Blog de León Cohen Mesonero

Cuentos. Relatos. Cabos Sueltos. Apuntes. Artículos de opinión. Poemas. Microrrelatos. Reflexiones. Cartas.

viernes, 25 de febrero de 2022

PRESENTACIÓN DE LA REVISTA DOS ORILLAS 8-02-2022

 Comentario publicado en Campo de Gibraltar XXI  del día 9-02-2022

Ayer en vivo decidí no participar en la presentación con unas palabras, por razones que ignoro. Pero no quiero dejar pasar esta oportunidad que me brinda Campo de Gibraltar XXI para en primer lugar, agradecer a Paloma F. Gomá todos estos años de colaboración (que han sido muchos) en la revista que ha dirigido con empeño y dedicación, hasta convertirla en un referente de la literatura de las dos orillas. Mañana se cumplirán 54 años de mi llegada a Algeciras desde Tánger. Nunca imaginé que aquel viaje sería el viaje de mi vida. Salí de una ciudad multicultural y esplendorosa, aunque en plena decadencia y arribé a un puerto pesquero del que no tenía la más mínima noticia. Hoy pasados tantos años, puedo afirmar que del mismo modo que aquel pueblo fue creciendo y desarrollándose hasta convertirse en la ciudad multicultural que es hoy, yo mismo sufrí una inevitable transformación en paralelo, hasta sentirme hoy algecireño y andaluz por los cuatro costados, manteniendo en el recuerdo la otra orilla, la orilla hermana de donde salí. Quiero terminar con las palabras que escribí en mi relato Tres Orillas dedicado a Paloma en 2013:

 » Este relato nace de los flujos y reflujos migratorios entre las dos orillas que unen y separan a dos pueblos cuya historia se confunde en determinadas épocas y se aleja en otras. Este relato transcurre en cada una de las dos orillas, y sus protagonistas, como no podía ser menos, acaban unidos por el destino. Las dos orillas del Estrecho se convierten entonces en una sola, diluyéndose en un mismo mar. Pero existe, o eso dicen, una tercera orilla, la orilla imaginaria, la orilla alternativa, la orilla utópica, la orilla invisible, donde confluyen las otras dos, la orilla a la que aspiramos, una orilla de encuentro, de armonía, una orilla simbólica que acerca caminos, que une voluntades, que hermana a los pueblos. La tercera orilla, aquella donde el oleaje no impide el desembarco. Una orilla donde la palabra nunca pierde su naturaleza como vehículo de comunicación y de entendimiento. La orilla donde uno adopta la manera de ser y el idioma del otro.» León Cohen 


👉Video


👉Noticia Campo de Gibraltar XXI












domingo, 20 de febrero de 2022

EL ALQUIMISTA


 10.

“Otro nuevo relato de León Cohen. El Alquimista es un bello ejercicio en el que nos trata de mostrar el proceso de creación del escritor, y consigue un efecto hipnotizador por el que nos lleva de la mano hasta un mundo en el que algunos, los que escribimos, nos reconocemos. También es, además de un relato de gran factura, una declaración de principios, un autorretrato sincero de León Cohen, en el que saca una parte importante de su interior y lo expone sin rubor. Es un texto escrito con una sinceridad elocuente, muy personal, y muy humano. Narrar como placer, narrar como instrumento para crear arte. Todo esto es El Alquimista.”  Sergio Barce, diciembre 2015 

"El Alquimista, es un ejercicio de malabarismo brillante con resultado exitoso de mezcla de química y fantasía. Gloria Nistal 


El Alquimista

“Por esto me llamo Hermes Trismegisto,  porque poseo tres partes de  la  filosofía de  todo el mundo “. De la Tabla de Esmeralda

 

Le habían encomendado escribir un cuento, qué complicación, pero si él ni siquiera era escritor, apenas un aficionado de pluma corta, concisa y,  sólo a veces, elocuente.

Llevaba semanas tratando de lograr un argumento que fuera mínimamente creíble y que diera al menos para quince folios, quince folios a doble espacio, qué barbaridad, él, que nunca rebasó las tres páginas. Siempre fue parco en palabras, le gustaba decir lo imprescindible y necesario para que los demás le entendieran. Los añadidos y los tópicos le parecían florituras inútiles, que en última instancia servían sobre todo para entretener y aburrir a los sufridos interlocutores. Escribiendo le ocurría otro tanto, por eso era un admirador de los poemas de diez a quince versos, nunca más de veinte. También, y por la misma razón, había sido lector empedernido de Ramón Gómez de La Serna, La Bruyére, la Rochefoucauld y de todo aquél buen escritor capaz de resumir y concretar en frases cortas, ideas, opiniones y gustos; siempre que lo hicieran con la brillantez y la originalidad de los tres citados. Las formas, para él eran lo primero. Una banalidad bien escrita, siempre era mejor recibida por él que un pensamiento profundo expresado de manera grotesca o enrevesada. ¡Ah, las formas! ¿Qué era la educación sino la expresión y el mantenimiento de aquéllas?

Aquella noche, no estaba especialmente inspirado, pero se sentía obligado por los amigos, con los que de alguna manera se había comprometido. Y él, ni gustaba, ni podía defraudar a sus amigos. Esa concisión tan característica suya, confundía a sus interlocutores, que la interpretaban como un signo inequívoco de antipatía y de  rechazo misántropo. “Uno acaba siempre siendo el producto de las buenas o malas versiones que los demás tienen de uno “, se decía. Pero esa era otra historia...

Había intentado varios relatos que se le quedaban cortos o que no acababan de gustarle. Esta vez pretendía escribir un cuento o un relato corto que atrapara al lector desde la primera línea y que le sorprendiera, pero para conseguir ese objetivo, necesitaba inspiración, reflexión y sobre todo tiempo. Tiempo para estructurar un argumento sólido, tiempo para permitir que la inspiración emergiera y tiempo para pensar. Ciertamente se encontraba bloqueado y con muy pocas ganas de escribir,  recordó entonces,  los versos de Blas de Otero: “Porque escribir es viento fugitivo y publicar columna arrinconada”.

Cuando se daba una situación como esta, es decir, cuando se hallaba en un “impasse”, como ahora, su recurso volvía a ser casi siempre el mismo,  buscar a su viejo amigo, el alquimista. Doblemente viejo pensó L., en la  amistad y en  su avanzada edad. Alquimista, era la  manera cariñosa que L. tenía para  resaltar y resumir la erudición casi sin límites de aquel hombre que le honraba con su amistad “desde siempre”.  L. se sintió ingrato, solía tener ese extraño sentimiento de culpa cada vez que recurría a la amistad para pedirle algo, simplemente por necesidad o interés. Pensó, como siempre, que esta vez era inevitable, que su amigo y maestro le ayudaría, como siempre.  Salió de casa precipitadamente y hubo de recorrer varios kilómetros en coche hasta llegar a casa de su amigo,  que vivía con su mujer  en las afueras de la ciudad. La pareja le recibió con el cariño con que acostumbraba.  Había transcurrido bastante tiempo desde que se vieron por última vez. L. puso en antecedentes al viejo erudito y le resumió sus intenciones y sus dificultades en pocas palabras. Su amigo tampoco necesitaba explicaciones más detalladas. No hizo apenas ningún comentario, era su estilo. Primero tenía que reflexionar, sus recursos eran casi infinitos. L. conocía sus maneras y también sabía que debía ser paciente. El hombre le ofreció un café, y los tres  departieron largamente.

La  compañera de toda la vida  de su amigo,  era un ser entrañable. Educada (las personas amables y educadas se salvan y nos salvan, le había comentado en alguna ocasión, su amigo), discreta, simpática,  amable, buena conversadora y a pesar de todo, de fuerte personalidad,  con una gran capacidad de sacrificio y muy trabajadora, era,  como decía su marido, una suerte, una de esas raras personas cuyo trato y conocimiento te hacen  crecer y te mejoran. Siempre comentaba con convencimiento no exento de humor, que sin ella, él hubiera sido como mucho la mitad de lo que era. Fue una velada agradable, como siempre que se encontraban y fue bien entrada la noche cuando se despidieron.

 Su amistad databa de la Universidad, L. era un bisoño profesor colaborador cuando entró a formar parte del equipo de investigadores que  dirigía su amigo,  ya por entonces maduro catedrático. Por esas extrañas sensaciones que nunca se sabe muy bien por qué unas personas sienten al conocer a otras (“... porque era él, porque era yo “decía Montaigne),  L. y  aquel  hombre congeniaron  y  afinaron en  casi todo desde  el principio y así fue para siempre. Hasta ahora, en que uno terminaba su madurez y otro había llegado a la ancianidad. Los separaba la edad, todo lo demás los unía.  L. recordaba con precisión, una de las reflexiones de su amigo sobre el envejecimiento: “Vivir es envejecer. No podría ser de otra manera. Envejecer es coleccionar recuerdos y momentos compartidos con otros, con esos seres que por pura casualidad nos pertenecieron y a los que  pertenecimos. Esos seres que nos habitan y nos visitan por y para siempre. La ventaja de los viejos es que poseen todas las edades. En ellos conviven la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la propia vejez. Todos somos realmente lo que ha sido nuestro pasado. El pasado de cada uno es el labrador del presente. Por eso,  creo que se puede seguir siendo bello en todos los sentidos (por fuera y por dentro)  hasta que empieza la verdadera decrepitud. Llegado ese momento, uno debiera haber aprendido a dejar su hueco para que otro lo ocupe,  sin amargura y sin miedo. También,  creo que la suerte ha de acompañarnos para alcanzar ese tiempo de despedida”.

A lo largo de tantos años de amistad y convivencia, ambos amigos habían tenido tiempo de intercambiar ideas, conocimientos, pensamientos y sentimientos. L. conservaba en un cajón de su despacho, como una de sus tenencias más apreciadas,  las que su amigo denominaba “Reflexiones de un viejo chiflado”, y que no eran sino, una declaración de principios, que reflejaba una de las múltiples facetas de la rica personalidad de aquel hombre tan sorprendente. Aquella noche, antes de acostarse, L. volvió a leer aquellas reflexiones que siempre  le sugerían  algo nuevo: 

 

Soy nada más y nada menos que un ciudadano corriente, de clase media, mi mayor virtud es la discreción, así que fíjense, apenas existo, soy como una sombra apenas esbozada. No salgo en televisión ni en los periódicos, ni siquiera me conocen la mayoría de mis conciudadanos. Sin embargo, puedo ser profesor universitario, gustarme y practicar la literatura y el ensayo, ser políglota y soñador y sobre todas las cosas puedo y quiero tener opinión, mi opinión, que nadie se moleste.  Me gusta decir o escribir lo que pienso cuando la ocasión y el interlocutor se prestan. Cosas como éstas:

·         En nombre de la tradición, la gente permanece anclada en unas formas  pasadas que poco o nada ayudan al progreso del hombre.

·         El camino de los nacionalismos acaba casi siempre en Auschwitz.

·         La autoestima y el respeto a uno mismo conducen  a la estima y al respeto hacía nuestros semejantes.

·         Si Dios existe,  como si no existe, tenemos la responsabilidad de no permitir que todo esté permitido.

·         Ningún hombre, ninguna idea, ninguna institución está por encima de nosotros.

Heredero de la cultura sefardita por parte paterna y de la sobriedad castellana por parte materna, hijo, por formación,  de la escuela republicana francesa y andaluz por vocación y sentimiento,  desprecio la incultura y la mala educación y me aburren la trivialidad y la vulgaridad. Odio la prepotencia y la  impunidad  con la que un gran número de personajillos mal versados y sin escrúpulos se pasean por la vida. Adoro la poesía y las canciones de autor, me gustan entre otros muchos y por razones distintas Salinas,  Machado,  Prévert,  Benedetti y Baudelaire. Sigo siendo fiel a Camus, a Voltaire y a Dostoievsky.  Aborrezco esta sociedad mercantilista y utilitaria donde el dinero y el consumo son los patrones de medida. Me aburre la ineficacia de los políticos  que con su verborrea ampulosa e inútil se extienden en palabras hueras desde tribunas de cartón, repitiendo sus tópicos a un auditorio mudo y sobre todo sordo. Cómo si quedara todavía alguna razón para creer. Admiro la humildad  y la naturalidad, aprecio por encima de todo la honradez, la sinceridad,  la educación y la tolerancia (en el mejor sentido de la palabra). Todos estos vocablos tienen para mí un significado singular donde no caben las medias tintas (que tampoco me gustan).  Los mentirosos, los interesados, los corruptos, es decir, la inmensa mayoría,  no me interesa. No soy un moralista, pero considero que debemos  esforzarnos en hacer de la vida algo útil para nosotros mismos y para los demás, al menos, el esfuerzo y la lucha me producen satisfacción y me justifican. Con lo aprendido y lo heredado me he construido una ética y una estética, así he podido dibujar mis límites y configurar mis principios, algunos casi (sólo casi) inamovibles que me permiten vivir en paz conmigo mismo. Por ejemplo,  una amigo o una amiga no es un trapo que uno se pone un día y otro día deja colgado en el armario, un respeto, eso, pues un respeto, es lo principal y lo secundario con los amigos. No quiero parecer fundamentalista porque no lo soy, aunque sí severo conmigo y con los demás. No tengo casi nada claro, únicamente el casi.  Aunque, repito,  hay cosas que están mal porque sí, como la pena de muerte, las dictaduras duras y las blandas, el coartar la libertad de los demás, la falta de generosidad, el no comprometerse, la falta de respeto o de coherencia.

Lo que he perdido en espontaneidad,  lo he ganado en prudencia. El proverbio árabe dice: “La primera vez que tú me engañes, la culpa es tuya, la segunda vez,  la culpa es mía “, yo estoy en la tercera, aquella en la que ya nadie va a engañarme ni nadie va ser culpable de nada. En el camino se han quedado algunos de mis seres queridos, algunos amores hechos de humo  y  algunas  amistades  de papel (mojado). Permanecen  los recuerdos y las heridas de la memoria. Ahora soy  dueño de mis miserias y conocedor de las ajenas. Ahora camino en paz, sobrevolando un pasado ingenuo  y desafiando un futuro sin sorpresas. Por fin, me reconozco como un hombre que lleva en su mochila una pequeña dosis de sabiduría.

Sé que ninguna verdad es absoluta,  creo haber alcanzado el cinismo absoluto de los pensadores griegos. Ya no soy capaz de imaginar a Sísifo feliz. Por principios y por educación he aprendido a arrastrar mi piedra hasta arriba, a sabiendas de que nada ni nadie me esperan. Ni aplausos, ni sollozos, ni solidaridad. Mi soledad y algún que otro cariño   incondicional me acompañan (que no es poco). Las aspiraciones de alguien ambicioso, entiéndaseme, con la simple y llana ambición de ser, nada más y nada menos, siempre quedan a medio camino, inacabadas. Extranjero en un mundo hostil, incomprendido, uno se siente solo, incluso mejor solo. Baudelaire manifestaba su desdicha y parecía lanzar una plegaria al Gran Ausente: “Seigneur mon Dieu, laissez moi faire quelques beaux vers qui me prouvent  à moi même que je ne suis pas le dernier des mortels,  que je ne suis pas inférieur à ceux que je méprise”( “ Señor, Dios mío, permíteme hacer algunos bellos versos que me demuestren que no soy el último de los mortales, que no soy inferior a aquellos que deprecio”). Prefiero mi soledad infinita,  como Cioran o Musset: “Si le ciel nous laissa como un monde avorté, le juste opposera le dédain à l’absence et ne répondra que par un froid silence au silence éternel de la divinité “(“Si el cielo nos dejó como un mundo abortado, el justo opondrá su desdén a la ausencia y sólo responderá por un silencio frío al silencio eterno de la divinidad”).  

Ahora por fin, vivo en el “escepticismo global”, pocas cosas  me entusiasman (mi nieto, por fin un cariño sin reglas y sin condiciones, aquél que tiene lugar desde la distancia que une una vida nueva con otra en declive), pero ya  nada ni nadie  me desilusiona. Me hallo en la misma orilla que Voltaire o La Rochefoucauld. Por último, quiero creer que quizás todavía hay una puerta abierta  que conduce hacía África, hacía los sin tierra, donde aún debe quedar algún resto de dignidad y de inocencia”.

 Podría pensarse al leer estas líneas, que el desencanto de los años vividos,  habían labrado en el viejo  amigo de L. un cierto pesimismo. Éste  fue sin embargo siempre,  y seguía siéndolo,  un optimista convencido con un acusado sentido del humor. No hay que confundir pesimismo con clarividencia. De su personalidad destacaban, un elevado concepto de la amistad, una gran coherencia en sus actos,  y un  profundo sentido de la disciplina en su trabajo como docente y como investigador,  acompañado de  una  vocación sin límites. Además, el paso del tiempo había limado las esquinas de un carácter temperamental y de un estilo necesariamente demasiado directo en ocasiones  que a lo largo de su vida le había acarreado algunas enemistades.

 

Habían transcurrido exactamente tres días,  cuando  el viejo sabio llamó a  nuestro personaje. Éste escuchó con suma atención la sugerencia, la inaudita y a primera vista escandalosa sugerencia de su amigo,  que le estaba proponiendo la, en principio, descabellada idea de aplicar sus conocimientos de química a la escritura, según una milenaria receta alquimista que describía un procedimiento infalible para elaborar un cuento,  relato,  poema o  novela. Antes de proseguir, el viejo profesor hizo algunas reflexiones en voz alta que L. siempre recordaría. : “¿Qué son las palabras,  sino una secuencia de caracteres dispuesta al azar a la que el hombre en los albores de la historia le dio un sentido? Cada idioma posee su propia secuencia y los mismos caracteres dispuestos de una u otra manera cobran sentido según el idioma de que se trate. Con las palabras, una vez creadas y almacenadas en la memoria ocurre otro tanto. Bastaría con que  nosotros fuésemos  capaces de separar las palabras de un soporte escrito, un libro por ejemplo, y luego que consiguiésemos reagruparlas en otro orden sobre otro soporte, entonces habríamos conseguido el objetivo de construir un relato inédito. En el fondo las historias existen antes de que el escritor las describa. Las palabras flotando en el aire de nuestra memoria esperan ser derramadas sobre el papel o en la pantalla del ordenador. Todo consiste en dar con la agrupación adecuada. ¿Acaso el escritor conoce de antemano lo que va salir de su pluma? Mi propuesta es aplicar la destilación como medio para separar las palabras, sí destilar palabras, ese es el fundamento, no puedo explicarte más, en la receta encontrarás todos los detalles. Pero sobre todo, haz de poner toda tu capacidad de concentración en el último momento,  si fallas te llevarás alguna sorpresa. “

A pesar  de que no era la primera vez  que acudía a él, esta vez  L. llegó a pensar que el gran hombre había perdido la cabeza, sin embargo era tal su prestigio que éste hubo de disimular su perplejidad y dejó que su amigo prosiguiera con el detalle de la receta. Esta vez,  L. se despidió de su amigo alquimista entre asombrado y escéptico. En el camino de vuelta a casa  trató de poner en orden  lo que había oído. A pesar de la rotundidad con que su amigo se había pronunciado, quedaban muchas dudas por despejar. Sin embargo,  la inquietud y la curiosidad le hicieron desviarse del camino a casa y dirigirse hacía la Facultad. Aquella misma noche  se pondría a trabajar. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de la receta, aquella noche  L. dejó todo preparado para empezar el ensayo al día siguiente. Llenó con agua hasta la mitad un matraz de cuello ancho  y  sumergió en él algunas hojas de una vieja novela que guardaba en un cajón de su mesa de trabajo: “Cada hombre en su noche“era el título y Julien Green el autor. Luego, adaptó  un refrigerante  al cuello del recipiente que debía servir para condensar las palabras  evaporadas. Aquella noche nuestro personaje no pudo dormir. De acuerdo con la receta y con lo manifestado por el profesor,  calentando el fondo del matraz hasta ebullición y condensando los vapores de manera fraccionada,  se recogerían en varios vasos de precipitado los cortes de destilados que contendrían cada uno las diversas partes constituyentes de un relato o varios relatos dependiendo de varios factores que no estaban bajo control del experimentador. En cualquier caso se trataba de una destilación selectiva de palabras. Pero,  cuándo se suponía que lo recogido daba para la extensión deseada, se preguntó L..  Recordó entonces las palabras de su amigo: “Esa es labor del escritor y a él corresponde delimitar y modificar  a su antojo aquello que no le gusta. Cuestión de sentido común. “   Y por qué se preguntó L.,  no ocurriría que como en las destilaciones comunes, las palabras más cortas como preposiciones, conjunciones y pronombres saliesen todas sin ton ni son las primeras, por ser las más cortas.  “Pareces haber olvidado que ésta es una receta alquimista y para  eso están los metales preciosos que hacen de catalizadores y tienen además otros efectos que no estás en condiciones de comprender. Si has acudido a mí, es porque confías en los poderes de mis conocimientos, por lo tanto debes aceptar que algunas cuestiones que a ti  te resultan de difícil entendimiento,  tiempo ha que fueron resueltas por los alquimistas, aunque siento no tener autorización para revelarte los secretos de los grande Maestros “le había comentado el viejo erudito.

 Sin más información y atendiendo a su lógica, L. supuso que la primera fracción correspondería  con seguridad a la mezcla de palabras más volátiles que al depositarse sobre el primer vaso formarían la introducción. Esta idea de volatilidad quedaba muy propia aplicada al comienzo de cualquier relato. Si bien es cierto que  cualquier escritor que se precie, tiene una idea preconcebida del argumento que va a sustentar el relato,  ninguno podría responder a la pregunta de cómo va a empezar éste. Es un misterio que corresponde al azar y que sólo un cúmulo de circunstancias favorables puede a veces justificar. En cuanto a las fracciones siguientes,  L. pensó que el “escritor - alquimista” debía realizar  una labor de ordenación por reducción al absurdo, probando con cada una de aquellas hasta conseguir un todo consistente y coherente. Sin embargo,  no quedó muy convencido de su razonamiento. Algo fallaba.

Al día siguiente,  que era festivo,  L. se puso manos a la obra. Antes de realizar las conexiones eléctricas  añadió a la “disolución de papel en agua” unos miligramos de oro y de platino además de unas gotas de otro producto desconocido que su amigo le había entregado con gran misterio.  Luego,  conectó la manta eléctrica donde reposaba el recipiente, abrió la llave del agua del refrigerante  y esperó a que el contenido del matraz alcanzara su punto de ebullición. El viejo alquimista le había advertido que en las condiciones del ensayo las palabras tardarían  bastante tiempo en destilar.

Durante la espera, que duraría varias horas,  L. hizo algunos descubrimientos muy interesantes. Se preguntó por qué los alquimistas usaban con gran profusión metales preciosos cuando él,  como químico, sabía que éstos se caracterizaban por ser metales nobles, es decir muy poco reactivos o casi inertes. Mientras hacía esta reflexión, halló la respuesta: su poca reactividad era la que hacía de los metales nobles, metales preciosos, pues su  inercia  para con los reactivos, les permitía pertenecer al medio de reacción sin interferir  en la reacción propiamente dicha. Como la mayoría de las reacciones necesitaban de un catalizador  y transcurrían sobre la superficie de éste, qué mejor que un metal noble como el oro o el platino. Ahora,  quedaba satisfactoriamente explicada para L  la importancia de tales metales  para los antiguos alquimistas.

Sin embargo,  no podía  entender el uso del calor ni del medio acuoso para  primero separar las palabras de su soporte y luego reagruparlas según una secuencia lógica. Contra su voluntad,  tuvo que hacer un acto de fe en las palabras de su amigo  y confiar en las virtudes del “producto secreto“que aquél le había dado. En aquel instante recordó sus  palabras: “Todos llegamos a este mundo con nuestra correspondiente dosis de magia. Esa magia fue la responsable de nuestra amistad. Se trata de no dilapidarla  y de adecuar su uso a  cada  situación “L. empezaba a comprender.

Como indicaba la receta, recogió varias fracciones de “palabras destiladas” de poco volumen. Aunque había tardado toda la noche, L. quería tener varias posibilidades.

Ahora, llegado el momento clave,  sintió algún que otro escalofrío.

¿Y si,  un exceso de calor convertía  a las palabras en vapores y aquellas volatilizadas escapaban  por su cuenta hacía cualquier parte?, ¿Qué caminos recorrerían y cómo se unirían? ¿Cómo recibirían los posibles receptores esos mensajes distorsionados, sin sentido? Se preguntó L. con cierto temor, luego se dijo que era un riesgo que había que asumir.

La siguiente operación  y la última,  consistía en verter el contenido de los vasos sobre los  folios que nuestro experimentador tenía preparados al efecto sobre la mesa del laboratorio.

“… si fallas, te llevarás alguna sorpresa.” fueron las últimas palabras del alquimista. Pero hubo un comentario adicional de éste: “Esparce  sobre los folios el producto en forma de polvo y extiéndelo a todo lo largo y ancho de aquellos con sumo cuidado de repartirlo por igual. “

 L. no quería que la prisa del final abortara un experimento en el que tanto empeño había puesto, por eso trató de recordar hasta el más mínimo detalle todo lo acontecido en casa de su amigo. Por fin,  esparció cada fracción sobres varias hojas de papel como decía la receta y  las dejó secar como si de fotografías se tratase. Tuvo que esperar un par de horas. No tuvo ningún fallo, al menos no habría sorpresas, seguramente desagradables, se dijo con alivio.

 Luego, impaciente por conocer los resultados de tan insólita experiencia, leyó una por una cada una de las cuartillas  correspondientes a cada una de las fracciones recogidas, en total noventa. No podía salir de su asombro. Ahí, sobre la mesa,  tenía seis cuentos entre los que elegir, todos diferentes y contados con estilos distintos.

L. recordó a su amigo con una mezcla de cariño, admiración y agradecimiento. A partir de ahora, él también sería un químico convertido a alquimista.

Le quedaba decidirse. Se dijo que aún tenía tiempo y se marchó a casa,  no sin antes guardar como oro en paño los seis cuentos.

Por fin unos días más tarde, después de muchas indecisiones optó por el que a él le pareció más sugerente. Comenzaba así:

 

“Le habían encomendado escribir un cuento, qué complicación, pero si él ni siquiera era escritor, apenas un aficionado de pluma corta, concisa y, sólo a veces, elocuente...

                                                                                                                                                                                   León Cohen 1995

 

 

jueves, 10 de febrero de 2022

Rachid y el señor Levy

 

9.

Rachid y el señor Levy

 

            Como cada día el viejo profesor recorría la amplia avenida que separaba su casa de la Facultad. Él no era un profesor cualquiera, tampoco se le podía considerar un emigrante magrebí como había tantos cientos de miles en París. Él era distinto, por algo sus alumnos y sus colegas universitarios le apodaban con cariño y respeto, el viejo profesor.

            Aquella mañana, sin saber por qué, los recuerdos le asediaban. Mientras caminaba, en un extraño intento de recobrar su infancia, se detuvo y volvió la vista atrás, como si todo su pasado le siguiera los pasos (todo hombre camina con su pasado a cuestas), como si su memoria fragmentada se extendiera cronológicamente sobre el camino recorrido, entonces recordó...

            Rachid no era un chico corriente. Había nacido en Mechra Bel Ksiri, una aldea de la llanura del Gharb situada a medio camino entre el Norte y el Sur de Marruecos. Cuando nació Rachid, aquél era un pueblecito de colonos franceses en su gran mayoría de origen valenciano (ellos se auto denominaban españoles " naturalisés “). Recalaron allí siguiendo la ruta de la naranja. Sin embargo, aquél no sería el último destino de Rachid, pues muy pronto se trasladaría al Norte, donde su padre se establecería como carnicero. En aquellos tiempos El Ksar el Kebir era la capital comercial del Protectorado Español. Aquél cambio supuso una promoción social para toda la familia y fue determinante para que ocurrieran años más tarde los sorprendentes hechos que voy a narrar.

            Desde muy pequeño, al salir del colegio, Rachid solía deambular por el zoco "chico", aunque los Miércoles era cuando más gustaba de entretenerse, aquél día el zoco se llamaba zoco del "arba" o del cuarto día. Ese día venían los fabuladores, sus personajes preferidos. La gente se arremolinaba a su alrededor formando corros  en cuyo centro estos charlatanes tan peculiares narraban con incomparable maestría historias de las mil y una noches, mientras un público fiel escuchaba atónito sus fábulas. Dotados de una voz potente y de una memoria prodigiosa, estos encantadores del verbo tenían una indudable capacidad para atraer y mantener la atención de los transeúntes que acababan convirtiéndose en la mayoría de los casos, en sus seguidores.

            Otro de los juegos favoritos de Rachid ( todo se convertía en juego a esa edad) era llevar al horno sobre una tabla de madera, los seis panes que su madre amasaba cada dos días. Colocaba la tabla sobre su cabeza y salía feliz hacia el horno que se hallaba a doscientos metros de su casa. No sólo disfrutaba durante el trayecto, haciendo equilibrios para demostrar y demostrarse su habilidad, sino también cuando se entretenía con el panadero, ayudándole a introducir el pan en el horno con una rudimentaria pala de madera, y a observar como aquél iba cociéndose entre poderosas llamas que le recordaban el purgatorio de los cristianos. 

            En las noches de verano, Rachid solía sentarse a mirar las estrellas. Mientras las contemplaba, se distraía inventando juegos mentales. Le divertía por ejemplo cambiar el lugar y la función de los seres y las cosas. Imaginaba el cielo en lugar del mar o a Dios con forma de mujer, imaginaba a todos los hombres ricos y felices en un paraíso lleno de árboles frutales, de ninfas y de ángeles desnudos, era un poco el mundo al revés. Muchas noches el sueño le sorprendía soñando en un universo feliz. Así pasaron muchas lunas hasta que Rachid se convirtió en un muchacho fuerte y apuesto.

            Había completado los estudios primarios, y llegó el día de darle la vuelta a la página y empezar a trabajar. Como solía  suceder en estas ocasiones, el padre de Rachid acudió a un buen amigo y éste accedió a darle el que sería su primer empleo. J. Levy, ese era el nombre del comerciante judío en cuyo almacén Rachid empezó como aprendiz de contable. Fueron sólo unos meses que determinarían su porvenir y su actitud vital. El señor Levy era un hombre sabio y cariñoso cuya personalidad marcaría profundamente la de Rachid.  

            Entre otras muchas cosas, enseñó a Rachid que aunque nos llenara de luces y de sombras que el ignorante desconoce, sólo el conocimiento nos hace más libres. Sólo a través de él se abre el abanico y se multiplican las opciones que nos permiten elegir o no con dignidad. Le enseñó que vivir era como caminar y hacer de cada pisada una piedra, una huella, un símbolo que los demás pudieran seguir. Le enseñó que todos somos peores porque tenemos un yo que se afirma contra  el otro. Rachid aprendió, y siguiendo los consejos del maestro, no sólo conquistó Paris y La Sorbona, sino que hizo de toda su vida un vivo ejemplo de cuanto le enseñó el viejo humanista judío. Ser apodado  " el viejo profesor" era todo un título, todo un resumen para una vida dedicada al estudio, la enseñanza y la dedicación a sus semejantes, pensó el doctor Rachid mientras reemprendía el camino de la Facultad. Como dominado por una fuerza invisible no pudo evitar algunos instantes más tarde volverse de nuevo hacía su pasado...  

            Era invierno, aunque en aquellas latitudes tanto el verano como el invierno eran estaciones suaves, atemperadas por la proximidad del mar. La noche temprana había sorprendido a Rachid terminando el balance contable mensual. Qué oscuridad,  se dijo mientras caminaba con paso veloz hacia su casa , la lluvia no invitaba a otra cosa. Tardaría todavía un buen rato, pues tenía primero que llegar a la Alcazaba y luego adentrarse por el laberinto de sus callejuelas angostas y tortuosas. Tenía un presentimiento aquella noche, incluso en algún momento le invadió una extraña sensación de miedo, ¿ Estaré nervioso? se preguntó mientras aceleraba el paso. Al atravesar la puerta que daba entrada a la Alcazaba, se sintió en casa, sin embargo se equivocaba...

De repente tuvo la sensación de que alguien le seguía, y cosa aún más extraordinaria, la calle estaba iluminada a pesar de no ser aquella, noche de luna. Miró a todos lados, pero no había nada ni nadie que explicara esa claridad misteriosa venida de ninguna parte. Se asustó, aunque saberse cerca de casa, le dio alguna tranquilidad. Ni más tarde, ni nunca, alcanzó a adivinar por qué en aquellos minutos de terror, recordó que su madre estaría aún despierta esperando su llegada. Qué va a ser de ella si no llego esta noche -  se preguntó. Por fin llegó, subió las escaleras saltando los escalones de tres en tres. Aquella noche no pudo conciliar el sueño.

            Pasaron siete días y siete noches durante los cuales, a su vuelta a casa, Rachid oyó pasos tras él y la enigmática luz iluminó su camino. Guardó el secreto hasta entonces. Todo fue diferente a la noche siguiente. Aquella noche cuando se disponía a abrir la cancela del patio por el que se accedía a su casa, un irrefrenable deseo le hizo volverse. Aquella fue una visión fantasmagórica propia del mundo de los sueños... En la bocacalle, se erguían tres formas humanas de más de dos metros de altura vestidas con túnicas de distinto color. Cada una, aunque sería más apropiado decir cada uno porque los tres se distinguían por una barba canosa y amplia, portaba un candelabro cuya luz, por la fuerza del destello,  no parecía real. A su pesar y como impelido por una atracción indomable, Rachid se dirigió hacia el lugar donde permanecían inmóviles los tres seres que a él se le antojaban como una combinación humano-galáctica. Al llegar a su altura, el joven aprendiz de contable se detuvo como  deslumbrado, encantado, atónito, perplejo, asombrado, atolondrado por lo que sus ojos tenían tan cerca.

            Fue entonces cuando como surgidas de las profundidades Rachid pudo oír estas palabras: " - Escucha hombrecito; has sido elegido por el Rabbi Levy. Por eso estamos aquí y así permaneceremos mientras tú seas digno de nosotros. Las palabras que vamos a pronunciar no volverás a oírlas nunca más y jamás apareceremos de nuevo ante ti. "

El gigante de la túnica roja habló el primero: " - Yo digo, como símbolo de la Sabiduría, que no es más sabio aquél que acumula más saberes sino aquél que atesora más amigos. " Se hizo el silencio, y de nuevo se oyó otra voz irreconocible que parecía provenir de la figura del centro: " - Yo afirmo, como reprentante de la Honradez, que sólo el hombre honrado es poseedor de la noche y dueño de su vigilia y de sus sueños. ". El tercero que vestía una túnica verde se pronunció en estos términos: " - Yo soy la Humildad, y digo que el humílde no es aquél que oculta sus virtudes en un gesto de soberbia, sino el que aprecia de igual manera a los otros y a sí mismo. "

            Aquella noche Rachid, como no podía ser de otro modo, tardó bastante en conciliar el sueño, sin embargo, tanto le apremiaba la curiosidad, que trató por todos los medios de dormirse, con el único objeto de preguntarle al día siguiente al señor Levy, el porqué de todo lo sucedido. Así amaneció inevitablemente.

            Lo primero que hizo Rachid al llegar a la oficina, fue contarle a su jefe y maestro, todo lo acontecido durante la última semana y más precisamente la noche anterior.  El señor Levy le escuchó con atención, no pudiendo evitar esbozar una sonrisa que parecía delatar su participación en los hechos.  Luego habló:

            - Mira Rachid, siempre he considerado que entre las muchas virtudes que enriquecen la vida de un ser humano, la sabiduría, la honradez y la humildad son las que nos confieren mayor altura  y dignidad y son también aquellas  que mejor nos protegen de la osadía de la ignorancia, de la tentación de la corrupción y del atrevimiento de la vanidad. Como virtudes primordiales que son, las mandé acompañarte y protegerte mientras trabajas conmigo. Es mi manera de hacerte el heredero de lo más hermoso que aprendí en la vida, pero además lo hago en honor a tu padre, mi amigo y mi igual en tantos aspectos.          

            Aquel extraño encuentro, a medio camino entre la realidad y el sueño, y las misteriosas palabras  del señor Levy, que tanto tiempo le llevaría comprender, determinarían el comportamiento futuro de nuestro personaje. Nunca más volvió a trabajar con el viejo judío. Poco después emigraría a Francia...

Mientras caminaba, aquella mañana, por fin  el viejo profesor se  sintió  el continuador de la inestimable herencia que le dejó el señor Levy y pudo vislumbrar el alcance de su magisterio. Por fin comprendió el significado de aquellas figuras alegóricas. 

 Al llegar a la Facultad, se topó como cada día con el conserje, se saludaron e intercambiaron unas palabras. El conserje se despidió con una sonrisa cómplice que parecía revelar la existencia o el conocimiento de un pasado común (?).  ¿Acaso el señor Levy ?     

 

Nota del autor: La verdadera historia sobre la que se basa este relato mágico, ocurrió entre un joven llamado Jacob C. Levy y un señor de nombre Driss.  Fue en Larache,  durante  el primer tercio del siglo XX. Y es que la historia no cambia si se permutan los protagonistas.                  

                                                              1994-2009                 

 

 

lunes, 7 de febrero de 2022

Los trenes de mi infancia

 

8.

Los trenes de mi infancia

 

Siempre deseé hacer este viaje. Como sabiendo que sería un reencuentro con mi pasado, un reencuentro que siempre he considerado necesario. Los fantasmas de mi memoria renacen y emprenden el camino inverso, el camino del tiempo... Parece que de nuevo el tren va a detenerse en alguna estación de cercanías. Mi mirada se pierde en el horizonte que permite la ventanilla del vagón. Ese horizonte mutante, ya extenso y solitario, poblado de llanuras yertas; ya verde, aguantando sobre sí el peso de ese cielo gris, insoportable; ya sombrío e inmediato, poblado de árboles mudos; ya montañoso y salvaje, como queriendo imitar los paisajes de los trenes de juguete. Aquellos trenes omnipresentes de la infancia, aquellos trenes ajenos, contemplados siempre desde lejos, a través de una pared de cristal helada e infinita.

¡ Aquellos trenes de nadie o del escaparatista ! ¡ Cómo olvidar aquella cara grande con bigote ! (uno de los hermanos de Casa Martínez, en plena Plaza de España). Y el frío del otoño que moría , queriendo ser invierno : Era Navidad en Larache, todavía “protegida” por la España de Franco.

Era la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de aquellos “jerseys” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos “gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa  nos compraríamos el tren o la bicicleta que los mayores no querían o no podían regalarnos.

Pero, ¿ quienes eran estos Reyes Magos tan pobres, tan poco generosos ?. Lo habían ido dejando todo en el camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar,  todos éramos pobres.

El viaje a Madrid desde Algeciras:  corría el año 51, atravesamos media España en aquel viaje interminable, sentados sobre aquellos inevitables asientos de madera. Algunas veces, al ver las películas del Oeste se me ha ocurrido comparar; nuestros trenes eran bastante más incómodos que las diligencias y ello a pesar de los Apaches. Recuerdo aquel Madrid despoblado donde circulaban más guardias urbanos que automóviles.

Aquel Madrid olvidado por los dólares del contubernio judeo-masónico donde ya empezaba la especulación del suelo. Aquel Madrid con sus miserables y entrañables casas de comida, con sus pensiones irrepetibles. Yo tenía la memoria vacía y el sentimiento por estrenar.

 Unos años más tarde el tren aparecería de nuevo. Aquellos trenes eran por dentro como autobuses, sin reservados. Había empezado la modernidad, la funcionalidad. Las cosas empezaban a perder su encanto. Cada trimestre, durante siete años, tomaría uno de esos malditos trenes que me llevaría lejos de mi familia, al internado. Nunca podré olvidar las lagrimas y la angustia que se apoderaban de todos nosotros la primera noche, después de permanecer unos días de vacaciones en casa. Había que darse prisa en coger el sueño, porque al día siguiente, nuestros seres queridos, nuestro pueblo se alejarían en el pasado y la distancia. Al día siguiente, por razones impenetrables, la rutina de la vida de internos (nuestra otra vida) se imponía  y todos asumíamos la situación .

En un intento vano de recortar los días, nos decíamos que a partir de aquel día quedaba uno menos para las vacaciones próximas. Era el recurso del consuelo. Con el paso de los días la primera angustia quedaba totalmente diluida.

Luego, más tarde, vendrían los trenes militares, aquellos viajes infinitos en el tiempo y las paradas. Donde uno se sentía como ganado, donde la única liberación llegaba con el alcohol y el tabaco... Pero ese es ya otro tren, otro cuento.     

 

                                                Londres (Aeropuerto de Gatwick) 1986

 

miércoles, 2 de febrero de 2022

EL RÍNCÓN DEL COMEDOR

                                                                                 7.

«EL RINCÓN DEL COMEDOR», UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

    Volvamos a Larache. Cuando presentó su último libro, León Cohen se prometió a sí mismo no volver a escribir más sobre su infancia, pero, como le ocurre a todos los que crecimos en aquella ciudad inolvidable, ha caído de nuevo en la tentación. León me escribe para justificar su recaída que los relatos lo persiguen y que, por este motivo, no ha podido evitar que nazca otro más… Y me lo envía para que yo haga lo que quiera con él. El primer impulso es robárselo, me ha gustado tanto que la parte oscura del alma me empuja hacia una maldad. La otra parte, la que me domina, me dice: «siéntete orgulloso de que tus amigos se fíen de ti, tanto que incluso son capaces de enviarte sus cuentos para que los cuelgues en tu blog… Será que se sienten seguros con lo que vas a hacer con ellos, será que te tienen algo de simpatía, que te aprecien tanto como tú a ellos…» Bueno, cedo a esta segunda idea, es inevitable, y además es una manera muy cómoda de darse coba a uno mismo. En fin, que voy a hacer con el relato de León Cohen lo que me da a gana: compartirlo con todos. Y ahí os lo lanzo porque sé, pese a ese primer impulso criminal, que reconoceréis la pluma de León y que lo vais a disfrutar casi tanto como yo.

Sergio Barce, diciembre 2013


 

El rincón del comedor

Está sentada en el suelo junto a la Singer y mira a la cámara de fotos con cierta desconfianza, mientras, nos tiene sentados a los dos hermanos en su halda. Es con seguridad el año 1948. Está sentada en su rincón del comedor, para mí el rincón de la memoria. En el comedor de Luna no hay  nada más que una mesa y alguna silla, es un comedor desierto, inevitablemente austero, yo agregaría que pobre, muy pobre, donde únicamente destaca un tragaluz que aporta cierta claridad a la estancia. Luna no necesita silla alguna, le basta y le sobra con el suelo. En ese lugar suele coser, girando con su mano el volante de la máquina Singer, que alguno de sus hijos le ha regalado o que ella misma habrá comprado a “dita”. En  esa máquina, ella misma se cose sus blusas y sus largas faldas, pues en aquel  Larache, que yo recuerde, no había comercios donde vendieran confeccionadas aquel tipo de  prendas tan “sui generis” que ella usaba. La Singer constituye por lo tanto  un elemento de apoyo fundamental en su vida diaria,  que además,  llena  de vida el ambiente del comedor, haciéndolo aparecer como un pequeño taller de costura.

       

    El rincón del comedor”

 

Luna, mi hermano y yo

La recuerdo en ocasiones muy precisas, en ese mismo “su rincón”,  petroleando su inmensa cabellera, para conservar el cabello limpio de parásitos indeseables (?) o quizás para fortalecerlo. Pero este ejercicio de limpieza tiene su protocolo: Primero se desprende de su “mejerma” o pañuelo y luego deshace sus largas trenzas, convirtiendo a estas en una densa y e inacabable melena, de color entre negro y gris, todavía. Luego se mesa el pelo acariciándolo suavemente, y recorriéndolo con sus manos. Finalmente lo impregna muy poco a poco con petróleo o producto parecido (ese olor  fuerte y característico ha quedado en la memoria de mi pituitaria) y lo peina muy despacio, tomándose su tiempo,  de arriba a abajo con un peine espeso, desde el  nacimiento hasta las puntas del cabello.  Este proceso parece relajarla y rejuvenecerla a un tiempo. De vez en cuando, toma del suelo su cajita de plata y  esnifa un poco de rape, parece que le despeja la cabeza al estornudar, al menos eso dice ella.

En ese comedor come toda la familia a diario y en particular, todos los sábados  se come la dafina y la orisa. Menos mi padre, comensal austero y frugal donde los haya, todos los demás preferimos la dafina. La orisa tiene la ventaja de ser más liviana y más fácil de digerir, la dafina es más pesada pero bastante más sabrosa. La primera lleva trigo principalmente, mientras que la dafina contiene un poco de todo, desde garbanzos, patatas y batata, además de carne de vacuno y de pollo y sobre todo los inolvidables huevos duros… Ambas comidas se cocinan conjuntamente durante toda la noche del viernes. La orisa se cuece al calor de la dafina, con el vapor que de esta se desprende. En casa de mi abuela, cada uno de los comensales se prepara el plato a su manera, siguiendo su propio  protocolo: Así, mientras unos optan por disponer de todos los componentes en el plato, para poder mezclarlos a su antojo, otros prefieren ir por partes, comiendo primero el caldo y los garbanzos para terminar luego con el resto de ingredientes. A esta comida tradicional sefardí, paradigma culinario y cultural  de mi educación sentimental por todo lo que en mi memoria la rodea,  dediqué estas palabras no hace mucho.  

 

 

Huele a Dafina

“Algunos sábados en mi casa, sobre todo en invierno, huele a dafina. Quizás mi casa, sea la única en todo Algeciras que huela así. Justo enfrente, en Gibraltar, los judíos de origen tetuaní, que conservan esta tradición culinaria son multitud. Es un aroma peculiar que me remonta a la primera infancia, a la casa de mi abuela Luna, a la que puedo recordar levantándose a media noche, para añadir agua a la dafina que se cocinaba en el anafe. También me recuerda la casa de Alo y Simy, primas de mi padre y magníficas representantes de la cocina sefardí. Ellas dejaron parte de su legado a mi mujer, a la que igualmente ahora, sorprendo en ocasiones los viernes por la noche, bajando las escaleras para vigilar la dafina. Y es que, parafraseando a Vargas Llosa, yo también tengo la suerte de tener una mujer que lo hace todo, y todo bien. Muchos guisos tienen un olor y huelen muy bien, pero para mí ninguno  iguala al de la dafina. Porque la dafina, además de oler como ninguno, huele a infancia, a sábado, a familia, a cariño, a Larache,  Zoco el Arba, Tetuán o Tánger. Es el olor de un pueblo y la manifestación más genuina de una personalidad y de la continuidad de una tradición  de siglos: la del pueblo sefardita.”

Aquel rincón del comedor,  aquel trocito de casa carente de cualquier comodidad, única propiedad  de mi abuela y su lugar de costura y de esparcimiento, aquel cuadradito de losetas blancas y negras, que ella convertía en centro neurálgico de la casa y revestía de un halo de paz, abierto pero íntimo, como si una cortina invisible  fijara unos límites inexistentes, sin puerta ni paredes, aquel rincón devendría con el tiempo uno de los lugares más queridos de mi memoria.  Desde ese rincón de la ternura, cuando yo era muy niño, mi abuela Luna, bajo cuerda, me mandaba al "bakalito" de abajo, a que me comprara un bocadillo, el día del Yom Kippur, pues ella  no podía permitir que su nieto se quedara “tahanit” (sin comer). Creo que esta anécdota he debido de contarla más de una vez, pero hoy pienso que era esa su manera de protegerme de aquel dios de los mayores, que parecía tener tanto poder, que nos creíamos obligados a no comer ni beber. Yo no quería tener un padre así, porque en definitiva, qué es dios para un niño,  sino alguien muy parecido a su padre. En fin, no he podido evitar volver a la casa de mis recuerdos, al rincón del comedor de Luna, a ese rincón desértico y austero, pero lleno de vida y de ternura, que siempre para mí será el rincón  de mi memoria.  

                                                                                   Diciembre de 2013

jueves, 27 de enero de 2022

VOCACION TANGERINA DE UN LARACHENSE por Hassan Amrani Meizi

          

  Excelente trabajo del profesor Amrani.  Después de varias lecturas, su artículo me ha parecido un minucioso y profundo análisis de mis textos tangerinos y de sus derivadas, algunas de ellas implícitas. Bajo mi punto de vista, este trabajo literario y yo añadiría que casi psicoanalítico, aporta claridad y luz  a mis escritos tangerinos. Considero que además de su perspicacia y experiencia  como crítico literario, ha sido sobre todo su condición de tangerino, la que le ha permitido obtener  un resultado tan brillante, He de decir que nunca antes, me había sentido tan bien representado como escritor a través de unas reflexiones tan certeras como sorprendentes y bien elaboradas. León Cohen. Enero de 2022.            


 

VOCACION TANGERINA DE UN LARACHENSE

            Hassan Amrani Meizi    Universidad Ibn Zohr,  Agadir, Marruecos.

  La Frontera Líquida. Estudios sobre Literatura Hispanomagrebí . 

Tirant Humanidades 2019.  Editores José Sarria y Manuel Gahete

Pag. 381-392

 

 

"Antes de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la visita y entregándole un ejemplar de libro La Memoria Blanqueada, cuyo autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger y siempre se consideró tangerino de vocación. " León Cohen, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.

 

Rara vez un hombre mereció llevar el gentilicio de una ciudad por residir en ella un lapso de tiempo bastante corto de su vida, sobre todo cuando se trata de una ciudad de mucha historia. Ese hombre se llama León Cohen Mesonero; la ciudad, Tánger. Sin embargo, hay lugares que hacen que  la vida de los hombres tenga más historia. Los hechos vividos con intensidad transcurren con tal celeridad que acaban desbordando el tiempo. Entonces, la historia de una vida, o sea,  la edad de un hombre,  deja de medirse por el largo paso del tiempo y lo hace por la densidad de lo acontecido en un tiempo récord.      

            Los que nos interesamos por el estudio la literatura de autores españoles o hispanoamericanos originarios de nuestro país topamos con apellidos sefardíes que nos recuerdan una época que terminó para siempre: Chocrón, Garzón,  Bendahan, Cohen, etc.  Excepto el fallecido Isaac Chocrón, estos autores  siguen evocando en sus obras sus vivencias marroquíes. Entre ellos, destaca el nombre de Cohen: no sólo por ser de Larache y por escribir sobre esta ciudad, sino también por ser tangerino de vocación, en una ciudad cuyos  habitantes “se creían elegidos, especiales, como si un dios mitológico les hubiera otorgado el don de ser precisamente eso, tangerinos y no otra cosa”. (Cohen, Carta a Juanita Narboni,  Memoria Blanqueada: 2006: 54).

            Desde el principio, llama la atención este dato de la autobiografía de este autor: ser por propia elección,  pertenecer  por voluntad propia a Tánger, donde “la identidad” se vislumbra como hecho predeterminado por el destino divino.  Parece que el larachense Cohen rompe esta atadura de nacimiento y forja otro lazo de pertenencia a esta ciudad: una especie de  adopción. La tradición popular tangerina le es favorable y habla del emblemático Santo y Patrón  de la ciudad, Bouarraquía, que recompensa a los forasteros por haber aceptado su primera y modesta donación hecha de pan a secas: Mohamed Choukri  también fue hijo adoptivo de la ciudad.  

            Como todos los mortales, Cohen tiene conciencia de que es más auténtico ser por elección que por predeterminación ajena, aunque esta ajenidad sea divina. Poco importa si se trata del Dios Innombrable del monoteísmo más ancestral o de una pluralidad de dioses protagonistas de tragedias griegas. 

 Además, ser de o por vocación, puede  remitir a un doble sentido: una vocación entendida como inclinación personal por un estado o  como inspiración con que Dios llama a un estado. (Cfr. https://dle.rae.es/?id=bzINevX). En este caso, se descarta de antemano la posibilidad de que este estado  sea cuestión de una fe religiosa. Para Cohen,  hombre que descarta la injerencia de lo divino en los asuntos de los mortales[1],  “Tánger es algo más que una manera de ser, un estado de ánimo o un sentimiento, nos pertenece y le pertenecemos, y siempre seremos parte el uno del otro” (Retrouvailles à Tanger,  2018: 75).

             Recuerdo otros argumentos de Cohen acerca  del destino de nacer en un lugar determinado y determinante, Larache, y, consecuentemente, el razonamiento que acabo de adelantar se me revela como todavía portador de la semilla de su contradicción originaria. No acaba de cuajar sólidamente en su aparente elocuencia:  

 

"Hace muy poco tiempo empecé a escribir un relato del que extraigo el comienzo. Aliocha soy evidentemente yo, y lo que cuento es exactamente lo que me parecía mi vida en esos primeros años en Larache, mi pueblo. Nadie elige el lugar de su nacimiento, ni donde transcurrirá su primera infancia,  pero puede ser que el lugar de nacimiento determine su manera de ser y percibir el mundo"(Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger: 2018: 18)

            El nacimiento larachense, un loable destino, fragua  la visión del mundo del niño Cohen. Sería muy largo pasear por los senderos trazados por Cohen en sus libros de memoria larachense para buscar una respuesta  a  su inclinación adulta por el estado de ánimo que fue Tánger. Basta con realizar una atenta lectura de un fragmento de su relato inédito Aliocha, nombre del protagonista  y a la vez  alter ego del niño Cohen. Importa citar  la gran fascinación de León  por los parajes naturales deslumbrantes; parajes larachenses que en el fondo son preámbulos geográficos de los todavía más fascinantes paisajes tangerinos de la posterior adolescencia y primera juventud del autor. Dicho nacimiento fue un destino geográfico fantástico por su fatal cercanía a  la vieja dama, Tánger.  

            Otra cosa distinta es el paisaje cultural y humano del lugar de nacimiento y primera infancia. Si bien el autor subraya en la introducción de Tributo a dos ciudades; Larache y Tánger (17)  la difícil situación y las privaciones de las que sufrían todos aquellos niños larachenses de los últimos años del protectorado español  y principios de la independencia de Marruecos, en el fragmento del relato citado no escatima esfuerzos en describir la felicidad inocente del niño en este mundo multicultural y  étnicamente plural; otro preámbulo larachense al Tánger de aquellos años cincuenta y sesenta:    

 

“Ha aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar majestuoso. Le sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la bravura de la mar.  Aliocha ama la vida y sus encantos. Sus amigos van a la Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga (…) en el fondo le da igual entrar en un templo o en otro, con tal de acompañar a  un amigo. (Ibid: 19). “

           

De modo que la pregunta de por qué la elección de Tánger-y no otras ciudades de su vida-,  que el autor ya de adulto pone en boca de su otro alter ego, Sol Bensusan en su Encuentro en Tánger (2018: 107), se convierte en casi retórica. Digamos que el destino de su nacimiento y su primera niñez favoreció su elección de joven y sobre todo de adulto. No hay contradicción en el hecho de nacer predestinado a una elección,  al contrario es  lo sumamente  armónico, incluso en la  más monoteísta de todas las religiones.

 Al elegir escribir sobre la ciudad, sobre sus vivencias tangerinas,  desde su madurez algecireña, decide crear en una noche de vigilia un alter ego, Sol Bensusan, una especie de nacimiento literario y público de León Cohen Tangerino. Las dualidades del Cohen autor/ personaje invaden la literatura coheniana sobre Tánger, y a veces portan el signo de algún antagonismo que  siempre busca y, de algún modo, consigue reconciliarse. He adelantado uno, pero hay más[2]. Es el Tánger de autores que, de una manera u otra, son autobiógrafos: así es Cohen y así son sus inspiradores y maestros tangerinos, sobre todo Vázquez y su personaje símbolo del Tánger de aquellos años: Juanita Narboni.   

De modo que Tánger sigue siendo hoy una referencia esencial y  significativa en la vida de Cohen,  y este hecho remonta a la niñez y se afianza en la primera juventud del mismo, de tal manera que ya de mayor se muestra capaz de distinguir a los auténticos tangerinos de los que no lo son. Él mismo se convierte en unos de los genuinos y auténticos tangerinos, de esos que saben sentir la ciudad, interiorizarla,  vivir el estado de ánimo tangerino, la sensación de vivir entre el sueño y la realidad   de una ciudad en una época mítica y mitificada. Por eso mismo, convoca la voz de  Eduaro Haro Teclen:

 

“Muchas veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que probablemente se instala en esa parte un poco fantasmal de la memoria, en la que algunas personas no sabemos distinguir lo que fue verdad de lo que fue mentira” (citado por Cohen, Introducción a Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger, 2018: 20).

 

Su caracterización  de su propia vocación no puede ser más tangerina. Estoy ante una de las definiciones, genuinamente, más tangerinas que he escuchado en todo el tiempo que he estado fuera de esta ciudad: el verdadero tangerino no es el que habita la ciudad, sino es aquel que es habitado por la misma aun – y sobre todo- cuando vive fuera de ella: si bien el autor se pregunta “qué es uno sin su paisaje”, acaba reafirmando que “mientras viva Tánger seguirá habitándome” (Tánger: 2006: 55- 56).  Creo que esta definición es muy aplicable a este tangerino por vocación que hoy sueña con su querida ciudad desde la otra orilla del estrecho de Gibraltar, desde Algeciras: 

“El viento del Levante arrastra los recuerdos, los empuja desde la otra orilla, esa orilla tan nuestra tan próxima y tan lejana, la orilla africana. Son voces, jolgorios e imágenes inventadas por una memoria ya vieja y alejada en el tiempo y en el espacio. Son los ruidos de la infancia y de la primera juventud.” (Retrouvailles  à Tanger, 2018: 75). (La cursiva es del autor).

 

La idealización de Tánger en Cohen encuentra su origen en los años cincuenta del siglo pasado, en unas visitas familiares a una tía suya que vivía en esta ciudad. Cada quincena aproximadamente, acompañado de otras tías suyas, el niño León Cohen Mesonero visitaba  a su tía paterna Simy. Recuerda sus labios pintados de carmín, de donde le saca el apodo:

 

“Quizá por el cariño y la sonrisa  sempiterna de aquella tía a la que bauticé con el nombre de “Carmín” (por la intensidad del rojo de sus labios), la ciudad  me resultó agradable, pues en mi inocencia, como todos los niños suelen hacer, asociaba la ciudad con la hospitalidad de mi tía. Eran los años cincuenta: los del esplendor de Tánger.” (Tánger, 2006: 53).   

Este proceso de asociación de cualidades positivas de personas amadas y queridas por el niño con Tánger desemboca en la idealización temprana de esta ciudad. En este sentido, sobra recordar el lugar distinguido que ocupaba y ocupa el propio padre en el corazón de Cohen. La imagen del próspero mercader de contrabando en pleno apogeo económico del Tánger Internacional,  del perenne don Juan y del sempiterno “bonvivant” atraviesa muchos de sus relatos:

 

“Aquel joven contrabandista que caminaba con su traje de doble pecho, triunfante por el Boulevard Pasteur y por el Zoco Chico de la envidiada Tánger […] vivió una vida larga, sin enfermedades ni achaques, le faltaban dos meses para cumplir los ochenta – y parecía un hombre de setenta- cuando murió de un ataque de corazón […]. Se llamaba Jacob Cohen Levy -casi nada, Jacobi para los amigos y era mi padre. “ (2006: 23-24).  

           En la visión de León, la gallardía de Jacobi fue tal que el autor recurre a una de esas palabras o expresiones atestadas de tiempo marroquí, la sefardí de la haquitía, más expresiva y más acorde con el espíritu evocador,  propio del blanqueo de la memoria: Qué gial[3]. (Memoria Blanqueada, 2006: 17). Además, el proceso del blanqueo de la propia memoria tangerina, elaborado por  Cohen en su obra, tuvo  un efecto visible tanto en la plasmación de la imagen de su propio padre en sus aventuras tangerinas como en la consecuente  inclinación del autor por cierta imagen blanqueada de una ciudad que seguramente tenía sus encantos y sus desencantos.[4]

            La experiencia de franquear las aduanas de Asilah, las que separaban la zona internacional del protectorado español, de la mano de su padre, es también recordada con nostalgia.  Gracias a su padre, León disfrutaba en Tánger  de los pinchitos de  “Chez Elias” y las meriendas de “Café Paris”: (Tánger: 2006: 54). Estas visitas le dejaban un buen sabor de boca en el sentido literal de la expresión y también en el sentido de una memoria agradable del paladar, que no requiere blanqueo en ningún sentido para surgir hoy con fuerza embellecedora de los recuerdos del pasado.  

             Estos disfrutes en compañía de su admirado padre hacen que el niño León vaya idealizando a Tánger. Tanto es así que ir a Tánger era para él como un regalo  de fin de semana. Como muchos larachense,  los propios Cohen se sentían como pueblerinos en Tánger (Ibid). La ciudad había alcanzado niveles de desarrollo y prosperidad inalcanzables en las ciudades del protectorado español. A todo ello,  habrá que sumar la belleza cautivadora de sus parajes naturales.

            Más tarde, en los años sesenta,  por razones profesionales de su padre, su familia se instala en Tánger entre 1964 y 1968. Afirma Cohen en su texto denominado “Tánger”: 

“En esos cuatro o cinco años pude vivir experiencias que siempre llevo conmigo y que dejaron en mí una huella indeleble. […] Mi estancia en Tánger coincidió con el final de la adolescencia, allí  conocí mis primeras relaciones adultas. De los amigos de juegos infantiles pasé  a los amigos de las tertulias intelectuales y políticas” (Tánger, 2006: 54-55).

           

Cabe señalar aquí, siguiendo los datos aducidos por el autor en su Memoria blanqueada: relatos y retratos sefardíes del norte de Marruecos (2006), algunos aspectos que marcan esta fase de evolución en la vida de Cohen. El primero se relaciona con la situación de la ciudad como espacio propicio para el desarrollo intelectual, filosófico y literario; el segundo tiene que ver con  la toma de conciencia política, la apertura al espíritu rebelde y revolucionario izquierdista  que se respiraba en la ciudad en vísperas del mayo francés de 1968. El joven Cohen era estudiante del Liceo Regnault y no estaba ajeno al espíritu revolucionario juvenil y estudiantil de esa época:

“Descubrí a Camus, a Sartre, a Kierkegard a Dostoievsky, gracias a la biblioteca francesa, adonde acudía muchas tardes del suave otoño tangerino, y a la librairie de Colonnes; Fue un periodo corto pero intenso, donde las cabezas se movían, algo se fraguaba, fueron los años anteriores al mayo francés.” (Tánger, 2006: 55)              

 

En el relato La banda del Koah, Tánger 1965-1968, (2018: 67) habla de sus amistades tangerinas y se refiere a sus discusiones sobre Camus y Sartre, entre otros.  Son los años del compromiso político de esas grandes figuras de la literatura universal, citados por el autor, y entre cultura, literatura y política las fronteras eran borrosas. Asimismo, el mundo de las letras hispánicas  bailaba al son del ritmo cubano que traducía  la Revolución al castellano: El Che Guevara fue transformado en mito y símbolo revolucionario por parte de los movimientos juveniles  estudiantiles y por sindicatos obreros de muchos países occidentales; Tánger no estaba al abrigo de esos aires reivindicadores.

            La citada librería de Colonnes es referida por Cohen “como templo de la cultura, que, en tiempos, fue además un círculo  de reuniones de republicanos y antifranquistas” (Librairie de Colonnes,  2018: 85-86). Ilustres de la pluma y la política frecuentaban de modo asiduo la librería. Cohen cita a algunos como Eduardo Haro Tecleen, Ángel Vásquez y José Marmolejo. Queda claro que los espacios públicos tangerinos de la época remitían a Cohen al mundo de las letras, de los ideales revolucionarios y del compromiso político de intelectuales y literatos.

            En resumen, el muy joven Cohen se sintió muy a gusto en medio de este mundo tangerino recién descubierto: diversión en fiestas nocturnas, práctica del deporte que más le gustaba, el futbol. Además, compaginaba armónicamente todo esto con sus estudios, y  sus relaciones con sus compañeros y profesores de colegio. Cohen recalca que:      

“Sorprendentemente, también fueron los años en que practiqué mi deporte favorito, el futbol, en el Souani o en el Marchan (…) Todo coincidía, era un alumno brillante en clase, era un excelente futbolista, había caído de pie. Por ende, trabé amistad con tangerinos de pro como Picho, Poho, Marmolejo, Azkienzov, Saporta […].” (Tánger, 2006:55).

 

 Razones suficientes tiene Cohen hoy para enorgullecerse de haber estado en sus ayeres tangerinos en el lado correcto de la historia, no sólo por haberse amigado  con personas de provecho sino también por haber conocido y admirado a personajes progresistas en un mundo limítrofe con la dictadura franquista. La conciencia política de Cohen favorable a los oprimidos, silenciados, exiliados y descamisados empezó a forjarse precisamente en esos años  en Tánger.  

 Esta  satisfacción feliz que experimentó el joven Cohen en sus años tangerinos hizo que hoy el autor, ya en plena madurez, recompensara la cuidad con muchos tributos que son esos textos que recuerdan la grandeza de la misma en aquellos maravillosos años sesenta del siglo veinte, aunque aquel Tánger  esplendoroso iniciaba entonces su propia decadencia.

            El autor, en esos mismos textos que memorizan sus amistades en esa época de su vida, nos anticipa un tema recurrente en sus relatos: la diáspora de los tangerinos.  Ejemplo de ello es la de la banda del Koah:

 “Al final como el tiempo ha demostrado, todos tomamos direcciones distintas, todos vivimos hoy en países y ciudades diferentes sólo nos unen y permanecen los recuerdos imborrables de aquellos días de vino, de juventud y de rosas Hoy no sabría decir con precisión si aquellos años teníamos el norte perdido o si lo perdimos más tarde al abandonar Tánger.” (La banda del Koah, 2018: 68).

            Es una imagen a pequeña escala de la dispersión de los tangerinos genuinos,  “los último  internacionales” de Tánger entre los que incluso se encontraban algunos nacionales; aunque eso de nacional no cabe en la terminología coheniana. Para Cohen, ser tangerino es descreer de las fronteras étnicas, culturales, lingüísticas y sobre todo nacionales:

“Ni marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni tampoco ingleses aunque nos sintamos un poquito de todo y de todos. Poliglotas... y sobre todo mestizos culturales, hoy estamos esparcidos por el mundo, por todas las patrias y por todas las religiones, pero a ninguna pertenecemos porque no podemos evitar ser fundamentalmente tangerinos y eso quería decir todo y de todo un poco (…) No me siento de ningún lugar, soy un apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.”   (Calle Goya, 2018:100).   

 

No sé si sería adecuado hablar de sentimiento de culpabilidad por  haber dejado la ciudad a su suerte, por haberla abandonado. Expresiones de abandono y dispersión se repiten en muchos de sus relatos. Quizá en  el caso de Cohen  dicho sentimiento sea inapreciable, desapercibido y recóndito  ya que la intención del autor es crear, en un solemne gesto de agradecimiento, una imagen alegre de Tánger, la que trasciende el pesimismo del autor de La vida Perra de Juanita Narboni y el resentimiento de Tiempo de los errores de Choukri ( Librairie de Colonnes: 91-94).

 A pesar de ello,  un sentimiento triste se deja sentir en  los relatos que hablan de sus vueltas a la ciudad, ubicadas ya en el tercer milenio. El dolor del exilio de muchos tangerinos atraviesa casi todos los escritos analizados en este trabajo. Recordemos la expresión usada por Sol Bensusan en su Carta a Juanita Narboni: “nuestra suma de melancolías ha traspasado los mares y las montañas”  (2006:20). Así, al terminar una de sus visitas a Tánger  y desde el barco que le lleva de regreso a Algeciras, Cohen contempla la ciudad en su anchura costera  y nos espeta:

 

“Es entonces,  cuando acuden a mí  las palabras de  mi amiga italiana. Mientras caminábamos por la Calle Juana de Arco, después de cenar, me espetó como si la necesidad la urgiera, como si necesitara afirmarlo y afirmarse, que Tánger era el único lugar donde se sentía ella misma. Esa frase despertó en mí un sentimiento solidario y me emocionó.” (Retrouvailles à Tanger: 2018: 74).  

Asimismo, este sentimiento es descrito en la segunda parte del relato Encuentro en Tánger, titulado Francesca:

 

“Recuerdo sobre todo su mirada triste, vacía ausente, que parecía recorrer todo su pasado, como si se preguntara una vez más por qué tuvo que abandonar su tierra. Había cierta amargura y desolación en esa constatación.[…]Cuando me despedí de ella, comprendí mucho mejor lo que Tánger significó para todos los tangerinos y el dolor profundo e irremediable del exilio.” (109).

Es cierto que las vueltas de Cohen a la ciudad,  descritas  en los relatos citados aquí, son motivadas  por la búsqueda de la propia identidad que es esa esencia tangerina, pero no menos ciertos es que dichas vueltas también sirven para estimular el apetito escritural del autor en pos de restituir el daño causado a su amada Tánger. Existe cierta herida sin cicatrizar, hay cierta necesidad de reparar el agravio del abandono. Agradecerle a esa “gran dama”,  la patria madre de todas la patrias en el sentido coheniano, por su agradable acogida durante aquellos años.   De allí que el blanqueo de la memoria tangerina sea una manera de rendir tributo a una leyenda en todas  las medidas: la de la convivencia, la de la tolerancia, la de la diversión y de la diversificación. 

En resumen, la dispersión de los tangerinos por el mundo durante esta  época de los años sesenta ha privado a la ciudad de sus habitantes más genuinos, de  esos hacedores de aquel Tánger esplendorosamente universal y cosmopolita. Por eso,  el Tánger  que conoció Cohen fue el de un esplendor decadente, incluso cuando persistían todavía vestigios de una internacionalidad oficiosa, que se resumía en la permanencia de nombres y familias de otras nacionalidades.  

 

BIBLIOGRAFIA:

-BENDAHAN  COHEN, Esther: Tetuán. Antequera: Confluencias,  2006

-COHEN  MESONERO, León, Carta a Juanita Narboni en Memoria Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos, Madrid: Hebraica Ediciones, 2006, 17-20.

 --------------- Tánger en Memoria Blanqueada Relatos y retratos sefardíes del Norte de Marruecos. Madrid: Hebraica Ediciones, 2006, 53-56.

------------  Encuentro en Tánger en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar:Editorial Círculo Rojo, 2018, 105- 111.

-------------  Introducción a  Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 17-22.

-------------  La banda del Koah en  Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018,  67-68.

-------------- La calle Goya, en Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 97-104.

________ La librairie des Colonnes, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018,  85-95.

--------------- Retrouvailles à Tanger, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger.  Roquetas del Mar: Editorial Círculo Rojo, 2018, 73-75.

-Diccionario de la Real Academia Española,  https://dle.rae.es/?id=bzINevX, fecha de consulta: 20 de julio 2018.

 



[1] En boca de su alter ego femenino Sol Bensusan contesta a una pregunta del personaje de Ángel Vásquez, Juanita Narboni,   sobre la influencia de la ciudad de Tánger en la misma: “No sé si hablar de revelación sería apropiado, por la connotación religiosa que encierra esa palabra, pero algo de eso hubo.” (Encuentro en Tánger, 2018:110).

[2] En su relato Carta a Juanita Narboni,   el autor,  a través  de su alter ego femenino,  lamenta el cambio que ha sufrido la ciudad. En otro  titulado Tánger afirma que a pesar del cambio, “el Tánger de siempre surge y emerge de nuevo como el ídolo de barro  que el mar no consigue engullir” (73). Luego añade en el mismo relato que “Esta ciudad que fue abandonada y dejada a su suerte por sus habitantes más genuinos, recobra hoy su esplendor nunca del todo perdido, desafía al futuro y pisa con paso firme un presente esperanzado.” (74).   En  el relato Calle Goya, el narrador afirma que el señor C., otro alter ego del autor, “pudo comprobar por fin, que aunque nada había cambiado, ya nada era igual”.  Luego se auto responde con una pregunta retórica, de la que se sobreentiende que el cambio se registra en otras aspectos no siempre físicos o materiales: “¿No es  la vida ese proceso continuo, dinámico y renovador, donde unas personas son sustituidas por otras, donde una época sucede a otra y una civilización reemplaza la anterior y así hasta el final de los tiempos? (103).     

[3] “Bajo el título Palabras atestadas de tiempo” (Tetuán, 2016: 89-106), Esther Bendahan habla de las características de las expresiones  y palabras de esta lengua de los sefardíes del norte de Marruecos utilizando calificaciones como cariñosa, melosa y dulcificante.  Al calificarlas de atestadas del tiempo se refiere a que es un lenguaje  que remite a las experiencias sefardíes marroquíes y las evoca. La autora afirma: “Jial se dice de alguien atractivo. Entre Chicas (…) cuando se acerca un joven o un hombre atractivo decimos qué jial… es inocente, no busca más que esa complicidad, casi infantil, entre quienes la decimos y que nos remite a otro tiempo y a otro lugar” (ibid, 101). Me limito a esa explicación y no aduzca las otras explicaciones basadas en  el origen  etimológico árabe-marroquí de la palabra: imaginación, silueta proyectada, etc.  Cabe señalar, en este sentido, que la expresión pertenece a la carta que el alter ego femenino del autor Sol Bensusan. dirige a Juanita Narboni, también alter ego femenino de Ángel Vásquez.  

[4] Dice Cohen que “blanquear la memoria es retocar los recuerdos para que los personajes recreados, sobre todo cuando han desaparecido, aparezcan con más virtudes que defectos.” (2006: 9). Luego añade: “Todos tenemos tendencia a sublimar y de algún modo a tergiversar nuestro pasado, es lo que yo denomino “blanquear la memoria”, sin embargo y pese a todo: ¿Cómo olvidar aquellos años mágicos, aquella ciudad encantada”  (Tánger, 2006: 55-56). 

            

Carta de un ciudadano corriente

  "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallo...