Carta a mi padre
No nos vemos desde el día 4 de julio
del año 1997. Mucho tiempo, aunque todavía no demasiado. Sin embargo, hay días
como hoy, en que no tengo mucho que hacer y me gustaría acercarme a tu tienda
de coches usados a echar un rato contigo, como hacía hace unos años. Para nada
en concreto. Para sentarme a tu lado en la tienda mientras tú, te fumarías un
cigarrillo y para estar callados y de vez en cuando hacer un comentario corto,
una picotada sobre cualquier tema, sin venir demasiado a cuento, supongo que
por no dejar al silencio vacío. De vez
en cuando conviene llenar el silencio con palabras. Por ejemplo comentaríamos algo sobre la
insoportable e inadmisible guerra de Irak o sobre el abandono de las colonias
por los israelíes. O para contarte que voy a tratar dentro de unos días de
sacar la Cátedra de Universidad. Sé lo que me dirías: Pero tú, como es que no
eres catedrático con lo que has estudiado. A ti de qué te van a examinar
“esos”. Yo sonreiría y diría que así son las cosas. Dirías, bueno, vamos a
tomar un café con Juanito y nos levantaríamos y tú te tomarías el café y
charlarías con Juanito mientras yo os observaría y metería alguna cuña en
vuestra conversación hecha de retazos.
Tú, como siempre, seguirías hablando de tu chiquillo y le dirías a Juan que iba a ser Catedrático en unos días, si éste está más preparado que ninguno de esos. Y tu chiquillo que está a punto de cumplir 59 años se comportaría como un chiquillo, callando y mirando para otro lado. Recuerdas, en el Bar Perico de Larache, allá por los años cincuenta y tantos, cuando yo era un chiquillo de verdad, les decías aproximadamente lo mismo a tus amigos: dile que multiplique o que sume verás, verás, y yo entonces me ponía colorado, colorado, y me bloqueaba, aunque tenías suerte, porque nunca me equivocaba en el cálculo mental y tus amigos decían: joder con el niño, vaya tío, Jacob.
Hoy seguramente iría a verte
acompañado de mi nieto Alejandro, tú harías lo de siempre, darle un beso y
algún dinero para que se comprara algo. Si conocieras a mi nieto, es un chaval
guapísimo y con carisma. No sé si te gustaría, con lo maniático que has sido
siempre, pero seguro que tú a él sí.
Mamá murió en el 99, ni siquiera te
sobrevivió dos años. Lo pasó muy mal con lo tuyo, y perdió las ganas de todo.
Ella se fue contigo aunque mantuvo su maltrecho cuerpo aquí.
Por aquí las cosas no han cambiado demasiado, la gente se sigue matando en guerras absurdas, la envidia sigue reinando en cualquier esquina del planeta y todos tenemos ocho años más.
Algunos días te reinvento y sueño que paseamos juntos por las calles de todas las edades en las que hemos convivido. Sueño que entiendes todo lo que te cuento y lo que me callo. Sueño que por fin eres capaz de hablar conmigo de igual a igual, sin reservas, sin consejos de persona mayor, sueño que te hablo como a un amigo (cosa que nunca he hecho, ya sabes, las barreras absurdas que separan a los padres de los hijos) y observo que así estamos más cómodos, que nos entendemos mejor. Sueño que por fin admites que somos distintos, a ti te gusta sonreír y gustar al prójimo, yo en cambio, prefiero el silencio y la discreción, soy más cuidadoso con los otros, tú eres más generoso. Tú tienes más carisma y mayor capacidad de seducción, yo soy más oscuro, más selectivo, quizá más prudente. Somos distintos aunque complementarios, pero lo más importante es que nos respetamos, que siempre fue así, no sé cual de nosotros dos hizo más porque así fuera, pero fue bueno y eso siempre me ha dado tranquilidad de conciencia desde que te fuiste, por eso te lo digo ahora, ahora que ya no estás. Esta carta que te escribo desde ninguna parte, esta carta va más allá del espacio y del tiempo, mas allá incluso de la vida y de la muerte, esta carta hace parte también de un sueño: el sueño de la reconciliación o mejor dicho, del encuentro del padre con su hijo (fíjate que no digo reencuentro, porque los padres y los hijos rara vez se tropiezan). Esta carta es un sueño que va más lejos, es el sueño utópico del encuentro del hombre con el hombre, donde el cariño y la ternura dejan de estar aparcados, arrinconados u ocultos para tiempos mejores o esperando la hora de las despedidas, cuando ya nada valen. En eso las mujeres son más libres, también en eso.
Esta carta, es también una forma de hablarte en voz alta y de demostrar que nadie muere totalmente mientras alguien le recuerde, además de todo eso, esta carta es una excusa, un pretexto, para decir lo que siento, es una pequeña demostración de mi cariño por ti.
2005
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