Blog de León Cohen Mesonero

Cuentos. Relatos. Cabos Sueltos. Apuntes. Artículos de opinión. Poemas. Microrrelatos. Reflexiones. Cartas.

jueves, 26 de noviembre de 2020

MI CASA

En esta sección titulada MIS RELATOS he seleccionado algunos de los relatos de mis libros publicados entre 2003 y 2020.


                                  We shall not cease from exploration

                                                             and the end of all our exploring

                                                             will be to arrive where we started

                                                             and know the place for the first time”   

                                                                                              T.S. Elliot        

 

      Mi  Casa

 

Cuatro Caminos es y era una rotonda inexistente (yo la llamaría un cruce de caminos con aspiraciones de rotonda)  situada a la entrada o a la salida de Larache, según se mire. Aquella inolvidable tarde noche de Ramadán del ocho de Noviembre del año 2003, me llevaron a cenar cerca del lugar mencionado y aquella casualidad me decidió a visitar  “mi calle” y “mi casa”. Digo bien mi casa, como diría el inefable E.T.,  que se hallaba apenas a medio kilómetro de allí. Habían transcurrido cincuenta años  desde mi partida y nunca había regresado, ni durante los diez años posteriores en que seguí residiendo en Larache ni en ninguna de las escasas ocasiones en que volví a visitar mi pueblo. Que tuviera que transcurrir medio siglo resulta cuando menos sorprendente y más aún si cabe, que me decidiera al reencuentro precisamente aquella noche (¡qué noche la de aquel día!). Y que mi acompañante fuera el Litri, otro fantasma de mi infancia. Me pregunto ahora,  si aquel paseo no fue un sueño dulce, que fue mi casa la que me visitó y que por tanto, lo que cuento aquí no tuvo nunca lugar.

No éramos dos transeúntes cualesquiera, mi acompañante y yo éramos dos supervivientes  de la última generación de larachenses enviados al exilio por razones y sinrazones múltiples. No tuvimos demasiadas oportunidades de decir no, simplemente no pudimos elegir. Nos fuimos así, sin entender demasiado bien por qué teníamos que irnos , como si nos echaran.

Enfilamos el camino como si nuestros pasos nos guiaran sin titubeos, pisando de nuevo la huella de antiguos pasos nuestros grabada sobre el asfalto, así llegamos en un tris a la Calle Barcelona, a mi calle. Mi casa, estaba ahí, inalterada, henchida de pasado, como si esperando mi regreso, el tiempo la hubiera perdonado (“Algunas cosa tienen un pegamento especial para que  la vida se quede atrapada en ellas”  (1)).

 Todo ocurrió en pocos minutos, un par de fotos y emprendimos el camino de vuelta, como si el Litri y yo, compinchados, no quisiéramos oprimir la memoria común  y forzar y apretar los sentimientos. Fue un paseo a medio camino entre la nostalgia y el recuerdo donde el incipiente e irreprimible deseo de permanecer anclados a un pasado feliz e ingenuo se topara de bruces con la cruda realidad  del tiempo perdido. Aquel paseo representó (así lo siento ahora) un paseo desde la madurez  a la infancia, un trayecto de difícil retorno y que los dos exiliados  tuvimos el valor de recorrer aquella noche. Todos somos exiliados de la infancia que es nuestra patria, nosotros también lo éramos de nuestro pueblo, de nuestras calles. Porque una cosa son las calles propias, las de la infancia y la adolescencia y otra bien distinta, las calles prestadas, aquellas  a las que llegamos  perdidos  y donde pudimos pasear nuestro exilio interior mejor o peor, cada uno según su circunstancia.

Yo no quisiera volver a vivir en Larache , porque aquel Larache se ha ido, y el mío ha quedado en mi retina de niño, como mi infancia, pero sí me gustaría decir, que en su momento, me robaron la parte que me correspondía de larachense (algunos años) y que lo único que me queda es escribir algún que otro relato que como éste,  me devuelve el recuerdo de mi pueblo, algo que siempre me pertenecerá y que ha de permanecer conmigo.

                                De mi libro  La Memoria Blanqueada          

                                              Ediciones Hebraica 2006

(1) Luis G. Montero                          

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

LA BIBLIOTECA

En esta sección titulada Mis Cuentos, están algunos de los cuentos de mis libros publicados entre 2003 y 2020. 


La Biblioteca

 

Sentada en la butaca de su pequeña pero confortable biblioteca, R. pudo contemplar atónita como toda ella cobraba vida aquella noche.

Los búhos de mimbre situados sobre uno de los entrepaños de la izquierda, cuyos ojos en forma de botón siempre le habían sugerido más de lo que eran, comenzaron a dar pequeños saltitos, desplazándose con cierto gracejo desde un extremo a otro. De vez en cuando pronunciaban su nombre acompañándolo de algunos epítetos que acabaron convenciéndola de que siempre habían oído. Estos búhos convertidos en loros le resultaron por una vez alegres y divertidos. Fue entonces cuando se dirigieron a ella en estos o parecidos términos:

- Mientras tú duermes plácidamente, la noche se mueve, llenándose de ruidos para ti imperceptibles y poblándose de seres inimaginables.  La noche, esa misteriosa encrucijada de caminos donde conviven luces y sombras y donde el orden y la disciplina del día son reemplazados por anarquía, despilfarro y lujuria. La noche, donde los seres vivos se revelan en sus más oscuros perfiles y en sus dimensiones más ocultas, dejando fluir toda la contención a que el día les conmina. Por fin libres, odian y quieren con la intensidad que les permite la media luz. La noche, donde la timidez se transforma en osadía y donde un halo de inmortalidad parece apoderarse de aquellos  que la pueblan, donde la inspiración viaja en alas de extraños ángeles de las sombras y toma asiento en las mentes de poetas mediocres convirtiéndolos por una vez en hermanos de los grandes prestidigitadores del verso. La noche, donde el diálogo más fútil se torna trascendente y donde locura y cordura unidas caminan por el mismo sendero, donde el pudor navega perdido entre copas de "Champagne".

La noche no es sólo un lugar en el tiempo para descansar, un intermedio o un entreacto que separa los días.

La noche oscura y misteriosa se impone, llegado el momento, al día, aun a sabiendas de que inexorablemente el alba vendrá para instalar al nuevo día en su lugar - insólito maridaje donde asesino y víctima cambian de papel alternativamente - la noche, lugar de encuentro de seres que se buscan a sí mismos entre el placer y el desmadre.

Por eso, nosotros los vigías de la noche, te invitamos a recorrerla y a disfrutar de su magia ...

R. nunca hubiera podido imaginar que aquellos pequeños muñecos inanimados fueran capaces de manifestarse con tanto desparpajo y dominio de la expresión oral.

La mujer no había salido de su asombro, cuando la muñeca de barro que con tanto esmero y cariño había moldeado su hija menor años atrás, balbuceó a través de su bufanda multicolor sonidos apenas audibles que parecían reflejar frío y cansancio, el terrible frío del barro inerte y el cansancio de la inmovilidad eterna.

Ahora por fin, parecía poder expresar su impotencia y la desesperanza que debe asolar a todas esas figuras que los artistas han creado, quizá con el único afán de recrear la vida, en un vano intento de ser un poco Dios.  La creación artística que empieza siendo un acto gratuito sin otra pretensión que el placer de crear, acaba generalmente convirtiéndose en voluntad de afirmación del creador que a través de los objetos creados busca alcanzar el reconocimiento o en última instancia el rechazo - nunca la indiferencia -.

Sin embargo, se preguntó R. ¿ cuál es el destino de los objetos que el artista abandona a su suerte?, ¿ No es a su creador a quién parece dirigir su grito desesperado el David de Miguel Ángel?, ¿ No es acaso desolación lo que expresa con toda la fuerza de su cuerpo?. Su meditación quedó interrumpida por las palabras que en ese momento había comenzado a pronunciar la muñeca de barro y que R. nunca olvidaría:

- Los habitantes de las ciudades mediterráneas inundan sus calles en los atardeceres primaverales fluyendo por ellas como ríos de lunares multicolores y sólo las abandonan cuando se esconde el sol en los días interminables del verano o cuando llegado el otoño la noche temprana y el frío los echan.

Yo, dijo, domino la tarde y convivo con el primer frío otoñal, aquél que señala el final del frívolo verano de los países del Sur. Mientras los ricos se recogen al abrigo de sus modernos aposentos y disfrutan de calefacción, los pobres de siempre encendemos el carbón y algunos como yo, nos echamos a la calle para vender las irrepetibles castañas.

Condenada a ser castañera por la imaginación y las manos de mi creadora, convertida en musa ocasional sobre el asfalto húmedo, resguardada al calor de mi pequeña hoguera, soy testigo y parte de las miles de historias que la ciudad ofrece al atardecer. La ciudad se llena entonces de un ir y venir constante de gentes que se han echado a la calle por múltiples motivos.

A veces, sorprendo el encuentro furtivo de dos amantes que acuden cautelosos a su cita semanal. Otras veces, observo como algún joven depredador deambula al acecho de algún turista despistado o de un automóvil convertido en presa fácil. En ocasiones, alguna pareja malhumorada se para en el puesto y mientras espera, reemprende lo que parece una antigua y repetida discusión, donde los reproches se multiplican y el tono sube de altura hasta que uno de los dos se va sin decir nada más. Imágenes para relatar.

La tarde en la gran ciudad es también un lugar para el disfrute y la contemplación, por eso te invito a visitarla.

Entre sorprendida y desconcertada, R. se había incorporado en su butaca siguiendo con toda su atención cuanto allí acontecía. Ella, que creía a estos seres inmóviles, para siempre destinados al silencio y a la impasibilidad, podía comprobar ahora que el mundo de los objetos también podía tener vida propia y que el límite entre ficción y realidad no siempre era una frontera tangible y nítida. R. quiso saber más acerca de estos personajes y sin esperar a que fueran a ella, optó por ser ella quien se acercara.

- ¿ Y tú que puedes contarme? Preguntó a Natascha, la muñeca rusa que adquirió en un viaje a Moscú. Esta movió su brazo izquierdo que alargado, parecía reposar para siempre sobre su cuerpo y se desanudó el pañuelo que llevaba como una condena sobre la cabeza, descubriendo una bella melena rubia antes apenas emergente.

Posó sobre el suelo el hatillo que sostenía en el brazo derecho y pudo mover éste, estirando y encogiéndolo suavemente. Por unos instantes podía dejar de ser un símbolo, R. pudo intuir el alivio que la embargaba, pues por vez primera pudo verla sonreír. ¿ No eran acaso la ternura y la satisfacción que se reflejaban en aquel rostro una cierta forma de liberación para todas las sufridas campesinas rusas?

- Puedo hablar de lo que conozco, y conozco el esfuerzo y la laboriosidad de las mujeres rusas en el campo, dijo. El impagable sufrimiento de esas madres de la guerra ( la guerra de los poderosos y de los generales) con sus hijos ametrallados tendidos sobre los campos de girasoles de la inacabable estepa rusa. La alegría y belleza de nuestras tradiciones, su música, nuestra tradicional hospitalidad.

Quizá mi rostro no refleje más que amansamiento, dulzura y una cierta resignación. Pero no todo está ahí, si eres capaz de mirar tras los visillos descubrirás un mundo a veces alegre y campechano, otras duro y cruel como nuestro invierno.

Sabes muy bien que soy aparentemente una sola, pero dentro de mí llevo una infinidad de dobles que no son sino la representación de la evolución de la vida desde el tamaño más diminuto hasta el último y más grande, desde la infancia hasta la madurez. Si eres observadora también podrás verme como una versión del mito de la maternidad, pues todas y cada una de nosotras llevamos en nuestro seno a la siguiente. Pero si te detienes, otra lectura posible te llevará hasta la multiplicidad e igualdad de las mujeres, ese sueño vano del socialismo utópico. Hermana y madre de todas las mujeres, así me siento y aquí permanezco, inmóvil e inmutable, esperando un mañana donde por fin poder contemplar el advenimiento de la mujer libre, sin ataduras ni trabas. ¿ Quién sabe?    

En los primeros momentos, R. había ido de asombro en sorpresa, sin embargo transcurrido un tiempo, parecía sentirse integrada en ese microcosmos entrañable donde la palabra volvía a cobrar un valor añorado por su intensidad y belleza. Mientras, en el mundo de R. las palabras se habían vaciado de contenido y huecas habían perdido su grandeza y vagaban perdidas por los despachos de los banqueros y las tribunas de los políticos.

Las palabras prestadas en boca de pícaros, estúpidos o ignorantes habían perdido su credibilidad de antaño. Ahora, para sellar un trato habían inventado notarios y albaceas para los testamentos, los poetas de la palabra se habían refugiado y exilado en su intimidad y ya nadie podía presumir de tener palabra o de ser autor de un bello poema. Gentes que apenas sabían expresarse en su propio idioma ( lo cual denotaba, por lo menos, unas mentes confusas y poco desarrolladas pensó R.) presumían de ser señores poderosos por sus cuentas bancarias y la cantidad de objetos que poseían. ¡ Cuánta ignorancia! Diría el filósofo, pues ¿ hay mayor poder que poseerse a uno mismo? ¿ Y cómo poseerse sin ser capaz de expresar con elegancia y claridad nuestro propio pensamiento?

No sabremos nunca si nuestra protagonista hizo esta pequeña disquisición inspirada por sus pequeños amigos nocturnos, pero así fue. R. tendría todavía oportunidad de ver y escuchar al payaso.

El payaso que R. compró en San Sebastián hacía una buena quincena de años y que desde entonces reposaba en el centro del mueble repleto de libros, sonrió. Por fin aquel pliegue sempiterno desapareció de su rostro y se convirtió en sonrisa viva. Por fin, levantó los párpados y aquellos ojos adormilados recuperaron la mirada. Instantes después rogó a R. que le ayudará a quitarse la falsa nariz. R. creyó reconocer a la persona que se escondía detrás de aquella mueca triste y melancólica, aunque nunca pudo identificarla.

El payaso, al que también R. había despojado del sombrero y la falsa calva, aparentaba ser un hombre relativamente joven con expresión vivaz y aire de regocijo. Según él mismo confesaría aquella noche, por un delito cometido años atrás se vio obligado a refugiarse en el circo, adoptando la apariencia de la que R. quedó prendada cuando lo vio en aquella pequeña tienda cercana al Hotel María Cristina donde se hospedada. Era otoño y la expresión de aquél muñeco casaba muy bien con una cierta melancolía que se apoderaba de R. al comienzo de aquella estación que por otra parte adoraba. Ahora lo tenía enfrente y podía hacerle cómplice de sus sensaciones. Sin embargo sería el payaso quien hablara primero:

- Siempre anhelé la vida del circo porque entre otras muchas cosas te permite vivir en todas y en ninguna parte y pertenecer a todos y a nadie. Vienes por unos días donde nadie te espera y te vas por mucho tiempo allí donde nadie te reconoce. Eres de algún modo el eterno ausente. Tus raíces son múltiples y ninguna particular. En nosotros se concreta el ciudadano universal. Sin embargo hay noches en que la soledad acecha y te sientes perdido e inútil. Sientes frío y te  asalta la idea de ser una silueta, una caricatura. Y no hay refugio, no hay salida, no hay nadie, no hay nada... Por eso a veces me siento a gusto aquí en el mueble como una estatua de sal, imperturbable pero tranquila, en paz, observando el devenir de las gentes y de las cosas desde mi atalaya como un espectador impasible pero sabio. Entonces siento que he alcanzado el difícil equilibrio que sólo la muerte aporta a la mayoría de los seres vivos. Es triste lo que cuento pero es así. Sin embargo no todo es tan negro, hay otras cosas que la vida me regaló antes e incluso después de convertirme en un muñeco de cerámica.

Todos los que aquí reposamos tenemos cosas que ofrecerte e historias que contarte, ahora ya sabes donde encontrarnos ...  

La biblioteca se había quedado otra vez silenciosa, los muñecos reposaban inmutables en las estanterías. R. no sabría nunca la cuota de realidad en todo lo allí acontecido. Apenas se detuvo a pensar en la importancia que aquella cuestión pudiera tener. Fuera, la noche poderosa parecía llamarla. La noche oscura y misteriosa, parecía animarla a adentrarse en ella. R. no pudo resistirse, aquella noche contra su costumbre  salió...       

                                             De mi libro Relatos robados al tiempo      

                                                          Libros en red 2003                                                                                                                                                                           

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Carta de un ciudadano corriente

 "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra, y las alondras levantan su vuelo sobre los sembrados."  Pío Baroja



Carta de un ciudadano corriente

 

Soy nada más y nada menos que un ciudadano corriente, de clase media, mi mayor virtud es la discreción, así que fíjense, apenas existo, soy como una sombra apenas esbozada. No salgo en televisión ni en los periódicos, ni siquiera me conocen la mayoría de mis conciudadanos. Sin embargo, puedo ser profesor universitario, gustarme y practicar la literatura y el ensayo, ser políglota y soñador y sobre todas las cosas puedo y quiero tener opinión, mi opinión, que nadie se moleste.  Me gusta decir o escribir lo que pienso cuando la ocasión y el interlocutor se prestan. Cosas como éstas:

·         En nombre de la tradición, la gente permanece anclada en unas formas  pasadas que poco o nada ayudan al progreso del hombre.

·         El camino de los nacionalismos acaba casi siempre en Auschwitz.

·         La autoestima y el respeto a uno mismo conducen  a la estima y al respeto hacía nuestros semejantes.

·         Si Dios existe,  como si no existe, tenemos la responsabilidad de no permitir que todo esté permitido.

·         Ningún hombre, ninguna idea, ninguna institución está por encima de nosotros.

Heredero de la cultura sefardita por parte paterna y de la sobriedad castellana por parte materna, hijo, por formación,  de la escuela republicana francesa y andaluz por vocación y sentimiento,  desprecio la incultura y la mala educación y me aburren la trivialidad y la vulgaridad. Odio la prepotencia y la  impunidad  con la que un gran número de personajillos mal versados y sin escrúpulos se pasean por la vida. Adoro la poesía y las canciones de autor, me gustan entre otros muchos y por razones distintas Salinas,  Machado,  Prévert,  Benedetti y Baudelaire. Sigo siendo fiel a Camus, a Voltaire y a Dostoievsky.  Aborrezco esta sociedad mercantilista y utilitaria donde el dinero y el consumo son los patrones de medida. Me aburre la ineficacia de los políticos  que con su verborrea ampulosa e inútil se extienden en palabras hueras desde tribunas de cartón, repitiendo sus tópicos a un auditorio mudo y sobre todo sordo. Cómo si quedara todavía alguna razón para creer. Admiro la humildad  y la naturalidad, aprecio por encima de todo la honradez, la sinceridad,  la educación y la tolerancia (en el mejor sentido de la palabra). Todos estos vocablos tienen para mí un significado singular donde no caben las medias tintas (que tampoco me gustan).  Los mentirosos, los interesados, los corruptos, es decir, la inmensa mayoría,  no me interesa. No soy un moralista, pero considero que debemos  esforzarnos en hacer de la vida algo útil para nosotros mismos y para los demás, al menos, el esfuerzo y la lucha me producen satisfacción y me justifican. Con lo aprendido y lo heredado me he construido una ética y una estética, así he podido dibujar mis límites y configurar mis principios, algunos casi (sólo casi) inamovibles que me permiten vivir en paz conmigo mismo. Por ejemplo,  una amigo o una amiga no es un trapo que uno se pone un día y otro día deja colgado en el armario, un respeto, eso, pues un respeto, es lo principal y lo secundario con los amigos. No quiero parecer fundamentalista porque no lo soy, aunque sí severo conmigo y con los demás. No tengo casi nada claro, únicamente el casi.  Aunque, repito,  hay cosas que están mal porque sí, como la pena de muerte, las dictaduras duras y las blandas, el coartar la libertad de los demás, la falta de generosidad, el no comprometerse, la falta de respeto o de coherencia.

Lo que he perdido en espontaneidad,  lo he ganado en prudencia. El proverbio árabe dice: “La primera vez que tú me engañes, la culpa es tuya, la segunda vez,  la culpa es mía “, yo estoy en la tercera, aquella en la que ya nadie va a engañarme ni nadie va ser culpable de nada. En el camino se han quedado algunos de mis seres queridos, algunos amores hechos de humo  y  algunas  amistades  de papel (mojado). Permanecen  los recuerdos y las heridas de la memoria. Ahora soy  dueño de mis miserias y conocedor de las ajenas. Ahora camino en paz, sobrevolando un pasado ingenuo  y desafiando un futuro sin sorpresas. Por fin, me reconozco como un hombre que lleva en su mochila una pequeña dosis de sabiduría.

Sé que ninguna verdad es absoluta,  creo haber alcanzado el cinismo absoluto de los pensadores griegos. Ya no soy capaz de imaginar a Sísifo feliz. Por principios y por educación he aprendido a arrastrar mi piedra hasta arriba, a sabiendas de que nada ni nadie me esperan. Ni aplausos, ni sollozos, ni solidaridad. Mi soledad y algún que otro cariño   incondicional me acompañan (que no es poco). Las aspiraciones de alguien ambicioso, entiéndaseme, con la simple y llana ambición de ser, nada más y nada menos, siempre quedan a medio camino, inacabadas. Extranjero en un mundo hostil, incomprendido, uno se siente solo, incluso mejor solo. Baudelaire manifestaba su desdicha y parecía lanzar una plegaria al Gran Ausente: “Seigneur mon Dieu, laissez moi faire quelques beaux vers qui me prouvent  à moi même que je ne suis pas le dernier des mortels,  que je ne suis pas inférieur à ceux que je méprise(“ Señor, Dios mío, permíteme hacer algunos bellos versos que me demuestren que no soy el último de los mortales, que no soy inferior a aquellos que desprecio”). Prefiero mi soledad infinita,  como Cioran o Musset: “Si le ciel nous laissa como un monde avorté, le juste opposera le dédain à l’absence et ne répondra que par un froid silence au silence éternel de la divinité (“Si el cielo nos dejó como un mundo abortado, el justo opondrá su desdén a la ausencia y sólo responderá por un silencio frío al silencio eterno de la divinidad”).  

Ahora por fin, vivo en el “escepticismo global”, pocas cosas  me entusiasman (mi nieto, por fin un cariño sin reglas y sin condiciones, aquél que tiene lugar desde la distancia que une una vida nueva con otra en declive), pero ya  nada ni nadie  me desilusiona. Me hallo en la misma orilla que Voltaire o La Rochefoucault. Por último, quiero creer que quizás todavía hay una puerta abierta  que conduce hacía África, hacia los sin tierra, donde aún debe quedar algún resto de dignidad y de inocencia”.

                         De mi libro Cartas y Cortos. Hebraica ediciones 2011                         

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

ERGO SUM 2

 

ERGO SUM 2

 

 

A los cincuenta años me siguen gustando las quinceañeras con medias de lana hasta la rodilla y con faldas plisadas.

Y Sofía Loren todavía.

A los cincuenta años pienso como a los veinte, que Marx tenía razón aunque no me gusten ni Stalin ni Fidel... ni tampoco Rockefeller.

A los cincuenta años me sigue engatusando el pliegue de tu boca amiga, y la tertulia, sobre todo con tinto y unos amigos.

A los cincuenta sigo leyendo a Camus como a los veinte, y adoro a Brel y su “Plat Pays qui est le   mien”.

A los cincuenta años remedo a Blas de Otero, el poeta de la inmensa mayoría,

y me llegan al alma algunos versos de poetas anónimos como Antonio Sánchez Campos,

y Rovira... y Mario Benedetti.

A los cincuenta años creo como a los veinte, que la amistad es más espesa y valiosa que la sangre,

y que puede existir en este mundo, incluso.

A los cincuenta años me sigue seduciendo la textura de tus caderas,

y me inclino ante la invitación que me proponen tus piernas cruzadas.

A los cincuenta años como a los veinte, que un charco no es un río, que el mar no es infinito,

y también sé, por fin, que pertenezco al grupo de los mayores, que soy también los otros,

esos, que si no mueren hoy, podría ser mañana o cualquier día.

                                                                                                            1997

                                                                       De mi libro Cartas y Cortos publicado en 2004 

Carta de un ciudadano corriente

  "Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta puesta al hombro, al amanecer, cuando los gallo...