Blog de León Cohen Mesonero

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miércoles, 30 de diciembre de 2020

LOS TRENES DE MI INFANCIA

 

Los trenes de mi infancia

 Siempre deseé hacer este viaje. Como sabiendo que sería un reencuentro con mi pasado, un reencuentro que siempre he considerado necesario. Los fantasmas de mi memoria renacen y emprenden el camino inverso, el camino del tiempo... Parece que de nuevo el tren va a detenerse en alguna estación de cercanías. Mi mirada se pierde en el horizonte que permite la ventanilla del vagón. Ese horizonte mutante, ya extenso y solitario, poblado de llanuras yertas; ya verde, aguantando sobre sí el peso de ese cielo gris, insoportable; ya sombrío e inmediato, poblado de árboles mudos; ya montañoso y salvaje, como queriendo imitar los paisajes de los trenes de juguete. Aquellos trenes omnipresentes de la infancia, aquellos trenes ajenos, contemplados siempre desde lejos, a través de una pared de cristal helada e infinita.

¡ Aquellos trenes de nadie o del escaparatista ! ¡ Cómo olvidar aquella cara grande con bigote ! (uno de los hermanos de Casa Martínez, en plena Plaza de España). Y el frío del otoño que moría , queriendo ser invierno : Era Navidad en Larache, todavía “protegida” por la España de Franco.

Era la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de aquellos “jerseys” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos “gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa  nos compraríamos el tren o la bicicleta que los mayores no querían o no podían regalarnos.

Pero, ¿ quienes eran estos Reyes Magos tan pobres, tan poco generosos ?. Lo habían ido dejando todo en el camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar,  todos éramos pobres.

El viaje a Madrid desde Algeciras:  corría el año 51, atravesamos media España en aquel viaje interminable, sentados sobre aquellos inevitables asientos de madera. Algunas veces, al ver las películas del Oeste se me ha ocurrido comparar; nuestros trenes eran bastante más incómodos que las diligencias y ello a pesar de los Apaches. Recuerdo aquel Madrid despoblado donde circulaban más guardias urbanos que automóviles.

Aquel Madrid olvidado por los dólares del contubernio judeo-masónico donde ya empezaba la especulación del suelo. Aquel Madrid con sus miserables y entrañables casas de comida, con sus pensiones irrepetibles. Yo tenía la memoria vacía y el sentimiento por estrenar.

 Unos años más tarde el tren aparecería de nuevo. Aquellos trenes eran por dentro como autobuses, sin reservados. Había empezado la modernidad, la funcionalidad. Las cosas empezaban a perder su encanto. Cada trimestre, durante siete años, tomaría uno de esos malditos trenes que me llevaría lejos de mi familia, al internado. Nunca podré olvidar las lagrimas y la angustia que se apoderaban de todos nosotros la primera noche, después de permanecer unos días de vacaciones en casa. Había que darse prisa en coger el sueño, porque al día siguiente, nuestros seres queridos, nuestro pueblo se alejarían en el pasado y la distancia. Al día siguiente, por razones impenetrables, la rutina de la vida de internos ( nuestra otra vida) se imponía  y todos asumíamos la situación .

En un intento vano de recortar los días, nos decíamos que a partir de aquel día quedaba uno menos para las vacaciones próximas. Era el recurso del consuelo. Con el paso de los días la primera angustia quedaba totalmente diluida.

Luego, más tarde, vendrían los trenes militares, aquellos viajes infinitos en el tiempo y las paradas. Donde uno se sentía como ganado, donde la única liberación llegaba con el alcohol y el tabaco... Pero ese es ya otro tren, otro cuento.     

                                                        Londres (Aeropuerto de Gatwick) 1986

            De mi libro Relatos robados al tiempo  Ed.Librosenred 2003

 

ROSA TEÑIDO DE GRIS O VICEVERSA

 

 Rosa teñido de gris o viceversa

             Mi abuela Luna

 

Todavía no he cumplido cinco años, mientras me lleva a la escuela, ¡ qué miedo !, será mi primer día, la abuela, mi abuela Luna debe de sentirse orgullosa de ser la garante y guardiana de la educación de su segundo nieto, el primer varón por otra parte. El Colegio Francés se halla a medio kilómetro escaso de su casa. Hay que recorrer o más bien remontar casi toda la Avenida de las Palmeras ya que existe una ligera pendiente desde la Calle Italia hasta el colegio. Pasamos por Correos, bordeamos el Jardín de las Hespérides (en la acera de enfrente está la escuela de la Alianza Israelita cuyo director es el gordito y patizambo Elías Fereres insigne componente del equipo de fútbol “Los Macabeos” que dio mucho que hablar en la década de los años treinta) y llegamos al cementerio de Lalla Menana,  luego unas cuantas casas,  que mi memoria traicionera recuerda como pequeños chalets adosados de una sola planta. Entre éstos  se encuentran la que es o será la casa del doctor Dalebrook  así como la casa del insigne maestro de la Alianza  Monsieur Medina. Finalmente llegamos a la altura de la casa del Raisuni,  tenemos que cruzar la carretera pues justo enfrente se halla  el que será durante siete años mi colegio.

Mi abuela me lleva bien agarrado. Viste falda azul oscuro por debajo de la rodilla, blusa de lunares blancos con el mismo fondo azul y una mejerma o pañuelo también azul que le cubre su larga cabellera.  Desde mi pequeñez frente a su enormidad  ( por algo la apodan Luna la Larga )  yo me siento seguro a su lado a pesar de la inquietud y la ansiedad que me embargan...

Ella, que ha tenido siete hijos, cuatro mujeres y tres hombres,  que tenía apenas quince años cuando su padre la comprometió con un hombre de más de cuarenta  venido de las montañas del Rif. Fue un trato, de los que se hacían a finales del siglo XIX. El compromisario era camalo ( cargador de sacos y bultos),  poseía un burro, algún dinero, cierta edad y era fiel observador de la tradición, pero sobre todo era un “Cohenim”, más que suficiente para desposar a aquella adolescente, que escondida tras una cortina  contemplaba con pudor y con exagerado rubor, cómo su padre la donaba a aquel desconocido tan mayor para ella. Ella que, que nunca ha conocido la voluptuosidad del amor joven y que vio marchitarse su belleza criando a unos hijos que nunca le agradecerían su sacrificio.  Hoy sin embargo,  debe de sentirse satisfecha de ser abuela de un pequeño individuo al que dirige con paso firme hacía un futuro probablemente mejor que su pasado. 

Es Octubre del año 1951, en Larache, la segunda ciudad más importante del Protectorado Español después de Tetuán y  el mundo no es de colores. Sin embargo mi abuela está y me protege, siempre lo hará. Mi rey o ferasmal ( salido del mal en castellano antiguo),  me vaya capara por ti  ( daría mi vida por ti , más o menos ),  son algunas de las expresiones de cariño con que siempre nos obsequió a mis hermanos y a mí. No ha quedado en mi memoria, ningún reproche, ningún mal trato de su parte,  ni siquiera un cachete.

Me recuerdo sentado en lo que ella llamaba su “alda” ( su falda ? ),  que en judeoespañol parecía querer indicar el hueco entre sus piernas  cuando protegida por una larga falda,  se sentaba con aquellas cruzadas sobre el suelo. Mientras me sostenía en su alda, me cantaba en francés el “ petit navire “ ... Il etait un petit navire, qui n´avait jamais, jamais  navigué....” .   Ella sabía leer, escribir y hablaba francés.  Había ido a la escuela a pesar de ser mujer, de  haber nacido en Larache y en 1893.  Contaban en mi casa que su madre era gente de dinero. A veces el destino nos condena desde el primer día,  haciéndonos  nacer en fecha  y  lugar inadecuados.        

Recuerdo cómo me gustaba acompañarla mientras guisaba, ya fuera el potaje de habichuelas con acelgas o la Dafina ( la comida que los judíos sefarditas cocinaban todos los  viernes y mantenían a fuego lento hasta el sábado a mediodía ). También me sentía importante ensartándole el hilo en el diminuto- casi inexistente-  orificio de la aguja de coser. Pero sobre todo destacaría aquella paciente espera a que mi abuela terminara de amasar los panes en forma de tortas  para que yo los llevara al horno, haciendo de “terrah” ( el niño que llevaba o traía los panes del horno sobre  una tabla descansando  en su cabeza ).

Es el año 1951 como dije y mi  abuela Luna vive de alquiler en la Calle Grisa o Guerisa, aunque el balcón de su casa del que daré buena cuenta en lo que sigue, da a la Calle Italia, quizás en aquellos años la calle más importante de la ciudad. Dicha calle empieza o termina en su margen izquierda por la Comandancia Militar, pasa por Telégrafos que pertenece a la compañía Torres Quevedo, está jalonada por  multitud de pequeños comercios , la mayoría regentados por judíos, como la casa de cambio del señor Amar (Jacobi, le dijo un día a mi padre, nunca demuestres  cariño a un hijo porque si así lo hicieres  te cogerá el pan de debajo del brazo), el almacén de mercancías de Sidi Kassem, el  zapatero remendón  Rbi David, la joyería del señor Uahnono, la tienda de “varios” del señor Berros, la del señor Emquíes y  finalmente la zapatería de Rbi Gabay que hace esquina con el    Zoco Chico justo a la entrada de la Calle Real . Esta última zona es uno de los centros neurálgicos más bulliciosos de la ciudad. Hay un continuo deambular de personas, carros y burros cargados de mercancías diversas que entran o salen del zoco o de la Calle Real. Lo mismo bajan casi corriendo hacía la Calle Real, camalos como Jai Daued con  su larga y poblada barba, llevando sobre el  hombro un pesado saco de harina,  que suben desde el puerto pesquero dos pescadores- probablemente barbateños- a toda prisa con una caja de sardinas, posiblemente  camino de los bares Central y Selva.

 

El balcón de mi abuela se halla en la margen derecha de la calle, frente a las tiendas de “varios” de los señores Emquíes y Berros. Está en  una primera planta y debe medir unos seis o siete metros. Es por lo tanto una buena atalaya para observar el ir y venir de gentes y cosas.

Desde ese balcón como desde cualquier otro que se precie, he podido presenciar unas veces solo y otras acompañado de mis tías,  muchas escenas  dignas de  ser relatadas.

En el balcón de enfrente vive un personaje que siempre anda o más bien se sienta en pijama de rayas acompañado de  dos de sus hijas que deben rondar la treintena . De este trío, él sobresale por su voluminosidad y por su apariencia. Es orondo, grande y con la cabeza totalmente rasurada, de forma que mi tía Raquel que para poner  apodos  se las pinta,  le ha bautizado como era de esperar como Mussolini. Y es verdad, que sentado  en una silla y apoyado sobre la baranda del balcón se asemeja al difunto dictador italiano. En ocasiones mis tías y yo nos distraemos mirando  por las rendijas de las persianas los movimientos y las gesticulaciones de  Mussolini.  Sin embargo,  la escena que más curiosidad despierta en mí, es contemplar al señor Berros cerrar su tienda al atardecer. Hay que decir antes que el tal señor es un hombre enjuto y alto,  vestido con un traje oscuro envejecido y ataviado con un sombreo negro que más que a un comerciante recuerda a  un sepulturero. El ritual es siempre el mismo : el señor Berros echa la cerradura  a la  puerta de su comercio,  echa uno o dos candados y se va. No han pasado ni diez segundos cuando vuelve y comprueba con parsimonia una por una las cerraduras, la escena se repite por lo menos de tres a cinco veces dependiendo del día, hasta que finalmente nuestro ínclito personaje desaparece en la oscuridad.  Pero desde el balcón de mi abuela también se divisa la casa de un rudo y grandullón comerciante árabe que vive en una planta  baja y que todas las noches se sienta en el suelo con las piernas entrecruzadas para proceder a realizar el balance contable del día que no es sino el recuento una a una de las monedas y uno a uno de los billetes. La manera en que tiene lugar esta pequeña ceremonia añadida al aspecto del personaje barbudo, siempre vestido con “zaraueles”, calzando unas babuchas amarillas y con un pañuelo blanco liado en la cabeza,  nos hace pensar a mis tías y a mí que este hombre es una avaro que antes de acostarse disfruta con la contemplación de sus ganancias. A pesar de que la mayoría de los comerciantes de la calle son judíos, resulta cuando menos sorprendente que el avaro, al menos aparentemente,  sea un árabe.

Llegados a la puerta de la clase,  en la segunda planta , mi abuela me “entrega” a Mlle Beniluz,  la maestra de primaria del Colegio Francés, que había sido su compañera de escuela y creo recordar que era prima suya. Mientras las dos mujeres conversan en la puerta de la clase, yo contemplo desamparado cómo lo hacen,  y rompo a llorar cuando mi abuela  se despide de mí por la puerta entreabierta.  Mi desde entonces inseparable amigo Mustafa Tahar al que acabo de conocer,  me acompaña en los llantos. Nuestra amistad se mantuvo hasta la adolescencia.

El niño que siempre va conmigo, nunca olvida a su abuela Luna, aquella señora mayor que siempre tenía un sitio en su alda para cobijarle y una palabra dulce para gratificarle. Las anécdotas de la vida diaria se han ido disipando de mi mente con el paso de los años,  sin embargo,  los sentimientos y las sensaciones de aquella época de mi vida junto a ella permanecen indelebles y la nostalgia de su recuerdo predomina. Nadie es indiferente al cariño de una abuela. Ese cariño desinteresado que ni exige ni establece  reglas de juego u  obligaciones, quizá porque es la última forma de amar del ser humano. 

          De mi libro La Memoria Blanqueada  Hebraica de ediciones 2006

                                                                                   

EL GUARDA DE LA SINAGOGA

 

El guarda de la sinagoga

 

 El joven larachense me contaba emocionado aquella pequeña historia que vivió de niño. Fue en la Calle Real, una calle emblemática para cualquier larachense. En la azotea de la  Sinagoga de Pariente vivía un guarda, un judío de cierta edad, que al ser discapacitado, no podía bajar o subir las escaleras como lo haría cualquier joven en buena forma. El contador, a la sazón un niño, jugaba con sus amigos cerca del templo judío, y mientras jugaban, solía ocurrir que desde la azotea veían  bajar una cestita de mimbre atada a una cuerda: era el guarda que necesitaba que le hicieran algún recado. Todos acudían al instante y desde arriba, el hombre mayor les indicaba lo que quería. Una vez hecho el recado, ponían los mandados en la cesta y para arriba. Con la emoción del recuerdo aflorando con mayor intensidad según avanzaba en su relato, el joven larachense me contó como de vez en cuando la cesta bajaba y el hombre no estaba en la azotea, sin embargo,  todos los niños se acercaban a ella, porque sabían que la cesta bajaba llena de “chucherías” para ellos. Era la forma que aquel hombre entrañable tenía de agradecerles el favor que le hacían.

De repente,  el contador se puso más serio y con gran solemnidad me explicó que su padre siempre le había aleccionado sobre la importancia que para el Islam, religión de paz y de concordia, tenían  las buenas relaciones y el respeto con los vecinos, fueran estos musulmanes,  judíos o cristianos.

 Esta bella  historia de tolerancia y de convivencia, me la contó hace un par de meses en Larache un joven al que no he de olvidar. Es una historia que enaltece al ser humano y  que nos acerca un poco más a todos como ciudadanos de un  único mundo, nuestra Tierra.

                                           De mi libro Cartas y Cortos  Editorial Hebraica 2011

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

MIS POEMAS 2

 

“ Podemos ser dos silencios tan juntos,  que nadie sienta que ese silencio de alrededor es doble,  porque dos voces callándose,  lo forjaron para entenderse mejor.”

                                                                                                            Pedro Salinas

 

 

 El espacio y el tiempo

                            El espacio y el tiempo que existen

                           entre tú y yo, está lleno de árboles,

                           de gentes y de barreras.

               

   Hay sin embargo noches como  días  ,

                           en que lo arrasaría todo,

                           para que te refugiaras

                           en mis brazos y yo en los tuyos.

                           Luego me despierto.

                                                                Bruselas, Noviembre 1988

 

 Hoy he decidido

                     Hoy, he decidido alejarte

                     de mí.

                     He secado tus lagrimas,

                     he borrado la huella

                     de tus besos,

                     he arrancado la sombra

                     de tus caricias,

                     he quemado el recuerdo.

 

                     Luego, me he vestido

                     con mis mejores ropas,

                     he salido a la calle,

                     y te he buscado...

                     Desesperadamente.

                                                 Diciembre 1988

 

                      Silencio

                Ese silencio tenso

               que rompe las palabras,

               que aleja las miradas,

               que calla las sonrisas.

              

               Silencio.. y tus manos

               tan cerca de las mías.

               Silencio.. y tus labios

               tan próximos.

               Silencio... y ese enorme

               deseo de abrazarte.

               Silencio... 

                                 Abril 1989

                                                

  

    Para quererte,

                   para dejarte,

                                 para olvidarte.

                    Caminaré en el aire

                    para no molestarles,

                    olvidaré a la otra

                    que nunca está conmigo,

                    romperé mis palabras,

                    ahogaré mis silencios,

                    inventaré caricias y

                    besos inocentes,

                    pensaré que no existes,

                    que fuiste sólo viento,

                    me hundiré en la nostalgia

                    atado a tu recuerdo,

                    te querré imaginada

                    como se quiere a un sueño,

                    te querré desde arriba

                    como se quiere al cielo,

                    borraré los lugares,

                    desandaré caminos,

                    devolveré momentos...

                     ¡ Silencio !

                    Me quedaré en silencio.

                                                           Abril 1989

       

      

                             Reencuentro

         "Nadie jamás, podrá robarnos la belleza del recuerdo "

                ¿ Como fue, lo recuerdas ?

                 Se disiparon las sombras,

                 se rompieron los silencios,

                 caminaron las palabras,

                 el río se quedó quieto.

 

                ¿ Y qué fue de nuestros besos ?

                 Se perdieron en el bosque,

                 acompañaron al viento,

                 caminaron sobre el agua,

                 inundaron nuestros cuerpos,

                 y fundidos en el aire,

                 sellaron aquel reencuentro.

                ¿ Como fue ? Corrígeme si miento.

                                                           Abril 1989

  

                                El día en que yo me muera...

                                   El día en que yo me muera

                                  quiero que no venga nadie,

                                   quiero que me dejen solo en

                                   compañía del aire,

                                  quiero que con mis cenizas

                                  el viento riegue los mares,

                                  quiero que todos mis versos

                                  acompañen mi cadáver,

                                  quiero que tú me recuerdes

                                  como tu más tierno amante.

                                  Y a ti compañera mía,

                                  amiga del alma, amante,

                                  tres besos quiero dejarte:

                                  Un beso tierno, infinito,

                                  es el beso para amarte.

                                  Un beso breve, profundo,

                                  el beso para dejarte.

                                  Un beso largo, imposible,

                                  el beso para recordarte.

                                                                Chicago - Noviembre 1989

                                               

                                  

                                    Adiós...

 “Cet Amour” de  J. Prévert

                               Este amor hecho de destellos,

                              que alcanza las cimas,

                              que se hunde en sus pozos,

                              que se niega a sí mismo.

                              Este amor que se queda en las ganas,

                              que no se atreve a nada,

                              que vegeta, duerme, espera, olvida,

                              que renace,

                              que se miente a si mismo.

                              Este amor que se niega a afirmarse,

                              que se teme, se oculta, se salva,

                              este amor que se sufre por dentro,

                              este amor que se deja ganar

                              por la pena y el miedo.

                              Este amor que no sabe si existe,

                              este amor que no puede explicarse,

                              que siempre se tropieza con la puerta

                              cerrada,

                              se nos muere en las manos,

                              se nos marcha en silencio....

                              Este amor,

                              ¡ No quiere importunarnos !

                                                        Enero 1990.

                                  

                      Después del amor...

 

                Es inútil repetir lo irrepetible,

               con tanto inconveniente a las espaldas,

               con tanto amor en contra.

      

               Fue como la madrugada,

               cuando se espera al sol por el naciente.

               Fue bello.

               Existió.

               Eso fue todo.

               Ahora empieza a vivir en los recuerdos

               raptados de la nada.

                                                           Febrero 1990.

 

                                     Acaso son tus ojos...

                                   Tu mirada conduce mi deseo

                                    hasta alcobas prestadas,

                                    hasta campos de Agosto

                                    donde sestea el búho.

 

                                    Tu mirada promete a mi deseo

                                    placeres olvidados

                                    en palacios mudéjares,

                                    u ocultos en las piedras

                                    de reinos yemeníes.

 

                                    Mi deseo se acoge a tus promesas

                                    de sueños imposibles,

                                    y recorre contigo las alcobas

                                    y los campos de estío.

 

                                    Mi deseo se colma recordando

                                    las fuentes

                                    y el frescor de la Alhambra...

                                    Y al final,

                                    Sin que nadie lo llame,

                                    el silencio de Medina Azahara...

                                                                                  Septiembre 1991


                                    Poema del amor herido

                                   Para matar el amor

                                    inventaremos un juego:

                                    Fundiremos las palabras,

                                    Invertiremos los versos.

                                    Te quiero será un paréntesis,

                                    con reservas, a medias tintas,

                                    entre dos aguas... con miedo.

                                    Ya no será solo verbo.

 

                                    Al calor de tu mirada

                                    yo opondré un muro de hielo.

                                    Te dejaré que te vayas

                                    cuando me queme tu fuego,

                                    y esperaré que las aguas

                                    fluyan por su propio peso,

                                    y un desierto nos separe,

                                    y todo sea silencio.

 

                                    Amor.... ahora ya camina libre

                                    entre los muertos (ella me quería tanto...)

                                                                              Septiembre 1992

    

                                     

        Pueden nacer destellos de la nada...

 

                                   Hay cosas que no digo.

                                   Escribo.

                                   Hay cosas que no pienso.

                                   Escribo.

                                   Contra la ciencia escribo

                                   que pueden nacer destellos

                                   de la nada,

                                   y tempestades y truenos.

                                   Bastan unas gotas de amor

                                   y dos miradas.

                                                                        23/1/95

                                   

Adoro tu mejilla izquierda...

                                   Adoro tu mejilla izquierda

                                   ( para mí la derecha ),

                                   y cuando mis labios

                                   se posan sobre ella,

                                   se funde la ternura en mi mirada

                                   e inunda de arco-iris toda tu cara.

                                                                                     23/1/95           


                                    Cuando yo ya no esté...

                                   

                                   Cuando yo ya no esté

                                   búscame en oscuros hoteles

                                   del recuerdo,

                                   búscame en los verdes pinares

                                   de una primavera blanca,

                                   búscame en el asiento trasero

                                   de un viejo Ford ,

                                   pero recórreme con tiempo,

                                   abrázame sin prisas,

                                   y sobre todo no temas,

                                   no diré nada.

                                                           23/1/95



                        Amor asesinado

                        ¡ Acudid chismosos !

                        ¡ Venid plañideras !

                        ¡ Corred voceros !

                        ¡ Propagad como una sola voz el crimen !

                       

                        Ayer murió su amor asesinado.

                        Le asestaron cien golpes de venganza.

                        Le clavaron una a una mil palabras.

                        Fue con finos espadines,

                        con puñaladas de plata.

 

                        Decid que los amantes

                        que han matado a su amor,

                        han perdido el habla,

                        y su silencio vaga por el alba.

                        Decid que los amantes

                        que han matado a su amor,

                        ya no tienen mirada,

                        y caminan a tientas por la madrugada.

                                                                   1995

 

 De mi libro Cabos Sueltos . Librosenred 2004.

 

Carta de un ciudadano corriente

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