro de cada uno, pero ambos, La
vida perra de Juanita y Tiempo de
errores, le habían impresionado y marcado, le habían hecho sentirse próximo
a estos dos empedernidos pesimistas, él, que era un optimista irreconciliable.
Sus vidas no habían sido un ejemplo para nadie, nada bueno que aprender de
ellos, pero la innegable y terrible clarividencia de ambos como la del fascista
Céline, le había atrapado. “Voir clair
dans ce qui est” decía Celine con cínico sarcasmo. ¿Por qué deseaba
enfrentarse a ellos? ¿Acaso echaba en falta una vida de sufrimientos y
carencias que no había tenido? Nada de eso, lo que C. realmente deseaba, era
hablar de su Tánger con dos auténticos tangerinos que conocieran la cruz
y la cara de la ciudad, sus hechizos y sus secretos no siempre revelados. No le
interesaba la opinión de los “extranjeros”, de esos que nunca y a su pesar,
pudieron evitar establecer esa invisible distancia con el Tánger profundo, como
si siempre hubieran estado de visita o de paso. Los lugares pertenecen a sus habitantes, a aquellos que asumen,
interiorizan y hacen suya la ciudad y a sus vecinos, pero nunca será de sus
visitantes. Para los primeros son su vida, para los segundos son una
experiencia más o menos enriquecedora.
-Mira
Mohamed, yo no me puedo inventar los malos recuerdos que no tengo, ni los malos
ratos que no viví. Ni tú tampoco, pero al revés, se dijo a sí mismo como si
hablara con Choukry. Ya nos has contado hasta la saciedad, lo mal que lo
pasaste, y bien que te vengaste de tus protectores Paul Bowles y Jean Genet, en
una miserable demostración de ingratitud y de nula lealtad. Pero esos conceptos
para ti, viniendo del otro lado, del lado malo de la vida, no tienen demasiado
peso, ni sentido. Mas una cosa te digo, no se pasa de vivir en la miseria a
escritor de éxito sin un mecenas o muchos mecenas. Tú sabrás lo que callas. Tú
sabrás a qué altura situaste tu dignidad. Dicen tus paisanos que das una mala
imagen de Tánger, yo sin embargo, pienso que tanto el negativo como la foto,
son necesarios para completar la imagen. Nada es totalmente blanco ni negro,
hay demasiados matices entre ambos colores o falta de colores. Creo encontrarme
en medio, dónde la gente corriente. Ni turista, ni limpiabotas. Ni borracho, ni
abstemio. Desde tu extremo, eres un escritor maldito pero necesario. Mohamed,
una parte de la verdad sobre la vida y sobre Tánger es tuya, pero no puedes
negar las alícuotas bien distintas que nos corresponden a Paul y a mí. Yo no
barnicé con una pátina dulzona mis recuerdos, ni enmascaré mí pasado,
simplemente traté de describirlo desde mi nostalgia y mi cariño. Era mi parte
de una realidad más completa y compleja
que engloba e incluye a la tuya. Me fastidia tu maniqueísmo y todos los
maniqueísmos, porque nacen del resentimiento y de la envidia. Echarles la culpa
a los que no han tenido tu mala suerte y convertirlos en los responsables
directos o indirectos de tus desdichas, no es el mejor remedio, ni tampoco la
justificación para aplacar tu malestar y tu rebeldía.
Sentado
frente a él, Mohamed Choukry o su fantasma, miraba al vacío con aire
indiferente, sin ningún gesto que revelara su pensamiento o su opinión. C. tuvo
que imaginar su respuesta, porque del “resucitado”, no salió nada:
-Eres
un pequeño cabrón, al que podría destrozar con una argumentación precisa y pasarte
por encima como una apisonadora. Pero
estoy muerto, enano, y los muertos ya hemos dicho o escrito todo lo que
teníamos que decir y que callar en vida. Así que jódete. Si quieres una
respuesta vuelve a mis libros y piensa lo que te apetezca.
Mientras
C. se respondía por Chukry, este había desaparecido y en su lugar estaba
sentado Ángel Vázquez (en realidad su primer nombre era Antonio y él se inclinó
por Ángel, porque Antonio le parecía un nombre muy de torero, seguramente
pensaba en Antonio Bienvenida y en Antonio Ordoñez), el tangerino que escribió
la vida perra de la inefable Juanita Narboni, su alter ego.
-Estimado
Ángel: Juanita se ha convertido en un arquetipo de tangerina de clase media
baja, pero además, a través de sus palabras queda reflejada parte de la gloria
y de la decadencia de Tánger, sobre todo de esta última. Yo leí la novela en
1981, cinco años después de su publicación. Lo extraordinario es que pasados
veinte años, en una noche de insomnio y de extraña inspiración por inesperada, le
escribí una carta a Juanita, en la que mi personaje, Sol Bensusan, consigue
reproducir el lenguaje, la cadencia y el ritmo que empleaba Juanita, para
situarse en su universo, como si el texto le hubiera sido dictado por ti mismo.
Pero con todo, Sol no habla como Juanita, en sus recuerdos tangerinos, hay
añoranza y cariño, como demuestra este párrafo de su segunda e inédita carta a
Juanita:
Querida
Juanita: Aquí estoy de nuevo, reina. Soy tu amiga Sol. Mira “habiba”, dices que
Tánger es como una caracola que va recogiendo los peores ruidos del mundo,
seguramente sea verdad en parte, pero te olvidas de lo bueno mi bien, porque
también recogía todos los ruidos buenos, en esa “deliciosa mentira”, como dijo
alguna vez tu entrañable amigo Emilio Sanz
de Soto, cabíamos todos, los buenos, los malos y los regulares. Nadie
nos preguntaba por nuestras creencias religiosas ni políticas o nuestra
condición sexual. Y eso, era y sigue siendo bueno. Juanita, tu estudiaste en
tres escuelas, la francesa, la italiana y la inglesa, “aiwa”, te parece poco?
Trabajaste con un judío húngaro al que tú solo entendías, hablabas haquetía,
qué quieres que te diga reina, eso nada más que podía pasar en Tánger. ¿Tú
crees que en otro lugar del mundo, tu madre, Mariquita Molina, habría encontrado
una pigmalion como Monique Boissonet, la dueña
de la sombrerería en la que ella empezó? ¿Por qué esa amargura entonces, de dónde
te vino ese mal que “te cayó el mazal” ?
Dicen, que si no te llega a amamantar una negra de Larache, te hubieras
muerto. Ya sabía yo Juanita, que algo teníamos en común tú y yo, la leche que
mamamos era del mismo sitio, de mi entrañable Larache, pero a mí parece que me
sentó mejor, querida.
Por
el contrario, en Juanita hay ironía, un pelín de mala leche, pero también una
amargura mal disimuladas. Para mí, Tánger trasciende tu pesimismo y el
resentimiento de Chukry, y discurre por muchos senderos donde también caben la
alegría de vivir y de ser tangerinos. Nadie puede negar su belleza
paisajística, abrazada en sus extremos por dos cabos, el Espartel y el Malabata
, las aguas que bañan su bahía recogen el encuentro de dos mares, el tranquilo
Mediterráneo y el majestuoso Atlántico, dando lugar a extraordinarias playas a
uno y otro lado de la ciudad. La época del auge tangerino, la belle époque, no solo perdura en los libros y en los recuerdos
de algunos y ya escasos supervivientes,
sino que todavía su luz ilumina algunas calles y edificios, y su espíritu
planea sobre la ciudad como queriendo dejar constancia de su rico pasado. Contigo, amigo Ángel, me
ocurre como con Mohamed, aprecio y admiro tu extraordinario monólogo tangerino,
pero rechazo parte del pesimismo que de él se desprende.
Tampoco
Vázquez pareció atender al relato de C.
y solo se permitió exhibir una sonrisa entre cómplice y socarrona, como punto
final a su breve encuentro. Eso sí, demostró más educación y mayor cortesía que
el tosco Choukry en su despedida. C. estaba de nuevo solo en la mesa, miró a su
alrededor, recorriendo con pausa y fijándose en el detalle, toda la sala.
Sintió que todo aquello (ambiente, personas y decoración) que en principio
podía considerarse un loable intento (ficticio o real) de recuperación de la
memoria cultural tangerina, había resultado fallido y había quedado reducido a
un pequeño esperpento que le inspiraba una mezcla de sensaciones
contradictorias como tristeza, decepción, pena y hastío. No habían transcurrido
más de cinco minutos, cuando las tres damas se le acercaron para acompañarlo a
la puerta y se manifestaron del modo siguiente:
-
Estimado amigo: Como podrá imaginar, nos hubiera gustado dedicarle más tiempo y
que su entrevista, más que encuentro, con los dos escritores tangerinos,
hubiera resultado más provechosa, pero las cosas son como son o como fueron, y
todo ha cambiado tanto, querido amigo, que volver sobre nuestros pasos, puede
resultar una pérdida irreparable de tiempo. Todos nosotros fuimos, estuvimos, y
dejamos nuestro legado, cada cual según sus capacidades. Pero indudablemente,
entre unos y otros ayudamos a levantar el pequeño o gran edificio de la
historia de nuestra ciudad. Las últimas palabras fueron de Rachel Muyal: - Jasrá. Tanger for ever.
C.
se preguntó cómo y por qué su visita a la librería, se había convertido en un
viaje al pasado y a la nostalgia, en un nuevo reencuentro (pues no era el
primero) con el Tánger mítico y eterno. Reflexionó sobre la conveniencia e
incluso sobre la utilidad de volver a escribir sobre lo mismo y sobre su
validez literaria. ¿Para qué y por qué se escribe? Las preguntas de siempre le
acechaban de nuevo. Salió a la calle y respiró profundamente pues sintió
alivio, por una doble razón, en primer lugar, por abandonar un pasado que
empezaba a agobiarle y en segundo lugar, por acabar un relato que no parecía
tener fin. Salió con paso ligero, recorrió apenas veinte metros, giró hacía la
Calle Goya y desapareció.
Nota del autor: No sabemos hacía dónde se dirigió C.
por la Calle Goya, pues es posible que este relato no haya acabado todavía.
2015
¿Adónde
se dirigió C. cuando dobló la esquina del Boulevard con la calle Goya? Nunca lo
sabremos. Porque si bien todo lo que le ocurrió a nuestro personaje antes de
entrar en la librería fue tan real como anodino, pues es verdad que se hospedó
en el hotel Rembrandt y que desayunó en una cafetería próxima a aquél, siempre desconoceremos si lo que pasó dentro
de la librería fue real o inventado y si transcurrió delante o detrás de ese
fino e invisible velo que separa a la realidad de la ficción.
Antes
de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la
visita y entregándole un ejemplar del libro
La Memoria Blanqueada, cuyo
autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió
en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger, y que siempre se consideró tangerino de
vocación.
Para
C., la calle Goya era una de las calles de su memoria sentimental y aquel paseo que había emprendido, era un
paseo por el tiempo y la nostalgia, un paseo por las calles de su vida. Cuando
uno rememora y recrea su pasado en un deseo vano de revivirlo, lo que subyace
en ese intento es contar y captar la
vida, la propia y la de los otros, la de aquellos seres que compartieron con
uno, sonrisas, palabras, sonidos, olores, paisajes, lugares y miradas;
la de aquellos seres que fueron testigos de un mismo tiempo y de unos
mismos momentos.
Pero
si bien es cierto que jamás podremos seguir a C. por la calle Goya, sí que
podemos imaginarlo. C. tenía varias opciones y eligió seguir el camino que llevaba. Se adentró en la calle
Goya, a la que curiosamente encontró muy poco cambiada. Hasta llegar al cruce
con la calle Méjico, todo seguía igual. Decidió pararse en la puerta de la
Pastelería Porte, donde casualmente, Monsieur Porte y su hijo, fumaban un pitillo en un descanso
del quehacer diario. Los saludó y al hacerlo, recobró la imagen del hijo, aquel
joven delgaducho, de pelo castaño, casi rubio, y de sonrisa socarrona. C. no estaba ya para sorpresas después de lo vivido en la
librería. Monsieur Porte se dirigió a él con estas palabras:
-
Nos alegra verte de nuevo por aquí en tanto que nosotros permanecemos como
testigos de un mundo que ya no existe,
pero cuya luz todavía alumbra el presente. Ningún tangerino de entonces
podría pasar de largo por nuestro establecimiento sin que los recuerdos le
asaltaran, ya que fuimos parte integrante e importante de aquel Tánger
irrepetible. Hemos visto desfilar por aquí a lo mejor y a lo peor de la
sociedad tangerina y del mundo: políticos, escritores, actores, millonarios, contrabandistas,
prostitutas y grandes señoras. Este salón de té a todos seducía por la atención
dispensada y por la calidad de nuestros productos. Por cierto, señor C., en una
de nuestras mesas, están sentadas dos damas que usted conoce muy bien: Sol Bensusan
y Juanita Narboni.
C.
no pudo resistirse y entró en el salón.
Se acercó a la mesa donde las dos mujeres tomaban un té a la menta. Al
llegar él, las dos damas mostraron primero sorpresa y luego un cierto jubilo
alumbró sus rostros al verlo aparecer tan inesperadamente. Lo invitaron a
sentarse. Nuestro personaje les contó que había estado en la librería y que
había vivido instantes de una intensidad inolvidable, sobre todo en la
trastienda. Ellas no parecieron sorprenderse por el relato de C.
-
Amigo escritor, la inmortalidad o más precisamente la perennidad de un mundo
desaparecido, existe por vosotros los escritores, los contadores de la memoria.
Ese mundo camina con vosotros siempre y emerge cuando vuestro pensamiento
vuelve a él y lo recrea, ya sea en relatos, cuentos o novelas. Esa necesidad
que sentís por traer el pasado al presente, es la que hace que nunca aquel se
olvide y que siga viviendo en ustedes y en vuestros lectores, dijo Juanita. C.
apostilló:
-
Hay mucho de verdad en lo que dices, pero ¿Por qué esa necesidad de volver a recrear lo que ya tuvo lugar?
-
Porque la imaginación es libre, amigo, y además todo cuanto hemos vivido,
sufrido o disfrutado, reaparece cualquier día, a la vuelta de cualquier
esquina, y nos indica el camino a seguir. Algunos como tú, tenéis la “baraka”
como decía mi recordado Mohamed Sibari, que os permite retratar con hermosas
palabras, lo que los demás vivimos, dijo Sol. Y añadió:
-
Yo por ejemplo, nací de tu pluma una noche de insomnio, cuando seguramente Tánger
y mi amiga Juanita te visitaron para mostrarte la manera de hacerlo. Entonces, con tu pluma me puse a
escribirle una carta a Juanita, llena de sentimiento, de nostalgia y sobre todo
de amor hacia aquel Tánger único y a aquellos años, donde todos los jóvenes
tangerinos compartimos la alegría de vivir y el esplendor de la juventud. Por
eso hoy, Juanita y yo, nos entendemos y nos comprendemos, porque venimos de un
mismo mundo y porque el edificio de nuestro pasado está construido con los
mismos materiales. Tu pluma es la que ha conseguido que estemos sentadas en
esta mesa y en este magnífico salón de té, hablando contigo de nuestras vidas
entrecruzadas y de nuestra memoria común.
-
A ti Sol Bensusan y a ti Juanita Narboni, a ambas os pregunto: ¿De dónde somos
nosotros, acaso fuimos predestinados a nacer en tierra de nadie y a no tener
ninguna identidad definida? Ni
marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni italianos, ni tampoco ingleses,
aunque nos sintamos un poquito de todo y de todos. Poliglotas, como poco bi o
trilingües, y sobre todo mestizos culturales, hoy estamos esparcidos por el
mundo, por todas las patrias y por todas las religiones, pero a ninguna
pertenecemos, porque no podemos evitar ser fundamentalmente tangerinos, y eso
quería decir todo y de todo un poco. Yerra quien cree que por haber abandonado
su casa, puede olvidarla y borrar sus orígenes,
sus vivencias y su manera de ser. ¿Seríais capaces de dar una respuesta
definida ante una pregunta tan directa como sencilla para cualquiera, como: ¿Tú
qué eres, judío, cristiano, musulmán, agnóstico, español, francés, marroquí… ?
Cualquier respuesta sería reduccionista, porque apenas abarcaría
alguna de las caras de nuestro prisma multicultural. Yo llevo toda mi
vida tratando de contestar a esa pregunta y casi todos mis libros tienen una
parte de mi respuesta todavía inacabada, dijo C. y añadió: No me siento de
ningún lugar, soy una apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis
aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.
Sin
esperar respuesta, C. se levantó de la mesa, abrazó a las dos mujeres y se
despidió emocionado, sabiendo que su esfuerzo y su interés por recuperar el
tiempo perdido, no había sido vano. Al salir, cambió de acera, pues desviándose unos pocos metros por la
siguiente calle que atravesaba la Calle Goya, no sabía muy bien si trabajaba o
regentaba el negocio de reparto de butano, el hermano de su amigo Abraham
Bengio. Lo saludó con un gesto de la
mano como solía en el pasado y este le devolvió el saludo. Volvió a la calle
que traía desde un principio y unos metros más abajo, se detuvo para hablar un
rato con Rachid el dueño de la disco 07 (eran los primeros años del super
agente James Bond). Rachid era en aquel tiempo un joven alto, espigado y con el
pelo dorado, muy apuesto:
-
¡Joder Rachid! ¡Cuánto tiempo ha pasado
y qué buenos ratos pasamos ahí abajo!
Rachid
sonrió y le dio un abrazo cariñoso. C. siguió su camino y unos metros más
abajo, se detuvo en la puerta del Cine Goya, propiedad de la familia de su compañero de liceo Simón Cohen. Un gran
tipo al que tuvo la oportunidad de impartir clases de Física junto a su otro
amigo David Mamán durante una temporada. Recordaba que el pago por las clases a
ambos eran 5 dirhams y la merienda, una
merienda suculenta, que les servía la madre de David. Contiguo al cine, a su derecha, se hallaba el
Sport Hall, un local de juegos diversos que regentaba un judío polaco
apellidado Hirt. Era centro de reunión de jóvenes y menos jóvenes para jugar al billar, al futbolín o al ping-pong.
Allí tuvo la oportunidad de practicar
uno de sus deportes favoritos, el tenis de mesa, en memorables partidos
contra el norteamericano David Woolman o el tangerino Mustafá. Prefirió no
entrar, porque la emoción del reencuentro podría embargarle y desestabilizarle
en la ruta que se había trazado. De una de las cajas de música del local se
podía oír a Tom Jones cantando Delilah. Bajó unos metros por la pequeña
cuesta que daba al cruce de caminos o “rond
point” donde terminaba la calle. Optó por situarse en el centro del cruce,
donde tenía a su frente el salón Roxy y un poco más abajo el Cine Roxy; a su
izquierda el Lycée Regnault, a su
derecha el edificio donde vivió que hacía esquina entre la calle Goya y la
calle Juana de Arco. ¡Cuántos recuerdos, cuántas imágenes!
En
la puerta principal del “Lycée” departían amigablemente dos ilustres profesores
como lo fueron Monsieur Rousseau y Monsieur Fabre, este último quizás el mejor profesor de siempre para C.,
por esa manera tan aparentemente sencilla como bien elaborada de explicar las
matemáticas, tanto el Álgebra como la Geometría Analítica. Sus demostraciones
le dejaban boquiabierto, y todavía hoy, pasados cincuenta años, era capaz de
recordar con precisión algunas de estas. Solo alguien que había dedicado mucho
tiempo y trabajo a la metodología
didáctica, podía convertir una clase de matemáticas en una pequeña obra
de arte. Un enunciado como: “Le trinôme
du second degré a le signe de son premier coéfficient sauf por les valeurs de x
comprises entre les racines” que podía parecer un axioma en el que convenía
creer, lo transformaba Monsieur Fabre en la derivada lógica de un sencillo
razonamiento inductivo que conducía al origen del trinomio de segundo grado y
que C. era todavía capaz de repetir en los mismos términos y siguiendo los
mismos pasos que su maestro.
En
la pequeña terraza del salón Roxy, en una de las mesas departían amigablemente su compañero de entonces
Guessous y Tahar BenJelloun, tomando un té y fumando un pitillo, dos acompañantes
esenciales para una charla sosegada. Dentro se encontraban alrededor de una
mesita tratando de solucionar un problema de Física, Tajjedine Raisuni, Armando
Israel y Pepe Cerralbo, en apasionada discusión, mientras Cohen formulaba su solución al problema.
C.
salió del salón y tomó la calle del Cine Roxy, al pasar por la puerta de este,
recordó una anécdota que siempre conservó en su memoria: Era noviembre y llovía
tenuemente, C. caminaba junto a Chantal
que había empezado a ser algo más que su amiga, hablando de cosas
propias de su edad. Llegados a la altura
del cine Roxy, Chantal cruzó la
carretera que separaba ambas aceras y se abalanzó sobre un joven que venía en
dirección opuesta, fundiéndose en un abrazo más que cariñoso. C. con la palabra
todavía en la boca, siguió su camino entre sorprendido y desolado. Pensó que aquella mujer se había comportado
como una estúpida y nunca más le dirigió la palabra a lo largo del curso.
C.
se detuvo ante la puerta del cine y alargó la vista hacia el final de aquella
calle que no le apetecía recorrer. Unos metros más abajo, en la misma acera en
la que se encontraba, regentaba su academia de dactilografía Mme Bouadana,
academia a la que C. tuvo la oportunidad
de asistir durante algunos meses, cuando todavía era muy útil aprender a
escribir a máquina. Al final de la calle
vivía con su familia, su compañero y amigo Gerard Zaoui, hijo de un ilustre
abogado condecorado con la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa por su
participación en la Resistencia. A este hombre, que en lugar de hablar parecía
declamar, como los grandes actores de la escena francesa, le oyó un día C.
pronunciar estas palabras sin detenerse
y sin necesidad de reflexión previa, tal era su capacidad de
improvisación y su dominio de la oratoria: “Un
primer fracaso es siempre necesario, un segundo fracaso es a veces útil, un
tercer fracaso no es jamás inútil.”
C.
volvió sobre sus pasos muy lentamente,
cual un funambulista que está llegando al final de su trayecto sobre el
alambre. Sintió que esta vez caminaba en
sentido inverso, desde el pasado al presente, al final de un viaje de doble
sentido, donde pasado y presente se turnaban, llegando incluso a confundirse.
Se sentó en una de las mesas del salón Roxy a contemplar con parsimonia y detenimiento
su entorno. Pudo comprobar por fin, que aunque casi nada había cambiado, ya nada era ni sería igual, pues: ¿No es la
vida ese proceso continuo, dinámico y renovador, donde unas personas son sustituidas por otras, donde una época
sucede a otra y una civilización reemplaza a la anterior; y así hasta el final
de los tiempos? Se levantó y se dirigió a la acera de enfrente donde le
esperaba fumando un cigarrillo, mientras mantenía la mano derecha en el
bolsillo, en una pose muy suya, su entrañable amigo Leonardo. Se saludaron y en silencio, ambos emprendieron el camino
de la calle Juana de Arco, que para ellos también había sido en muchas
ocasiones el camino de la amistad inquebrantable. Caminaron una vez más sobre
sus pasos perdidos en el cemento, hasta que sus siluetas se fueron disipando a
medida que se alejaban, y acabaron desapareciendo en el espacio y en el tiempo,
con vocación de eternidad.
2015
1
Juanita y Sol
Sol
Bensusan era una joven tangerina como tantas otras, hasta que se le ocurrió
escribirle una carta a Juanita Narboni que para su sorpresa, dio la vuelta al
mundo. Cualquiera puede encontrar la carta en Google. Juanita Narboni, como
todos sabréis se ha convertido con el paso de los años (la novela se publicó en
1976) en un arquetipo literario creado por el escritor también tangerino Ángel
Vázquez, hasta tal punto que no sabremos nunca si Juanita fue un personaje real
o ficticio. De manera que cuando en el año 2002, Sol le escribe a Juanita y le
expresa su amistad y le transmite sus sentimientos, no sabemos si ambas se
conocieron realmente o si Sol establece un dialogo con un personaje novelado.
Al menos yo, tengo mis dudas. Tanto Sol como Juanita, poseen la impronta
tangerina y eso se manifiesta en sus
expresiones, en su manera de vivir su ciudad y de contar su pasado. Pero bueno,
lo que yo como narrador pretendo, es relatar el encuentro de estas dos
tangerinas, esperando que del intercambio de
vivencias, de reflexiones y de opiniones surja el milagro que ilumine el
esplendor de Tánger y la memoria de sus habitantes. Es indiferente que ambas
sean personajes reales o inventados.
Esta
mañana de verano, Sol y Juanita se han
citado en un café cercano a la playa municipal, junto al Hotel Rif. Sol está un poco nerviosa porque lleva años
sin ver a su amiga Juanita. ¿Qué aspecto tendrá, qué habrá sido de ella, al bimier baharnes? Se pregunta mientras
baja por la cuesta de la playa, qué
quebradera, después hay que subirla, piensa. ¿Qué se dirán al verse de nuevo? ¿Cuánto les durará el primer silencio, ese
que viene tras los besos y abrazos? Espero que poco, se dice Sol, que sea
cortito por el Dio. Sol entra en el
referido café y apenas dentro, exclama: Uah mírala, es ella. Ahí está Juanita sentada en una mesa con las piernas cruzadas,
lleva gafas de sol y una especie de turbante de colores llamativos que le cubre
parcialmente la cabeza. Conserva su tradicional elegancia tangerina. Parece
salida de una película de los años 50. Llegado el momento tan esperado como
temido por Sol, ambas mujeres se abrazan, se miden, se miran, como si nunca se
hubieran visto.
- ¡Qué bien te conservas Juanita! - exclama
Sol-.
- Y tú qué joven estás Sol, nunca te hubiera
imaginado así, tan lozana y hermosa, lo
bueno.
Por
fin se sientan.
- Mira
Juanita, te he traído un regalito de España, por una parte, no sabía qué
traerte, pero por otra no quería que de nuestro encuentro, no te quedara ningún
recuerdo, no es por lo material, ya me entiendes…
- No
te hubieras molestado mujer, pues sabes muy bien, que desde que me dijiste que
vendrías, no he podido olvidar el detalle. Muchas gracias de todos modos. Eres
un diamante Solita.
Una
vez pasados los primeros minutos e intercambiados los parabienes, ambas mujeres
permanecen un tiempo en silencio, que Sol se encarga de romper.
- ¿Juanita, te has parado alguna vez a pensar
sobre nosotras y nuestra realidad? ¿Somos personajes de ficción o somos más
bien la representación de muchas mujeres que vivieron en nuestra época y en
nuestro lugar?
- ¿Qué
importa que hayamos existido o no? ¿Y eso qué más da? -siguió Juanita-. Yo
estoy convencida de que sino idénticas a nosotras, fueron muchas las Juanitas
Narboni y las Soles Bensusan, con otros nombres sí, pero con vidas e
inquietudes parecidas a las nuestras, en aquel Tánger de los 50 y los 60.
Fíjate que cuando recibí tu primera carta, me sentí retratada y feliz porque
alguien más reflejara con tanta precisión lo que yo misma había sentido en
tantas ocasiones. Experimenté una sensación extraña, como si mi historia no
hubiera acabado y su continuación me permitiera seguir viva. Ahora mismo estoy
aquí de nuevo como si hubiera escapado del libro, hablando contigo, reina. Es casi un milagro. Es como si
Ángel le hubiera dado el testigo a León para que siguiera. Así que ahora podremos explayarnos y hablar
de nuestro pueblo y también de nosotras.
- Han
pasado cuarenta años desde que saliera tu vida perra a la luz, Juanita, yo soy
algo más joven, hace solo una veintena de años que me convertí en personaje
público -continuó Sol-. La pregunta que siempre me viene a la cabeza, Juanita,
es: ¿Por qué Tánger? Yo nací en Larache,
donde viví hasta los diecisiete, aunque casi la mitad de ese tiempo lo pasé
entre Zoco-el-Arba y Rabat, hasta que
llegué a Tánger en el 64. Lo extraordinario no es cómo era entonces aquella
ciudad, sino cómo la percibí y la interioricé yo y cómo la convertí en mía para siempre. Tánger
seguía siendo un espacio de mestizaje cultural
y religioso, pero también social y político. Recordarás Juanita, que habían bastantes centros
educativos, como el Instituto español Severo Ochoa, el Liceo francés Regnault,
el Instituto alemán Goethe, el italiano Dante Alighieri, la American School, el
English College, además de los colegios marroquíes y de la Alianza israelita.
No estaba nada mal para una ciudad que no alcanzaba los doscientos mil habitantes.
- Es
cierto -prosiguió Juanita- que el carácter o más precisamente la idiosincrasia
tangerina, se forjó entre otras cosas, a base de afinar el oído y de
familiarizarse con los sonidos, las entonaciones, las gesticulaciones y hasta
los ruidos de tantos idiomas diferentes, que parecían fundirse en uno solo,
cuando alguien pronunciaba: Arrête de
déconner mon vieux, déjame en paz por favor, a jai baraka msdar. Como si necesitara
decir las cosas en varios idiomas para ser entendido. Pero lo sorprendente, es
que nadie podía adivinar cuál de estas tres lenguas era la materna de ese
alguien. Porque los tangerinos no hablábamos varios idiomas, los
interiorizábamos y los hacíamos nuestros. Decía un famoso filósofo español,
creo que era Emilio Lledó: “Los otros son
otros en la medida en que son diferentes de nosotros; la otredad es entonces
esa posibilidad de reconocer, respetar y convivir con la diferencia”. Sin
embargo, la manera tangerina de considerar la “otredad” enriquece, profundiza y
amplía esa hermosa definición. No se
trata ya solo de tolerar o de aceptar al otro, los tangerinos dimos un paso
más, en el sentido de considerar al otro
como a uno mismo, de ser en definitiva igual que el otro, de forma que el otro
deja de ser otro y por tanto diferente. Y qué mejor para conseguirlo que hablar
como el otro. Cuando una o uno se refería o pensaba en Gerard, Maurice, Khalid,
Carmen, Alberto, Luigi o Rachida, solo veía unos rostros o más precisamente
unos seres, cuyos nombres no eran más que etiquetas para distinguirlos, sin
ningún otro prejuicio o componente racial, social o religioso. ¿Quién podría
sentirse extranjero en aquel Tánger?
- ¡Qué
bien lo has expresado Juanita! -exclamó Sol-. Nunca olvidaré la frase de mi
amiga Françoise, una italiana de origen, pero sobre todo una tangerina
genuina:” - Tánger es el único lugar donde me siento en casa”, me confesó una
tarde noche durante un reencuentro de tangerinos en 2007. ¡Cuánta verdad y cuanto amor a su ciudad revelan sus palabras! A mí me estremecieron. Permíteme Juanita que
dedique algunos minutos a hablarte de mi amiga Francesca, porque me consta que
no llegaste a conocerla.
2
Francesca
- Francesca
nació en Tánger a finales de la década de los años 40 del siglo XX. Sus padres
se habían trasladado a nuestra ciudad huyendo de los bombardeos sobre Italia
durante la segunda guerra mundial. Eran originarios de Aprilia, un pueblo
distante solo 40 kilómetros de Roma. Francesca creció en el Tánger
paradigmático de los 50. Primero en el colegio italiano donde cursó los
estudios primarios y luego en el Lycée Regnault donde completó los secundarios.
Fue tal su identificación con la cultura francesa que se hizo llamar Françoise,
como todas sus compañeras la conocíamos. Con dieciséis años hablaba italiano,
francés y español a la perfección, y como buena tangerina pasaba de una lengua
a otra según le parecía y sin darse apenas cuenta. Cuando yo la conocí, debía
de tener mi edad, diecisiete o dieciocho años. Chatita y pecosa, era una chica
mona, sin más. Su atractivo residía en su sonrisa y en unas piernas nada
desdeñables. En la década de los 70 se marchó a vivir a Paris, cuando el gran éxodo tangerino. Volví a verla
en el año 2007, cuarenta años más tarde. Conservaba el mismo aspecto y el mismo
atractivo. Me contó que se había casado en Paris con un judío tangerino y que
había tenido una hija con él. Acabó separándose. Él, un hombre liberal y
agnóstico en su juventud, se había convertido en alguien muy religioso e
integrista. Su expresión reflejaba cierta melancolía cuando relataba su
historia en el exilio parisino. Como si se diera cuenta de que su vida había
sido una oportunidad fallida. Recuerdo sobre todo su mirada triste, vacía,
ausente, que parecía recorrer todo su pasado, como si se preguntara una vez más
por qué tuvo que abandonar su tierra. Había cierta amargura y desolación en esa
constatación. Sin embargo, saberse en Tánger, aunque solo fuera por pocos días,
parecía devolverle parte de la alegría perdida. Cuando me despedí de ella,
comprendí mucho mejor lo que Tánger
significó para todos los tangerinos y el dolor profundo e irremediable del
exilio. Todas y todos nos convertimos en tangerinos errantes y vagamos por el
mundo en una diáspora sin retorno. Ya sé que esta idea la he repetido en
numerosas ocasiones de manera diferente, pero creo que es fiel reflejo de lo
que ocurrió en nuestro interior.
3
- Por
lo que sé de ti Sol-dijo Juanita-, tu llegada a Tánger coincidió con lo mejor de
tu juventud. En esos años empezaron a desarrollarse tus inquietudes
intelectuales y políticas. Y no sé hasta qué punto Tánger influyó o
catalizó esos cambios personales.
- No
te equivocas Juanita -continuó Sol-. Conocí a tangerinos que sin proponérselo,
determinaron mi devenir, abriéndome puertas y caminos que desconocía y
orientándome para seguir mi ruta vital. Fueron ellos, amigos y profesores, pero
también la ciudad y lo que representaba. No sé si hablar de revelación sería
apropiado, por la connotación religiosa que encierra esa palabra, pero algo de
eso hubo.
- Indudablemente,
una ha de estar preparada para recibir los magisterios, y ser lo
suficientemente permeable y sensible para que las influencias “positivas”
penetren en nosotras. Quiero con esto significar, que tú llegaste a Tánger en
el momento preciso para que en ti
tuviera lugar el cambio, la evolución o el descubrimiento, como quieras
llamarle. La experiencia tangerina fue de algún modo la que faltaba para
sumarse a las anteriores y llegó justo cuando tenía que haberlo hecho. Quizás por eso fue tan importante en tu
vida.
- No
esperaba, amiga Juanita, que acabáramos reflexionando sobre las razones que
convirtieron mi experiencia tangerina en algo insólito y definitivo. Pero todo
puede pasar cuando dos personajes que basculan entre la ficción y la realidad
se encuentran a medio camino entre
ambas. Pero hablemos de ti Juanita.
- De
mí hay poco que añadir, casi todo lo dijo el malogrado de Ángel. Sigo llena de
malentendidos, de contradicciones, y sigo llegando tarde a todos los sitios.
Bueno, hay que decir que a nuestra cita, he acudido muy puntual. Es broma.
Quiero decir que siempre anduve unos pasos por detrás de la rueda de la vida. Y
por eso se me escaparon casi todas las cosas buenas. Mis trenes pasaron de
largo. Como ponía Ángel en mi boca: Dios
le da pañuelos a quien no tiene mocos. A mí nunca me tocó la tómbola por muchas
ferias a las que asistí. Pero sí puedo decir que vi el Gran circo Americano y a
Manolita Chen. Y que tuve la suerte de vivir en el Gran Tánger. No debería
quejarme reina. Pero yo soy así, como me
parió mi madre. Por favor León, mi bueno,
no sigas, porque vas a acabar escribiendo la segunda parte del libro de
Vázquez. Y eso no, por favor, ya estoy harta, con una historia tuve bastante.
Las
dos mujeres se abrazaron con ternura y complicidad y gritaron: ¡Viva Malabata!
¡Malabata for ever! Luego
desaparecieron, se esfumaron para siempre. Si queréis encontrarlas, buscad,
buscad y no descanséis nunca, seguro que se esconden en alguna morada
tangerina, lejos, muy lejos de la realidad.
Enero
2017
**Esta pentalogía ha sido publicada como tal en mi libro Crónica de un reencuentro (2019 Edit. Circulo Rojo)