Blog de León Cohen Mesonero

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lunes, 4 de enero de 2021

CABOS SUELTOS 5

 

Cada uno de nosotros construye mentiras a la medida,  sobre las que acomodarse y sobrevivir. Luego, en nombre de una supuesta escala de valores basada en la virtud y en la honradez, presumimos y nos afirmamos ante los otros. Nuestras mentiras, que sólo nosotros conocemos, nos sirven sin embargo para no tomarnos en serio y para relativizar lo que nos rodea.

 

Ni siquiera la evidencia es aceptada en una sociedad que se pretende justa y democrática.

 

Hoy puedo entender y tolerar mejor al prójimo porque sé que ni en mí mismo  puedo confiar y que nada del hombre me es ajeno. Lección de humildad y conocimiento de mi fragilidad, pero también de la fuerza que me otorga ese conocimiento.

 

Ahora, por fin, comprendo en toda su dimensión el precepto socrático : “ Conócete a ti mismo “, que no es sino el aprendizaje de nuestras debilidades y miserias.

 

Escribir es  además de un ejercicio de aproximación al lector,  una manifestación de la vanidad del que escribe pero también es a menudo una terapia, la que resulta de hacer aflorar todos los silencios que las contingencias del día a día no permiten sacar a la luz.

 

En ocasiones, escribir es la manera más cómoda de decir aquello que no se es capaz  de manifestar hablando porque al escribir tenemos la ventaja inapreciable de que nuestro  interlocutor no nos mira.

 

Cuando escribes, te hablas a ti mismo o a un lector anónimo que ni va a replicar ni tampoco a mofarse.

 

Cuando escribes, nada ni nadie te presiona, nadie te aburre con sus historias, nadie te irrita con sus opiniones, estás solo contigo.

 

Parece, como así lo demuestra la experiencia, que el hombre social está constituido por tejidos diversos entre los que destaca el miedo. Miedo al castigo físico o moral, miedo a perder su posición económica,  miedo a ser diferente de sus colegas, ya sea en la fábrica o en el partido. Todos estos miedos evidencian una miseria moral  intrínseca y ponen de manifiesto una herencia educacional que habría que ir desterrando de nuestra sociedad fundamentalmente competitiva y poco o nada solidaria.

 

El amor, el cariño,  las caricias oportunas y las inoportunas son maltratadas por la rutina de la vida en común, unas veces por acción y otras por omisión.

 

Existe una intolerancia, diríase que inevitable, que hace que  nuestros hijos nos rechacen  de manera injusta y en ocasiones cruel.

 

La juventud es un estado egoísta, ignorante y afortunadamente transitorio, donde se cometen torpezas irreparables por la falta de sensatez y la seguridad que proporciona la vana creencia de que ellos nunca serán mayores.

 

Nunca fueron los jóvenes más lúdicos, materialistas y conservadores que los de ahora.

 

Nosotros no quisimos cambiar el mundo para convertirlo en unos grandes almacenes donde la masa lo compra todo y se marcha sin recordar el rostro de unas cajeras de cartón piedra ( único atisbo de contacto humano ).

 

La palabra se ha desvirtuado y  convertido en una prostituta que se entrega al mejor postor.

 

Creada para comunicar las necesidades y los deseos o las contrariedades del que la usa, la palabra se ha vuelto compleja y peligrosa. Utilizada por un político es hueca y ampulosa, escrita en un periódico es falsa. Ni siquiera los interlocutores diarios, los colegas de trabajo, la utilizan dándole su auténtico valor y dignidad, pues en la mayoría de los casos la palabra se tiñe de hipocresía. La palabra adopta entonces recodos y vericuetos y viaja por callejuelas oscuras, despistándonos unas veces, otras engañándonos. Sólo la palabra culta y precisa que utiliza el científico trata de acercarse al origen para el que fue creada que no es sino transmitir y comunicar.

 

Mientras hayan palabras que ilustren pensamientos, que expresen sentimientos, mientras haya palabras para unir las distancias y derribar los muros que guardan el silencio, seremos más de uno y estaremos más cerca los unos de los otros.

 

Es necesario desterrar los imperativos categóricos y las afirmaciones dogmáticas propias de mentes adolescentes que ignoran los avatares del camino.

 

El deseo, ese pájaro azul que recorría tus piernas, ese animal de fuego, ha levantado el vuelo y se ha desvanecido para siempre en los recodos del tiempo. Te echaré de menos mujer, otra vez.

 

Hay una cierta falta de clarividencia que nos mantiene con ilusiones vanas. Esperamos algo diferente del futuro, como si éste existiese,  nos hacemos promesas de cambiar como jóvenes adolescentes. La vida es pura acción y sólo por el camino de la acción se avanza. El resto es poesía.

 

A medida que avanzamos en el tiempo,  cuando somos niños grandes, la vida nos pasa factura, son menos las ilusiones y más las desilusiones. Un cierto escepticismo cercano al pesimismo se apodera de nosotros, y casi siempre llueve sobre mojado.

 

Cumplir años es coleccionar experiencias y recuerdos, es también haber recorrido parte del camino que nos lleva hacia la amargura y el desencanto de saber de una vez por todas que el mundo no es, ni  será nunca, el que soñábamos cuando teníamos veinte años. ¡ Triste consideración !

 

Uno se siente bien cuando constata que equivocado o no, ha hecho lo que pretendía, aquello que para uno suponía un reto, aquello, en fin, que a uno le produce satisfacción.

 

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