Beau geste
Viernes por la tarde y otoño, año 1962, Lycée Gouraud, Rabat. Todos estos datos serían superfluos si no fuera por la necesidad de “contextualizar” y de situar en el tiempo al protagonista del bello gesto.
Los internados se convierten los Viernes por la tarde en calles desiertas donde reinan la soledad y la tristeza de los pocos internos que por la lejanía de sus hogares no han tenido la suerte de irse a sus casas. Larache quedaba para mí demasiado lejana.
El internado del liceo es una construcción vetusta de principios del siglo veinte. Sus paredes son de construcción densa y sus pasillos amplios y fríos como el mármol. Los techos inalcanzables. Este es mi primer fin de semana en Rabat después de cuatro largos años en Zoco el Arba, soy por lo tanto un interno curtido, aunque mi nuevo internado, diferente en muchos aspectos, me descoloca un poco. No están los compañeros de siempre y el paisaje es más lúgubre. Además el otoño es una estación melancólica que reemplaza a la locura del verano.
Aquí hay costumbres, para mí nuevas. Después de la cena, los internos de segundo ciclo que ya somos mayorcitos, disponemos de una hora de ocio en un “foyer” (hogar) donde entre otras cosas se puede echar un cigarrito, departir con los compañeros, escuchar música (así me topé con Brel, con quien me quedé para siempre, con Bécaud o con Ray Charles entre otros muchos) o jugar al ping-pong(que ha sido una de mis mayores aficiones).
Esa tarde, estaba yo sentado en una de las mesas del hogar, sólo, cabizbajo y con un cierto sentimiento de desamparo, muy serio, triste y meditabundo, fuera de sitio en suma. Deseando que pasara pronto el tiempo para irme a la cama. Entonces, ocurrió, una mano amiga me tendió un pitillo, yo levanté la cabeza y rechacé amablemente la oferta, pues no fumaba. Saad, me miraba erguido con dulzura como adivinando mi situación anímica, Se metió el paquete en el bolsillo de la americana y me dio un toque suave en el cogote, en un intento evidente de reconfortarme. Luego se alejó. Hubo en aquel cortísimo pero intenso intercambio de miradas y de sonrisas cómplices tanta densidad que nunca he podido olvidar aquel momento. Yo le agradecí para siempre aquel bello gesto. Fue uno de esos gestos que uno colecciona y que a lo largo de toda una vida no llegan en el mejor de los casos a la decena. Fue uno de esos gestos que elevan al ser humano a las alturas. Por eso lo conservo grabado en mi memoria para siempre.
Saad Temsamani era hijo del a la sazón gobernador de Tánger, quien a su vez era Cherif de Ouezane, descendiente de una de las más nobles y grandes familias marroquíes. Por su origen era un chico elegante y educado, por su naturaleza era alegre, afable y agradable. Aunque nunca llegamos a ser grandes amigos, sí mantuvimos siempre una cordialidad que manifestaba nuestra mutua simpatía. Suele ocurrir entre determinadas personas y por razones de difícil explicación. Son cariños que tenemos aparcados por si llega la ocasión. En nuestro caso, no llegó nunca, porque el mismo día en que me trasladé a vivir a Tánger en Septiembre del año 1964, Saad Temsamani, al que desde ahora llamaré Beau Geste, se mató en un accidente de circulación. Iba con su hermano mayor en un deportivo que conducía este último, sólo murió él. Tenía dieciocho años. Fue de esas personas que uno se alegra de haber conocido y que justifican nuestra estancia en este corto camino que es la vida. Con este relato he pretendido agradecerle su bello gesto.
6-12-2003
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