El guarda de la sinagoga
El joven larachense me contaba
emocionado aquella pequeña historia que vivió de niño. Fue en la Calle Real,
una calle emblemática para cualquier larachense. En la azotea de la
Sinagoga de Pariente vivía un guarda, un judío de cierta edad, que
al ser discapacitado, no podía bajar o subir las escaleras como lo haría
cualquier joven en buena forma. El contador, a la sazón un niño, jugaba con sus
amigos cerca del templo judío, y mientras jugaban, solía ocurrir que desde la
azotea veían bajar una cestita de mimbre atada a una cuerda: era el
guarda que necesitaba que le hicieran algún recado. Todos acudían al
instante y desde arriba, el hombre mayor les indicaba lo que quería. Una
vez hecho el recado, ponían los mandados en la cesta y para arriba. Con la
emoción del recuerdo aflorando con mayor intensidad según avanzaba en su
relato, el joven larachense me contó como de vez en cuando la cesta bajaba y el
hombre no estaba en la azotea, sin embargo, todos los niños se acercaban
a ella, porque sabían que la cesta bajaba llena de “chucherías” para
ellos. Era la forma que aquel hombre entrañable tenía de agradecerles el favor
que le hacían.
De repente, el
contador se puso más serio y con gran solemnidad me explicó que su padre
siempre le había aleccionado sobre la importancia que para el Islam, religión
de paz y de concordia, tenían las buenas relaciones y el respeto con los
vecinos, fueran estos musulmanes, judíos o cristianos.
Esta bella
historia de tolerancia y de convivencia, me la contó hace un par de meses
en Larache un joven al que no he de olvidar. Es una historia que enaltece
al ser humano y que nos acerca un poco más a todos como
ciudadanos de un único mundo, nuestra Tierra.
De
mi libro Cartas y Cortos Editorial Hebraica 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario