PRÓLOGO
Durante
mi estancia en Polonia (de 2008 a 2013) amplié el ámbito de mi investigación
desde la Literatura negroafricana o
subsahariana en español a la Literatura
africana en español.
En
esa época descubrí a un notable conjunto de autores magrebíes y saharauis que
escribían en español y también fue el momento en que me encontré con la obra de
León Cohen Mesonero.
En
el año 2008 la editorial SIAL, en la que yo había publicado ya varias obras en
solitario y en colaboración, sacó a la luz el libro Calle del Agua, Antología de la
Literatura Hispanomagrebí contemporánea. La obra había sido concebida
inicialmente por Rodolfo Gil Benumeya Grimau, que en la década de 1960 había
dirigido un Centro Cultural Hispánico, dependiente del Ministerio de Asuntos
Exteriores de España, como yo también dirigí varias décadas después otro Centro
Cultural español. No coincidimos ni en el tiempo ni en el lugar, pero sí
coincidimos en haber sido ambos directores de dos centros culturales españoles
en África. Lamentablemente Rodolfo Gil
Benumeya murió en el mismo 2008. Aunque no tuve la oportunidad de conocerle, su
proyecto fue culminado con éxito por Manuel Gahete y otros cuatro autores.
Calle del Agua me
ofreció por primera vez el nombre y la obra de León Cohen Mesonero. Se habían
seleccionado para la mencionada antología dos relatos, uno autobiográfico, La calle Real (de Larache) y el
magnífico Rachid y el Señor Levy, que
después tuve oportunidad de ver publicado en otras antologías y que se
encuentra en el apéndice de la obra que hoy nos ocupa.
Interesada
ya de lleno por la obra de León Cohen, seguí buscando y di con selecciones de
cuatro de sus libros en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes: Relatos robados al tiempo (2003), del
que se habían seleccionado cuatro relatos; Cabos
sueltos (2004), libro dividido en cuatro libros a su vez, los tres primeros
de poemas y el cuarto de reflexiones de pequeño formato en prosa; La memoria blanqueada (2006), del que
había dos narraciones; y Cartas y Cortos (2011),
con una selección de cuatro títulos.
Relatos robados al tiempo es
un libro que me impactó profundamente. Allí tuve ocasión de conocer a Juanita Narboni y a Sol Bensusan, a Jacobi, de volver a encontrarme con Rachid y el Señor Levy, de enfrentarme al terrible viaje de los boat people, de revisitar una guerra
civil que para mí estaba novedosamente deslocalizada, pero sobre todo fue la
oportunidad para encontrarme con El
Alquimista.
Fui
leyendo todo lo que encontraba escrito por León Cohen y sobre León Cohen y fui
haciéndome mi propia imagen del autor. En la Biblioteca virtual Miguel de
Cervantes sus libros estaban indexados como Literatura marroquí; Literatura
africana; Literatura española; Poesía marroquí; Narrativa española. El autor se
me revelaba como algo misterioso y difícil de clasificar para que lo
entendieran mis alumnos polacos. ¿Era autor judío, francés, marroquí, español?
Mi respuesta era que sí, que un poco de todo.
A medida que iba leyendo sus relatos y los retazos de su biografía en blogs como el de Sergio Barce, dibujaba un mapa de su interesante vida, de padre judío nació en Larache en la época de los protectorados español y francés en Marruecos, diez años antes de la independencia del país magrebí. León Cohen tuvo la suerte de vivir los años de su crecimiento y primera juventud en ciudades cosmopolitas como la atlántica y tolerante Larache y sobre todo en la mítica Tánger en la época de su máximo esplendor. Tánger era una ciudad enteramente polifacética, orgullosa de su multiculturalidad, como no podía ser menos para una ciudad con estatuto de internacionalidad. Allí diferentes tradiciones y religiones convivían en serena concordia (en el momento de la independencia de Marruecos habitaban en Tánger 40.000 musulmanes; 31.000 cristianos y 15.000 judíos). En esos días León transitaba su infancia y adolescencia sin solución de continuidad por diferentes culturas, la judío-sefardita, la árabe-bereber, la francesa y la española, ésta última a su vez conformada por elementos castellanos viejos y andaluces.
Utilicé los relatos de León Cohen como
parte del material para el seminario de literatura africana en español que
estuve impartiendo en la Facultad de Iberística de la Universidad de Varsovia.
Varios de mis alumnos eligieron los relatos de Cohen para sus comentarios de
texto entre una buena oferta de autores magrebíes, guineo-ecuatorianos,
cameruneses o gaboneses escribiendo en español.
Mi
fascinación por algunos de los relatos de León no ha decaído en absoluto con el
paso de los años. Y esta Crónica de un reencuentro me ofrece la
doble oportunidad de releer una vez más los admirados relatos y poder además
escribir sobre ellos.
Dejando
a un lado su producción académica y poética, la obra narrativa de Cohen puede
dividirse en cuatro bloques, que responden a distintas posiciones del narrador.
En el primer bloque el narrador será el Yo
autobiográfico donde el autor se cuenta a sí mismo y comparte con sus lectores
los lugares y los personajes de su pasado que le han convertido en el León
Cohen que ahora es; el segundo bloque utilizará la tercera persona para dar
lugar a la narración de acontecimientos objetivos; el tercer bloque se
corresponde con la literatura epistolar donde el Tú adquiere protagonismo en tanto que las cartas siempre van
dirigidas a un tú concreto con nombre y apellidos, destinatario de los mensajes
epistolares. Finalmente en el cuarto
bloque también habrá un narrador (aparentemente) objetivo que cuenta las
historias de otros. Pero no nos dejemos engañar, en estas historias - como en El alquimista o en Rachid y el señor Levy -, el discípulo, el narrador y el
alquimista; y Rachid y Levy son reflejos, avatares del autor. De una manera o
de otra el escritor oculto, disfrazado, desdoblado o distópico, se va
desvelando en sus personajes.
El
primero y más numeroso de esos bloques está formado por las auto-narraciones
que describen su microcosmos: las ciudades de los recuerdos o los recuerdos de
las ciudades, la nostalgia de la adolescencia vivida y sentida en un tiempo
milagrosamente paradisíaco a pesar de las carencias materiales, El
recorrido sentimental por las calles de la memoria, esas que se
solapan, se bifurcan y convergen hasta identificarse plenamente con las calles
físicas que un día existieron y que ahora se han transformado de forma
dramática para el autor. En este bloque encontramos muchos relatos
costumbristas que describen no solo calles, locales o ciudades, siempre
espacios de la infancia, la adolescencia y la juventud, sino también miembros
de su familia, como la querida abuela Luna y otros entrañables personajes. El
obligado exilio, el desgarro de tener que abandonar la querida ciudad, la
emigración con la familia marcarán ese recuerdo que destila añoranza. Relatos
inolvidables de este apartado son Mi casa, La calle Real o la Calle Barcelona.
El
segundo bloque, el más periodístico, en el que el autor se objetiva y se
distancia para hablar de problemas candentes de nuestro tiempo y de nuestra
sociedad, así encontramos Camisas
mojadas, sobre el cruce del Estrecho en pateras por pobres inmigrantes
irregulares o Aquella mañana aciaga,
sobre el atentado del 11-M en Madrid.
El
tercer bloque se compone de cartas. Cohen utiliza con habilidad la literatura
epistolar para hablar con personajes que se encuentran muy cerca del autor pero
temporal o espacialmente lejos. En este grupo encontramos la exitosa Carta a Juanita Narboni 1; Carta a Juanita
Narboni 2. Jacobi; Carta a una amiga americana; Carta a mi padre; Carta a mis
tías; Carta de un ciudadano corriente o la
Carta a Jacobo Israel Garzón.
En
el cuarto y último bloque narrativo aparecen los relatos del narrador menos
autobiográfico y más virtuoso, el mago de las palabras, el malabarista, el
hacedor, el creador de personajes con vida propia. Y entre ellos aparecen los
increíblemente bien perfilados Rachid y
el señor Levy y El alquimista, incluidos
en el apéndice de esta obra.
Llegados
a este punto de creación literaria nuestro autor ejecuta una original vuelta de
tuerca por la que algunos de sus personajes mejor logrados vuelven a
encontrarse con su autor, dialogan con él y tienen nueva voz.
Cierto
es que no es totalmente nuevo este recurso en nuestro autor dado que ya en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger
aparecen tres narraciones en los que el autor y sus personajes, o los creadores
de otros personajes que han influido en su obra, se encuentran y dialogan en persona. Así
encontramos: La librairie des colonnes donde el escritor se reúne en un tiempo
imposible con los por algunos considerados escritores malditos Mohamed Chukri y
Ángel Vázquez; La Calle Goya donde Juanita Narboni
(personaje principal creado por Ángel Vázquez) y Sol Bensusan (su contraparte o
reverso, creada por León Cohen) participan
con el mismo Cohen en un intenso diálogo; y finalmente Encuentro
en Tánger donde nuevamente Juanita y Sol se reúnen para rememorar la
añorada Tánger, esa magnífica ciudad donde nadie podía sentirse extranjero, ese
querido lugar del que tuvieron que exilarse para convertirse en tangerinos errantes vagando por el mundo en una diáspora sin retorno.
En Crónicas de un reencuentro: relatos
imaginarios con cinco personajes clave vuelve Cohen a recuperar, a revisitar
a esos personajes afortunados, brillantemente perfilados muchos años antes.
Esos personajes, a diferencia de su padre a quien escribe una carta años
después de haber fallecido, nunca estuvieron muertos, no había que
resucitarlos, solo había que visitarlos y comentar con ellos el efecto del
tiempo.
Y
esto es de lo que trata este libro, de hacer una reflexión sobre el proceso
creativo diacrónicamente, a lo largo del tiempo, se trata de saber algo más de
los personajes, cómo se comportan ahora, qué piensan después de los
acontecimientos transcurridos, como actúan con sus nuevas circunstancias de
tiempo y espacio, de historia a sus espaldas. Podemos pensar que necesariamente
la evolución de los personajes ha de ser la del propio autor a lo largo de la
línea temporal que ha recorrido, podemos pensar que necesita contarnos sobre
los personajes algo más que quedó pendiente en su momento, o podemos pensar que
los personajes están creados de una manera tan verosímil que tienen existencia propia y sus ideas y su carácter han ido
adaptándose a las cambiantes circunstancias. Sea cual sea la opción que el
lector elija, en esta obra no son los personajes quienes buscan al autor, como
nos dice Cohen en su prefacio citando a Pirandello, sino que es el autor quien
ha llamado a la puerta de los personajes para ver cómo se desenvuelven en su
vida actual. El creador no se olvida, el padre se preocupa por sus hijos. Cinco
personajes: Rachid, el aprendiz de alquimista, Juanita, Sol y Jacobi dialogan
años después con el escritor que les dio vida. Apenas treinta y cinco páginas
son la esencia de un prodigioso y original juego donde el intelecto y la
literatura se dan la mano.
Lector, queda en tu mano una nueva interpretación de este libro que se bifurca y crece de forma ilimitada. Lector, tienes en tus manos una fuente de innegable disfrute. Gloria Nistal (Marzo 2019)
CRÓNICA DE UN REENCUENTRO
(Extracto de mi libro publicado por Editorial Círculo Rojo en 2019)
Llamé a la puerta de mis personajes y todos acudieron. Y todos se manifestaron en su nuevo tiempo, y a todos atendí y entendí. Excepto Jacobi, que se había despedido veinte años antes y al que decidí no dar voz por respeto a su silencio eterno, pero al que una vez más me dirigí para ensalzar su omnipotente y entrañable presencia, y lo hice a través del niño que yo era y de su amiga Sol Bensusan. Y completada la crónica de este reencuentro, ya puedo despedirme de ellos y dejo para ti querido lector, sus voces, sus confidencias y sus reflexiones en estas páginas, que como dice la escritora Gloria Nistal, son la esencia de un prodigioso y original juego donde el intelecto y la literatura se dan la mano..
CAPÍTULO 2
Reencuentro
con Rachid
Como
dije, Rachid abandonó la parábola
moral de la que fue protagonista en el cuento escrito en 1995 que llevaba por
título Rachid y el señor Levy, y se dirigió al café “La Crónica” situado en una
de las principales avenidas literarias de la mente de su autor. En esa avenida
nacieron entre otros, cuentos como El
Alquimista y La Biblioteca, y en una calle adyacente aunque desplazada en el tiempo, se fraguaron historias como la Carta a Juanita Narboni o Jacobi primero, y bastantes años más
tarde La Librairie des Colonnes, La Calle Goya y Encuentro en Tánger. El
autor no sabría afirmar si Rachid fue citado en primer lugar por razones
cronológicas o por motivos menos aparentes, pero la realidad es que fue el
primero en acudir a la cita con nuestro narrador.
Tenía
una edad indefinida, entre los cincuenta y los sesenta años. Habían pasado más
de veinte desde su aparición en el año 1995. Bien vestido, muy a la moda,
coqueto en las maneras y en los ademanes, quizás con algo menos de pelo y unas
gafas que le daban cierto aire de intelectual, Rachid, convertido en viejo
profesor de la Sorbona, ya en retirada, le recordó a sí mismo en determinada
época de su vida. Autor y personaje se
saludaron con afecto y efusión, pues era mucho
el tiempo transcurrido y ambos se hallaban ahora en situaciones muy diferentes
a las de veinte años atrás. En estos años, el escritor había publicado varios libros y se había afianzado
tanto en su labor profesional como en la literaria, llegando a ser considerado
un escritor de cierto prestigio entre un grupo, hay que decirlo, no muy
numeroso de lectores y críticos. Por su
parte, Rachid y su historia se habían
dado a conocer en varios medios de difusión, lo que le había convertido en
personaje público. No en vano, se había producido en esos años la gran
revolución digital y el mundo que conocimos a finales del siglo XX, en nada se
parecía al de las dos primeras décadas
del XXI. La extensión de Internet al mundo entero y la aparición de las
redes sociales habían supuesto una revolución inimaginable veinte años
antes. Y así transcurrió este primer
reencuentro:
─Bueno
Rachid, comenzó el escritor, esta situación supone para mí una oportunidad
única de poder establecer un recorrido dialógico contigo transcurridos casi
veinticinco años. Creo que volver al origen del cuento que escribí a mediados
de los noventa del siglo pasado, para contar detalles de ti mismo que
desconoces, puede ser un buen comienzo. En primer lugar tengo que decirte que
la elección de Rachid como nombre no fue arbitraria, tiene que ver con mi
propio pasado. Durante toda mi infancia y adolescencia solo puedo recordar a
cuatro personas con tu nombre, quiero imaginar que sería un nombre poco
extendido entre la población marroquí de la época. El primero fue un gran amigo
mío cuyo nombre completo era Rachid Tetuani, nos conocimos en Souk-el-Arba con
apenas doce años. Él era un chico de talla media, bastante rubio con unos
bonitos ojos verdes, la mirada inteligente
y una risa contagiosa. Por su aspecto físico, cabía pensar que su ascendencia pudiera
ser de origen bereber. El hecho es que desde el principio hicimos
buenas migas, porque a los dos nos gustaba el deporte, luego la amistad se fue
afianzando. Rachid era simpático, cariñoso y
de trato fácil, creo que nunca llegamos a discutir. Pasados unos años,
volvimos a encontrarnos en el liceo de
Rabat y mantuvimos la amistad. Ocupa un lugar privilegiado en mi memoria sentimental. El segundo Rachid que
conocí fue en el internado de Rabat, se
llamaba Mouley Rachid Alaoui y era algo así como un primo del rey Hassan II.
Era un chico educado, algo taciturno y con bastante habilidad para jugar al
fútbol. Nuestras conversaciones siempre
giraban en torno al balón y sus derivadas. El tercer Rachid fue un compañero
del Lycée Regnault en Tánger y se apellidaba Temsamani, era un joven educado a
la europea, hijo de la burguesía tangerina, siempre muy bien vestido y no muy
estudioso, aunque muy socarrón y con gran sentido del humor. Finalmente el cuarto y último, era algo mayor
que yo y regentaba una discoteca muy conocida en Tánger. De todos guardo un
grato recuerdo. Tengo que significar que Rachid como nombre parecía tener en la
época, cierta connotación de nobleza en Marruecos y era un nombre utilizado
sobre todo entre la burguesía marroquí.
»Tu
lugar de origen, Mechra Bel Ksiri, era un pueblito cercano a Zoco el Arba,
donde había nacido mi amigo Maklouf Lugassi, el hijo del Mismisi, un larachense
emigrado y compañero de colegio de mi abuela Luna. Yo nunca estuve allí, pero
el nombre de ese pueblo conserva para mí un significado especial. Los hechos
que citas de tu infancia, corresponden a los que yo mismo viví en el zoco chico de Larache y hacen parte de
la realidad diaria de mi ciudad en la zona española del Protectorado para un
niño de ocho o diez años. Hay que
situarse en el tiempo, son los primeros años 50 del siglo XX, antes del año
1956, el de la independencia de Marruecos. La posguerra había empezado diez años antes y seguía vigente en España, y
Larache no era sino una prolongación con matices de la España franquista. Desde
1912 en Larache compartían espacio tres culturas, la arábigo-bereber musulmana,
la judío sefardita y la hispano católica. La necesidad también obligó a la
convivencia entre diferentes, por una cuestión de pragmatismo. Esa coyuntura tuvo como consecuencia no prevista
una notable interpenetración cultural que indudablemente enseñó tolerancia y
enriqueció a los miembros de las tres culturas aunque fuera a posteriori. O
dicho de otro modo, esa convivencia obligada por las circunstancias contribuyó
a un entendimiento inevitable pero
sincero. Había pobreza, había escasez de
recursos aunque hay que puntualizar que Europa también vivía una terrible
posguerra y por lo tanto nuestros
vecinos europeos no estaban mucho mejor. Los bienes de consumo eran casi
inexistentes para todos. La mayoría de nuestros padres, la generación de la
guerra, iba tirando con sueldos o
jornales exiguos. Todos los niños de mi edad pueden recordar los pantalones
zurcidos o los zapatos remendados. No se pasaba hambre, pero había poca alegría
en las cocinas. Ocurría que la gente se adaptaba porque no conocía otra cosa, y
sus necesidades eran menores, diríase que mínimas. Sí hay que reseñar que en
las sociedades de la escasez, la solidaridad es mayor y en muchas situaciones fueron un recurso y un remedio necesarios e inevitables. Y a pesar de todo, al
menos así ha quedado en mi recuerdo, los niños de la escasez fuimos felices a
nuestra manera, pues a falta de pan buenas eran
tortas, como reza el dicho.
»Como
ves, fueron múltiples e imprevisibles los elementos autobiográficos y otros,
los que influyeron y confluyeron en la elaboración del cuento. Fuiste un niño
feliz, que tuvo la suerte de tropezarse en su camino con el señor
Levy, quien como muchos maestros
de antes y de siempre, con su ejemplo, supo abrir las puertas de tu
mente y de tus inquietudes hacía nuevos horizontes. Y de una manera sutil te dejó marcada la senda a seguir. Pero
además, en ese cuento se mezclan otros muchos conceptos como la amistad, como
valor supremo por encima de creencias e ideales, la importancia del
conocimiento como un fin en sí mismo, la ética como valor moral hacia el que
hay que tender siempre. Y por fin, la parte mágica con la que acaba el cuento, donde
el señor Levy aparece como un santón que trata de proteger al hijo de su amigo
árabe, no solo física sino también moralmente, a través de las tres virtudes
que lo acompañan todas las noches.
Mientras tomaban un café, Rachid que había
escuchado atentamente a su autor, se lanzó a una exposición que no dejó de
sorprender a nuestro narrador a pesar de la íntima y evidente interrelación
entre ambos:
─Me
sorprende saber lo que cuentas y no puedo evitar ser Rachid, sí, el personaje del cuento que escribiste en
1995, ni dejar de considerarme y enorgullecerme de ser discípulo del señor Levy. En cuanto a mí,
debido a mi formación como profesor universitario y a mi procedencia de un país
como Francia (aunque de origen marroquí) al que admiro por su acervo cultural y
por su innegable influencia en la historia pasada y reciente de Europa. Para mí
Francia es la tierra de Montaigne, de Molière, pero también la de Descartes,
Pascal, Voltaire y Montesquieu
y más recientemente de Valery, Sartre y Malraux, dejando entre dos aguas
a mi admirado Camus originario de Orán y con una abuela española. Esto por
citar a algunas de sus grandes plumas.
Pero, Francia es también el país de la revolución del 1789, de la “Resistance” al nazismo y
paradójicamente del “Colaboracionismo”. Pero sobre todo Francia o su misión
cultural, fue la responsable de mi
educación académica y sentimental desde
los cuatro hasta los veinte años. Me
considero biznieto de Baudelaire e hijo
de Prévert, Bécaud, Aznavour, Jean Ferrat o Jacques Brel (que era belga) y
contemporáneo de Halliday o Claude François.
»Yo
procedo de un cuento con componentes autobiográficos, pero lo esencial del cuento bajo mi punto de vista, es la
influencia “moral” del señor Levy que es la que va a determinar mi
comportamiento vital acorde a unas normas de conducta ética relacionada con el
estudio, la sabiduría y la moral
natural. El recurso del autor para moverse en un plano de fantasía busca como
objetivo imprimir un halo de misterio
que le sirve para apoyar sus argumentos. Esta historia también hace alusión a
la interculturalidad o transculturalidad
como dimensión enriquecedora de nuestra sociedad. Es en cierto modo una parábola, donde se
mezclan conceptos tan sólidos como amistad, sabiduría, estudio, humildad,
honradez etc…Yo Rachid, soy el símbolo del alumno aplicado y dispuesto a
aprender, mientras el señor Levy es una fuente de saber y de comportamiento ético y moral.
»Pero
en estos años he envejecido (nadie escapa al paso del tiempo) y he evolucionado
hasta reconocerme en un personaje más maduro y equilibrado, alejándome de la
radicalidad de los extremos, para situarme en el que creo ser mi verdadero
lugar en el mundo. Hasta llegar aquí, el recorrido ha sido complejo pero gratificante. He conseguido escapar de tu
relato y he logrado hacerme mi hueco en un mundo nuevo y extraordinariamente
cambiante. Recordarás amigo autor, que en aquel pequeño cuento, hablábamos de
amistad, humildad, honradez y sabiduría, pero también de tolerancia y de
respeto al otro, al hermano diferente. Verás amigo autor, un escritor que no
aborde los grandes problemas humanos, que no se implique en su definición ni en
su importancia, un escritor que no se pronuncie sobre los temas éticos, será solo un narrador de
historias sin contenido, un escritor cojo, un entretenedor. En lo que a mí atañe, a lo largo de mi vida tuve la
suerte de ahondar en el conocimiento de diferentes culturas, y eso me permitió
ser más permeable, asequible y flexible, hasta llegar a considerarme ciudadano
del mundo y por encima de todo hermano de mis congéneres. Entre otras muchas
cosas, aprendí que la compasión es la expresión más genuina de la empatía y del
amor por nuestros semejantes y la que nos conduce al disfrute de la vida.
─Estimado
Rachid, comparto tu reflexión sobre la importancia de la ética y sobre el
compromiso en la literatura, más allá del componente de entretenimiento que
también es inherente a ella. Además la fantasía literaria
permite abarcar todos los temas bajo ángulos múltiples, y deja al escritor la
libertad de decir lo que piensa y su contrario, sin caer en las contradicciones
de la realidad diaria. También he podido constatar Rachid, a través de tus
palabras, que la herencia de tu maestro permanece intacta.
─Me
gustaría volver amigo autor volver sobre las
tres Virtudes de tu cuento (si acentúo con mayúscula es porque en el
cuento aparecen personificadas). En muchas ocasiones he dedicado tiempo de
reflexión a cada una de ellas, tratando de dilucidar por qué las elegiste entre
tantas otras. Aunque en tu relato quedaron muy bien definidas, y está casi todo
dicho sobre ellas, voy a aprovechar esta oportunidad para ampliar y matizar
esas definiciones y dar mi propia versión de las mismas:
»Sabiduría
para captar, expresar y trasladar los conceptos y así poder comunicarse con el
otro, nuestro semejante. Sabiduría para saber
situarnos en el mundo, como haría un actor de teatro experimentado al
salir a escena. No es más sabio aquel que atesora mucho conocimiento, sino
aquel que ha aprendido a reflexionar y a
extraer el fruto de esa reflexión. Sabio es aquel que se afana en la
búsqueda del centro entre los extremos,
porque el centro es el equivalente al
estado de equilibrio donde los sistemas alcanzan mayor estabilidad.
Sabio en definitiva, es aquel que dedica tiempo, voluntad y reflexión a tratar
de resolver las ecuaciones inherentes a los grandes enigmas vitales, por muy
complejas que aquellas parezcan. Pero sobre todo, amigo escritor, sabio es
aquel que huye de la seguridad de las certezas y se asienta en la duda como
valor supremo de su quehacer intelectual y moral, sometiendo a esta cualquier
asunto, por muy aceptado que este esté. Yo me definiría como aquel que nunca se
atrevería a pronunciarse sobre los límites del Bien y del Mal. Desconocer, dudar, son para mí verbos y
conceptos supremos.
»Humildad. Conviene
a este respecto, recordar los dos infinitos de Blaise Pascal : “Car
enfin qu'est-ce que l'homme dans la nature ? Un néant à l'égard de l'infini, un
tout à l'égard du néant, un milieu entre rien et tout.” (“Porque
en definitiva, qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito,
un todo frente a la nada, un centro entre la nada y el todo”). Humildad
que nace del conocimiento de nuestra infinitamente diminuta dimensión en el
Universo. Humildad para reconocer en nuestros semejantes a nuestros iguales.
Humildad por oposición a arrogancia y soberbia. Humildad desde el conocimiento
de nuestra fragilidad. De nuevo humildad para dudar de las verdades eternas y
alejarnos del fanatismo, con seguridad el peor enemigo de las sociedades
democráticas.
»Honradez. La
honradez a mi entender, es un pacto y un compromiso con uno mismo y con la
sociedad en la que vive. Guarda relación en nuestra memoria temprana, con
conceptos primarios como el no mentirás, no engañarás, no tomarás lo que no es
tuyo… Pero va más allá, un ser honrado no alberga ninguna duda ni remordimiento sobre su
comportamiento pasado o presente, porque ser honrado hace parte de su identidad.
Camina ligero de equipaje porque ni la avaricia ni la codicia forman parte de su mochila. Un ser honrado es ante todo generoso con el
otro, su semejante. Honrado pero a la vez sabio, es aquel que reconoce el orden
de las cosas y el valor de los principios. Me atrevería a afirmar que la
honradez se sitúa por encima y engloba todas las demás virtudes y es el pilar de la ética de nuestro
comportamiento social y moral.
─Rachid,
me alegra mucho haber vuelto a verte y haber podido compartir contigo estos
momentos que para mí como escritor, significan
recuperar a uno de mis personajes favoritos y protagonista de uno de mis
cuentos donde creo que la mezcla de lo mágico y
lo ético- moral resultó más
conseguida.
Rachid,
se levantó de la mesa, se despidió del escritor
y se dirigió con paso decidido hacía la puerta de la cafetería. Pero en
su camino, como le ocurrió en el cuento, no pudo evitar tropezarse con la
mirada y la sonrisa cómplices de uno de los camareros que estaba en la barra.
Otra vez se dijo, otra vez:─¿Acaso el señor Levy?
Al
salir a la calle, Rachid pudo comprobar que había anochecido. Aceleró el paso
pues no quería que se le hiciera tarde, aunque esta vez su preocupación nada
tenía que ver con la intranquilidad de su madre como le ocurrió en el cuento.
Cuando llevaba recorridos unos cientos de metros, de nuevo sintió unos pasos
que parecían ser los de alguien que le seguía. Se dio la vuelta y otra vez pudo
ver a las tres virtudes del cuento con su porte majestuoso. Se dijo que ese era
su destino y que el señor Levy convertido en su ángel de la guarda y en su
protector nunca habría de abandonarle. Agradeció una vez más haber tenido la
suerte de conocerlo, dobló una esquina y
desapareció. Esta vez quizás para
siempre.
El escritor permaneció pensativo mientras saboreaba una taza de café que acababa de pedir. Venía de estar con Rachid, pero se sentía vacío. De nuevo le asaltó la duda de no saber si valía para algo lo que acababa de escribir y ni siquiera si escribir, “ese viento fugitivo” en palabras del poeta, tenía alguna utilidad, aparte del entretenimiento personal. Todo estaba dicho sobre las razones para escribir: Escribir como denuncia, escribir como testimonio, escribir como terapia, escribir como necesidad o por placer…Era indudable que había de todo eso un poco en la escritura, pero él no estaba en este momento en esa reflexión, pues para él escribir era simplemente un fin en sí mismo, sin más ni menos que añadir ni contemplar. De forma que se inclinó por seguir con el relato, pues le esperaba su siguiente personaje: L. el discípulo del alquimista.
CAPÍTULO 3
Reencuentro con el discípulo del alquimista
Nuestro
autor había decidido ir a casa de L. en coche, recogerlo y darse un largo paseo
por las autopistas de una ciudad cualquiera - se preguntará el lector que dónde
estaría la casa de L. y el escritor le contestaría que probablemente en alguna calle de su propia imaginación-. Le
pareció que durante ese paseo la conversación con L. podría resultar más cómoda
y entretenida para los dos. L. se montó en el coche ocupando el asiento del
copiloto, saludó a su autor y sin más
preámbulos comenzó su parlamento:
─Han
pasado muchos años y ya no puedo recurrir a mi gran amigo el alquimista, pero
sus enseñanzas permanecen indelebles e imborrables en mi memoria y me han
ayudado siempre en mi camino vital. He profundizado y avanzado en mi relación
con la literatura y en mi estudio y
reflexión sobre las palabras. ¡Ah las
palabras! Las habladas y las escritas, delatoras en boca del chivato,
malsonantes cuando las pronuncia el ignorante, despiadadas e hirientes cuando
hablan de desamor o aduladoras cuando las usa el seductor, conmovedoras en la pluma del escritor y
entrañables en los versos del poeta,
pero también elocuentes cuando enmudecen, callan y construyen el silencio.
─Querido amigo y personaje, ahora me parece
oportuno recordar la pequeña reflexión de R. en mi cuento La Biblioteca: “…las palabras
se habían vaciado de contenido y huecas habían perdido su grandeza y vagaban
perdidas por los despachos de los banqueros y las tribunas de los políticos.
Las palabras prestadas en boca de pícaros, estúpidos o ignorantes habían
perdido su credibilidad de antaño. Ahora, para sellar un trato habían inventado
notarios, y albaceas para los testamentos. Los poetas de la palabra se habían
refugiado y exiliado en su intimidad y ya nadie podía presumir de tener palabra
o de ser autor de un bello poema. Gentes que apenas sabían expresarse en su
propio idioma (lo cual denotaba, por lo menos, unas mentes confusas y poco
desarrolladas, pensó R.) presumían de ser señores poderosos por sus cuentas
bancarias y la cantidad de objetos que poseían. ¡Cuánta ignorancia! Diría el
filósofo, pues ¿Hay mayor poder que poseerse a uno mismo? ¿Y cómo poseerse sin
ser capaz de expresar con elegancia y claridad nuestro propio pensamiento?”
─En
efecto, ─continúo el narrador─, la palabra se ha desvirtuado y convertido en una prostituta que se entrega
al mejor postor. Creada para comunicar las necesidades y los deseos o las
contrariedades del que la usa,, la palabra se ha vuelto compleja y peligrosa.
Utilizada por un político es hueca y ampulosa, escrita en un periódico es
falsa. Ni siquiera los interlocutores diarios, los colegas de trabajo, la
utilizan dándole su auténtico valor y dignidad, pues en la mayoría de los casos
la palabra se tiñe de hipocresía. La palabra adopta entonces recodos y
vericuetos y viaja por callejuelas oscuras, despistándonos unas veces, otras
engañándonos. Sólo la palabra culta y precisa que utiliza el científico trata
de acercarse al origen para el que fue creada que no es sino transmitir y
comunicar.
L.
convertido en prestidigitador de las
palabras, como su viejo profesor, replicó: ─Mientras hayan palabras que ilustren
pensamientos, que expresen sentimientos, mientras hayan palabras para unir las
distancias y derribar los muros que guardan el silencio, seremos más de uno y
estaremos más cerca los unos
de los otros. Como
verás amigo escritor, el mundo de las palabras, que es un poco mi mundo, es
rico y variopinto y se presta a disquisiciones y reflexiones infinitas, como
por ejemplo esta, sobre el misterio y la amenaza de las palabras cuando se las
deja libres e incontroladas: ”Esas palabras hijas de la media
luz y de la oscuridad, esas palabras
salidas de las tinieblas de la mente, que ahora caminan juntas, y sumadas,
pretenden convertirse en un cuento amenazador para las conciencias de todos
aquellos que no supieron controlarlas y las dejaron escapar tan libremente”.
El escritor, aún admitiendo el
interés de la exposición de L. prefirió desviar la conversación hacía el
cuento, que según algunos críticos literarios conducía inevitablemente a los
lectores a Borges y al proceso de creación.
Atónito ante la habilidad del autor para reconducir la
conversación, L. permaneció callado e interesado y sorprendido por lo que otros
narradores habían opinado sobre el relato del que era protagonista y de cómo
ese cuento se prestaba a lecturas diversas. Luego prosiguió:
─Estimado
autor: La fantasía alquimista fue tu
recurso y quizá tu pretexto para
interpretar y explicar la creación literaria. Pero la fantasía, o más
precisamente la mezcla de ciencia real y alquimia como es el caso del cuento,
puede conducir al creador a elaborar teorías más propias del mundo onírico, que
paradójicamente pueden resultar atractivas y sugerentes para el lector y servir
como estimulo a su imaginación. Pues la creación es un campo abierto de
infinitas posibilidades. Todos hemos vivido situaciones que solo serían
explicables por la influencia o presencia de elementos mágicos.
─¡Cuánta
realidad hay en lo dices L!─replicó el narrador─. En mis recuerdos duermen
momentos mágicos. Puedo recordar a un joven argelino cuando estudiaba bachiller
en el internado de Zoco-el-Arba, que
poseía unas cualidades para jugar al fútbol que yo tildaría de mágicas, y que
nunca he vuelto a ver en nadie. Quizás tocado por la varita de unas diosas que
lo habían elegido para demostrar que la magia no es antagónica con el mundo
real. E incluso, he llegado a pensar en alguna ocasión que mi encuentro con él
no fue nada fortuito porque “alguien” lo puso en mi camino.
─Ya
veo que compartes conmigo la presencia de lo mágico en nuestras vidas y por
ende en nuestra literatura. Y me atrevería a ir más lejos, nuestro reencuentro
transcurridos veintidós años, ha sido
una demostración más de que en literatura todo puede ocurrir cuando
la imaginación de un creador echa a
volar.
Con
el propósito de tomarse un descanso, el escritor detuvo el coche en una
estación de servicio e invitó a L. a seguirle a la cafetería. Mientras tomaban
café, L. quiso hacerle partícipe de una reflexión que luego resultaría cuando
menos sorprendente y cautivadora:
─En
tu cuento, tu personaje principal que era yo mismo, recurrió a su amigo
alquimista para que este le ayudará a escribir un relato, y la idea central de
su maestro consistió en aplicar los conocimientos esotéricos de la alquimia a
la literatura. Pues bien, pasados los años, gracias al desarrollo exponencial de la Informática y la
Electrónica, que entre otros muchos avances ha contribuido al nacimiento y
crecimiento de nuevas ramas de las ciencias como las Redes Neuronales y la Inteligencia
Artificial, yo te propongo como escritor, que apliques estos conocimientos a la
creación literaria. Ambas ramas de las ciencias tienen su fundamento en la
combinación de complicados algoritmos para resolver problemas que
plantean otras disciplinas. Esos algoritmos permiten por ejemplo, predecir el
comportamiento futuro de cualquier fenómeno físico o químico a partir de los datos del presente y pasado. ¿Qué te
parece mi propuesta?
El
autor, miró a L. y dijo con cierto
escepticismo: ─Es toda una tentación. Y
creo firmemente que la posibilidad de aplicar algoritmos cada vez más complejos
(yo me quedé en el algoritmo de Euclides sobre los números primos), gracias al
desarrollo de la Informática, traerá una revolución que afectará al devenir de
la Humanidad, ciertamente comparable a las de otros grandes descubrimientos.
Pero me queda la duda más que razonable de saber, si por muy complicados y
enrevesados que sean, esos algoritmos desprovistos de la magia de la alquimia y
de la fantasía de la imaginación, serán capaces de provocar emoción en el
lector o de crear un verso tan hermoso
como este: “Ando buscando un verso que
supiese parar a un hombre en medio de la calle, un verso en pie – ahí está el
detalle- “ O un párrafo
como el que sigue: “Le habían encomendado
escribir un cuento, qué complicación, pero si él ni siquiera era escritor,
apenas un aficionado de pluma corta, concisa y sólo a veces, elocuente.” Contentos
de haberse reencontrado, L. y el escritor se despidieron en un punto cercano a la casa del primero, situada
probablemente en un lugar recóndito de la imaginación de estos dos alquimistas
de la palabra.
CAPÍTULO 4
Reencuentro con Juanita y Sol
Esta
vez no tuvo dudas, sabía dónde encontrarlas y sin vacilar se dirigió a Porte,
la tetería tangerina por excelencia, por
nombre y por prestigio. Y no se equivocó, en una de las mesas cerca de uno de
los ventanales que daban a la calle Goya, están sentadas charlando
amigablemente, las dos filósofas tangerinas. Como en uno de sus relatos, el
escritor se acercó para sentarse con ellas y saborear un té con pastas.
Excelente manera de empezar el relato de un reencuentro para un narrador, se
dijo.
Autor: ─ Muchas veces he
querido comentar con vosotras estas reflexiones, y ahora que os tengo tan cerca
aprovecho para no desperdiciar la oportunidad. Sol Bensusan nació en una de mis
raras noches de insomnio (toda mi vida he dormido como los ángeles) del año 2002, cuando se atrevió a firmar una carta a Juanita
Narboni, su amiga en la ficción y probablemente también en la realidad mágica, quien
a partir de esa misma noche sin proponérselo, pasaría a convertirse en un personaje recurrente e
insustituible de mi literatura sobre Tánger. Diría más: Aquella misma noche
también se originó el primer capítulo de lo que muchos años más tarde, se
convertiría en lo que he dado en llamar la “Pentalogía
Tangerina”, compuesta por la mencionada Carta
a Juanita Narboni, Jacobi, la Librairie des Colonnes, la Calle Goya y Encuentro en Tánger; cuyos actores principales o protagonistas sois
vosotras dos. Cinco relatos-cuentos que resumen una manera de contar y de
representar la realidad tangerina (si es que hubo tal realidad) a través de una ficción muy sui generis,
construida por la imaginación y los recuerdos además de los sueños del autor, donde
todo lo que se cuenta es pura invención, producto o resultante de una realidad
vivida.
Juanita: ─Tánger
como paradigma, Tánger como símbolo, Tánger como ciudad idílica o como excusa,
Tánger como deseo y sentimiento. Porque Tánger es el paraíso imaginado, la
ciudad encantada y por lo tanto hablar de Tánger es como contar un sueño del
que ningún tangerino quería despertar. Para empezar no está nada mal, intervino
Juanita.
Autor: ─La pentalogía sobre
Tánger es un ejemplo paradigmático de realismo mágico no buscado o al menos no
previsto, donde las historias y los personajes se mueven en ese hilo delgado
que separa ficción de realidad pasando
de una a otra sin interrupción. Resulta a posteriori sorprendente observar
cómo rescaté a Juanita del libro de Ángel
Vázquez, la adopté y la convertí en
personaje de mis relatos, en la amiga de Sol Bensusan. Dos personajes ficticios
que dialogan y reflexionan en varios de los cuentos. Ambas son la herramienta o el medio del que me valgo
inconscientemente al principio, para relatar el impacto y la influencia
posterior que tuvo Tánger sobre mí.
Y digo pentalogía, aunque los cinco cuentos podrían constituir uno solo, a
pesar de haber sido escritos en distintos momentos, siguiendo una línea temática común, que
empezó con la Carta a Juanita Narboni en 2002 que es donde aparece por vez
primera Sol (de hecho, parte de la carta reaparece en la Librairie des Colonnes) y
terminó con el Encuentro en Tánger
escrito y publicado en 2017. Por lo tanto dos personajes de ficción, una ciudad
encantada y probablemente inventada (como los personajes) o cuando menos soñada,
esos son los elementos de la pentalogía sobre la que descansa mi tributo a
Tánger. Quisiera recordar un detalle revelador en La Calle Goya, cuando se encuentran el señor C. el autor, con Sol,
su personaje, que en cierto modo son uno mismo, e intercambian reflexiones existenciales. Es al menos sorprendente. Lo
mismo que ahora, donde yo mismo, os estoy hablando de vosotras sin que parezca
que hablo de mí.
Sol: ─Esa ficción
multidimensional y transversal solo es posible cuando tiene lugar el milagro de
la creación literaria.
Juanita: ─Hasta
la noche en que Sol me dirige la carta
en 2002, yo era el personaje de la novela de Ángel Vázquez, su alter ego, pero
a partir de esa noche, pasé a ser otra Juanita Narboni, seguramente la que Sol Bensusan imaginaba que yo era. De facto, en esa carta
figuro como un personaje fantasma y pasivo, sin voz ni apariencia, simplemente
la amiga a la que la Bensusan se dirige. En palabras de Sol, tuve alguna
aventurilla con Jacobi. Posteriormente, pasados quince años, en el siguiente
cuento, La Librairie des Colonnes (2015), mi amiga vuelve a escribirme una pequeña
misiva donde cuenta algo de mis orígenes familiares y de mi vida en Tánger, pero seguí sin
aparecer. Hasta que en La Calle Goya
(2015), por fin me concediste la dicha de poder pronunciarme. Finalmente, es en
el encuentro con Sol (2017), último relato de la pentalogía, donde ambas
intercambiamos, al mismo nivel y con la misma participación, ideas y
convicciones sobre Tánger y sobre nosotras. Pero mi impresión es que tu Juanita
está tan lejos de la de Ángel como vosotros dos como escritores. Y es que estoy
convencida de que me elegiste como el pretexto necesario para hablar de tu
Tánger pero también para homenajear a
Vázquez. A pesar de todo lo expuesto, concluyó Juanita, nunca te agradeceré lo
bastante haberme dado la oportunidad de
ser la misma y otra a la vez. Y de no haberme dejado olvidada en la novela de
Ángel.
Autor:─Es cierto que
quizás de una manera no premeditada y probablemente inconsciente, yo hice mío
el personaje del libro de Ángel, primero
por el atractivo que sobre mí ejerció en
su momento, y sobre todo por lo que simboliza más que por lo que es. Y si le doy
voz y vida y la mantengo en relatos posteriores
es como un recurso literario que
me sirve para expresarme por oposición a su amiga Sol. Como no es menos cierto
que cuando le escribo a Juanita me estoy dirigiendo en realidad a Ángel
Vázquez, o al menos eso creo yo.
Sol:─Bueno, yo creo
querido autor─ intervino Sol─que esa interpretación que haces de la presencia
en tus relatos de mi gran amiga Juanita, es cuando menos discutible y
reductora. Pues en mi opinión, Juanita es un personaje de ficción que a partir
de la publicación del libro de Vázquez, se presta a diversas lecturas y cobra
una dimensión que va más allá de la
ficción literaria, hasta convertirse en testigo y testimonio de un tiempo y de
una ciudad irrepetibles. Diré más,
Juanita es tan real y tan ficticia a un tiempo, como lo fue la propia ciudad de Tánger y como
lo fueron muchas de las mujeres tangerinas de la época. A mí sin embargo me
diste otro papel, a pesar de ser amiga de Juanita soy una mujer más joven, no
tengo esa sensación de haber perdido el tiempo y valoro más los elementos
positivos que me dio la vida y la suerte de haber nacido en Tánger. De tus
relatos se desprende y se intuye que mi alegría y mi optimismo, se contraponen
a la amargura que desprende Juanita, a ese mal carácter de “vieille fille”, y
nos convierten a las dos, en personajes
opuestos pero complementarios.
Autor:─Antes de despedirme
quisiera contaros algo relativo al relato sobre Jacobi y cuál fue la génesis de
ese relato sobre este personaje que representa a alguien tan fundamental
durante toda mi vida. Ocurrió que una semana después de haber terminado la
carta a Juanita, sentí de pronto la necesidad de completarla con una segunda
parte, y ahora que pasados los años, analizo las dos partes de la carta,
observo que Jacobi ya aparece en la
primera relacionado con Sol y con Juanita, y que Sol ya lo describe con una
palabra de haquetía muy reveladora como
es gial , que se puede traducir por guapo, bonito, bueno etc…De manera
que el relato sobre Jacobi no es más que la consecuencia inevitable de la carta
a Juanita. Bueno, mis queridas amigas más que personajes, continuó el
narrador, estar aquí en Porte sentado
con vosotras saboreando unas pastas con té, es también como disfrutar de un
pasado y de una ciudad que el tiempo nos arrebató y convierten este reencuentro
en un momento mágico, que solo la literatura puede procurarnos. Y ahora sin
más, os dejo a las dos en buena compañía como siempre que os juntáis. Mis
mejores deseos para ambas y hasta la vista, que dentro de poco me toca
encontrarme con Jacobi.
CAPÍTULO 5
Reencuentro con Jacobi
─¡Por
fin y de nuevo Jacobi! Acabo de dejar a Rachid, a L. el aprendiz de alquimista,
a Juanita y a Sol a medio camino entre la realidad y la ficción. Me he reunido
con todos ellos y les he cedido la palabra. Tú eres mi último personaje, ahora
voy a prescindir de la fantasía y voy a tratar de conjugar en primera persona
del singular ─dijo el autor─.
»Hace
nada hablábamos de ti con Juanita y Sol, y hasta ahora tenía dudas razonables
de si debía o no reencontrarme contigo. Quizás o seguramente por miedo, miedo a
enfrentarme otra vez a los fantasmas de mi pasado. Enfrentarme también a las
emociones que inevitablemente me embargan cada vez que me reencuentro contigo.
Pero acepto el reto y voy a intentar limitarme a hablar del personaje de los
dos relatos tangerinos, y lo voy a hacer escribiendo una carta. Una carta es
algo más íntimo y para mí más cómodo, porque no necesito tenerte delante,
aunque no pueda evitar sentirte siempre
presente en mi memoria y en mi corazón, “…como una presencia que nunca
desapareciera”, como dijo hace poco un
amigo escritor.
»En
tu caso, el personaje sucedió a la persona y se instaló para siempre en algunos
relatos de mi pentalogía tangerina.
Pasados tantos años, ya me cuesta saber si el recuerdo que existe en mi memoria
infantil con menos de nueve años, fue real o imaginado. En esa escena, yo
estaba con mi madre y alguien más, en un Pontiac de principios de los cincuenta
(aunque en la carta a Juanita sea un Ford), que estacionaste en pleno Boulevard
Pasteur. A partir de ese recuerdo y de mi fantasía puse estas palabras en boca
de Sol: “Todavía lo estoy viendo caminando como un
rey por el Boulevard Pasteur, con su
chaqueta marrón de doble pecho alto y erguido. Ni Robert Taylor se le acercaba
en guapura, qué gial…Recuerdo
que me dejaba sentada en el Ford y se bajaba cerca de Galeries Lafayette para
comprar monedas de oro mejicanas en el banco de Méjico que daba a la calle
Velásquez.“ Una escena que para
siempre, Sol convirtió en cinematográfica. Resulta fácil imaginar a Jacobi con su
traje cruzado de raya diplomática, con pinta de galán de cine negro, bajarse
del Pontiac y dirigirse al banco de
Méjico, atravesando el concurrido Boulevard Pasteur un viernes a media mañana,
y luego en el casino para jugar al bacarrá.
O
entrando por la noche en el restaurante “Chez Elías” o “Casa Elías” qué más da,
y saludando al dueño y a los camareros como lo hizo entre otros muchos Errol
Flynn, cuya fotografía quedó para
siempre fijada en mi memoria, colgada de una pared como testimonio de su presencia.
»En
esos años cincuenta, para ir a Tánger había que pasar por una aduana en la que
siempre te detenías para hablar con algún amigo tuyo carabinero, aunque ignoro
de qué hablabas con ellos. Lo que no puedo olvidar es que siempre, cuando te
montabas en el coche donde te esperábamos un buen rato, siempre pronunciabas
las mismas palabras:- Bueno, ya está,
que no sé si eran palabras de satisfacción o de alivio, algo así como misión
cumplida. Tú sabrías por qué. Fíjate que me has pillado en un renuncio, porque
no he podido evitar referirme a la persona y dejar al personaje. Y es que
resulta muy difícil contigo no confundir
a persona y personaje, pues el límite
que separa a ambos es imperceptible. De hecho en la segunda parte de la carta a
Juanita, yo como autor, hice una detallada semblanza, rescatándote de
la ficción del personaje, para centrarme en la persona, aunque finalmente,
después de releer el relato, ni yo mismo atino a distinguir con claridad,
ficción de realidad. Siempre tuve la sensación remota pero cierta, de que tú no
eras mi padre de carne y hueso, sino un
personaje de película o de novela que se había instalado en mi vida. Y es que convendrás conmigo, que un padre tan
apuesto, con voz de tenor, que jugaba al póker y al bacarrá, que tiraba al
plato y al pichón (que incluso había competido con el Conde de Tebas en una
tirada en el Palo de Málaga), que era el
mejor chofer de Larache según muchos (yo le vi ganar más de una yincana), al
que su amigo Pepe Osuna, llamaba Morgan, que desaparecía en batidas de jabatos
de dos o tres semanas, con sucesivos autos de la época como un Ford, un
Pontiac, un Plymouth y un Mercedes que
yo recuerde, cuando casi nadie tenía coche, que ya en el año 1948, viajaba a
Madrid (cuando Madrid estaba a años luz de Larache) o asistía a la feria de
Sevilla. Alguien así, con tantos amigos
y conocidos, no podía ser un padre normal. Tenía mucho de personaje de ficción.
Estoy convencido que ni siquiera el personaje que describo en los dos relatos
de la carta a Juanita Narboni, sea más
fantástico que tú. Quizás por esa aureola mágica que te envolvía y seguro que
también por ser quien eras y cómo eras, todos mis hermanos y hermanas, de
alguna manera te venerábamos y nos
sentíamos orgullosos de tener un padre como tú, tan sorprendente, tan de novela
y al que tanto admirábamos. En esta descripción, hay, tengo que reconocerlo,
una cierta mitificación del personaje o de la persona (no lo sé muy bien), que
quizás resulte inevitable dadas tus características y las circunstancias temporales
y sociales que te tocaron vivir. La ecuación es simple, la combinación de un
personaje excepcional con una ciudad encantada, solo puede producir un relato
más propio de la mitología o la leyenda que de la realidad vivida.
»Cuando
empecé a escribirle a Juanita a través de Sol, apareciste sin que nadie te
llamará, no sé todavía cómo ocurrió, pero yo no hice nada para convertirte en
personaje de la carta a Juanita,
porque tú ya estabas ahí antes. Tú ya
eras el personaje antes de escribir Sol la carta. Yo me limité a relatar lo que
ya había sucedido y hubiera sido para mí
imposible describir aquel Tánger de los cincuenta sin mencionarte, sin que tú
fueras parte integrante de él. Sin ti, Tánger habría sido un paisaje incompleto
y la carta hubiera sido otra.
»Esa
carta escrita por Sol, que había pretendido en principio ser un homenaje de
admiración al libro, a Juanita Narboni y a su autor Ángel Vázquez,
acabaría convirtiéndose además entre
otras cosas, en un tributo a Tánger, a sus habitantes y por ende a Jacobi. De
manera tal, que la carta ensanchó su proyección, alcanzando finalmente dimensiones
no previstas y quedando para siempre, Juanita, Sol y Jacobi, como personajes
indisolubles de una ciudad y de una época, irrepetibles. Y para terminar esta carta,
le cedo la palabra a mi querida Sol Bensusan:
─Mi querido e inolvidable “ferasmal”
Jacobi: Yo te percibí ante
todo como un ser “endiamantado” al que los dioses premiaron tanto física como
moralmente. No puedo evitar emocionarme al recordarte. Como los grandes ídolos
de la pantalla, llenabas con tu voz
grave y cálida y con tu presencia
arrolladora cualquier escenario en el que te movías, ya fuera en la casa o en
la calle. Desprendías un halo de humanidad y cualquiera a tu lado se sentía más
importante, porque poseías el escaso don de darle a cada uno su sitio,
tal era tu generosidad. Todavía,
amigos y amigas mías de juventud, recuerdan lo cómodos que se sentían hablando contigo, a pesar de
la diferencia de edad. Un ser irrepetible, un gigante al que tuve la suerte de
conocer y de querer profundamente. Fuiste simplemente un gial. Y sabes una cosa: Aquella mañana de viernes,
cuando los ojos de aquel niño se fijaron
en tu elegante y decidido caminar hacía el Banco de Méjico, y se empaparon de
aquel boulevard bullicioso, es muy probable que justo en ese momento, empezara a escribirse en su cabeza aquella
carta que saldría a la luz casi cincuenta años más tarde y aunque ya por
entonces te habías marchado, quiero imaginarte leyéndola y esbozando una
sonrisa teñida de satisfacción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario