En esta sección titulada Mis Cuentos, están algunos de los cuentos de mis libros publicados entre 2003 y 2020.
La Biblioteca
Sentada en la butaca de su pequeña pero confortable
biblioteca, R. pudo contemplar atónita como toda ella cobraba vida aquella
noche.
Los búhos de mimbre situados sobre uno de los entrepaños de la izquierda,
cuyos ojos en forma de botón siempre le habían sugerido más de lo que eran,
comenzaron a dar pequeños saltitos, desplazándose con cierto gracejo desde un
extremo a otro. De vez en cuando pronunciaban su nombre acompañándolo de
algunos epítetos que acabaron convenciéndola de que siempre habían oído. Estos
búhos convertidos en loros le resultaron por una vez alegres y divertidos. Fue
entonces cuando se dirigieron a ella en estos o parecidos términos:
- Mientras tú duermes plácidamente, la noche se mueve, llenándose de
ruidos para ti imperceptibles y poblándose de seres inimaginables. La noche, esa misteriosa encrucijada de
caminos donde conviven luces y sombras y donde el orden y la disciplina del día
son reemplazados por anarquía, despilfarro y lujuria. La noche, donde los seres
vivos se revelan en sus más oscuros perfiles y en sus dimensiones más ocultas,
dejando fluir toda la contención a que el día les conmina. Por fin libres,
odian y quieren con la intensidad que les permite la media luz. La noche, donde
la timidez se transforma en osadía y donde un halo de inmortalidad parece
apoderarse de aquellos que la pueblan,
donde la inspiración viaja en alas de extraños ángeles de las sombras y toma
asiento en las mentes de poetas mediocres convirtiéndolos por una vez en
hermanos de los grandes prestidigitadores del verso. La noche, donde el diálogo
más fútil se torna trascendente y donde locura y cordura unidas caminan por el
mismo sendero, donde el pudor navega perdido entre copas de
"Champagne".
La noche no es sólo un lugar en el tiempo para descansar, un intermedio o
un entreacto que separa los días.
La noche oscura y misteriosa se impone, llegado el momento, al día, aun a
sabiendas de que inexorablemente el alba vendrá para instalar al nuevo día en
su lugar - insólito maridaje donde asesino y víctima cambian de papel
alternativamente - la noche, lugar de encuentro de seres que se buscan a sí
mismos entre el placer y el desmadre.
Por eso, nosotros los vigías de la noche, te invitamos a recorrerla y a
disfrutar de su magia ...
R. nunca hubiera podido imaginar que aquellos pequeños muñecos inanimados
fueran capaces de manifestarse con tanto desparpajo y dominio de la expresión
oral.
La mujer no había salido de su asombro, cuando la muñeca de barro que con
tanto esmero y cariño había moldeado su hija menor años atrás, balbuceó a
través de su bufanda multicolor sonidos apenas audibles que parecían reflejar
frío y cansancio, el terrible frío del barro inerte y el cansancio de la
inmovilidad eterna.
Ahora por fin, parecía poder expresar su impotencia y la desesperanza que
debe asolar a todas esas figuras que los artistas han creado, quizá con el
único afán de recrear la vida, en un vano intento de ser un poco Dios. La creación artística que empieza siendo un
acto gratuito sin otra pretensión que el placer de crear, acaba generalmente
convirtiéndose en voluntad de afirmación del creador que a través de los
objetos creados busca alcanzar el reconocimiento o en última instancia el
rechazo - nunca la indiferencia -.
Sin embargo, se preguntó R. ¿ cuál es el destino de los objetos que el
artista abandona a su suerte?, ¿ No es a su creador a quién parece dirigir su
grito desesperado el David de Miguel Ángel?, ¿ No es acaso desolación lo que
expresa con toda la fuerza de su cuerpo?. Su meditación quedó interrumpida por
las palabras que en ese momento había comenzado a pronunciar la muñeca de barro
y que R. nunca olvidaría:
- Los habitantes de las ciudades mediterráneas inundan sus calles en los
atardeceres primaverales fluyendo por ellas como ríos de lunares multicolores y
sólo las abandonan cuando se esconde el sol en los días interminables del
verano o cuando llegado el otoño la noche temprana y el frío los echan.
Yo, dijo, domino la tarde y convivo con el primer frío otoñal, aquél que
señala el final del frívolo verano de los países del Sur. Mientras los ricos se
recogen al abrigo de sus modernos aposentos y disfrutan de calefacción, los
pobres de siempre encendemos el carbón y algunos como yo, nos echamos a la
calle para vender las irrepetibles castañas.
Condenada a ser castañera por la imaginación y las manos de mi creadora,
convertida en musa ocasional sobre el asfalto húmedo, resguardada al calor de
mi pequeña hoguera, soy testigo y parte de las miles de historias que la ciudad
ofrece al atardecer. La ciudad se llena entonces de un ir y venir constante de
gentes que se han echado a la calle por múltiples motivos.
A veces, sorprendo el encuentro furtivo de dos amantes que acuden
cautelosos a su cita semanal. Otras veces, observo como algún joven depredador
deambula al acecho de algún turista despistado o de un automóvil convertido en
presa fácil. En ocasiones, alguna pareja malhumorada se para en el puesto y
mientras espera, reemprende lo que parece una antigua y repetida discusión,
donde los reproches se multiplican y el tono sube de altura hasta que uno de
los dos se va sin decir nada más. Imágenes para relatar.
La tarde en la gran ciudad es también un lugar para el disfrute y la
contemplación, por eso te invito a visitarla.
Entre sorprendida y desconcertada, R. se había incorporado en su butaca
siguiendo con toda su atención cuanto allí acontecía. Ella, que creía a estos
seres inmóviles, para siempre destinados al silencio y a la impasibilidad,
podía comprobar ahora que el mundo de los objetos también podía tener vida
propia y que el límite entre ficción y realidad no siempre era una frontera
tangible y nítida. R. quiso saber más acerca de estos personajes y sin esperar
a que fueran a ella, optó por ser ella quien se acercara.
- ¿ Y tú que puedes contarme? Preguntó a Natascha, la muñeca rusa que
adquirió en un viaje a Moscú. Esta movió su brazo izquierdo que alargado,
parecía reposar para siempre sobre su cuerpo y se desanudó el pañuelo que
llevaba como una condena sobre la cabeza, descubriendo una bella melena rubia
antes apenas emergente.
Posó sobre el suelo el hatillo que sostenía en el brazo derecho y pudo
mover éste, estirando y encogiéndolo suavemente. Por unos instantes podía dejar
de ser un símbolo, R. pudo intuir el alivio que la embargaba, pues por vez
primera pudo verla sonreír. ¿ No eran acaso la ternura y la satisfacción que se
reflejaban en aquel rostro una cierta forma de liberación para todas las
sufridas campesinas rusas?
- Puedo hablar de lo que conozco, y conozco el esfuerzo y la laboriosidad
de las mujeres rusas en el campo, dijo. El impagable sufrimiento de esas madres
de la guerra ( la guerra de los poderosos y de los generales) con sus hijos
ametrallados tendidos sobre los campos de girasoles de la inacabable estepa
rusa. La alegría y belleza de nuestras tradiciones, su música, nuestra
tradicional hospitalidad.
Quizá mi rostro no refleje más que amansamiento, dulzura y una cierta
resignación. Pero no todo está ahí, si eres capaz de mirar tras los visillos
descubrirás un mundo a veces alegre y campechano, otras duro y cruel como
nuestro invierno.
Sabes muy bien que soy aparentemente una sola, pero dentro de mí llevo
una infinidad de dobles que no son sino la representación de la evolución de la
vida desde el tamaño más diminuto hasta el último y más grande, desde la
infancia hasta la madurez. Si eres observadora también podrás verme como una
versión del mito de la maternidad, pues todas y cada una de nosotras llevamos
en nuestro seno a la siguiente. Pero si te detienes, otra lectura posible te
llevará hasta la multiplicidad e igualdad de las mujeres, ese sueño vano del
socialismo utópico. Hermana y madre de todas las mujeres, así me siento y aquí
permanezco, inmóvil e inmutable, esperando un mañana donde por fin poder
contemplar el advenimiento de la mujer libre, sin ataduras ni trabas. ¿ Quién
sabe?
En los primeros momentos, R. había ido de asombro en sorpresa, sin
embargo transcurrido un tiempo, parecía sentirse integrada en ese microcosmos
entrañable donde la palabra volvía a cobrar un valor añorado por su intensidad
y belleza. Mientras, en el mundo de R. las palabras se habían vaciado de
contenido y huecas habían perdido su grandeza y vagaban perdidas por los
despachos de los banqueros y las tribunas de los políticos.
Las palabras prestadas en boca de pícaros, estúpidos o ignorantes habían
perdido su credibilidad de antaño. Ahora, para sellar un trato habían inventado
notarios y albaceas para los testamentos, los poetas de la palabra se habían
refugiado y exilado en su intimidad y ya nadie podía presumir de tener palabra
o de ser autor de un bello poema. Gentes que apenas sabían expresarse en su
propio idioma ( lo cual denotaba, por lo menos, unas mentes confusas y poco
desarrolladas pensó R.) presumían de ser señores poderosos por sus cuentas
bancarias y la cantidad de objetos que poseían. ¡ Cuánta ignorancia! Diría el
filósofo, pues ¿ hay mayor poder que poseerse a uno mismo? ¿ Y cómo poseerse
sin ser capaz de expresar con elegancia y claridad nuestro propio pensamiento?
No sabremos nunca si nuestra protagonista hizo esta pequeña disquisición
inspirada por sus pequeños amigos nocturnos, pero así fue. R. tendría todavía
oportunidad de ver y escuchar al payaso.
El payaso que R. compró en San Sebastián hacía una buena quincena de años
y que desde entonces reposaba en el centro del mueble repleto de libros,
sonrió. Por fin aquel pliegue sempiterno desapareció de su rostro y se
convirtió en sonrisa viva. Por fin, levantó los párpados y aquellos ojos
adormilados recuperaron la mirada. Instantes después rogó a R. que le ayudará a
quitarse la falsa nariz. R. creyó reconocer a la persona que se escondía detrás
de aquella mueca triste y melancólica, aunque nunca pudo identificarla.
El payaso, al que también R. había despojado del sombrero y la falsa
calva, aparentaba ser un hombre relativamente joven con expresión vivaz y aire
de regocijo. Según él mismo confesaría aquella noche, por un delito cometido
años atrás se vio obligado a refugiarse en el circo, adoptando la apariencia de
la que R. quedó prendada cuando lo vio en aquella pequeña tienda cercana al
Hotel María Cristina donde se hospedada. Era otoño y la expresión de aquél
muñeco casaba muy bien con una cierta melancolía que se apoderaba de R. al
comienzo de aquella estación que por otra parte adoraba. Ahora lo tenía
enfrente y podía hacerle cómplice de sus sensaciones. Sin embargo sería el
payaso quien hablara primero:
- Siempre anhelé la vida del circo porque entre otras muchas cosas te
permite vivir en todas y en ninguna parte y pertenecer a todos y a nadie.
Vienes por unos días donde nadie te espera y te vas por mucho tiempo allí donde
nadie te reconoce. Eres de algún modo el eterno ausente. Tus raíces son
múltiples y ninguna particular. En nosotros se concreta el ciudadano universal.
Sin embargo hay noches en que la soledad acecha y te sientes perdido e inútil.
Sientes frío y te asalta la idea de ser
una silueta, una caricatura. Y no hay refugio, no hay salida, no hay nadie, no
hay nada... Por eso a veces me siento a gusto aquí en el mueble como una
estatua de sal, imperturbable pero tranquila, en paz, observando el devenir de
las gentes y de las cosas desde mi atalaya como un espectador impasible pero
sabio. Entonces siento que he alcanzado el difícil equilibrio que sólo la
muerte aporta a la mayoría de los seres vivos. Es triste lo que cuento pero es
así. Sin embargo no todo es tan negro, hay otras cosas que la vida me regaló
antes e incluso después de convertirme en un muñeco de cerámica.
Todos los que aquí reposamos tenemos cosas que ofrecerte e historias que
contarte, ahora ya sabes donde encontrarnos ...
La biblioteca se había quedado otra vez silenciosa, los muñecos reposaban
inmutables en las estanterías. R. no sabría nunca la cuota de realidad en todo
lo allí acontecido. Apenas se detuvo a pensar en la importancia que aquella
cuestión pudiera tener. Fuera, la noche poderosa parecía llamarla. La noche
oscura y misteriosa, parecía animarla a adentrarse en ella. R. no pudo
resistirse, aquella noche contra su costumbre
salió...
De mi libro Relatos robados al tiempo
Libros en red 2003