Blog de León Cohen Mesonero

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jueves, 27 de enero de 2022

VOCACION TANGERINA DE UN LARACHENSE por Hassan Amrani Meizi

          

  Excelente trabajo del profesor Amrani.  Después de varias lecturas, su artículo me ha parecido un minucioso y profundo análisis de mis textos tangerinos y de sus derivadas, algunas de ellas implícitas. Bajo mi punto de vista, este trabajo literario y yo añadiría que casi psicoanalítico, aporta claridad y luz  a mis escritos tangerinos. Considero que además de su perspicacia y experiencia  como crítico literario, ha sido sobre todo su condición de tangerino, la que le ha permitido obtener  un resultado tan brillante, He de decir que nunca antes, me había sentido tan bien representado como escritor a través de unas reflexiones tan certeras como sorprendentes y bien elaboradas. León Cohen. Enero de 2022.            


 

VOCACION TANGERINA DE UN LARACHENSE

            Hassan Amrani Meizi    Universidad Ibn Zohr,  Agadir, Marruecos.

  La Frontera Líquida. Estudios sobre Literatura Hispanomagrebí . 

Tirant Humanidades 2019.  Editores José Sarria y Manuel Gahete

Pag. 381-392

 

 

"Antes de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la visita y entregándole un ejemplar de libro La Memoria Blanqueada, cuyo autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger y siempre se consideró tangerino de vocación. " León Cohen, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.

 

Rara vez un hombre mereció llevar el gentilicio de una ciudad por residir en ella un lapso de tiempo bastante corto de su vida, sobre todo cuando se trata de una ciudad de mucha historia. Ese hombre se llama León Cohen Mesonero; la ciudad, Tánger. Sin embargo, hay lugares que hacen que  la vida de los hombres tenga más historia. Los hechos vividos con intensidad transcurren con tal celeridad que acaban desbordando el tiempo. Entonces, la historia de una vida, o sea,  la edad de un hombre,  deja de medirse por el largo paso del tiempo y lo hace por la densidad de lo acontecido en un tiempo récord.      

            Los que nos interesamos por el estudio la literatura de autores españoles o hispanoamericanos originarios de nuestro país topamos con apellidos sefardíes que nos recuerdan una época que terminó para siempre: Chocrón, Garzón,  Bendahan, Cohen, etc.  Excepto el fallecido Isaac Chocrón, estos autores  siguen evocando en sus obras sus vivencias marroquíes. Entre ellos, destaca el nombre de Cohen: no sólo por ser de Larache y por escribir sobre esta ciudad, sino también por ser tangerino de vocación, en una ciudad cuyos  habitantes “se creían elegidos, especiales, como si un dios mitológico les hubiera otorgado el don de ser precisamente eso, tangerinos y no otra cosa”. (Cohen, Carta a Juanita Narboni,  Memoria Blanqueada: 2006: 54).

            Desde el principio, llama la atención este dato de la autobiografía de este autor: ser por propia elección,  pertenecer  por voluntad propia a Tánger, donde “la identidad” se vislumbra como hecho predeterminado por el destino divino.  Parece que el larachense Cohen rompe esta atadura de nacimiento y forja otro lazo de pertenencia a esta ciudad: una especie de  adopción. La tradición popular tangerina le es favorable y habla del emblemático Santo y Patrón  de la ciudad, Bouarraquía, que recompensa a los forasteros por haber aceptado su primera y modesta donación hecha de pan a secas: Mohamed Choukri  también fue hijo adoptivo de la ciudad.  

            Como todos los mortales, Cohen tiene conciencia de que es más auténtico ser por elección que por predeterminación ajena, aunque esta ajenidad sea divina. Poco importa si se trata del Dios Innombrable del monoteísmo más ancestral o de una pluralidad de dioses protagonistas de tragedias griegas. 

 Además, ser de o por vocación, puede  remitir a un doble sentido: una vocación entendida como inclinación personal por un estado o  como inspiración con que Dios llama a un estado. (Cfr. https://dle.rae.es/?id=bzINevX). En este caso, se descarta de antemano la posibilidad de que este estado  sea cuestión de una fe religiosa. Para Cohen,  hombre que descarta la injerencia de lo divino en los asuntos de los mortales[1],  “Tánger es algo más que una manera de ser, un estado de ánimo o un sentimiento, nos pertenece y le pertenecemos, y siempre seremos parte el uno del otro” (Retrouvailles à Tanger,  2018: 75).

             Recuerdo otros argumentos de Cohen acerca  del destino de nacer en un lugar determinado y determinante, Larache, y, consecuentemente, el razonamiento que acabo de adelantar se me revela como todavía portador de la semilla de su contradicción originaria. No acaba de cuajar sólidamente en su aparente elocuencia:  

 

"Hace muy poco tiempo empecé a escribir un relato del que extraigo el comienzo. Aliocha soy evidentemente yo, y lo que cuento es exactamente lo que me parecía mi vida en esos primeros años en Larache, mi pueblo. Nadie elige el lugar de su nacimiento, ni donde transcurrirá su primera infancia,  pero puede ser que el lugar de nacimiento determine su manera de ser y percibir el mundo"(Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger: 2018: 18)

            El nacimiento larachense, un loable destino, fragua  la visión del mundo del niño Cohen. Sería muy largo pasear por los senderos trazados por Cohen en sus libros de memoria larachense para buscar una respuesta  a  su inclinación adulta por el estado de ánimo que fue Tánger. Basta con realizar una atenta lectura de un fragmento de su relato inédito Aliocha, nombre del protagonista  y a la vez  alter ego del niño Cohen. Importa citar  la gran fascinación de León  por los parajes naturales deslumbrantes; parajes larachenses que en el fondo son preámbulos geográficos de los todavía más fascinantes paisajes tangerinos de la posterior adolescencia y primera juventud del autor. Dicho nacimiento fue un destino geográfico fantástico por su fatal cercanía a  la vieja dama, Tánger.  

            Otra cosa distinta es el paisaje cultural y humano del lugar de nacimiento y primera infancia. Si bien el autor subraya en la introducción de Tributo a dos ciudades; Larache y Tánger (17)  la difícil situación y las privaciones de las que sufrían todos aquellos niños larachenses de los últimos años del protectorado español  y principios de la independencia de Marruecos, en el fragmento del relato citado no escatima esfuerzos en describir la felicidad inocente del niño en este mundo multicultural y  étnicamente plural; otro preámbulo larachense al Tánger de aquellos años cincuenta y sesenta:    

 

“Ha aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar majestuoso. Le sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la bravura de la mar.  Aliocha ama la vida y sus encantos. Sus amigos van a la Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga (…) en el fondo le da igual entrar en un templo o en otro, con tal de acompañar a  un amigo. (Ibid: 19). “

           

De modo que la pregunta de por qué la elección de Tánger-y no otras ciudades de su vida-,  que el autor ya de adulto pone en boca de su otro alter ego, Sol Bensusan en su Encuentro en Tánger (2018: 107), se convierte en casi retórica. Digamos que el destino de su nacimiento y su primera niñez favoreció su elección de joven y sobre todo de adulto. No hay contradicción en el hecho de nacer predestinado a una elección,  al contrario es  lo sumamente  armónico, incluso en la  más monoteísta de todas las religiones.

 Al elegir escribir sobre la ciudad, sobre sus vivencias tangerinas,  desde su madurez algecireña, decide crear en una noche de vigilia un alter ego, Sol Bensusan, una especie de nacimiento literario y público de León Cohen Tangerino. Las dualidades del Cohen autor/ personaje invaden la literatura coheniana sobre Tánger, y a veces portan el signo de algún antagonismo que  siempre busca y, de algún modo, consigue reconciliarse. He adelantado uno, pero hay más[2]. Es el Tánger de autores que, de una manera u otra, son autobiógrafos: así es Cohen y así son sus inspiradores y maestros tangerinos, sobre todo Vázquez y su personaje símbolo del Tánger de aquellos años: Juanita Narboni.   

De modo que Tánger sigue siendo hoy una referencia esencial y  significativa en la vida de Cohen,  y este hecho remonta a la niñez y se afianza en la primera juventud del mismo, de tal manera que ya de mayor se muestra capaz de distinguir a los auténticos tangerinos de los que no lo son. Él mismo se convierte en unos de los genuinos y auténticos tangerinos, de esos que saben sentir la ciudad, interiorizarla,  vivir el estado de ánimo tangerino, la sensación de vivir entre el sueño y la realidad   de una ciudad en una época mítica y mitificada. Por eso mismo, convoca la voz de  Eduaro Haro Teclen:

 

“Muchas veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que probablemente se instala en esa parte un poco fantasmal de la memoria, en la que algunas personas no sabemos distinguir lo que fue verdad de lo que fue mentira” (citado por Cohen, Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger, 2018: 20).

 

Su caracterización  de su propia vocación no puede ser más tangerina. Estoy ante una de las definiciones, genuinamente, más tangerinas que he escuchado en todo el tiempo que he estado fuera de esta ciudad: el verdadero tangerino no es el que habita la ciudad, sino es aquel que es habitado por la misma aun – y sobre todo- cuando vive fuera de ella: si bien el autor se pregunta “qué es uno sin su paisaje”, acaba reafirmando que “mientras viva Tánger seguirá habitándome” (Tánger: 2006: 55- 56).  Creo que esta definición es muy aplicable a este tangerino por vocación que hoy sueña con su querida ciudad desde la otra orilla del estrecho de Gibraltar, desde Algeciras: 

“El viento del Levante arrastra los recuerdos, los empuja desde la otra orilla, esa orilla tan nuestra tan próxima y tan lejana, la orilla africana. Son voces, jolgorios e imágenes inventadas por una memoria ya vieja y alejada en el tiempo y en el espacio. Son los ruidos de la infancia y de la primera juventud.” (Retrouvailles  à Tanger, 2018: 75). (La cursiva es del autor).

 

La idealización de Tánger en Cohen encuentra su origen en los años cincuenta del siglo pasado, en unas visitas familiares a una tía suya que vivía en esta ciudad. Cada quincena aproximadamente, acompañado de otras tías suyas, el niño León Cohen Mesonero visitaba  a su tía paterna Simy. Recuerda sus labios pintados de carmín, de donde le saca el apodo:

 

“Quizá por el cariño y la sonrisa  sempiterna de aquella tía a la que bauticé con el nombre de “Carmín” (por la intensidad del rojo de sus labios), la ciudad  me resultó agradable, pues en mi inocencia, como todos los niños suelen hacer, asociaba la ciudad con la hospitalidad de mi tía. Eran los años cincuenta: los del esplendor de Tánger.” (Tánger, 2006: 53).   

Este proceso de asociación de cualidades positivas de personas amadas y queridas por el niño con Tánger desemboca en la idealización temprana de esta ciudad. En este sentido, sobra recordar el lugar distinguido que ocupaba y ocupa el propio padre en el corazón de Cohen. La imagen del próspero mercader de contrabando en pleno apogeo económico del Tánger Internacional,  del perenne don Juan y del sempiterno “bonvivant” atraviesa muchos de sus relatos:

 

“Aquel joven contrabandista que caminaba con su traje de doble pecho, triunfante por el Boulevard Pasteur y por el Zoco Chico de la envidiada Tánger […] vivió una vida larga, sin enfermedades ni achaques, le faltaban dos meses para cumplir los ochenta – y parecía un hombre de setenta- cuando murió de un ataque de corazón […]. Se llamaba Jacob Cohen Levy -casi nada, Jacobi para los amigos y era mi padre. “ (2006: 23-24).  

           En la visión de León, la gallardía de Jacobi fue tal que el autor recurre a una de esas palabras o expresiones atestadas de tiempo marroquí, la sefardí de la haquitía, más expresiva y más acorde con el espíritu evocador,  propio del blanqueo de la memoria: Qué gial[3]. (Memoria Blanqueada, 2006: 17). Además, el proceso del blanqueo de la propia memoria tangerina, elaborado por  Cohen en su obra, tuvo  un efecto visible tanto en la plasmación de la imagen de su propio padre en sus aventuras tangerinas como en la consecuente  inclinación del autor por cierta imagen blanqueada de una ciudad que seguramente tenía sus encantos y sus desencantos.[4]

            La experiencia de franquear las aduanas de Asilah, las que separaban la zona internacional del protectorado español, de la mano de su padre, es también recordada con nostalgia.  Gracias a su padre, León disfrutaba en Tánger  de los pinchitos de  “Chez Elias” y las meriendas de “Café Paris”: (Tánger: 2006: 54). Estas visitas le dejaban un buen sabor de boca en el sentido literal de la expresión y también en el sentido de una memoria agradable del paladar, que no requiere blanqueo en ningún sentido para surgir hoy con fuerza embellecedora de los recuerdos del pasado.  

             Estos disfrutes en compañía de su admirado padre hacen que el niño León vaya idealizando a Tánger. Tanto es así que ir a Tánger era para él como un regalo  de fin de semana. Como muchos larachense,  los propios Cohen se sentían como pueblerinos en Tánger (Ibid). La ciudad había alcanzado niveles de desarrollo y prosperidad inalcanzables en las ciudades del protectorado español. A todo ello,  habrá que sumar la belleza cautivadora de sus parajes naturales.

            Más tarde, en los años sesenta,  por razones profesionales de su padre, su familia se instala en Tánger entre 1964 y 1968. Afirma Cohen en su texto denominado “Tánger”: 

“En esos cuatro o cinco años pude vivir experiencias que siempre llevo conmigo y que dejaron en mí una huella indeleble. […] Mi estancia en Tánger coincidió con el final de la adolescencia, allí  conocí mis primeras relaciones adultas. De los amigos de juegos infantiles pasé  a los amigos de las tertulias intelectuales y políticas” (Tánger, 2006: 54-55).

           

Cabe señalar aquí, siguiendo los datos aducidos por el autor en su Memoria blanqueada: relatos y retratos sefardíes del norte de Marruecos (2006), algunos aspectos que marcan esta fase de evolución en la vida de Cohen. El primero se relaciona con la situación de la ciudad como espacio propicio para el desarrollo intelectual, filosófico y literario; el segundo tiene que ver con  la toma de conciencia política, la apertura al espíritu rebelde y revolucionario izquierdista  que se respiraba en la ciudad en vísperas del mayo francés de 1968. El joven Cohen era estudiante del Liceo Regnault y no estaba ajeno al espíritu revolucionario juvenil y estudiantil de esa época:

“Descubrí a Camus, a Sartre, a Kierkegard a Dostoievsky, gracias a la biblioteca francesa, adonde acudía muchas tardes del suave otoño tangerino, y a la librairie de Colonnes; Fue un periodo corto pero intenso, donde las cabezas se movían, algo se fraguaba, fueron los años anteriores al mayo francés.” (Tánger, 2006: 55)              

 

En el relato La banda del Koah, Tánger 1965-1968, (2018: 67) habla de sus amistades tangerinas y se refiere a sus discusiones sobre Camus y Sartre, entre otros.  Son los años del compromiso político de esas grandes figuras de la literatura universal, citados por el autor, y entre cultura, literatura y política las fronteras eran borrosas. Asimismo, el mundo de las letras hispánicas  bailaba al son del ritmo cubano que traducía  la Revolución al castellano: El Che Guevara fue transformado en mito y símbolo revolucionario por parte de los movimientos juveniles  estudiantiles y por sindicatos obreros de muchos países occidentales; Tánger no estaba al abrigo de esos aires reivindicadores.

            La citada librería de Colonnes es referida por Cohen “como templo de la cultura, que, en tiempos, fue además un círculo  de reuniones de republicanos y antifranquistas” (Librairie de Colonnes,  2018: 85-86). Ilustres de la pluma y la política frecuentaban de modo asiduo la librería. Cohen cita a algunos como Eduardo Haro Tecleen, Ángel Vásquez y José Marmolejo. Queda claro que los espacios públicos tangerinos de la época remitían a Cohen al mundo de las letras, de los ideales revolucionarios y del compromiso político de intelectuales y literatos.

            En resumen, el muy joven Cohen se sintió muy a gusto en medio de este mundo tangerino recién descubierto: diversión en fiestas nocturnas, práctica del deporte que más le gustaba, el futbol. Además, compaginaba armónicamente todo esto con sus estudios, y  sus relaciones con sus compañeros y profesores de colegio. Cohen recalca que:      

“Sorprendentemente, también fueron los años en que practiqué mi deporte favorito, el futbol, en el Souani o en el Marchan (…) Todo coincidía, era un alumno brillante en clase, era un excelente futbolista, había caído de pie. Por ende, trabé amistad con tangerinos de pro como Picho, Poho, Marmolejo, Azkienzov, Saporta […].” (Tánger, 2006:55).

 

 Razones suficientes tiene Cohen hoy para enorgullecerse de haber estado en sus ayeres tangerinos en el lado correcto de la historia, no sólo por haberse amigado  con personas de provecho sino también por haber conocido y admirado a personajes progresistas en un mundo limítrofe con la dictadura franquista. La conciencia política de Cohen favorable a los oprimidos, silenciados, exiliados y descamisados empezó a forjarse precisamente en esos años  en Tánger.  

 Esta  satisfacción feliz que experimentó el joven Cohen en sus años tangerinos hizo que hoy el autor, ya en plena madurez, recompensara la cuidad con muchos tributos que son esos textos que recuerdan la grandeza de la misma en aquellos maravillosos años sesenta del siglo veinte, aunque aquel Tánger  esplendoroso iniciaba entonces su propia decadencia.

            El autor, en esos mismos textos que memorizan sus amistades en esa época de su vida, nos anticipa un tema recurrente en sus relatos: la diáspora de los tangerinos.  Ejemplo de ello es la de la banda del Koah:

 “Al final como el tiempo ha demostrado, todos tomamos direcciones distintas, todos vivimos hoy en países y ciudades diferentes sólo nos unen y permanecen los recuerdos imborrables de aquellos días de vino, de juventud y de rosas Hoy no sabría decir con precisión si aquellos años teníamos el norte perdido o si lo perdimos más tarde al abandonar Tánger.” (La banda del Koah, 2018: 68).

            Es una imagen a pequeña escala de la dispersión de los tangerinos genuinos,  “los último  internacionales” de Tánger entre los que incluso se encontraban algunos nacionales; aunque eso de nacional no cabe en la terminología coheniana. Para Cohen, ser tangerino es descreer de las fronteras étnicas, culturales, lingüísticas y sobre todo nacionales:

“Ni marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni tampoco ingleses aunque nos sintamos un poquito de todo y de todos. Poliglotas... y sobre todo mestizos culturales, hoy estamos esparcidos por el mundo, por todas las patrias y por todas las religiones, pero a ninguna pertenecemos porque no podemos evitar ser fundamentalmente tangerinos y eso quería decir todo y de todo un poco (…) No me siento de ningún lugar, soy un apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.”   (Calle Goya, 2018:100).   

 

No sé si sería adecuado hablar de sentimiento de culpabilidad por  haber dejado la ciudad a su suerte, por haberla abandonado. Expresiones de abandono y dispersión se repiten en muchos de sus relatos. Quizá en  el caso de Cohen  dicho sentimiento sea inapreciable, desapercibido y recóndito  ya que la intención del autor es crear, en un solemne gesto de agradecimiento, una imagen alegre de Tánger, la que trasciende el pesimismo del autor de La vida Perra de Juanita Narboni y el resentimiento de Tiempo de los errores de Choukri ( Librairie de Colonnes: 91-94).

 A pesar de ello,  un sentimiento triste se deja sentir en  los relatos que hablan de sus vueltas a la ciudad, ubicadas ya en el tercer milenio. El dolor del exilio de muchos tangerinos atraviesa casi todos los escritos analizados en este trabajo. Recordemos la expresión usada por Sol Bensusan en su Carta a Juanita Narboni: “nuestra suma de melancolías ha traspasado los mares y las montañas”  (2006:20). Así, al terminar una de sus visitas a Tánger  y desde el barco que le lleva de regreso a Algeciras, Cohen contempla la ciudad en su anchura costera  y nos espeta:

 

“Es entonces,  cuando acuden a mí  las palabras de  mi amiga italiana. Mientras caminábamos por la Calle Juana de Arco, después de cenar, me espetó como si la necesidad la urgiera, como si necesitara afirmarlo y afirmarse, que Tánger era el único lugar donde se sentía ella misma. Esa frase despertó en mí un sentimiento solidario y me emocionó.” (Retrouvailles à Tanger: 2018: 74).  

Asimismo, este sentimiento es descrito en la segunda parte del relato Encuentro en Tánger, titulado Francesca:

 

“Recuerdo sobre todo su mirada triste, vacía ausente, que parecía recorrer todo su pasado, como si se preguntara una vez más por qué tuvo que abandonar su tierra. Había cierta amargura y desolación en esa constatación.[…]Cuando me despedí de ella, comprendí mucho mejor lo que Tánger significó para todos los tangerinos y el dolor profundo e irremediable del exilio.” (109).

Es cierto que las vueltas de Cohen a la ciudad,  descritas  en los relatos citados aquí, son motivadas  por la búsqueda de la propia identidad que es esa esencia tangerina, pero no menos ciertos es que dichas vueltas también sirven para estimular el apetito escritural del autor en pos de restituir el daño causado a su amada Tánger. Existe cierta herida sin cicatrizar, hay cierta necesidad de reparar el agravio del abandono. Agradecerle a esa “gran dama”,  la patria madre de todas la patrias en el sentido coheniano, por su agradable acogida durante aquellos años.   De allí que el blanqueo de la memoria tangerina sea una manera de rendir tributo a una leyenda en todas  las medidas: la de la convivencia, la de la tolerancia, la de la diversión y de la diversificación. 

En resumen, la dispersión de los tangerinos por el mundo durante esta  época de los años sesenta ha privado a la ciudad de sus habitantes más genuinos, de  esos hacedores de aquel Tánger esplendorosamente universal y cosmopolita. Por eso,  el Tánger  que conoció Cohen fue el de un esplendor decadente, incluso cuando persistían todavía vestigios de una internacionalidad oficiosa, que se resumía en la permanencia de nombres y familias de otras nacionalidades.  

 

BIBLIOGRAFIA:

-BENDAHAN  COHEN, Esther: Tetuán. Antequera: Confluencias,  2006

-COHEN  MESONERO, León, Carta a Juanita Narboni en Memoria Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos, Madrid: Hebraica Ediciones, 2006, 17-20.

 --------------- Tánger en Memoria Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos. Madrid: Hebraica Ediciones, 2006, 53-56.

------------  Encuentro en Tánger en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar:Editorial Círculo Rojo, 2018, 105- 111.

-------------  Introducción a  Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 17-22.

-------------  La banda del Koah en  Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018,  67-68.

-------------- La calle Goya, en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 97-104.

________ La librairie des Colonnes, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018,  85-95.

--------------- Retrouvailles à Tanger, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 73-75.

-Diccionario de la Real Academia Española,  https://dle.rae.es/?id=bzINevX, fecha de consulta: 20 de julio 2018.

 



[1] En boca de su alter ego femenino Sol Bensusan contesta a una pregunta del personaje de Ángel Vásquez, Juanita Narboni,   sobre la influencia de la ciudad de Tánger en la misma: “No sé si hablar de revelación sería apropiado, por la connotación religiosa que encierra esa palabra, pero algo de eso hubo.” (Encuentro en Tánger, 2018:110).

[2] En su relato Carta a Juanita Narboni,   el autor,  a través  de su alter ego femenino,  lamenta el cambio que ha sufrido la ciudad. En otro  titulado Tánger afirma que a pesar del cambio, “el Tánger de siempre surge y emerge de nuevo como el ídolo de barro  que el mar no consigue engullir” (73). Luego añade en el mismo relato que “Esta ciudad que fue abandonada y dejada a su suerte por sus habitantes más genuinos, recobra hoy su esplendor nunca del todo perdido, desafía al futuro y pisa con paso firme un presente esperanzado.” (74).   En  el relato Calle Goya, el narrador afirma que el señor C., otro alter ego del autor, “pudo comprobar por fin, que aunque nada había cambiado, ya nada era igual”.  Luego se auto responde con una pregunta retórica, de la que se sobreentiende que el cambio se registra en otras aspectos no siempre físicos o materiales: “¿No es  la vida ese proceso continuo, dinámico y renovador, donde unas personas son sustituidas por otras, donde una época sucede a otra y una civilización reemplaza la anterior y así hasta el final de los tiempos? (103).     

[3] “Bajo el título Palabras atestadas de tiempo” (Tetuán, 2016: 89-106), Esther Bendahan habla de las características de las expresiones  y palabras de esta lengua de los sefardíes del norte de Marruecos utilizando calificaciones como cariñosa, melosa y dulcificante.  Al calificarlas de atestadas del tiempo se refiere a que es un lenguaje  que remite a las experiencias sefardíes marroquíes y las evoca. La autora afirma: “Jial se dice de alguien atractivo. Entre Chicas (…) cuando se acerca un joven o un hombre atractivo decimos qué jial… es inocente, no busca más que esa complicidad, casi infantil, entre quienes la decimos y que nos remite a otro tiempo y a otro lugar” (ibid, 101). Me limito a esa explicación y no aduzca las otras explicaciones basadas en  el origen  etimológico árabe-marroquí de la palabra: imaginación, silueta proyectada, etc.  Cabe señalar, en este sentido, que la expresión pertenece a la carta que el alter ego femenino del autor Sol Bensusan. dirige a Juanita Narboni, también alter ego femenino de Ángel Vásquez.  

[4] Dice Cohen que “blanquear la memoria es retocar los recuerdos para que los personajes recreados, sobre todo cuando han desaparecido, aparezcan con más virtudes que defectos.” (2006: 9). Luego añade: “Todos tenemos tendencia a sublimar y de algún modo a tergiversar nuestro pasado, es lo que yo denomino “blanquear la memoria”, sin embargo y pese a todo: ¿Cómo olvidar aquellos años mágicos, aquella ciudad encantada”  (Tánger, 2006: 55-56). 

            

lunes, 3 de enero de 2022

MI LIBRO JACOB COHEN

 


                                                                     PREFACIO

 

“Inconscientemente, cuando el padre de León Cohen aparece, aunque sea de manera furtiva en sus relatos, cobra vida de manera inusitada, y la rápida descripción que hace de él lo dota de vida, de protagonismo, como una presencia que nunca desapareciera”. Sergio Barce

 

Si esta especie de biografía ilustrada o  retrato, empieza con el entierro de mi padre, es porque a raíz de su muerte inesperada, cobró vida para mí una manera diferente de ver mi infancia y sus personajes. Es a partir de su muerte  cuando  comenzó a rebobinarse la película de mi propia vida. Fue un punto final que marcó un punto de partida hacia atrás, hacia un  pasado  poblado de fantasmas, donde su figura domina  y  donde para mí  siempre fue el rey.  En esta especie de homenaje a su vida y a su persona, he reunido todos los relatos en los que figura como protagonista directo o indirecto, y donde he podido, los he acompañado de fotografías que tratan de  ilustrar y acompañar lo que expresan las palabras. Estas fotografías son las guardianas que fijan y representan instantes y testimonios de vida, proyectándolos  hacia el futuro, para que las generaciones venideras puedan contemplar su pasado y conocer cómo eran y cómo se expresaban y sentían aquellos seres que les precedieron. Quiero señalar porque es significativo, que en algunas de las fotos elegidas, aunque yo no salga, sí que presencié la instantánea como espectador, y por lo tanto mis comentarios son los de un testigo directo de esos momentos vividos. Ha ocurrido que estos relatos que se hallan dispersos en algunos de  mis libros anteriores, fueron escritos en fechas muy distantes entre sí  (algunos separados por más de veinte años) y nacieron como historias aisladas sin relación entre ellas y sin ninguna pretensión a priori de conformar una línea común. Pero el proceso creativo es indescifrable y  lo imprevisible ha tenido lugar, de modo que al cabo del tiempo he podido constatar que como las piezas de un puzle, estos relatos creados de manera independiente, encajan perfectamente, constituyendo una innegable unidad temática. En consecuencia, reunirlos aquí como un solo bloque, me ha parecido una manera sencilla  de acercarlos al lector y de compartir con él mi visión del personaje y mostrar por fin el retrato acabado. En ocasiones he llegado a preguntarme si este libro no estaba ya escrito en mi cabeza y han sido el tiempo y mi evolución personal,  los que han ido extrayendo cada uno de sus capítulos de manera escalonada. Como si este libro contara la historia de dos personajes singulares uno padre y otro hijo, con perfiles muy distintos y en algunos casos hasta opuestos, que hubieran sido diseñados por el destino para encontrarse y vivirse, uno delante y otro detrás de la cámara, uno protagonizando y el otro filmando y contando. Porque cuando un escritor relata la vida del personaje desde el respeto, el cariño y la admiración, también en cierto modo, se está retratando a sí mismo al desnudar sus sentimientos, como si el personaje lo atrapara y le obligara a ello. 

Muchos de los relatos de este libro parten o describen hechos realmente acaecidos que el autor vivió en primera persona, o que le fueron contados por otros u otras. Algunos, como el extracto de la Carta a Juanita Narboni o Jacobi, mezclan ficción con realidad y convierten al personaje Jacobi en un personaje novelesco más, relacionándolo con Juanita o con Sol Bensusan y haciéndolo partícipe del universo literario tangerino del autor, para culminar finalmente con el Reencuentro con Jacobi. En estos últimos relatos, sorprendentemente, persona y personaje llegan a confundirse  sin que el personaje pierda en ningún momento su identidad real.

 Uno se puede enfrentar a estos relatos desde perspectivas variadas, pero en todos ellos el lector podrá descubrir el cariño profundo y casi incondicional que profesaba por Jacobi. El personaje lo merecía. Y digo personaje, porque cuando se estaba con él, uno nunca sabía  si estaba con el protagonista de una película o con un ser real, tal era su presencia envolvente. 

Dotado de un carisma y de una personalidad arrolladores, apoyados en un físico agradable (sus amigos le apodaban Jacobi el guapo) y una voz cálida y seductora, mi padre fue sobre todo un ser generoso y un optimista irreconciliable, que desprendía vida y empatía e infundía confianza. Nada narcisista, sabía ganarse la simpatía de los demás por su trato natural y respetuoso, donde el interlocutor fuera cual fuera su status social o su edad, se sentía importante y correspondido. Sabía escuchar y darle su sitio a cada uno. Conocía como nadie los tiempos y las cadencias de la conversación, para que el intercambio de palabras nunca se transformase en dos monólogos. Y si había debate, también sabía dar entrada en cada momento a los debatientes. Su empatía era tan natural que a nadie se le ocurría pensar que era una pose, porque él se preocupaba sinceramente por los problemas de su prójimo, lo manifestara o no. Todos esos atributos que son los que popularmente se conocen como don de gentes, hacen de él un  ser  entrañable y una figura inolvidable para todos los que le conocimos. Los numerosos  testimonios de personas que lo trataron me dejaron gratamente sorprendido. No puedo evitar repetirme cuando hablo de él, y quizás con palabras distintas o parecidas, en muchos de mis relatos donde lo menciono o está presente, dije algo parecido a lo que estoy manifestando en esta introducción. Necesitaría un exceso de sinceridad que no poseo, para expresar lo que mi propio pudor me impide afirmar para no parecer excesivo al referirme a él. A veces la moderación puede  resultar más contundente que la exageración.  Y es que, sentimientos como el cariño o la admiración, no necesitan potenciarse con adjetivos empalagosos para provocar emoción.

                 PREFACIO DE MI LIBRO JACOB COHEN (HEBRAICA EDICIONES 2020)


👉Paloma F. Gomá sobre Jacob Cohen

👉SERGIO BARCE sobre Jacob Cohen 


 Dónde pedir el libro Jacob Cohen :

 jig.infodavar@gmail.com       




CRÓNICA DE UN REENCUENTRO

 

PRÓLOGO

 

Durante mi estancia en Polonia (de 2008 a 2013) amplié el ámbito de mi investigación desde la Literatura negroafricana o subsahariana en español a la Literatura africana en español

En esa época descubrí a un notable conjunto de autores magrebíes y saharauis que escribían en español y también fue el momento en que me encontré con la obra de León Cohen Mesonero. 

En el año 2008 la editorial SIAL, en la que yo había publicado ya varias obras en solitario y en colaboración, sacó a la luz el libro Calle del Agua, Antología de la Literatura Hispanomagrebí contemporánea. La  obra había sido concebida inicialmente por Rodolfo Gil Benumeya Grimau, que en la década de 1960 había dirigido un Centro Cultural Hispánico, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, como yo también dirigí varias décadas después otro Centro Cultural español. No coincidimos ni en el tiempo ni en el lugar, pero sí coincidimos en haber sido ambos directores de dos centros culturales españoles en África.  Lamentablemente Rodolfo Gil Benumeya murió en el mismo 2008. Aunque no tuve la oportunidad de conocerle, su proyecto fue culminado con éxito por Manuel Gahete y otros cuatro autores.  

Calle del Agua me ofreció por primera vez el nombre y la obra de León Cohen Mesonero. Se habían seleccionado para la mencionada antología dos relatos, uno autobiográfico, La calle Real (de Larache) y el magnífico Rachid y el Señor Levy, que después tuve oportunidad de ver publicado en otras antologías y que se encuentra en el apéndice de la obra que hoy nos ocupa.       

Interesada ya de lleno por la obra de León Cohen, seguí buscando y di con selecciones de cuatro de sus libros en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes: Relatos robados al tiempo (2003), del que se habían seleccionado cuatro relatos; Cabos sueltos (2004), libro dividido en cuatro libros a su vez, los tres primeros de poemas y el cuarto de reflexiones de pequeño formato en prosa; La memoria blanqueada (2006), del que había dos narraciones; y Cartas y Cortos (2011), con una selección de cuatro títulos. 

Relatos robados al tiempo es un libro que me impactó profundamente. Allí tuve ocasión de conocer a Juanita Narboni y a Sol Bensusan,  a Jacobi, de volver a  encontrarme con Rachid y el Señor Levy, de enfrentarme al terrible viaje de los boat people, de revisitar una guerra civil que para mí estaba novedosamente deslocalizada, pero sobre todo fue la oportunidad para encontrarme con El Alquimista.    

Fui leyendo todo lo que encontraba escrito por León Cohen y sobre León Cohen y fui haciéndome mi propia imagen del autor. En la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes sus libros estaban indexados como Literatura marroquí; Literatura africana; Literatura española; Poesía marroquí; Narrativa española. El autor se me revelaba como algo misterioso y difícil de clasificar para que lo entendieran mis alumnos polacos. ¿Era autor judío, francés, marroquí, español? Mi respuesta era que sí, que un poco de todo.

     A medida que iba leyendo sus relatos y los retazos de su biografía en blogs como el de Sergio Barce, dibujaba un mapa de su interesante vida, de padre judío nació en Larache en la época de los protectorados español y francés en Marruecos, diez años antes de la independencia del país magrebí. León Cohen tuvo la suerte de vivir los años de su crecimiento y primera juventud en ciudades cosmopolitas como la atlántica y tolerante Larache y sobre todo en la mítica Tánger en la época de su máximo esplendor. Tánger era una ciudad enteramente polifacética, orgullosa de su multiculturalidad, como no podía ser menos para una ciudad con estatuto de internacionalidad. Allí diferentes tradiciones y religiones convivían en serena concordia (en el momento de la independencia de Marruecos habitaban en Tánger 40.000 musulmanes; 31.000 cristianos y 15.000 judíos). En esos días León transitaba su infancia y adolescencia sin solución de continuidad por diferentes culturas, la judío-sefardita, la árabe-bereber, la francesa y la española, ésta última a su vez conformada por elementos castellanos viejos y andaluces.

    Utilicé los relatos de León Cohen como parte del material para el seminario de literatura africana en español que estuve impartiendo en la Facultad de Iberística de la Universidad de Varsovia. Varios de mis alumnos eligieron los relatos de Cohen para sus comentarios de texto entre una buena oferta de autores magrebíes, guineo-ecuatorianos, cameruneses o gaboneses escribiendo en español.

Mi fascinación por algunos de los relatos de León no ha decaído en absoluto con el paso de los años.  Y esta Crónica de un reencuentro me ofrece la doble oportunidad de releer una vez más los admirados relatos y poder además escribir sobre ellos.

Dejando a un lado su producción académica y poética, la obra narrativa de Cohen puede dividirse en cuatro bloques, que responden a distintas posiciones del narrador. En el primer bloque el narrador será el Yo autobiográfico donde el autor se cuenta a sí mismo y comparte con sus lectores los lugares y los personajes de su pasado que le han convertido en el León Cohen que ahora es; el segundo bloque utilizará la tercera persona para dar lugar a la narración de acontecimientos objetivos; el tercer bloque se corresponde con la literatura epistolar donde el adquiere protagonismo en tanto que las cartas siempre van dirigidas a un tú concreto con nombre y apellidos, destinatario de los mensajes epistolares.  Finalmente en el cuarto bloque también habrá un narrador (aparentemente) objetivo que cuenta las historias de otros. Pero no nos dejemos engañar, en estas historias - como en El alquimista o en Rachid y el señor Levy -, el discípulo, el narrador y el alquimista; y Rachid y Levy son reflejos, avatares del autor. De una manera o de otra el escritor oculto, disfrazado, desdoblado o distópico, se va desvelando en sus personajes.

El primero y más numeroso de esos bloques está formado por las auto-narraciones que describen su microcosmos: las ciudades de los recuerdos o los recuerdos de las ciudades, la nostalgia de la adolescencia vivida y sentida en un tiempo milagrosamente paradisíaco a pesar de las carencias materiales, El  recorrido sentimental por las calles de la memoria, esas que se solapan, se bifurcan y convergen hasta identificarse plenamente con las calles físicas que un día existieron y que ahora se han transformado de forma dramática para el autor. En este bloque encontramos muchos relatos costumbristas que describen no solo calles, locales o ciudades, siempre espacios de la infancia, la adolescencia y la juventud, sino también miembros de su familia, como la querida abuela Luna y otros entrañables personajes. El obligado exilio, el desgarro de tener que abandonar la querida ciudad, la emigración con la familia marcarán ese recuerdo que destila añoranza. Relatos inolvidables de este apartado son Mi casa, La calle Real o la Calle Barcelona. 

El segundo bloque, el más periodístico, en el que el autor se objetiva y se distancia para hablar de problemas candentes de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, así encontramos Camisas mojadas, sobre el cruce del Estrecho en pateras por pobres inmigrantes irregulares o Aquella mañana aciaga, sobre el atentado del 11-M en Madrid.

El tercer bloque se compone de cartas. Cohen utiliza con habilidad la literatura epistolar para hablar con personajes que se encuentran muy cerca del autor pero temporal o espacialmente lejos. En este grupo encontramos la exitosa Carta a Juanita Narboni 1; Carta a Juanita Narboni 2. Jacobi; Carta a una amiga americana; Carta a mi padre; Carta a mis tías; Carta de un ciudadano corriente o la Carta a Jacobo Israel Garzón.  

En el cuarto y último bloque narrativo aparecen los relatos del narrador menos autobiográfico y más virtuoso, el mago de las palabras, el malabarista, el hacedor, el creador de personajes con vida propia. Y entre ellos aparecen los increíblemente bien perfilados Rachid y el señor Levy y El alquimista, incluidos en el apéndice de esta obra.

Llegados a este punto de creación literaria nuestro autor ejecuta una original vuelta de tuerca por la que algunos de sus personajes mejor logrados vuelven a encontrarse con su autor, dialogan con él y tienen nueva voz.

Cierto es que no es totalmente nuevo este recurso en nuestro autor dado que ya en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger aparecen tres narraciones en los que el autor y sus personajes, o los creadores de otros personajes que han influido en su obra,  se encuentran y dialogan en persona. Así encontramos:  La librairie des colonnes donde el escritor se reúne en un tiempo imposible con los por algunos considerados escritores malditos Mohamed Chukri y Ángel Vázquez;  La Calle Goya donde Juanita Narboni (personaje principal creado por Ángel Vázquez) y Sol Bensusan (su contraparte o reverso, creada por León Cohen) participan con el mismo Cohen en un intenso diálogo; y finalmente  Encuentro en Tánger donde nuevamente Juanita y Sol se reúnen para rememorar la añorada Tánger, esa magnífica ciudad donde nadie podía sentirse extranjero, ese querido lugar del que tuvieron que exilarse para convertirse en tangerinos errantes vagando por el mundo en una diáspora sin retorno

En Crónicas de un reencuentro: relatos imaginarios con cinco personajes clave vuelve Cohen a recuperar, a revisitar a esos personajes afortunados, brillantemente perfilados muchos años antes. Esos personajes, a diferencia de su padre a quien escribe una carta años después de haber fallecido, nunca estuvieron muertos, no había que resucitarlos, solo había que visitarlos y comentar con ellos el efecto del tiempo.

Y esto es de lo que trata este libro, de hacer una reflexión sobre el proceso creativo diacrónicamente, a lo largo del tiempo, se trata de saber algo más de los personajes, cómo se comportan ahora, qué piensan después de los acontecimientos transcurridos, como actúan con sus nuevas circunstancias de tiempo y espacio, de historia a sus espaldas. Podemos pensar que necesariamente la evolución de los personajes ha de ser la del propio autor a lo largo de la línea temporal que ha recorrido, podemos pensar que necesita contarnos sobre los personajes algo más que quedó pendiente en su momento, o podemos pensar que los personajes están creados de una manera tan verosímil que tienen existencia  propia y sus ideas y su carácter han ido adaptándose a las cambiantes circunstancias. Sea cual sea la opción que el lector elija, en esta obra no son los personajes quienes buscan al autor, como nos dice Cohen en su prefacio citando a Pirandello, sino que es el autor quien ha llamado a la puerta de los personajes para ver cómo se desenvuelven en su vida actual. El creador no se olvida, el padre se preocupa por sus hijos. Cinco personajes: Rachid, el aprendiz de alquimista, Juanita, Sol y Jacobi dialogan años después con el escritor que les dio vida. Apenas treinta y cinco páginas son la esencia de un prodigioso y original juego donde el intelecto y la literatura se dan la mano.

Lector, queda en tu mano una nueva interpretación de este libro que se bifurca y crece de forma ilimitada. Lector, tienes en tus manos una fuente de innegable disfrute.                                                                                                                      Gloria Nistal   (Marzo 2019)



CRÓNICA DE UN REENCUENTRO 

(Extracto de mi libro publicado por Editorial Círculo Rojo en 2019)

Llamé a la puerta de mis personajes y todos acudieron. Y todos se manifestaron en su nuevo tiempo, y a todos atendí y entendí. Excepto Jacobi, que se había despedido veinte años antes y al que decidí no dar voz por respeto a su silencio eterno, pero al que una vez más me dirigí para ensalzar su omnipotente y entrañable presencia, y lo hice a través del niño que yo era y de su amiga Sol Bensusan. Y completada la crónica de este reencuentro, ya puedo despedirme de ellos y  dejo para ti querido lector, sus voces, sus confidencias  y sus reflexiones en estas páginas, que como dice la escritora Gloria Nistal, son la esencia de un prodigioso y original juego donde el intelecto y la literatura se dan la mano..



CAPÍTULO 2

Reencuentro con Rachid

            Como dije, Rachid abandonó la parábola moral de la que fue protagonista en el cuento escrito en 1995 que llevaba por título Rachid y el señor Levy,  y se dirigió al café “La Crónica”  situado en una de las principales avenidas literarias de la mente de su autor. En esa avenida nacieron entre otros, cuentos como El Alquimista y La Biblioteca, y en una calle adyacente aunque desplazada en el tiempo, se fraguaron historias como la Carta a Juanita Narboni o Jacobi primero, y bastantes años más tarde La Librairie des Colonnes, La Calle Goya y Encuentro en Tánger.  El autor no sabría afirmar si Rachid fue citado en primer lugar por razones cronológicas o por motivos menos aparentes, pero la realidad es que fue el primero en acudir a la cita con nuestro narrador.

Tenía una edad indefinida, entre los cincuenta y los sesenta años. Habían pasado más de veinte desde su aparición en el año 1995. Bien vestido, muy a la moda, coqueto en las maneras y en los ademanes, quizás con algo menos de pelo y unas gafas que le daban cierto aire de intelectual, Rachid, convertido en viejo profesor de la Sorbona, ya en retirada, le recordó a sí mismo en determinada época de su vida.  Autor y personaje se saludaron con afecto y efusión, pues era mucho el tiempo transcurrido y ambos se hallaban ahora en situaciones muy diferentes a las de veinte años atrás. En estos años, el escritor había  publicado varios libros y se había afianzado tanto en su labor profesional como en la literaria, llegando a ser considerado un escritor de cierto prestigio entre un grupo, hay que decirlo, no muy numeroso de lectores y  críticos. Por su parte, Rachid  y su historia se habían dado a conocer en varios medios de difusión, lo que le había convertido en personaje público. No en vano, se había producido en esos años la gran revolución digital y el mundo que conocimos a finales del siglo XX, en nada se parecía al de las dos primeras décadas  del XXI. La extensión de Internet al mundo entero y la aparición de las redes sociales habían supuesto una revolución inimaginable veinte años antes.  Y así transcurrió este primer reencuentro:

­─Bueno Rachid, comenzó el escritor, esta situación supone para mí una oportunidad única de poder establecer un recorrido dialógico contigo transcurridos casi veinticinco años. Creo que volver al origen del cuento que escribí a mediados de los noventa del siglo pasado, para contar detalles de ti mismo que desconoces, puede ser un buen comienzo. En primer lugar tengo que decirte que la elección de Rachid como nombre no fue arbitraria, tiene que ver con mi propio pasado. Durante toda mi infancia y adolescencia solo puedo recordar a cuatro personas con tu nombre, quiero imaginar que sería un nombre poco extendido entre la población marroquí de la época. El primero fue un gran amigo mío cuyo nombre completo era Rachid Tetuani, nos conocimos en Souk-el-Arba con apenas doce años. Él era un chico de talla media, bastante rubio con unos bonitos ojos verdes, la mirada inteligente  y una risa contagiosa. Por su aspecto físico, cabía pensar que su ascendencia pudiera  ser de origen bereber. El hecho es que desde el principio hicimos buenas migas, porque a los dos nos gustaba el deporte, luego la amistad se fue afianzando. Rachid era simpático, cariñoso y  de trato fácil, creo que nunca llegamos a discutir. Pasados unos años, volvimos a encontrarnos en el liceo de  Rabat y mantuvimos la amistad. Ocupa un lugar privilegiado en  mi memoria sentimental. El segundo Rachid que conocí fue en el internado de Rabat,  se llamaba Mouley Rachid Alaoui y era algo así como un primo del rey Hassan II. Era un chico educado, algo taciturno y con bastante habilidad para jugar al fútbol.  Nuestras conversaciones siempre giraban en torno al balón y sus derivadas. El tercer Rachid fue un compañero del Lycée Regnault en Tánger y se apellidaba Temsamani, era un joven educado a la europea, hijo de la burguesía tangerina, siempre muy bien vestido y no muy estudioso, aunque muy socarrón y con gran sentido del humor.  Finalmente el cuarto y último, era algo mayor que yo y regentaba una discoteca muy conocida en Tánger. De todos guardo un grato recuerdo. Tengo que significar que Rachid como nombre parecía tener en la época, cierta connotación de nobleza en Marruecos y era un nombre utilizado sobre todo entre la burguesía marroquí.

»Tu lugar de origen, Mechra Bel Ksiri, era un pueblito cercano a Zoco el Arba, donde había nacido mi amigo Maklouf Lugassi, el hijo del Mismisi, un larachense emigrado y compañero de colegio de mi abuela Luna. Yo nunca estuve allí, pero el nombre de ese pueblo conserva para mí un significado especial. Los hechos que citas de tu infancia, corresponden a los que yo mismo viví  en el zoco chico de Larache y hacen parte de la realidad diaria de mi ciudad en la zona española del Protectorado para un niño de ocho  o diez años. Hay que situarse en el tiempo, son los primeros años 50 del siglo XX, antes del año 1956, el de la independencia de Marruecos. La posguerra había empezado  diez años antes y seguía vigente en España, y Larache no era sino una prolongación con matices de la España franquista. Desde 1912 en Larache compartían espacio tres culturas, la arábigo-bereber musulmana, la judío sefardita y la hispano católica. La necesidad también obligó a la convivencia entre diferentes, por una cuestión de pragmatismo. Esa  coyuntura tuvo como consecuencia no prevista una notable interpenetración cultural que indudablemente enseñó tolerancia y enriqueció a los miembros de las tres culturas aunque fuera a posteriori. O dicho de otro modo, esa convivencia obligada por las circunstancias contribuyó a un  entendimiento inevitable pero sincero.  Había pobreza, había escasez de recursos aunque hay que puntualizar que Europa también vivía una terrible posguerra y por lo tanto  nuestros vecinos europeos no estaban mucho mejor. Los bienes de consumo eran casi inexistentes para todos. La mayoría de nuestros padres, la generación de la guerra, iba  tirando con sueldos o jornales exiguos. Todos los niños de mi edad pueden recordar los pantalones zurcidos o los zapatos remendados. No se pasaba hambre, pero había poca alegría en las cocinas. Ocurría que la gente se adaptaba porque no conocía otra cosa, y sus necesidades eran menores, diríase que mínimas. Sí hay que reseñar que en las sociedades de la escasez, la solidaridad es mayor  y en muchas situaciones fueron un recurso y un remedio necesarios e inevitables. Y a pesar de todo, al menos así ha quedado en mi recuerdo, los niños de la escasez fuimos felices a nuestra manera, pues a falta de pan buenas  eran  tortas, como reza el dicho.

»Como ves, fueron múltiples e imprevisibles los elementos autobiográficos y otros, los que influyeron y confluyeron en la elaboración del cuento. Fuiste un niño feliz, que tuvo la suerte de tropezarse en su camino con el  señor  Levy, quien como muchos maestros  de antes y de siempre, con su ejemplo, supo abrir las puertas de tu mente y de tus inquietudes hacía nuevos horizontes. Y de una manera sutil  te dejó marcada la senda a seguir. Pero además, en ese cuento se mezclan otros muchos conceptos como la amistad, como valor supremo por encima de creencias e ideales, la importancia del conocimiento como un fin en sí mismo, la ética como valor moral hacia el que hay que tender siempre. Y por fin, la parte mágica con la que acaba el cuento, donde el señor Levy aparece como un santón que trata de proteger al hijo de su amigo árabe, no solo física sino también moralmente, a través de las tres virtudes que lo acompañan todas las noches.    

 Mientras tomaban un café, Rachid que había escuchado atentamente a su autor, se lanzó a una exposición que no dejó de sorprender a nuestro narrador a pesar de la íntima y evidente interrelación entre ambos:

─Me sorprende saber lo que cuentas y no puedo evitar ser Rachid, sí,  el personaje del cuento que escribiste en 1995, ni dejar de considerarme y enorgullecerme de ser  discípulo del señor Levy. En cuanto a mí, debido a mi formación como profesor universitario y a mi procedencia de un país como Francia (aunque de origen marroquí) al que admiro por su acervo cultural y por su innegable influencia en la historia pasada y reciente de Europa. Para mí Francia es la tierra de Montaigne, de Molière, pero también la de Descartes, Pascal,  Voltaire y  Montesquieu  y más recientemente de Valery, Sartre y Malraux, dejando entre dos aguas a mi admirado Camus originario de Orán y con una abuela española. Esto por citar a algunas de sus grandes  plumas. Pero, Francia es también el país de la revolución del 1789, de la “Resistance” al nazismo y paradójicamente del “Colaboracionismo”. Pero sobre todo Francia o su misión cultural,  fue la responsable de mi educación académica y sentimental  desde los cuatro hasta los veinte años.  Me considero biznieto de Baudelaire e  hijo de Prévert, Bécaud, Aznavour, Jean Ferrat o Jacques Brel (que era belga) y contemporáneo de Halliday o Claude François.   

»Yo procedo de un cuento con componentes autobiográficos, pero lo esencial  del cuento bajo mi punto de vista, es la influencia “moral” del señor Levy que es la que va a determinar mi comportamiento vital acorde a unas normas de conducta ética relacionada con el estudio,  la sabiduría y la moral natural. El recurso del autor para moverse en un plano de fantasía busca como objetivo imprimir  un halo de misterio que le sirve para apoyar sus argumentos. Esta historia también hace alusión a la  interculturalidad o transculturalidad como dimensión enriquecedora de nuestra sociedad.  Es en cierto modo una parábola, donde se mezclan conceptos tan sólidos como amistad, sabiduría, estudio, humildad, honradez etc…Yo Rachid, soy el símbolo del alumno aplicado y dispuesto a aprender, mientras el señor Levy es una fuente de saber  y de comportamiento ético y moral.     

»Pero en estos años he envejecido (nadie escapa al paso del tiempo) y he evolucionado hasta reconocerme en un personaje más maduro y equilibrado, alejándome de la radicalidad de los extremos, para situarme en el que creo ser mi verdadero lugar en el mundo. Hasta llegar aquí, el recorrido ha sido complejo pero  gratificante. He conseguido escapar de tu relato y he logrado hacerme mi hueco en un mundo nuevo y extraordinariamente cambiante. Recordarás amigo autor, que en aquel pequeño cuento, hablábamos de amistad, humildad, honradez y sabiduría, pero también de tolerancia y de respeto al otro, al hermano diferente. Verás amigo autor, un escritor que no aborde los grandes problemas humanos, que no se implique en su definición ni en su importancia, un escritor que no se pronuncie sobre  los temas éticos, será solo un narrador de historias sin contenido, un escritor cojo, un entretenedor. En lo que a mí atañe, a lo largo de mi vida tuve la suerte de ahondar en el conocimiento de diferentes culturas, y eso me permitió ser más permeable, asequible y flexible, hasta llegar a considerarme ciudadano del mundo y por encima de todo hermano de mis congéneres. Entre otras muchas cosas, aprendí que la compasión es la expresión más genuina de la empatía y del amor por nuestros semejantes y la que nos conduce al disfrute de la vida.

─Estimado Rachid, comparto tu reflexión sobre la importancia de la ética y sobre el compromiso en la literatura, más allá del componente de entretenimiento que también es inherente a ella. Además la fantasía literaria permite abarcar todos los temas bajo ángulos múltiples, y deja al escritor la libertad de decir lo que piensa y su contrario, sin caer en las contradicciones de la realidad diaria. También he podido constatar Rachid, a través de tus palabras, que la herencia de tu maestro permanece intacta. 

─Me gustaría volver amigo autor volver sobre las  tres Virtudes de tu cuento (si acentúo con mayúscula es porque en el cuento aparecen personificadas). En muchas ocasiones he dedicado tiempo de reflexión a cada una de ellas, tratando de dilucidar por qué las elegiste entre tantas otras. Aunque en tu relato quedaron muy bien definidas, y está casi todo dicho sobre ellas, voy a aprovechar esta oportunidad para ampliar y matizar esas definiciones y dar mi propia versión de las mismas:  

»Sabiduría para captar, expresar y trasladar los conceptos y así poder comunicarse con el otro, nuestro semejante. Sabiduría para saber  situarnos en el mundo, como haría un actor de teatro experimentado al salir a escena. No es más sabio aquel que atesora mucho conocimiento, sino aquel que ha aprendido a reflexionar  y a extraer el fruto de esa reflexión. Sabio es aquel que se afana en la búsqueda  del centro entre los extremos, porque el centro es el equivalente al  estado de equilibrio donde los sistemas alcanzan mayor estabilidad. Sabio en definitiva, es aquel que dedica tiempo, voluntad y reflexión a tratar de resolver las ecuaciones inherentes a los grandes enigmas vitales, por muy complejas que aquellas parezcan. Pero sobre todo, amigo escritor, sabio es aquel que huye de la seguridad de las certezas y se asienta en la duda como valor supremo de su quehacer intelectual y moral, sometiendo a esta cualquier asunto, por muy aceptado que este esté. Yo me definiría como aquel que nunca se atrevería a pronunciarse sobre los límites del Bien y del Mal.  Desconocer, dudar, son para mí verbos y conceptos supremos. 

»Humildad. Conviene a este respecto, recordar los dos infinitos de Blaise Pascal : Car enfin qu'est-ce que l'homme dans la nature ? Un néant à l'égard de l'infini, un tout à l'égard du néant, un milieu entre rien et tout.” (“Porque en definitiva, qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un centro entre la nada y el todo”). Humildad que nace del conocimiento de nuestra infinitamente diminuta dimensión en el Universo. Humildad para reconocer en nuestros semejantes a nuestros iguales. Humildad por oposición a arrogancia y soberbia. Humildad desde el conocimiento de nuestra fragilidad. De nuevo humildad para dudar de las verdades eternas y alejarnos del fanatismo, con seguridad el peor enemigo de las sociedades democráticas.

»Honradez. La honradez a mi entender, es un pacto y un compromiso con uno mismo y con la sociedad en la que vive. Guarda relación en nuestra memoria temprana, con conceptos primarios como el no mentirás, no engañarás, no tomarás lo que no es tuyo… Pero va más allá, un ser honrado no alberga  ninguna duda ni remordimiento sobre su comportamiento pasado o presente, porque ser honrado hace parte de su identidad. Camina ligero de equipaje porque ni la avaricia ni la codicia  forman parte de su mochila.  Un ser honrado es ante todo generoso con el otro, su semejante. Honrado pero a la vez sabio, es aquel que reconoce el orden de las cosas y el valor de los principios. Me atrevería a afirmar que la honradez se sitúa por encima y engloba todas las demás virtudes y  es el pilar de la ética de nuestro comportamiento social y moral.  

─Rachid, me alegra mucho haber vuelto a verte y haber podido compartir contigo estos momentos que para mí como escritor, significan  recuperar a uno de mis personajes favoritos y protagonista de uno de mis cuentos donde creo que la mezcla de lo mágico y  lo ético- moral  resultó más conseguida.

Rachid, se levantó de la mesa, se despidió del escritor  y se dirigió con paso decidido hacía la puerta de la cafetería. Pero en su camino, como le ocurrió en el cuento, no pudo evitar tropezarse con la mirada y la sonrisa cómplices de uno de los camareros que estaba en la barra. Otra vez se dijo, otra vez:─¿Acaso el señor Levy? 

Al salir a la calle, Rachid pudo comprobar que había anochecido. Aceleró el paso pues no quería que se le hiciera tarde, aunque esta vez su preocupación nada tenía que ver con la intranquilidad de su madre como le ocurrió en el cuento. Cuando llevaba recorridos unos cientos de metros, de nuevo sintió unos pasos que parecían ser los de alguien que le seguía. Se dio la vuelta y otra vez pudo ver a las tres virtudes del cuento con su porte majestuoso. Se dijo que ese era su destino y que el señor Levy convertido en su ángel de la guarda y en su protector nunca habría de abandonarle. Agradeció una vez más haber tenido la suerte de conocerlo, dobló una esquina  y desapareció. Esta  vez quizás para siempre.

El escritor permaneció pensativo mientras saboreaba una taza de café que acababa de pedir. Venía de estar con Rachid, pero se sentía vacío. De nuevo le asaltó la duda de no saber si valía para algo lo que acababa de escribir y ni siquiera si escribir, “ese viento fugitivo” en palabras del poeta, tenía alguna utilidad, aparte del entretenimiento personal. Todo estaba dicho sobre las razones para escribir: Escribir como denuncia, escribir como testimonio, escribir como terapia, escribir como necesidad o por placer…Era indudable que había de todo eso un poco en la escritura, pero él no estaba en este momento en esa reflexión, pues para él escribir era simplemente  un fin en sí mismo, sin más ni menos que añadir ni contemplar. De forma que se inclinó por seguir con el relato, pues le esperaba su siguiente personaje: L. el discípulo del alquimista.

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 3

 Reencuentro con el discípulo del alquimista

Nuestro autor había decidido ir a casa de L. en coche, recogerlo y darse un largo paseo por las autopistas de una ciudad cualquiera - se preguntará el lector que dónde estaría la casa de L. y el escritor le contestaría que probablemente  en alguna calle de su propia imaginación-. Le pareció que durante ese paseo la conversación con L. podría resultar más cómoda y entretenida para los dos. L. se montó en el coche ocupando el asiento del copiloto,  saludó a su autor y sin más preámbulos comenzó su parlamento:

─Han pasado muchos años y ya no puedo recurrir a mi gran amigo el alquimista, pero sus enseñanzas permanecen indelebles e imborrables en mi memoria y me han ayudado siempre en mi camino vital. He profundizado y avanzado en mi relación con la literatura  y en mi estudio y reflexión  sobre las palabras. ¡Ah las palabras! Las habladas y las escritas, delatoras en boca del chivato, malsonantes cuando las pronuncia el ignorante, despiadadas e hirientes cuando hablan de desamor o aduladoras cuando las usa el seductor,  conmovedoras en la pluma del escritor y entrañables  en los versos del poeta, pero también elocuentes cuando enmudecen, callan y construyen el silencio.

 ─Querido amigo y personaje, ahora me parece oportuno recordar la pequeña reflexión de R. en mi cuento La Biblioteca: “…las palabras se habían vaciado de contenido y huecas habían perdido su grandeza y vagaban perdidas por los despachos de los banqueros y las tribunas de los políticos. Las palabras prestadas en boca de pícaros, estúpidos o ignorantes habían perdido su credibilidad de antaño. Ahora, para sellar un trato habían inventado notarios, y albaceas para los testamentos. Los poetas de la palabra se habían refugiado y exiliado en su intimidad y ya nadie podía presumir de tener palabra o de ser autor de un bello poema. Gentes que apenas sabían expresarse en su propio idioma (lo cual denotaba, por lo menos, unas mentes confusas y poco desarrolladas, pensó R.) presumían de ser señores poderosos por sus cuentas bancarias y la cantidad de objetos que poseían. ¡Cuánta ignorancia! Diría el filósofo, pues ¿Hay mayor poder que poseerse a uno mismo? ¿Y cómo poseerse sin ser capaz de expresar con elegancia y claridad nuestro propio pensamiento?”

─En efecto, ─continúo el narrador─,  la palabra se ha desvirtuado y  convertido en una prostituta que se entrega al mejor postor. Creada para comunicar las necesidades y los deseos o las contrariedades del que la usa,, la palabra se ha vuelto compleja y peligrosa. Utilizada por un político es hueca y ampulosa, escrita en un periódico es falsa. Ni siquiera los interlocutores diarios, los colegas de trabajo, la utilizan dándole su auténtico valor y dignidad, pues en la mayoría de los casos la palabra se tiñe de hipocresía. La palabra adopta entonces recodos y vericuetos y viaja por callejuelas oscuras, despistándonos unas veces, otras engañándonos. Sólo la palabra culta y precisa que utiliza el científico trata de acercarse al origen para el que fue creada que no es sino transmitir y comunicar.

L. convertido en prestidigitador  de las palabras, como su viejo profesor, replicó:   Mientras hayan palabras que ilustren pensamientos, que expresen sentimientos, mientras hayan palabras para unir las distancias y derribar los muros que guardan el silencio, seremos más de uno y estaremos más cerca los unos de los otros. Como verás amigo escritor, el mundo de las palabras, que es un poco mi mundo, es rico y variopinto y se presta a disquisiciones y reflexiones infinitas, como por ejemplo esta, sobre el misterio y la amenaza de las palabras cuando se las deja libres e incontroladas: ”Esas palabras hijas de la media luz y de la oscuridad,  esas palabras salidas de las tinieblas de la mente, que ahora caminan juntas, y sumadas, pretenden convertirse en un cuento amenazador para las conciencias de todos aquellos que no supieron controlarlas y las dejaron escapar tan libremente”.

            El escritor, aún admitiendo el interés de la exposición de L. prefirió desviar la conversación hacía el cuento, que según algunos críticos literarios conducía inevitablemente a los lectores a Borges y al proceso de creación.   Atónito ante la habilidad del autor para reconducir la conversación, L. permaneció callado e interesado y sorprendido por lo que otros narradores habían opinado sobre el relato del que era protagonista y de cómo ese cuento se prestaba a lecturas diversas. Luego prosiguió:

─Estimado autor: La fantasía alquimista fue tu  recurso y quizá tu pretexto  para interpretar y explicar la creación literaria. Pero la fantasía, o más precisamente la mezcla de ciencia real y alquimia como es el caso del cuento, puede conducir al creador a elaborar teorías más propias del mundo onírico, que paradójicamente pueden resultar atractivas y sugerentes para el lector y servir como estimulo a su imaginación. Pues la creación es un campo abierto de infinitas posibilidades. Todos hemos vivido situaciones que solo serían explicables por la influencia o presencia de elementos mágicos.

─¡Cuánta realidad hay en lo dices L!─replicó el narrador─. En mis recuerdos duermen momentos mágicos. Puedo recordar a un joven argelino cuando estudiaba bachiller en el internado de  Zoco-el-Arba, que poseía unas cualidades para jugar al fútbol que yo tildaría de mágicas, y que nunca he vuelto a ver en nadie. Quizás tocado por la varita de unas diosas que lo habían elegido para demostrar que la magia no es antagónica con el mundo real. E incluso, he llegado a pensar en alguna ocasión que mi encuentro con él no fue nada fortuito porque “alguien” lo puso en mi camino.

─Ya veo que compartes conmigo la presencia de lo mágico en nuestras vidas y por ende en nuestra literatura. Y me atrevería a ir más lejos, nuestro reencuentro transcurridos veintidós años, ha sido  una demostración más de que en literatura todo puede ocurrir cuando la  imaginación de un creador echa a volar.   

Con el propósito de tomarse un descanso, el escritor detuvo el coche en una estación de servicio e invitó a L. a seguirle a la cafetería. Mientras tomaban café, L. quiso hacerle partícipe de una reflexión que luego resultaría cuando menos sorprendente y cautivadora:

─En tu cuento, tu personaje principal que era yo mismo, recurrió a su amigo alquimista para que este le ayudará a escribir un relato, y la idea central de su maestro consistió en aplicar los conocimientos esotéricos de la alquimia a la literatura. Pues bien, pasados los años, gracias al  desarrollo exponencial de la Informática y la Electrónica, que entre otros muchos avances ha contribuido al nacimiento y crecimiento de nuevas ramas de las ciencias como  las Redes Neuronales y la Inteligencia Artificial, yo te propongo como escritor, que apliques estos conocimientos a la creación literaria. Ambas ramas de las ciencias tienen su fundamento en la combinación de complicados algoritmos para resolver problemas que plantean otras disciplinas. Esos algoritmos permiten por ejemplo, predecir el comportamiento futuro de cualquier fenómeno físico o químico a partir  de los datos del presente y pasado. ¿Qué te parece mi propuesta?

El autor, miró a L.  y dijo con cierto escepticismo: ─Es toda una tentación.  Y creo firmemente que la posibilidad de aplicar algoritmos cada vez más complejos (yo me quedé en el algoritmo de Euclides sobre los números primos), gracias al desarrollo de la Informática, traerá una revolución que afectará al devenir de la Humanidad, ciertamente comparable a las de otros grandes descubrimientos. Pero me queda la duda más que razonable de saber, si por muy complicados y enrevesados que sean, esos algoritmos desprovistos de la magia de la alquimia y de la fantasía de la imaginación, serán capaces de provocar emoción en el lector  o de crear un verso tan hermoso como este: “Ando buscando un verso que supiese parar a un hombre en medio de la calle, un verso en pie – ahí está el detalle- “  O un párrafo como el que sigue: “Le habían encomendado escribir un cuento, qué complicación, pero si él ni siquiera era escritor, apenas un aficionado de pluma corta, concisa y sólo a veces, elocuente.” Contentos de haberse reencontrado, L. y el escritor se despidieron en un punto  cercano a la casa del primero, situada probablemente en un lugar recóndito de la imaginación de estos dos alquimistas de la palabra.  

 

 

CAPÍTULO 4

 Reencuentro con Juanita y Sol

Esta vez no tuvo dudas, sabía dónde encontrarlas y sin vacilar se dirigió a Porte, la tetería  tangerina por excelencia, por nombre y por prestigio. Y no se equivocó, en una de las mesas cerca de uno de los ventanales que daban a la calle Goya, están sentadas charlando amigablemente, las dos filósofas tangerinas. Como en uno de sus relatos, el escritor se acercó para sentarse con ellas y saborear un té con pastas. Excelente manera de empezar el relato de un reencuentro para un narrador, se dijo.

Autor: ─ Muchas veces he querido comentar con vosotras estas reflexiones, y ahora que os tengo tan cerca aprovecho para no desperdiciar la oportunidad. Sol Bensusan nació en una de mis raras noches de insomnio (toda mi vida he dormido como los ángeles) del  año 2002, cuando  se atrevió a firmar una carta a Juanita Narboni, su amiga en la ficción y probablemente también en la realidad mágica, quien a partir de esa misma noche sin proponérselo, pasaría  a convertirse en un personaje recurrente e insustituible de mi literatura sobre Tánger. Diría más: Aquella misma noche también se originó el primer capítulo de lo que muchos años más tarde, se convertiría en lo que he dado en llamar la “Pentalogía Tangerina”, compuesta por la mencionada Carta a Juanita Narboni, Jacobi, la Librairie des Colonnes, la Calle Goya y Encuentro en Tánger; cuyos actores principales o protagonistas sois vosotras dos. Cinco relatos-cuentos que resumen una manera de contar y de representar la realidad tangerina (si es que hubo tal realidad) a  través de una ficción muy sui generis, construida por la imaginación y los recuerdos además de los sueños del autor, donde todo lo que se cuenta es pura invención, producto o resultante de una realidad vivida.

Juanita: ─Tánger como paradigma, Tánger como símbolo, Tánger como ciudad idílica o como excusa, Tánger como deseo y sentimiento. Porque Tánger es el paraíso imaginado, la ciudad encantada y por lo tanto hablar de Tánger es como contar un sueño del que ningún tangerino quería despertar. Para empezar no está nada mal, intervino Juanita.

Autor: ─La pentalogía sobre Tánger es un ejemplo paradigmático de realismo mágico no buscado o al menos no previsto, donde las historias y los personajes se mueven en ese hilo delgado que separa ficción de realidad  pasando de una a otra sin interrupción. Resulta a posteriori sorprendente observar cómo  rescaté a Juanita del libro de Ángel Vázquez, la adopté  y la convertí en personaje de mis relatos, en la amiga de Sol Bensusan. Dos personajes ficticios que dialogan y reflexionan en varios de los cuentos. Ambas son la  herramienta o el medio del que me valgo inconscientemente al principio, para relatar el impacto y la influencia posterior que tuvo Tánger sobre mí. Y digo pentalogía, aunque los cinco cuentos podrían constituir uno solo, a pesar de haber sido escritos en distintos momentos,  siguiendo una línea temática común, que empezó con la  Carta a Juanita Narboni en 2002 que es donde aparece por vez primera Sol (de hecho, parte de la carta reaparece en la Librairie des Colonnes) y  terminó con el Encuentro en Tánger escrito y publicado en 2017. Por lo tanto dos personajes de ficción, una ciudad encantada y probablemente inventada (como los personajes) o cuando menos soñada, esos son los elementos de la pentalogía sobre la que descansa mi tributo a Tánger. Quisiera recordar un detalle revelador en La Calle Goya, cuando se encuentran el señor C. el autor, con Sol, su personaje, que en cierto modo son uno mismo, e intercambian reflexiones  existenciales. Es al menos sorprendente. Lo mismo que ahora, donde yo mismo, os estoy hablando de vosotras sin que parezca que hablo de mí.

Sol: ─Esa ficción multidimensional y transversal solo es posible cuando tiene lugar el milagro de la creación literaria.

Juanita: ─Hasta la noche en que Sol me dirige  la carta en 2002, yo era el personaje de la novela de Ángel Vázquez, su alter ego, pero a partir de esa noche, pasé a ser otra Juanita Narboni,  seguramente la que Sol Bensusan  imaginaba que yo era. De facto, en esa carta figuro como un personaje fantasma y pasivo, sin voz ni apariencia, simplemente la amiga a la que la Bensusan se dirige. En palabras de Sol, tuve alguna aventurilla con Jacobi. Posteriormente, pasados quince años, en el siguiente cuento, La Librairie des Colonnes (2015),  mi amiga vuelve a escribirme una pequeña misiva donde cuenta algo de mis orígenes familiares  y de mi vida en Tánger, pero seguí sin aparecer. Hasta que en La Calle Goya (2015), por fin me concediste la dicha de poder pronunciarme. Finalmente, es en el encuentro con Sol (2017), último relato de la pentalogía, donde ambas intercambiamos, al mismo nivel y con la misma participación, ideas y convicciones sobre Tánger y sobre nosotras. Pero mi impresión es que tu Juanita está tan lejos de la de Ángel como vosotros dos como escritores. Y es que estoy convencida de que me elegiste como el pretexto necesario para hablar de tu Tánger pero también para  homenajear a Vázquez. A pesar de todo lo expuesto, concluyó Juanita, nunca te agradeceré lo bastante haberme dado la oportunidad  de ser la misma y otra a la vez. Y de no haberme dejado olvidada en la novela de Ángel. 

Autor:─Es cierto que quizás de una manera no premeditada y probablemente inconsciente, yo hice mío el personaje del libro de Ángel,  primero por el atractivo que sobre mí ejerció  en su momento, y sobre todo por lo que simboliza más que por lo que es. Y si le doy voz y vida y la mantengo en relatos posteriores  es como un recurso literario  que me sirve para expresarme por oposición a su amiga Sol. Como no es menos cierto que cuando le escribo a Juanita me estoy dirigiendo en realidad a Ángel Vázquez, o al menos eso creo yo.

Sol:─Bueno, yo creo querido autor─ intervino Sol─que esa interpretación que haces de la presencia en tus relatos de mi gran amiga Juanita, es cuando menos discutible y reductora. Pues en mi opinión, Juanita es un personaje de ficción que a partir de la publicación del libro de Vázquez, se presta a diversas lecturas y cobra una dimensión  que va más allá de la ficción literaria, hasta convertirse en testigo y testimonio de un tiempo y de una ciudad  irrepetibles. Diré más, Juanita es tan real y tan ficticia a un tiempo, como lo fue  la propia ciudad de Tánger  y  como lo fueron muchas de las mujeres tangerinas de la época. A mí sin embargo me diste otro papel, a pesar de ser amiga de Juanita soy una mujer más joven, no tengo esa sensación de haber perdido el tiempo y valoro más los elementos positivos que me dio la vida y la suerte de haber nacido en Tánger. De tus relatos se desprende y se intuye que mi alegría y mi optimismo, se contraponen a la amargura que desprende Juanita, a ese mal carácter de “vieille fille”, y nos convierten  a las dos, en personajes opuestos pero complementarios.    

Autor:─Antes de despedirme quisiera contaros algo relativo al relato sobre Jacobi y cuál fue la  génesis de  ese relato sobre este personaje que representa a alguien tan fundamental durante toda mi vida. Ocurrió que una semana después de haber terminado la carta a Juanita, sentí de pronto la necesidad de completarla con una segunda parte, y ahora que pasados los años, analizo las dos partes de la carta, observo que Jacobi  ya aparece en la primera relacionado con Sol y con Juanita, y que Sol ya lo describe con una palabra de haquetía muy reveladora  como es gial , que se puede traducir por guapo, bonito, bueno etc…De manera que el relato sobre Jacobi no es más que la consecuencia inevitable de la carta a Juanita. Bueno, mis queridas amigas más que personajes, continuó el narrador,  estar aquí en Porte sentado con vosotras saboreando unas pastas con té, es también como disfrutar de un pasado y de una ciudad que el tiempo nos arrebató y convierten este reencuentro en un momento mágico, que solo la literatura puede procurarnos. Y ahora sin más, os dejo a las dos en buena compañía como siempre que os juntáis. Mis mejores deseos para ambas y hasta la vista, que dentro de poco me toca encontrarme  con Jacobi.


CAPÍTULO 5

 Reencuentro con Jacobi

─¡Por fin y de nuevo Jacobi! Acabo de dejar a Rachid, a L. el aprendiz de alquimista, a Juanita y a Sol a medio camino entre la realidad y la ficción. Me he reunido con todos ellos y les he cedido la palabra. Tú eres mi último personaje, ahora voy a prescindir de la fantasía y voy a tratar de conjugar en primera persona del singular ─dijo el autor─.

»Hace nada hablábamos de ti con Juanita y Sol, y hasta ahora tenía dudas razonables de si debía o no reencontrarme contigo. Quizás o seguramente por miedo, miedo a enfrentarme otra vez a los fantasmas de mi pasado. Enfrentarme también a las emociones que inevitablemente me embargan cada vez que me reencuentro contigo. Pero acepto el reto y voy a intentar limitarme a hablar del personaje de los dos relatos tangerinos, y lo voy a hacer escribiendo una carta. Una carta es algo más íntimo y para mí más cómodo, porque no necesito tenerte delante, aunque no pueda evitar sentirte  siempre presente en mi memoria y en mi corazón, “…como una presencia que nunca desapareciera”, como dijo hace poco un  amigo escritor. 

»En tu caso, el personaje sucedió a la persona y se instaló para siempre en algunos relatos de mi  pentalogía tangerina. Pasados tantos años, ya me cuesta saber si el recuerdo que existe en mi memoria infantil con menos de nueve años, fue real o imaginado. En esa escena, yo estaba con mi madre y alguien más, en un Pontiac de principios de los cincuenta (aunque en la carta a Juanita sea un Ford), que estacionaste en pleno Boulevard Pasteur. A partir de ese recuerdo y de mi fantasía puse estas palabras en boca de Sol: Todavía lo estoy viendo caminando como un rey  por el Boulevard Pasteur, con su chaqueta marrón de doble pecho alto y erguido. Ni Robert Taylor se le acercaba en guapura, qué gial…Recuerdo que me dejaba sentada  en el Ford  y se bajaba cerca de Galeries Lafayette para comprar monedas de oro mejicanas en el banco de Méjico que daba a la calle Velásquez.“ Una escena que para siempre, Sol convirtió en cinematográfica. Resulta fácil imaginar a Jacobi con su traje cruzado de raya diplomática, con pinta de galán de cine negro, bajarse del Pontiac  y dirigirse al banco de Méjico, atravesando el concurrido Boulevard Pasteur un viernes a media mañana, y luego en el casino para jugar al bacarrá. O entrando por la noche en el restaurante “Chez Elías” o “Casa Elías” qué más da, y saludando al dueño y a los camareros como lo hizo entre otros muchos Errol Flynn,  cuya fotografía quedó para siempre fijada en mi memoria, colgada de una pared como testimonio de su presencia.

»En esos años cincuenta, para ir a Tánger había que pasar por una aduana en la que siempre te detenías para hablar con algún amigo tuyo carabinero, aunque ignoro de qué hablabas con ellos. Lo que no puedo olvidar es que siempre, cuando te montabas en el coche donde te esperábamos un buen rato, siempre pronunciabas las mismas palabras:- Bueno, ya está, que no sé si eran palabras de satisfacción o de alivio, algo así como misión cumplida. Tú sabrías por qué. Fíjate que me has pillado en un renuncio, porque no he podido evitar referirme a la persona y dejar al personaje. Y es que resulta  muy difícil contigo no confundir a  persona y personaje, pues el límite que separa a ambos es imperceptible. De hecho en la segunda parte de la carta a Juanita, yo como autor, hice una detallada semblanza, rescatándote  de la ficción del personaje, para centrarme en la persona, aunque finalmente, después de releer el relato, ni yo mismo atino a distinguir con claridad, ficción de realidad. Siempre tuve la sensación remota pero cierta, de que tú no eras mi padre de carne y hueso,  sino un personaje de película o de novela que se había instalado en mi vida.  Y es que convendrás conmigo, que un padre tan apuesto, con voz de tenor, que jugaba al póker y al bacarrá, que tiraba al plato y al pichón (que incluso había competido con el Conde de Tebas en una tirada en el Palo de Málaga),  que era el mejor chofer de Larache según muchos (yo le vi ganar más de una yincana), al que su amigo Pepe Osuna, llamaba Morgan, que desaparecía en batidas de jabatos de dos o tres semanas, con sucesivos autos de la época como un Ford, un Pontiac, un Plymouth  y un Mercedes que yo recuerde, cuando casi nadie tenía coche, que ya en el año 1948, viajaba a Madrid (cuando Madrid estaba a años luz de Larache) o asistía a la feria de Sevilla.  Alguien así, con tantos amigos y conocidos, no podía ser un padre normal. Tenía mucho de personaje de ficción. Estoy convencido que ni siquiera el personaje que describo en los dos relatos de la carta a Juanita Narboni, sea  más fantástico que tú. Quizás por esa aureola mágica que te envolvía y seguro que también por ser quien eras y cómo eras, todos mis hermanos y hermanas, de alguna manera  te venerábamos y nos sentíamos orgullosos de tener un padre como tú, tan sorprendente, tan de novela y al que tanto admirábamos. En esta descripción, hay, tengo que reconocerlo, una cierta mitificación del personaje o de la persona (no lo sé muy bien), que quizás resulte inevitable dadas tus características y las circunstancias temporales y sociales que te tocaron vivir. La ecuación es simple, la combinación de un personaje excepcional con una ciudad encantada, solo puede producir un relato más propio de la mitología o la leyenda que de la realidad vivida. 

»Cuando empecé a escribirle a Juanita a través de Sol, apareciste sin que nadie te llamará, no sé todavía cómo ocurrió, pero yo no hice nada para convertirte en personaje de la carta a Juanita, porque tú ya estabas ahí antes. Tú  ya eras el personaje antes de escribir Sol la carta. Yo me limité a relatar lo que ya había sucedido y hubiera sido  para mí imposible describir aquel Tánger de los cincuenta sin mencionarte, sin que tú fueras parte integrante de él. Sin ti, Tánger habría sido un paisaje incompleto y la carta hubiera sido otra.

»Esa carta escrita por Sol, que había pretendido en principio ser un homenaje de admiración al libro, a Juanita Narboni y a su autor Ángel Vázquez, acabaría  convirtiéndose además entre otras cosas, en un tributo a Tánger, a sus habitantes y por ende a Jacobi. De manera tal, que la carta ensanchó su proyección, alcanzando finalmente dimensiones no previstas y quedando para siempre, Juanita, Sol y Jacobi, como personajes indisolubles de una ciudad y de una época, irrepetibles. Y para terminar esta carta, le cedo la palabra a mi querida Sol Bensusan:

─Mi querido e inolvidable “ferasmal” Jacobi: Yo te percibí ante todo como un ser “endiamantado” al que los dioses premiaron tanto física como moralmente. No puedo evitar emocionarme al recordarte. Como los grandes ídolos de la pantalla, llenabas con tu  voz grave y cálida  y con tu presencia arrolladora cualquier escenario en el que te movías, ya fuera en la casa o en la calle. Desprendías un halo de humanidad  y cualquiera a tu lado se sentía más importante, porque  poseías  el escaso don de darle a cada uno su sitio, tal era tu generosidad. Todavía, amigos y amigas mías de juventud, recuerdan lo cómodos  que se sentían hablando contigo, a pesar de la diferencia de edad. Un ser irrepetible, un gigante al que tuve la suerte de conocer y de querer profundamente. Fuiste simplemente un gial. Y sabes una cosa: Aquella mañana de viernes, cuando los ojos de aquel  niño se fijaron en tu elegante y decidido caminar hacía el Banco de Méjico, y se empaparon de aquel boulevard bullicioso, es muy probable que justo en ese momento,  empezara a escribirse en su  cabeza  aquella carta que saldría a la luz casi cincuenta años más tarde y aunque ya por entonces te habías marchado, quiero imaginarte leyéndola y esbozando una sonrisa teñida de  satisfacción.


 



 


Carta de un ciudadano corriente

  "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallo...